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El desarraigo del chicano

A pesar de que la comunidad mexicana en Estados Unidos es de 40 millones de personas, los que nacieron en ese país están constantemente divididos entre dos culturas.

Yahritza y su Esencia. Imagen: Yahoo!

Yahritza y su Esencia. Imagen: Yahoo!

PEDRO FRANCISCO PÉREZ

Yahritza y su Esencia es un grupo musical que logró incursionar con éxito en el regional mexicano, especialmente en el mundo de los corridos tumbados. La agrupación, conformada por Yahritza Martínez y sus hermanos Jairo y Armando, debió saber que su trayectoria iba a pasar por un profundo bache tras los comentarios emitidos en una entrevista a inicios de 2023, los cuales el público mexicano no ha perdonado.

Estos artistas nacieron y radican en Estados Unidos, aunque por sus venas corre sangre mexicana. Por el género que interpretan y su propio trasfondo, conocen algo de la identidad de nuestro país. Sin embargo, su peor error, uno muy típico en las relaciones públicas de los famosos, fue haber tenido una opinión.

La joven vocalista aseguró que no le gusta mucho el ruido de las calles de México. “No me gusta cuando me levanto o cuando estoy durmiendo, porque se escuchan los carros, las sirenas de los policías y todo, pero sí me gusta, está bonito”, dijo.

En tanto, Jairo habló sobre la comida. “Soy bien delicado, sólo como pollo sin picante. La soda sabe diferente, no sé si tiene poco gas o menos azúcar”, fueron algunas de sus palabras.

Armando también hizo referencia a la gastronomía: “No me gusta mucho la comida aquí, me gusta más la de Washington, le dan una sazón que sí pica y sabe bueno”, mencionó el mayor de la banda.

Esas frases bastaron para que cientos de seguidores mexicanos dejaran de seguirlos en sus redes sociales y de escuchar su música en las plataformas de streaming.

El desarraigo es una de las características de la cultura chicana, pero no excluye a ninguna población minoritaria en un país superpotencia. Entender quiénes son los chicanos es entender aspiraciones y movimientos sociales. ¿Por qué el comentario de los hermanos Martínez no está bien ni mal? Porque sus críticas son más pequeñas que el monstruo cultural detrás de las minorías que sobreviven en Estados Unidos.

MENÚ DE IDENTIDADES

Hay que imaginar que estamos en un restaurante de comida rápida en Washington, donde un menú se expone en una pantalla sobre la barra de la caja, con tres platos principales a elegir: el combo ciudadanía estadounidense, el especial de migrantes documentados y el audaz platillo de migrantes indocumentados. Así es la población de origen mexicano en Estados Unidos, donde cada grupo aporta, o soporta, un sabor único en la comunidad.

En la primera categoría están los maestros en el arte de las identidades múltiples: los migrantes o descendientes de migrantes con ciudadanía esta dounidense, vistos por muchos como ese fanático que cambia de camiseta según el equipo que gane, por el poder dual que les brinda su pertenencia a ambos países.

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Imagen: EFE/ Caroline Brehman

En la siguiente clasificación se encuentran los visitantes documentados, que son como quienes llegan a la fiesta con invitación en mano. Ya sea por trabajo, turismo o por un permiso temporal, su estadía tiene esa sensación oficial que les otorga un pase VIP en el juego de la migración.

Por último, el grupo que se sirve en cada elección presidencial, el más trágico y más inspirador en las narrativas políticas: los migrantes indocumentados. Atravesando ríos y desiertos, se han ganado apodos como "mojados" o "pollos", según la ruta que hayan seguido para llegar a su destino en la Unión Americana.

Por el momento, se va a ordenar la primera opción, por un ingrediente que hace más interesante la receta: el desarraigo, pasando por su historia, personajes, símbolos y evolución. Todo se resume en una palabra que para nativos angloparlantes sería difícil de pronunciar: chicano.

EL ADN CHICANO

Inicialmente, el término chicano designaba a todas las personas de origen mexicano. Pero, desde mediados del siglo XX, se refiere a la población de ascendencia mexicana nacida en Estados Unidos, uso que adquirió impulso después de ciertos movimientos sociales.

El acta de nacimiento de la cultura chicana está dentro de la misma carpeta que el Tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848, con el que México perdió para siempre más del 50 por ciento de su territorio: los ahora estados soleados de California, Arizona, Nuevo México, Texas y parte de Oklahoma, Colorado, Nevada y Wyoming.

Los exciudadanos mexicanos que de repente se encontraron ondeando la bandera estadounidense en los caminos, recibieron un bono de bienvenida. El tratado les aseguraba la conservación de sus propiedades, tradiciones y creencias religiosas. Pero la historia de la colonización del recién adquirido suroeste estadounidense nos recuerda que las garantías pueden ser volátiles cuando se trata de ganar territorio y de lidiar con las diferencias culturales.

