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El reino de Dios

Esta película de Claudia Sainte-Luce sigue, con un estilo naturalista y añadiendo referencias autobiográficas, la pérdida de fe de un niño.

El reino de Dios

El reino de Dios

RAÚL MORA

Las personas que habitan el mundo de la fe pueden, en algún punto de su vida, caer en un laberinto sin salida donde la oscuridad lo abarca todo. Sus creencias son lo único que los empuja a seguir, esperando que se manifieste ese rayo de luz que les indique el camino a tomar para salir de las tinieblas. Aquí comienza la verdadera prueba del creyente. Cuando la luz no aparece, cuando no se le brinda respuesta alguna, ¿qué se puede hacer? Esto lleva a dos respuestas: fortalecer su fe o perderla.

Para su tercer largometraje, la directora Claudia Sainte-Luce tuvo que someterse a esta prueba de fe, no tanto enfocada a lo teológico, sino a lo profesional. Mientras filmaba El camino del sol (2021) tuvo que enfrentarse a situaciones personales complicadas, como la enfermedad de su padre. Además, no recibió apoyo para realizar la cinta y tuvo que usar sus propios recursos durante dos años, aunado a que, una vez terminada la película, no encontró una ventana de distribución decente. Dejó de creer en sí misma y en el cine.

Tras esta serie de conflictos, decidió que su siguiente proyecto se centraría en la pérdida de fe, usando elementos autobiográficos para contar la historia. Esto dio como resultado el largometraje que se presentó en el Festival de Cine de Berlín el año pasado y cuyo estreno en salas comerciales aún está pendiente: El reino de Dios.

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EL SILENCIO DE DIOS

La película sigue la historia de Neimar, un niño de ocho años cuya vida consiste en jugar en el campo con los animales del ganado, cuidar caballos de carreras (de los que es fanático), trabajar en un tope pidiendo dinero y ayudar a su mamá a vender tamales los fines de semana. El niño está a punto de hacer su primera comunión donde, según las palabras de su abuela, conocerá a Dios. Sin embargo, en esta vida tranquila y rutinaria comienzan a aparecer las decepciones del mundo, que lo hará replantearse sus creencias.

El guion, escrito por la misma directora, tiene una estructura sencilla basada en la repetición. Los juegos de Neimar, sus asistencias al catecismo y las carreras de caballos se suceden a lo largo de la obra como escenas muy parecidas entre sí, pero cada vez se revela algún nuevo elemento psicológico del personaje o cierto propulsor de la trama. Esta estructura dota de naturalidad a la narrativa, convirtiéndola en una experiencia cercana a lo documental. El montaje de Julián Sarmiento apoya este lenguaje cinematográfico donde no hay un in crescendo evidente, sino pequeños momentos que cobran sentido conforme los elementos se van acumulando. Lograr una simpleza tan genial requiere de cierto grado de maestría.

Al no tener una formación profesional en actuación, Diego Lara Lagunes (sobrino de la propia directora), Lisbeth Nolasco y Margarita Guevara logran que las interacciones de sus personajes se sientan orgánicas y reales. Dicho efecto se acentúa por lo discreto de la película a nivel producción, ya que al contar con pocas personas en el crew, se consigue mayor intimidad.

La fotografía de Carlos Correa (también productor) se enfoca en el naturalismo. La manera en que capta la luz y la oscuridad representa la lucha interna del protagonista.

La película gira en torno a la exposición de Neimar a la pérdida de fe. Algunos autores llaman a esta vivencia “el silencio de Dios”: no percibir durante la zozobra al ente divino a quien se le dirigen todas las plegarias. “Es que todavía no siento a Dios”, dice el niño antes de comer su segunda hostia. Este momento marca la entrada de la oscuridad en su vida.

El cineasta sueco Ingmar Bergman impregnó del silencio de Dios a varios de sus trabajos: El séptimo sello (1957), El manantial de la doncella (1960), A través del espejo (1961), etcétera. Sin embargo, la obra en la que explora este concepto con mayor profundidad es Luz de Invierno (1963), donde un sacerdote abandona sus votos porque ya no es capaz de escuchar a Dios. El tema va por el mismo rumbo que la película de Sainte-Luce, aunque los estilos no son estéticamente similares: los espacios del sueco, claustrofóbicos, introspectivos y llenos de sombras, se contraponen al drama mexicano lleno de naturaleza.

Otro cineasta que aborda el silencio de Dios es Martin Scorsese, aunque él suele mostrar la grandeza que se alcanza cuando se supera la prueba de fe. En La última tentación de Cristo, el mismísimo Jesús siente la ausencia de su padre, pero aun así logra encontrar el camino para elevar su espíritu.

RECUPERAR LA FE

Claudia Sainte-Luce tomó varios elementos de su propia vida para dar forma a El reino de Dios. Por ejemplo, la película fue rodada en Tlalixcoyan, ciudad de nacimiento de la cineasta, y capta la esencia del lugar, sus habitantes, sus costumbres, sus creencias, sus calles.

Aunque es complicado para el espectador distinguir entre los elementos que provienen de la realidad y los que no, esto no es importante para el relato. Por el contrario, dota a la obra de mayor profundidad.

En la cinta existe un sentimiento recíproco de rechazo entre Neimar y su madre, que desromantiza el papel de mamá soltera al alejarse del estereotipo de mujer abnegada. Aunque se hace cargo de su hijo, queda claro que no es lo que quería ser, lo cual marca una distancia con el niño. Pero, aun mostrando este lado más incómodo de la maternidad, la figura masculina en el hogar no es necesaria ni para los protagonistas ni para el espectador.

El reino de Dios forma parte de un grupo de filmes enfocados en la mirada infantil ante la crueldad del mundo. Esta perspectiva ayuda a quien dirige a dar una mayor profundidad a cuestiones problemáticas de la condición humana, usando recursos minimalistas que reflejan emociones complejas. Se trata de una manera sencilla de presentar el mundo, apelando en muchos casos (como el de esta película) a la poesía de la cotidianidad. Es una forma de rodear a la tragedia de ternura. Algunas obras que entran en esta categoría son Petite maman (Céline Sciamma, 2021), Verano de 1993 (Carla Simón, 2017) o Tideland (Terry Gilliam, 2005).

En la película de Sainte-Luce el abandono de las creencias representa el cruce del umbral hacia la madurez. La infancia es habitar ese reino de Dios donde los infortunios no se perciben tan intensos y es fácil enfocarse en la felicidad. Aunque el mundo sea cruel, es posible fantasear que La Kardashian gana el primer lugar en la carrera de caballos. Sin embargo, cuando esos juegos se olvidan y se comienza a conocer la desdicha del mundo, se abandona ese sitio seguro para entrar en la adultez.

La lucha de Neimar y la de Claudia Sainte-Luce fue semejante. Mientras el niño dejó a un lado a Dios y entró al reino de los hombres, a modo de relato Bergmaniano, Claudia tuvo un desarrollo a lo Scorsese en la vida real. La fe volvió hacia sí misma y hacia el cine, pues logró ver cómo su película se presentaba en grandes festivales, llevándose elogios de muchos frentes. Si bien en El reino de Dios la madurez conlleva comprender el mundo y sus horrores, para los adultos que quieran recuperar la fe es necesario volver a ese mundo infantil donde aún hay cosas por las cuales asombrarse.

Afortunadamente para muchos, una de las directoras con mejor filmografía en el cine mexicano de este siglo recuperó su fe, esperando el estreno de dos de sus películas y en busca de algún nuevo proyecto.

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Escrito en: Cine Cuadro por cuadro Museo Arocena

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