Siglo Nuevo

Entrevista

Jeannette L. Clariond, tras el mito de Coyolxauhqui

"Un gobierno que realmente se precie, que represente a todos los ciudadanos y todas las ciudadanas, debe realmente de escuchar, no de traspapelar."

Imagen: Saúl Rodríguez

Imagen: Saúl Rodríguez

SAÚL RODRÍGUEZ

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Jeannette L. Clariond. Imagen: Cortesía

La noche enfriaba el 21 de febrero de 1978 en Ciudad de México. Trabajadores de la Luz y Fuerza del Centro realizaban una excavación de rutina en las calles de Argentina y Guatemala. A metro y medio de profundidad, la maquinaria topó con una gran piedra. El golpe anunció un descubrimiento: sobre el relieve de la roca apareció una mujer desmembrada. Se trataba de Coyolxauhqui, la diosa de la luna en la mitología mexica, asesinada por su hermano Huitzilopochtli en el Cerro de Coatepec. La poeta mexicana Jeannette L. Clariond toma este mito e intenta dar forma a un presente donde las mujeres son violentadas.

En El universo de Quetzalcóatl (1962), la antropóloga Laurette Séjourné escribe que el antiguo México “era un mundo donde la marcha del cosmos estaba considerada un asunto de Estado”. El mito de Coyolxauhqui lo ejemplifica: la diosa Coatlicue, la madre tierra, barría como penitencia en el Cerro de Coatepec, cuando quedó embarazada por un cúmulo de plumas que cayeron del cielo y guardó en su vientre: “Como una pausa en el olvido / las plumas se esparcieron / sobre los senos de la Luna”. Al enterarse, su hija Coyolxauhqui entró en cólera, pensó que la había fecundado un desconocido en el Templo de los Dioses, consideró el acto como una ofensa y reunió a sus hermanos los centzon huitznáhuah (las estrellas que acompañan la noche) decidida a matar a su madre.

Coyolxauhqui llegó al Cerro de Coatepec. Entonces Coatlicue dio a luz a Huitzilopochtli, quien investido de guerrero y con una serpiente de fuego encaró a su hermana, a quien decapitó y arrojó sus restos desde lo alto del cerro, luego venció a sus hermanos. Coyolxauhqui fue desmembrándose en la caída. La escena sería representada por los mexicas con los sacrificios humanos realizados en la cima del Templo Mayor de Tenochtitlan. La batalla entre Coyolxauhqui y Huitzilopochtli es la misma que realizan la luna y el sol, el día y la noche. La diosa está desmembrada porque asemeja a las distintas faces lunares.

—Ante el deseo de respuesta, ante la incertidumbre, lo que los antiguos mexicanos hicieron fue crear estos mitos, pero también escribir en sus códices el pensamiento en torno a esta mitología.

Jeannette L. Clariond (Chihuahua, 1949) se encuentra en Akadem, un espacio destinado a las artes y el emprendimiento en San Pedro Garza García, Nuevo León. La editorial Vaso Roto, de la cual es fundadora, organiza una plática con el poeta argentino Hugo Mujica. Antes del evento, la autora entra a una cabina de audio tapizada por paneles acústicos. La acompaña su esposo, el empresario Santiago Clariond. Se dispone a hablar sobre Las diosas del agua, poemario publicado en Estados Unidos como Goddesses of Water por World Poetry Books, con una traducción realizada por Samantha Schnee.

La vida es poética en su totalidad y en la poesía se debe mostrar la transparencia de uno mismo. Jeannette alaba el trabajo que Laurette Séjourné logró sobre la cosmogonía de la antigua Mesoamérica. Asegura que en el México antiguo existieron matriarcados donde la mujer era respetada. Las diosas del agua es un homenaje a la diosa Coyolxauhqui y a las mujeres de México, cuyo panorama actual no es alentador.