La expansión territorial de los anglosajones no sólo vino con un mapa rediseñado, sino también con una dramática campaña de discriminación y opresión dirigida hacia una población que, de la noche a la mañana, se convirtió en la nueva minoría nacional. El Destino Manifiesto, doctrina según la cual Estados Unidos era una nación destinada a expandirse, convirtió al despojo de tierras en un escaparate para exhibir la discriminación y el odio racial como joyas en esta historia de conquista americana.

Como respuesta tras más de un siglo de ser tratados como ciudadanos de segunda mano, en las décadas de 1960 y 1970, los chicanos establecieron una fuerte presencia y agenda política en Estados Unidos a través del liderazgo de Rodolfo “Corky” Gonzales, César Chávez y Dolores Huerta. Los tres activistas dieron fuerza a hombres y mujeres de la comunidad para luchar por la igualdad y exigir justicia social.

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Imagen: cndh.org.mx

El malestar político, los disturbios locales y la atención al conflicto étnico despertaron el “orgullo pardo”, el chicanismo. El poder chicano significó que esta comunidad ya no toleraría las injusticias impuestas por la población anglosajona, que los relegaba en ámbitos que iban desde el educativo hasta el político. A través de movimientos organizados, exigieron un cambio en el clima social de Estados Unidos. Desde entonces, este sector se ha ido abriendo paso como agente de cambio en la sociedad a la que pertenecen por derecho propio.

LA ESCISIÓN CHICANA

El éxito de un grupo en la sociedad depende en gran medida de su estatus social percibido. Por lo tanto, la forma en que se percibe a los chicanos en Estados Unidos juega un papel importante en los factores psicológicos dentro de la comunidad. Los valores y normas culturales eurocéntricos los han colocado en un nivel donde la movilidad social ascendente se ha vuelto complicada y cambiante.

La desconexión de los chicanos de la sociedad estadounidense anglosajona a menudo da forma a dos experiencias culturales distintas. Viven dentro de lo que muchos han llamado “el espacio” o “el guion” en el término mexicano-americano. Los prejuicios, el racismo y las actitudes dominantes les recuerdan que, aunque México no sea su patria, Estados Unidos tampoco siempre se siente como su casa. La ironía, sin embargo, es que la región suroeste del vecino del norte alguna vez fue parte de México; el sentimiento dominante en la comunidad es que no han cruzado la frontera, sino que la frontera los atravesó.

Las características tradicionales de la imagen del chicano hoy en día son el tono de piel oscura (descrito peyorativamente como “el nopal en la frente” por los mexicanos), la dialéctica inglés-español (principalmente inglés por ser el idioma con ventaja social), la moda urbana relajada y brillante, y el legado de estrellas como Ritchie Valenz, Selena Quintanilla y Jenny Rivera, cuyas arracadas llamativas y labiales oscuros han llegado a ser recientemente una obsesión en Japón.

“Somos in-between people”, dijo en spanglish para BBC Mundo Bill Esparza, periodista y crítico gastronómico, quien nació y creció en el norte de California. “Estamos en medio”.

La familia y el barrio constituyen aquella cultura que está “del otro lado”, cruzando la frontera de México, pero no por eso distante a ellos, puesto que enarbolan esa identidad para reafirmarse frente al anglosajón. Símbolos como la Virgen de Guadalupe se hacen presentes en los sectores mexicano-americanos, por ejemplo.

Una situación similar ocurre con los habitantes de las ciudades fronterizas mexicanas, salvo que ellos no experimentan ese proceso de aculturación porque no dejan su lugar de origen; ellos se convierten en sujetos que interactúan indistintamente en ambos países. Sin embargo, la globalización es poderosa y el desarraigo redefine la chicanidad.

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La comunidad mexicana en Estados Unidos es de 40 millones de personas, de los cuales sólo 10.7 millones nacieron en México. Imagen: Wikimedia

TIERRAS PROMETIDAS

La comunidad mexicana en Estados Unidos es de 40 millones de personas, de los cuales sólo 10.7 millones nacieron en México, según datos de la Oficina del Censo de Estados Unidos. Pese a que la cultura chicana surgió el siglo antepasado y se convirtió en un movimiento hace poco más de 60 años, el incremento poblacional registrado a inicios del nuevo milenio ha tenido una repercusión significativa en sus características actuales.

Según el Migration Policy Institute (MPI), el 63 por ciento de la población inmigrante mexicana llegó a Estados Unidos antes del año 2000, otro 31 por ciento arribó entre 2000 y 2009, y el seis por ciento restante del 2010 en adelante. Los destinos recurrentes de la mayoría de los migrantes y, a su vez, aquellos donde está más presente la cultura chicana, son enormes, vibrantes e icónicos, especialmente por ser tan diversos.

La mayoría de los mexicanos vivían en California (36 por ciento), Texas (22 por ciento), Illinois (seis por ciento) y Arizona (cinco por ciento) en el período 2015-2019, según indica el archivo de datos combinados más reciente de la Oficina del Censo. Florida, Washington, Georgia, Carolina del Norte, Colorado y Nevada albergaban a un 13 por ciento adicional de la población mexicana.

