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Entrevista

El Manchón y el absurdo cotidiano del mexicano

"La corrección política es el elemento para discriminar, suprimir y subyugar en vez de entrarle al diálogo o al debate.”

Crédito: El Manchón

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ANA SOFÍA MENDOZA DÍAZ

Insectos mutantes, cholos astronautas, un chico cabra, el Diablo, una exorcista y albañiles comprometidos socialmente son algunos de los personajes que conforman el imaginario de Rubén Arriola, mejor conocido como El Manchón.

El monero jalisciense lleva 11 años publicando sus historias, tan absurdas como la realidad a la que se enfrenta el mexicano promedio día a día. Si bien dibuja compulsivamente desde que era un niño, su trayectoria profesional comenzó enviando sus tiras cómicas a periódicos y revistas de Guadalajara, e incluso su caricatura política fue premiada por El Informador. Sin embargo, como el trabajo creativo en general, el oficio de caricaturista en México es precario, por lo que Rubén lo mantuvo en segundo plano por años, durante los cuales se dedicó principalmente a la docencia.

“Uno se lo toma como un hobby, como algo a lo que uno no puede acceder en este país: el vivir de esto”, cuenta El Manchón, quien eventualmente decidió que si de todas formas no iba a obtener grandes ganancias por sus monos, más valía tener la libertad de hacerlos sin que la línea editorial de un periódico o revista lo limitara. Irónicamente, fue a partir de ese momento que su carrera como monero despegó y pudo, finalmente, dedicarse de lleno a ella.

Su narrativa gráfica está enriquecida por las películas que veía cuando el único medio para acceder a una cultura alternativa era el canal público de Guadalajara, donde entró en contacto con el cine europeo y el asiático que, en sus propias palabras, “le entraban a los temas difíciles como tenían que hacerlo”. De ahí que la libertad creativa lo sedujera a tal grado de tomar el camino independiente.

“Por un lado, tengo muy buena memoria y se me almacenaban las imágenes, esas escenas tan fuera de lo acostumbrado; por otro lado, también entendí que hay posibilidades de entrarle a la cultura sin miedo, sin la censura”, comparte.

Contrario a su adolescencia, cuando la oferta de entretenimiento en casa se limitaba a medios impresos y a los canales de televisión abierta, actualmente el Internet presenta una infinidad de opciones para pasar el tiempo. Por una parte, cualquiera puede mostrar su contenido en redes sociales; por otra, es más difícil destacar entre el mar de publicaciones que se generan en ellas cada segundo.

Aun así, las tiras cómicas de Rubén Arriola encontraron su nicho, precisamente, en las plataformas digitales, acaso porque su proyecto exuda autenticidad y eso por sí solo es atractivo en un mundo donde la tendencia del momento se repite ad nauseaum, resultando en miles de tiktoks sin ninguna diferencia latente entre sí.

Con más de 26 mil seguidores en Instagram y 70 mil en Facebook, El Manchón está claramente consolidado como uno de los moneros independientes con más alcance en el país. De hecho, ha trascendido fronteras porque, a pesar de que sus historias están impregnadas de mexicanidad, cualquiera que haya vivido las vicisitudes de ser persona “de a pie” (especialmente en lo que se ha insistido en llamar “tercer mundo”) puede identificarse con ellas. Así se ha hecho de seguidores en Sudamérica, Estados Unidos, España e incluso Japón.

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Crédito: El Manchón

Su humor ácido no deja indiferente al espectador, independientemente de si éste gusta o no de abandonarse a pensar en el sinsentido del mundo. A toda persona que se haya dicho alguna vez “no sé si reír o llorar” ante el absurdo de la realidad, El Manchón la invita, con sus trazos desprolijos y sus colores brillantes, a reír.

¿Qué papel juega el humor en una sociedad, particularmente en una como la mexicana?

No lo sé, creo que el humor en este país es un mecanismo de defensa para afrontar la realidad. Yo lo hago porque creo que es muy importante reírse, a fin de cuentas la risa llega y no pide permiso. Se cae una viejita y uno se puede reír aunque sea muy incorrecto. No pide permiso.