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Monolito de Coyolxauhqui. Imagen: INAH

Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), durante 2022 se registró la muerte de tres mil 754 mujeres en México. Dos mil 807 de ellas murieron por homicidio doloso. Sólo el 947 del total de las muertes (es decir, el 33 por ciento) se investigaron como casos de feminicidio. En promedio, diez mujeres son asesinadas al día en este país. “Si breve era su viaje, / ¿por qué acompañar / no pudimos su descenso?”.

En 2020, durante una de sus conferencias matutinas, el presidente Andrés Manuel López Obrador culpó al neoliberalismo por los feminicidios en el país. Para Jeannette L. Clariond esa respuesta transita en lo superficial y carece de empatía. “Mi cuerpo cae en el agua / Mi cuerpo ha sido violado; mis restos en bolsas de plástico / arrojados a la ciénega”. Pero asume que las mujeres tampoco han sabido ver lo que es la mitología, que el feminismo se ha entendido desde términos económicos y de oportunidades.

—Siento que mi compromiso con la mujer es pedir que miremos hacia atrás, que pongamos nuestros ojos en las enseñanzas traídas a la actualidad de lo que nos han enseñado, porque no hemos sabido leer. Hay muy poca gente que sabe quién es Colyoxauhqui, hay muy poca gente.

Los seres humanos estamos marcados por el sufrimiento de nuestros antepasados, especialmente el de las mujeres que nos antecedieron. ¿Cómo experimentas esa herencia del dolor femenino?

Pienso que el dolor humano no puede compartirse, por eso digo (en el libro) que no lo puedo compartir. Vengo de una familia donde existió mucho dolor, como lo leíste en Cuaderno de Chihuahua (Fondo de Cultura Económica, 2013). El dolor no debe ser una tragedia, debe ser la posibilidad de sublimarlo en arte. En mi caso, en poesía. Es muy poco lo que yo puedo hacer, es muy poco. Yo no estoy en política, yo estoy en poesía. Pero la palabra poética tiene fuerza. Siento que, a través de la televisión y de los noticieros me duele lo que pasa, pero me dolería cuatro millones de veces más si lo viera todos los días en las calles: si yo fuera un policía, si yo fuera una madre. Tengo una amiga abogada en Ciudad Juárez que ve a las madres de las mujeres muertas y tiene muchos años en eso, porque eso empezó hace muchos años en Ciudad Juárez. Es un tema que se ha banalizado. El dolor es un tema muy personal porque cada quien lo enfrenta de manera distinta y tiene diferentes maneras de expresarlo. En el dolor hay procesos: primero viene la rabia, luego la resignación, pero ante lo que pasa en México no cabe la palabra resignación, cabe la indignación, que son dos cosas totalmente distintas. En lo personal me siento indignada porque no se les atiende, porque se llegó a decir a nivel federal que las mujeres muertas tienen que ver con el neoliberalismo. Lo que me pregunto es, desde Antígona, que creo es la primera feminista de nuestra historia al querer dar sepultura digna a su hermano muerto: ¿estamos igual o estamos peor?

Los griegos hablaron de la tragedia y Aristóteles la analizó a través de la catarsis, como la representación de una tragedia para que el espectador genere una catarsis. Pero aquí no estamos representando, aquí estamos viviendo en carne propia lo que todos los días pasa en nuestro país. Y sigue pasando, ¡ayer fueron seis! (mujeres asesinadas). Si sigue pasando es que no hemos encontrado una solución. Yo tampoco tengo la solución. Lo que sí sé es que las marchas no están dando los resultados. Tenemos cuatro años con marchas y cuatro años con el incremento de mujeres muertas todos los días y crímenes impunes.

En 2022, poco más de dos mil mujeres murieron por homicidio doloso en México. Sólo el 33 por ciento de esas muertes se han investigado por feminicidio. En lo que va del actual sexenio, en promedio, son asesinadas diez mujeres al día. ¿De qué manera se le puede dar lectura a estas cifras a partir del mito de Coyolxauhqui?

