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Reportaje

Estruendo en Gaza, crisis humanitaria en territorio sagrado

El 7 de octubre del presente año, el grupo árabe Hamás lanzó un ataque contra la población judía de Israel, avivando el fuego de un longevo conflicto en Medio Oriente. Desde ese día, más de 11 mil civiles (mayormente palestinos) han muerto.

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Estruendo en Gaza, crisis humanitaria en territorio sagrado

HÉCTOR ESPARZA

“ ¡Dios! ¿Dónde estás en este momento?”, clamó una mujer judía dentro de uno de los kibutz atacado el 7 de octubre de 2023 por militantes de Hamás. El grupo armado palestino irrumpió vía aérea y terrestre desde Gaza a Israel, victimando a mujeres, niños, hombres y ancianos hasta sumar mil cuatrocientas víctimas. Además, tomaron a un centenar de personas como rehenes, entre ellas a los mexicanos Ilana Gristzewky y Orión Hernández, quienes hasta la redacción de este reportaje continuaban desaparecidos.

Preguntar por el paradero de Dios en la cuna de las tres religiones monoteístas más extendidas en el mundo, parece un contrasentido. Es en esta costa del Mediterráneo donde surgieron el judaísmo, el cristianismo y el islam, cuyo origen común es el personaje bíblico Abraham, “padre de multitudes”. Por lo tanto, donde más debería sentirse la presencia divina es allá, en Jerusalén, donde se erigieron el Noble Santuario de los musulmanes y el Monte de la Casa de los cristianos y judíos, símbolos de su devoción. Pese a ello, en estos días donde los bombardeos arrecian, se evidencia la ausencia divina; al menos así lo percibió la mujer que sufrió el asesinato de su familia aquel sábado por la mañana en tierra santa.

Los integrantes de Hamás son “animales humanos”, calificó el ministro de defensa Yoav Gallant al día siguiente de los ataques a Israel, cuando anunció el comienzo del “asedio completo” a Gaza, que consistió en cortar la electricidad, el gas, el agua y los alimentos a los casi dos millones de palestinos civiles encerrados en aquella franja de 360 kilómetros cuadrados de superficie.

Seis días después de la incursión de Hamás, Israel respondió con una serie de ataques a Gaza que cobraron la vida de más de diez mil palestinos durante el primer mes de la ofensiva. El castigo colectivo es severo a los ojos de Save the Children, pues sus registros confirman la muerte de tres mil 195 niños y niñas en tres semanas. La cifra supera al número anual de infantes asesinados en las zonas de conflicto de todo el mundo desde 2019, aseguró la organización no gubernamental enfocada en proteger a la infancia de la violencia, objetivo que está lejos de conseguirse en Gaza.

Esta confrontación, a la vista de muchos, es desigual por el poderío bélico de Israel. Los inicios del conflicto no son recientes; se remontan hacia finales de la Primera Guerra Mundial y desde entonces se han desarrollado diversos capítulos en menos de ochenta años. Por el enlace indisoluble de religión, historia, geopolítica y economía, no parece haber un final inmediato. Al enfrentamiento se añade la posición de los países aliados a Israel, quienes manifestaron su respaldo total a la contraofensiva judía:

“Hoy, nosotros —el presidente Macron de Francia, el canciller Scholz de Alemania, el primer ministro Meloni de Italia, el primer ministro Sunak de Reino Unido y el presidente Biden de los Estados Unidos— expresamos nuestro apoyo firme y unido al Estado de Israel, y nuestra condena inequívoca a Hamás y sus atroces actos de terrorismo”, reza un comunicado de la Casa Blanca fechado el 9 de octubre, donde advierten a las naciones simpatizantes de los palestinos que ni se les ocurra meter las manos: “Nuestros países apoyarán a Israel en sus esfuerzos por defenderse a sí mismo y a su pueblo contra tales atrocidades. Destacamos además que este no es el momento para que ninguna parte hostil a Israel aproveche estos ataques para buscar ventajas”.