Yo hago humor del que me gusta porque creo que no lo veía en lo que está acostumbrado el público mexicano, por lo menos en lo que a mí me llegaba de humor mexicano. Me hacía falta y entonces empecé a hacer los chistes que a mí me gustaban. Creo que México a veces no tiene la capacidad del humor absurdo o no lo explora tanto.

A veces creo que el mexicano dice que se ríe de todo hasta que le pasa algo y entonces no aguanta la carrilla. Por ejemplo, el humor británico tiene años refinándose, con el humor en Estados Unidos puedes realmente burlarte de todo; pero creo que en México estamos un poco en pañales en el sentido de que nuestra visión del mundo, nuestra interpretación del humor, no deja de estar atravesada por lo que marcan los medios hegemónicos como Televisa o TV Azteca: ese tipo de chiste en apariencia blanco, pero muy enfocado en la burla, en el sexismo, en el clasismo, en el sobajamiento del otro.

El humor a veces cala tanto que suele ser objeto de censura, ¿a qué experiencias de censura te has enfrentado en tu trayectoria?

A pocas. Si acaso he tenido, ha sido más bien la autocensura, pero no como tal, sino que hay chistes que yo hacía en otro tiempo, cuando no había atravesado por un proceso de análisis. La cultura de la cancelación, como la llaman, a mi no me ha tocado. No me han cancelado nada, pero me ha ayudado a agudizarme y ser más inteligente en lo que se ha de publicar. Nunca he sido censurado políticamente, no sé si todavía se dé. Supongo que hay que ser inteligentes sobre cómo comunicar las cosas y tener la responsabilidad y el compromiso de asumir lo que se está publicando.

Toda libertad implica una responsabilidad, ¿qué responsabilidades conlleva la libertad de expresión para ti como artista?

Yo creo que la responsabilidad es compartida. Si hay cien personajes riéndose junto conmigo, pues ahí estamos cargando la responsabilidad todos. Descanso un poquito en eso, pero creo que la libertad creativa también es muy importante.

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Crédito: El Manchón

A veces sí me puedo amparar en que lo que estoy haciendo es arte y que el mundo real es otro; que soy una persona totalmente diferente de lo que plasmo en el arte, que es muy diferente a lo que pasa acá afuera. Por otra parte, soy un canal de lo que está aconteciendo. Lo que hago es replicarlo a partir de mi interpretación y ahí sí entra mi responsabilidad, pero una vez que se sube el producto cultural resultante, la responsabilidad de interpretación ya no es meramente mía, sino que la asume el público. Aunque sí considero que el artista se tiene que hacer responsable o pensar qué es lo que va a despertar en el público.

¿Y tú qué tipo de reflexiones o conversaciones buscas despertar en tu público?

Yo realmente el dibujar no lo hago con un afán doctrinario, lo hago con gusto y por una compulsión creativa, si se puede llamar así. Lo que me interesa es que nos podamos reír juntos un poco y asumir que la vida es un poco absurda, un poco graciosa. La reflexión es que volvamos al gusto de la vida privada, al gusto de no ser mercancías, de recobrar el juego y de encontrarnos más allá de las redes.

También creo que (ese sí es un afán propio) hacen falta más productos artísticos y culturales con los que, como mexicanos, podamos identificarnos y tener un lugar de encuentro, de diálogo. Más que la reflexión, se trata de crear espacios donde podamos sentarnos a platicar, a reírnos y a buscar el diálogo más allá de los medios hegemónicos que medio nos configuran o nos quieren dar una imagen de lo que somos.

Precisamente la mexicanidad cotidiana juega un papel primordial en tu trabajo. ¿Qué es lo que más te atrapa de toda esta vida en la que puede haber mucha desigualdad, mucha violencia, pero también humor y hasta magia (porque incluso algunos de tus personajes pertenecen a la mística mexicana)?