Las ciudades capitales de la cultura chicana se concentran principalmente cerca de la frontera y con tendencia hacia la costa oeste. En primer lugar se encuentra Los Ángeles y toda su gigantesca área metropolitana (la que tiene más mexicanos después de Ciudad de México), seguida de Chicago, Dallas, Houston, Phoenix, San Diego, Nueva York, San Francisco y McAllen. Todas estas urbes han sido escenario de abarrotados conciertos de cantantes de regional mexicano, restaurantes, arte, moda, idioma, desigualdad, violencia y transición política asociados a la idiosincrasia chicana.

LENGUA REPRIMIDA

Un estudio del Pew Research Center encontró que casi el 70 por ciento de los latinoamericanos de segunda generación en Estados Unidos son bilingües y menos de una cuarta parte de los hispanos de tercera generación hablan español. La pérdida de este último idioma es generalmente una forma en que los padres protegen a sus hijos de la discriminación que ellos mismos experimentaron por no comunicarse en perfecto inglés.

“Cuando alguien critica tu forma de hablar o de decir ciertas cosas, te están criticando como persona”, dice la doctora Maribel Larraga, profesora de Humanidades y Ciencias Sociales de Our Lady Of The Lake University para el portal KSAT.

Los latinos de tercera generación que no hablan español no son infrecuentes, y posiblemente algunos de los descendientes de mexicanos en Estados Unidos más influyentes de esta era no lo hablaban o hablan con fluidez. Es bien sabido que Selena Quintanilla no sabía el idioma cuando era niña, tampoco Selena Gomez. Lo tuvieron que aprender más tarde en la vida, cuando saltaron a la fama y el mercado las orilló a conectar con el público hispano.

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El congresista Joaquín Castro y su hermano el exalcalde de San Antonio y candidato presidencial Julián Castro. Imagen: Flickr/ Gage Skidmore

En la política también existen casos muy interesantes sobre esta historia de supervivencia, como el de una prominente familia de San Antonio: los hermanos Castro.

El congresista Joaquín Castro ha contado que su abuela hablaba principalmente español, pero que después de que sus padres fueron castigados por usar ese idioma en la escuela, a él y a su hermano Julián, exalcalde de San Antonio y candidato presidencial, les enseñaron, y los obligaron, a hablar en inglés.

El cúmulo de circunstancias es variado. Aunque el spanglish es el “idioma oficial” de la cultura chicana, actualmente el inglés va ganando terreno en la vida diaria de la cuarta generación de migrantes mexicanos en adelante. Las políticas de cada región, la globalización y, en muchos casos, el rencor histórico hacia una patria de la que se tuvo que salir por necesidad, son los factores esenciales de una condición a la que están sujetas todas las lenguas: el cambio. De cualquier manera, Estados Unidos continúa siendo el segundo país donde más se habla español.

BABILONIA MODERNA

Las raíces de la cultura mexicana en Estados Unidos se entrelazan con las venas de la globalización. La música, como un viajero sin pasaporte, cruza fronteras y fusiona sonidos tradicionales con modernos. Actualmente, el éxito de una canción o cantante en México es definido por el éxito que haya tenido antes en Estados Unidos.

La gastronomía se alza como una diva en el escenario, sirviendo tacos y salsas que destilan autenticidad. Los restaurantes de comida mexicana en la Unión Americana han superado en número a las pizzerías. La religión y la familia se mantienen firmes por su poder institucional y cultural, generando comunidades que tejen el hilo de maguey de la identidad mexicano-americana.

Sin embargo, la apropiación cultural a veces hace su aparición, muchas veces vista como un intruso. En el exterior, la cultura mexicana ha sido convertida en accesorio, un collar de cuentas y colores que se vende en el mercado. Pero mientras las masas se deleitan con sombreros y calaveras, subyace una voz susurrante que dice: “Aquí estamos, genuinos y reales”. Aunque el comercio canta en tonos fuertes, la autenticidad resuena más profundo.

En el escenario de la cultura mexicana en Estados Unidos, la música es el ritmo que se hace sentir en cada latido. La gastronomía es el plato que se sirve con pasión y tradición, sin importar si se adorna con estrellas y barras. La religión y la familia son los anclajes que sostienen a las nuevas generaciones, transmitiendo valores y legados. El arte y la educación son los pinceles o, mejor dicho, los aerosoles, que pintan una imagen viva y vibrante en los pilares de las autopistas, mientras la globalización mantiene vigente al poder chicano.

Y así, en este telar de la cultura, se teje una narrativa compleja. Estados Unidos es un crisol de civilizaciones pasadas, presentes y futuras, una Babilonia moderna que alberga historias de todo el mundo. Es un reflejo del paraíso y el infierno que se narran desde tiempos antiguos. La cultura mexicana en Estados Unidos, a pesar de su brillo comercial, es el reflejo de una humanidad en constante evolución.

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