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Palestinos caminan por una zona destruida tras los ataques aéreos israelíes en la ciudad de Gaza. Imagen: EFE / Mohammed Saber

La suma de las potencias colonialistas opaca el discurso del Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterres, pronunciado el martes 24 de octubre, en el que razonó el ataque de Hamás, después de condenarlo. “Nada puede justificar matar, herir y secuestrar deliberadamente a civiles, ni el lanzamiento de cohetes contra objetivos civiles”, apuntó, pero enseguida esbozó las causas de la reacción musulmana en Gaza:

“Es importante reconocer también que los ataques de Hamás no ocurrieron de la nada. El pueblo palestino ha sido sometido a 56 años de ocupación asfixiante. (Los palestinos) han visto sus tierras constantemente devoradas por los asentamientos (israelíes) y plagadas de violencia. Su economía fue asfixiada. Su gente fue desplazada y sus hogares demolidos. Sus esperanzas de una solución política a su difícil situación se han ido desvaneciendo”.

El posicionamiento fue acallado y se diluyó en el tiempo. En tanto las hostilidades se mantienen en la franja de Gaza, donde también se restringió de una forma severa la ayuda humanitaria.

ABRAHAM, EL PADRE BÍBLICO Y BIOLÓGICO

Judíos y musulmanes descendieron del mismo hombre, Abram, quien cambió su nombre a Abraham cuando encontró a Dios; así lo plantean El Corán y La Biblia. Nació en Ur y vivió entre los años 2000 y 1500 antes de la era cristiana; se casó con su media hermana Saray —quien cambió su nombre a Sara— y cuando Dios le prometió que sería el fundador de una gran nación, comenzó una vida nómada para dispersar la palabra divina. Abraham y Sara vivieron un tiempo en Egipto, de donde fueron expulsados porque el profeta mintió a sus habitantes respecto a su relación de pareja: a Sara la presentó solo como su hermana y no como su esposa. En esta estancia y a sus 86 años de edad, el profeta embarazó a la esclava egipcia Agar, con quien procreó a Ismael. Los musulmanes consideran a Ismael antepasado de Mahoma, fundador del islam.

Tiempo después, a los cien años de edad, Abraham embarazó a Sara, de noventa años; el hijo que procrearon se llamó Isaac. Es precisamente a él a quien la tradición judeocristiana considera legítimo porque, a pesar de que los padres eran medios hermanos, se habían casado conforme a los protocolos de la época.

El capítulo de la vida de Abraham en que debe sacrificar a uno de sus hijos para honrar a Dios, genera polémica entre judíos y musulmanes, porque los primeros aseguran que se trató de Isaac y los segundos de Ismael. El texto sagrado de los cristianos refiere en el Génesis 22:1-19 que: “Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: ‘Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré (…)’. Y cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña. Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo”. Isaac sobrevivió gracias a la intervención de un ángel que señaló a un cordero enredado en un zarzal para intercambiarlo por el joven. A Isaac los judíos lo veneran como el patriarca y en La Biblia se le reconoce como el “único” hijo, el primogénito.

En tanto, en El Corán no se identifica el nombre del hijo de Abraham que debía ser sacrificado, de ahí la polémica respecto a si era Isaac o Ismael, aunque las tradiciones musulmanas dan por hecho que este último era el elegido como ofrenda a Dios. Para los musulmanes Abraham, es el “modelo de obediencia a Dios”, es su amigo y “nadie puede ser mejor en religión que aquellos que lo siguen”, se lee en el texto sagrado. A él le atribuyen la fundación del santuario La Meca y el comienzo de la peregrinación islámica a este sitio. Es el personaje más referido en El Corán, con 69 apariciones. Aquel antecedente emparenta a judíos y musulmanes, quienes han coincidido en el territorio que se disputan.

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"Sacrificio de Isaac" (1594-1596), de Caravaggio.

Ahora bien, si se requiere más certeza sobre el parentesco entre musulmanes y judíos, se cuenta con las pruebas de ADN obtenidas por Michael Hammer, genetista de la Universidad de Arizona en Tucson, quien descubrió que ambos grupos “son primos del cromosoma Y”. El estudio, publicado por la revista Science en octubre del 2000, confirmó la relación estrecha de las dos poblaciones. Más del 70 por ciento de los hombres judíos y la mitad de los hombres árabes cuyo ADN se estudió, “heredaron sus cromosomas Y de los mismos antepasados paternos que vivieron en la región (Medio Oriente) en los últimos miles de años”. El trabajo de Hammer despertó la curiosidad de su colega y colaboradora Ariella Oppenheim de la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien examinó los cromosomas Y de 119 judíos cuyos antepasados habitaron Francia, Alemania, Polonia y Rusia, así como de 143 árabes israelíes y palestinos.