Este país es un lugar común, pero es bastante surrealista. Basta con visitar pueblos, no los pueblos mágicos, sino pueblitos o ciudades pequeñas (y también grandes), y te das cuenta de que hay historia viva y hay historia caminando ahí. Todavía está la mística en la forma en que la población interpreta al mundo. No es que yo quiera representar eso como tal, porque lo que hago es muy orgánico. Yo nomás me siento y doy rienda suelta, y a fin de cuentas eso es lo que contiene mi ser. Estoy atravesado de ello porque tengo contacto con el hombre de a pie.

No sé si es un momento o es la nueva generación la que visualiza que podemos hablar de otras realidades ficticias, que podemos dialogar con entornos tan lejanos como Corea, la India, qué se yo, tal vez por esa facilidad que nos proporcionan las redes. Pero sí considero que tengo que hacer el diálogo desde lo mexicano, desde una persona que nació en México. Puedo hablar de lo que pasa en Japón, pero desde lo que soy.

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Crédito: El Manchón

Un tema recurrente en tus tiras es la lucha de clases. Generalmente los protagonistas son este grupo de albañiles que planean la destrucción del capitalismo mientras se abandonan al placer de echarse unas caguamas en su horario laboral. Llama la atención que muestras a la clase obrera nada idealizada. En ese sentido estás muy lejos de la corrección política, ¿qué tanto crees tú que demerita la corrección política tanto la calidad de una creación cultural como la capacidad de reflexión que puede nacer de ella?

Hay que ver a quién privilegia la corrección política, a quién le garantiza privilegios. A final de cuentas yo lo que plasmo es la realidad; así son los albañiles, los veo en sus espacios. Me identifico más con la clase trabajadora, por supuesto; estoy lejos de ser dueño de los medios de producción. Luego pienso en las personas que aluden a la corrección política y (¿cómo decirlo sin ser políticamente incorrecto?)… terminan siendo totalmente agresivos con la historia o hasta negándola, y siendo partícipes de la opresión económica.

No sé cómo llamarlo, se me hace como fascista, como que la corrección política es el elemento para discriminar, suprimir y subyugar en vez de entrarle al diálogo o al debate. Desde luego que está mal emitir opiniones racistas, claro que sí, pero no emitirlas y decirle a los otros que no las emitan no evita el problema tan grave que es el racismo. Muchas veces los correctores políticos no dejan de ser personas blancas que viven en Canadá y que son veganos, y que señalan a personas de clase obrera porque toman en vasos de unicel y les emiten los peores comentarios sobre sus formas de vida.

Otra cosa que llama la atención de tu trabajo es que sueles mostrar la dimensión política de actos cotidianos. Por ejemplo, hay una tira en la que una botarga de Dr. Simi le dice a un sujeto deprimido que las redes sociales capitalizan con la tristeza y que buscar gente fuera del ciberespacio es, en sí, un acto político. ¿Qué acciones cotidianas realizas u observas que dices “esto es un acto político y no debería dejarse de lado”?

Ahorita estamos, por ejemplo, en un momento de ver bares gentrificados, de ver la invasión de nómadas digitales; entonces el simple hecho de ver a los vecinos platicando, organizando fiestas entre ellos, saludándose en la mañana, haciendo comunidad, se me hace generador de cultura.

También yo soy muy hipócrita y paso mucho tiempo encerrado en mi cuartito dibujando, pero sí procuro asistir a reuniones de amigos, platicar con la gente, salir a observar a la gente. Sí me da gusto, incluso, el vandalismo más rapaz y soez. Que alguien raye su nombre en un camión es un acto político en el sentido de que hace notar que no todo va bien.

Para finalizar, tú mismo has dicho que el absurdo es eje de lo que haces. Si no pudieras vaciar tu mente en tus dibujos, ¿de qué manera lidiarías con el absurdo del mundo en que vivimos?

Supongo que suprimir mi mente, meterme en un call center y trabajar hasta disolverme (risas). No sé, no me imagino haciendo otra cosa. Ya estoy en un punto de no retorno, me cuesta trabajo dimensionarme haciendo otras cosas o lidiando con el absurdo sin pensar de la forma en que pienso.

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