“Muchos de los individuos judíos descendían de antepasados que presumiblemente se originaron en el Levante (región de Israel y el Sinaí), pero se dispersaron por el mundo antes de regresar a Israel en las últimas generaciones; la mayoría de los árabes podían rastrear su ascendencia hasta hombres que habían vivido en la región durante siglos o más (…) Segmentos cortos de ADN, llamados microsatélites, eran lo suficientemente similares como para revelar que los hombres debieron haber tenido ancestros comunes en los últimos miles de años”, revela el artículo científico (texto de Ann Gibbons publicado por Science el 30 de octubre del 2000).

El monte que Dios eligió para realizar el sacrificio, Moriah, resulta ser uno de los lugares más disputados entre musulmanes y judíos. En esta zona de poco más de 14 hectáreas confluyen los símbolos fundamentales de las tres religiones monoteístas. Su superficie equivale a la ocupada por la basílica de San Pedro, la Capilla Sixtina y la plaza donde se asientan en el Vaticano.

Ahí se halla la Explanada de las Mezquitas, que para los seguidores del islam representa El Noble Santuario de Jerusalén y es el tercer sitio más sagrado después de La Meca y Medina. A la explanada la flanquea el Muro de los Lamentos, donde rezan los judíos, vestigio del Templo de Jerusalén construido durante el reino de Herodes el Grande. Este muro sagrado sostenía a la mezquita de AlAqsa, desde donde Mahoma comenzó su viaje, primero a La Meca y luego al cielo. Su ascensión la hizo montado en al-Buraq al-Sharif, ser mitológico con cuerpo de caballo, alas de ángel y rostro humano, para recibir de manos de Alá El Corán. También, muy cerca, está la iglesia del Santo Sepulcro, el lugar más icónico para el cristianismo.

Antes de la Primera Guerra Mundial, con la presencia de pocos judíos en Jerusalén, la convivencia con los musulmanes era pacífica, después ya no. ¿Con quién está Dios? El compromiso con la divinidad es muy fuerte en judíos y musulmanes, a tal grado que los segundos entregan su vida por Alá. Acaso por este motivo Hamás tiene claro que habrá una batalla final, que el fin del mundo está cerca y todo cambiará después del apocalipsis.

EL NUEVO ESTADO

La dispersión judía por el mundo comenzó en el año 70 antes de la era cristiana a raíz de la destrucción, a manos de las tropas romanas de Tito, del Segundo Templo de Jerusalén que se había construido en la explanada del monte Moriah. Desde entonces y hasta 1948, vivieron en diversos países en los cuales se manifestaba un antisemitismo feroz, como ocurrió en la Alemania nazi. En tanto, al sur de la región de Canaán, como se le llamaba en la antigüedad a la actual Palestina, habitaba el pueblo de los filisteos, navegantes procedentes del Mediterráneo y que pudieron haber sido los antecesores de los palestinos.

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El monte Moriah es uno de los lugares más disputados entre musulmanes y judíos. Imagen: Flickr / brionv

En la disputa por Oriente Medio, la intervención de Francia y Reino Unido en 1916 explica la división actual del territorio. Ambos países firmaron los acuerdos Sykes-Picot, donde se atribuyen la autoridad para repartirse las zonas que pertenecían al Imperio Otomano, derrotado en la Primera Guerra Mundial.

En el periodo de entreguerras se fue transformando el mapa europeo. El Imperio Otomano que gobernó por cuatrocientos años la región de Palestina, desapareció ante los embates de Gran Bretaña y Francia. Las potencias coloniales europeas, conducidas por el gobierno francés, intervinieron en la conformación de mandatos como el de Libia y Siria. En tanto, los británicos consumaron un pacto con los judíos por medio de la declaración de Balfour, llamada así por el ministro de Exteriores Arthur Balfour, artífice del documento firmado también por Lionel Walter Rothschild, líder de la comunidad judía en Gran Bretaña.

En aquel escrito el funcionario británico sostuvo: “El gobierno de su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo, quedando claramente entendido que no debe hacerse nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político que disfrutan los judíos en cualquier otro país”.

Este fue el ingrediente que animó a los judíos dispersos por Europa a reagruparse y regresar a la tierra prometida.

A esta historia se le añade el sionismo. De acuerdo a la definición de la Jewish Virtual Library, se define como “el movimiento nacional por el regreso del pueblo judío a su patria y por la reanudación de la soberanía judía en la Tierra de Israel”. Lo que pretende es que los judíos se restablezcan en la región de Palestina donde se asienta Jerusalén, también conocida como Sion.

En aquel momento coyuntural, la presencia del periodista Theodor Herzl fue determinante para fundar el sionismo como una respuesta al antisemitismo imperante en Europa. En 1896 Herzl publicó Der Jundestaat, obra considerada como la clave para entender al sionismo político. Los fundadores de este movimiento fueron intelectuales profundamente nacionalistas, quienes asumieron que la única forma de combatir el antisemitismo era a través de la creación de un Estado propio. Y aunque el sionismo representaba a una minoría judía, específicamente procedente de Rusia, el liderazgo de los judíos austriacos y alemanes logró trascender.

Para el asentamiento de Israel se identificaron diversos lugares, pero al final optaron por Palestina por ser un sitio sagrado de las religiones monoteístas. En 1948 se fundó por decreto el Estado de Israel, mediante un acuerdo tomado en la naciente Organización de las Naciones Unidas (ONU). Aunque se había planteado la posibilidad de reconocer también a Palestina como un Estado Árabe, no se tuvo el respaldo de las demás naciones; desde aquel momento hasta ahora, no existe la disposición para reconocerla como tal. La resolución de la ONU y la liberación de judíos de los campos de concentración nazi aceleraron la migración hacia Palestina.

En cuanto a la partición del territorio propuesta por la ONU, consistió en la entrega de tres fracciones para el Estado judío y otras tres para los árabes. Esta división no tuvo continuidad geográfica: a los árabes les cedieron un área al norte, otra más extensa en el centro-norte, y al sur una zona en ángulo cuyas fronteras colindan con Egipto y el mar Mediterráneo. La mayor parte de la costa mediterránea, sin embargo, se quedó en manos del nuevo Estado israelí. Esta partición no satisfizo a los árabes porque se entregaron las zonas más fértiles a los recién llegados. Tampoco dejó conforme a algunos judíos que pretendían obtener la totalidad del territorio.

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Plan de Partición de Palestina de la ONU. Imagen: Wikimedia

POTENCIA BÉLICA DESDE SU ORIGEN

Una vez que se proclamó el Estado de Israel, los árabes se levantaron en armas el 14 de mayo de 1948, sin éxito. Aquella guerra de un año modificó desfavorablemente las fronteras de los musulmanes, pues Israel ocupó más del 70 por ciento del territorio palestino. Este avance geográfico fue avalado nuevamente por la comunidad internacional reunida en la ONU. En esta recomposición violenta, Palestina perdió la parte norte, redujo el territorio central, se despidió de su porción al sur y se quedó con una mínima franja al oeste, la de Gaza, un territorio de 360 kilómetros cuadrados.

Los musulmanes fueron expulsados de las tierras perdidas en la batalla, lo que originó un problema agudo de refugiados. La estadística arrojó que cuatro de cada cinco árabes fueron desterrados hacia Líbano, Siria, Jordania, el desierto de Sinaí, en menor medida Egipto y una buena parte a Gaza y Cisjordania.

Actualmente los campos de refugiados palestinos dispersos en torno a Israel, albergan a siete millones de árabes. En Siria están los asentamientos más importantes y poblados. Sus habitantes son descendientes de los casi 800 mil palestinos expulsados en la confrontación de 1948.

Los países árabes que colindan con Israel no reconocieron su constitución como Estado. Esto generó un clima adverso para los judíos, quienes a pesar de estar rodeados, lograron en un par de ocasiones sacudirse las agresiones bélicas.

La Guerra de los Seis Días fue el conflicto armado más corto con impactos severos. Ocurrió entre el 5 y el 10 de junio de 1967, periodo en que los ejércitos de Egipto, Siria y Jordania se enfrentaron a Israel, quien los derrotó antes de que comenzara el asalto árabe. Los judíos tomaron la iniciativa y bombardearon las fuerzas aéreas de Egipto y de Siria. Este ataque sorpresa fuera del territorio israelí fraguó la victoria.

Con su triunfo, Israel duplicó su tamaño, puesto que se apropió de la península del Sinaí, que pertenecía a Egipto; a Siria lo despojó de los Altos del Golán y Jerusalén Este, y a Cisjordania de Jordania. Israel no tenía contemplada esta guerra en la que arrasó, al extremo de no saber qué hacer con los territorios obtenidos, de acuerdo al análisis del historiador Kenneth Stein, profesor de Historia de Medio Oriente y Ciencia Política en la Universidad Emory de Georgia, Estados Unidos.

Seis años después ocurrió la guerra de Yom Kipur, entre el 6 y 25 de octubre de 1973. Los árabes querían recobrar los territorios de Sinaí y los Altos del Golán, así como el canal de Suez, pero no lo lograron en la batalla, sino por la intervención de las Naciones Unidas que propició el cese al fuego en dos momentos y persuadió a Israel de regresar la zona del Sinaí a Egipto y los Altos del Golán a Siria para acordar la paz.

En las guerras de 1967 y 1973 se demostró la potencia militar de Israel, capaz de derrotar a sus enemigos árabes en una lucha simultánea en todos sus frentes. Posee también armas nucleares proporcionadas por Francia en los años cincuenta y desde su conformación como Estado cuenta con el apoyo de Estados Unidos y los países europeos.

Para terminar con la guerra de Yom Kipur no se aceptaron los acuerdos, pero esto obligó a Occidente a involucrarse más en el conflicto. La presión sobre Egipto le llevó a firmar un acuerdo de paz con Israel y normalizó de inmediato sus relaciones diplomáticas, distanciándose así de Palestina.

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Soldados israelíes durante la Guerra de los Seis Días. Imagen: Wikimedia

Siguieron en 1987 la Primera Intifada, conocida como la Guerra de las Piedras, protagonizada por Hamás y la Organización para la Liberación Palestina (OLP). En 1989, Israel capturó a Áhmad Yasin, líder e ideólogo de Hamás, quien fue condenado a cadena perpetua en 1991.

En 1993 ocurrió una serie de atentados suicidas de Hamás. Según versiones, la acción se tomó como venganza por el asesinato de 29 palestinos en 1994, a manos del médico judío Baruch Goldstein en una mezquita de Hebrón.

Los primeros cinco años del siglo XXI surgió la Segunda Intifada, avivada por la visita del político Ariel Sharon al Monte del Templo. Los palestinos lo consideraron una provocación y comenzaron una serie de ataques contra la población judía. Se contabilizaron más de mil israelíes y por lo menos tres mil palestinos muertos.

En 2005, Israel salió de Gaza y al año siguiente Hamás obtuvo la victoria en las elecciones, aunque fracasó al intentar formar un gobierno de coalición con el partido Al Fatah, por lo que los palestinos se dividieron en 2007.

En 2008, 2012, 2014, 2021 ocurrieron las guerras en Gaza. Luego vino el fatídico 7 de octubre de 2023

GAZA, UNA FRANJA CONVULSA

Gaza alberga a 2.4 millones de árabes. Es la tercera zona más densamente poblada del planeta, con cinco mil 749 habitantes por kilómetro cuadrado. El 80 por ciento de su población ha vivido bajo el régimen de la ocupación militar; se trata de jóvenes que desde el 2007 viven encerrados. Toda la frontera está controlada por Israel o por Egipto, quien ahora es un aliado judío. En Gaza están aislados. Israel levantó un muro de 65 kilómetros de largo por seis de alto, armado con alambre de púas, cerca de metal y una barrera subterránea de concreto. Se equipó con cámaras, radares y sensores de movimiento tanto aéreos como subterráneos para detectar túneles palestinos. Solo se permite acercarse trescientos metros de distancia del muro, y este permiso solo lo tienen los agricultores que lleguen caminando; a los cien metros del muro es zona prohibida. De la barrera de concreto subterránea no se revela su profundidad. En el territorio israelí se levantan torres de observación y después de estas hay barreras de arena para entorpecer el avance de intrusos.

A pesar de todos estos mecanismos de seguridad, aquel sábado fatídico se violentaron 29 sitios del muro de hierro. Aunque las Fuerzas de Defensa de Israel informaron que en algunos puntos había torres de vigilancia situadas a 150 metros, los integrantes de Hamás no encontraron resistencia.

Hamás arrojó explosivos mediante drones, disparó cohetes, sobrevoló la frontera en alas delta y paracaídas, colocó explosivos a lo largo de la cerca y penetró por las secciones dinamitadas conduciendo motocicletas; también amplió la brecha utilizando excavadoras. Así logró colarse y consumar el ataque.

Hamás es el acrónimo de Movimiento de Resistencia Islámica, que fue fundado en 1987 por Ahmed Yassin durante la Primera Intifada, el levantamiento palestino contra la ocupación judía. Llegó al poder político en Gaza mediante elecciones en 2006 y, desde su origen, ha combatido bélicamente a Israel, país que, junto con Estados Unidos, lo cataloga como un grupo terrorista.

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Una familia palestina corre para ponerse a salvo durante un bombardeo israelí sobre Gaza, el 23 de octubre. Imagen: EFE / Mohammed Saber

La incursión del 7 de octubre colocó a Hamás como el villano de este conflicto añejo, pero la respuesta violenta de Israel ha cambiado los papeles en ciertos sectores de la opinión pública.

La feria del libro más importante del mundo, la de Fráncfort, fue blanco de críticas porque sus organizadores decidieron cancelar la ceremonia en la que entregarían el premio LiBeraturpreis a la escritora palestina Adania Shibli. Diversos grupos boicotearon el festival alemán.

El 19 de octubre, judíos estadounidenses integrantes de la organización If Not Nowy Jewish Voice for Peace, se congregaron en el Capitolio para exigir al congreso y a Joe Biden abogar por el alto al fuego.

En Londres, decenas de miles de manifestantes marcharon el 21 de octubre para exigir a Israel que detuviera los ataques.

En México, en octubre y al comienzo de noviembre salió la gente a las calles para protestar contra los bombardeos israelíes.

Sin embargo, aquellas manifestaciones no son escuchadas por el actual primer ministro israelí Benjamín Netanyahu al afirmar, sustentado en La Biblia, que este es el tiempo para la guerra, no para la paz: “Del mismo modo que Estados Unidos no habría aceptado un alto al fuego después del bombardeo de Pearl Harbor o después del atentado terrorista del 11 de septiembre, Israel no aceptará un cese de hostilidades con Hamás tras los horrendos atentados del 7 de octubre (…) Se le pide a Israel que se rinda ante Hamás, ante el terrorismo y se entregue a la barbarie, y eso no pasará (…) La Biblia dice que hay un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra y este es un momento de guerra, una guerra por un futuro común”.

Las declaraciones del político calaron hondo en Médicos sin Fronteras, organización no gubernamental que intenta ayudar a los heridos de la confrontación. “Pedimos un alto al fuego inmediato que salve las vidas de los gazatíes y restablezca el flujo de ayuda humanitaria del que depende la supervivencia de la población de Gaza”, expresaron en un comunicado difundido en su página oficial de Internet.

Según las cifras del Ministerio de Sanidad palestino, el 62 por ciento de las víctimas mortales han sido mujeres y niños. Hasta el 23 de octubre, 72 instalaciones sanitarias habían sido atacadas en Gaza de acuerdo a los registros de la Organización Mundial de la Salud. “Hemos visto y oído las historias del infierno que se están desatando en Gaza —expresó el presidente internacional de Médicos Sin Fronteras, el doctor Christos Christou—. Personas indefensas están siendo sometidas a horribles bombardeos. Las familias no tienen dónde huir o esconderse. Un cese al bombardeo es la única forma de que la población de Gaza encuentre seguridad y la ayuda esencial que necesita urgentemente. Hay tanta gente que necesita ayuda. Lo que el personal médico puede hacer no es más que una gota en el océano comparado con las inmensas necesidades. Nuestros equipos que siguen trabajando en Gaza están agotados y aterrorizados”.

No solo los médicos están aterrorizados; los periodistas también han sido blanco en estos embates. Según el Comité para la Protección de Periodistas, para el primero de noviembre habían muerto 31 reporteros, de los cuales 26 eran palestinos, cuatro israelíes y uno libanés.

“¡Dios! ¿Dónde estás en este momento?”, resuena la imploración que no solo salió de la boca judía, sino también de la palestina.

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