No hemos sabido leer los mitos. Cuando se exigió que España pidiera perdón me pareció un descalabro, verdaderamente, porque todos los países, de una manera o de otra, hemos sido conquistados. Hemos sido arrojados. Fuimos expulsados del paraíso, fuimos expulsados del vientre materno y fuimos expulsados de la república de las letras de Platón. Vivimos en una eterna expulsión y el anhelo del ser humano es regresar a ese origen, pero de una manera adecuada, con un paraíso mítico, regresar a la ceniza o un regreso a la cuarta edad, a la memoria. La Coyolxauhqui cae fragmentada de la cima del templo porque su hermano Huitzilopochtli —que es el Sol—, la decapita, lanza su cabeza al cielo —que es la luna—, y su cuerpo cae desmembrado. Ese cuerpo que cae desmembrado está en la idea universal, no desde el desmembramiento, sino desde la desintegración de la materia. O visto desde una perspectiva de Simone Weil, dice que tenemos que desintegrar el ser para volverlo a crear. Decrear para crear. También lo vio así Paul Celane: decrear el lenguaje. A partir de Coyolxauhqui, cuando ella cae y es encontrada en las construcciones del Templo Mayor, cuando iban a construir el metro, se encuentran esta figura que la descubre Eduardo Matos Moctezuma. Laurette Séjourné elabora el mito, pero ella misma lo corrobora. Yo hablé varias veces con Matos Moctezuma y refutó la idea de Laurette Séjourné alegando que ella era esotérica. Yo no veo nada de esotérico porque ella lo comprobó. ¿Cómo lo comprobó? A través del estudio de los astros, ella fue arqueóloga in situ en Teotihuacán. Estuvo trabajando en la pirámide de Teotihuacán que era toda policroma y ella me lo dijo personalmente. Fui a verla a México, en su casa, en la calle Cerro del Agua, me dijo que estaba en la Pirámide del Sol.

Cuando Venus alcanza su cenit en su ciclo sinódico, proyecta sobre la Pirámide de la Luna, que está a mano izquierda, un juego de luces y sombras a manera de reloj. Al quedarse esa noche y ver ese juego de luces y sombras, al descifrar sus códices y al descifrar el movimiento de los astros, Laurette Séjourné encontró que en Venus, que es estrella matutina (en su ciclo sinódico) y estrella vespertina… por eso yo pongo: “Se desprendían las fases de la luna”. Si ellos veían que la luna era nueva, menguante, luna llena, la simbolizaron sabiamente con Colyoxauhqui. La diosa y la luna están despedazadas. Entonces, para que la luna vuelva a resurgir otra vez, entera, en toda su luz, se tiene que desintegrar. Tiene que ser sombra a veces, oscurecerse y no aparecer en el firmamento, como el sol. Los antiguos pudieron descifrar esta lucha cosmogónica entre el día y la noche, entre el sol y la luna, entre la materia y el espíritu.

Los antiguos mexicanos no trataron a la mujer como se le trata ahora. Ellos tuvieron una época donde existió el matriarcado y figuras tan antiguas como Cuicuilco o Tlatilco, muestran que se practicaba la esteatopigia, es decir, se añadía grasa en las caderas de las mujeres, en las figuras, para dar importancia y dignidad a la mujer, porque la mujer es la tierra, la que es fecundada. Ella simboliza el alimento y Quetzalcóatl el alimento espiritual. Quetzalcóatl, como Coyolxauhqui, son dios y diosa que son luz y creadores de luz, pero los dos tienen que oscurecerse: Quetzalcóatl yendo al Mictlán y la luna desapareciendo en el firmamento, para los dos resurgir.

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Imagen: Saúl Rodríguez

LEGADO DEL MITO

Los primeros poemas del libro están estructurados como si fuesen pirámides invertidas. ¿Hacia dónde se dirigen esos escalones? Jeannette responde que hacia el Mictlán y el Omeyocán, el inframundo y el punto más alto de los trece cielos para los mexicas. Denuncia que en la escuela no se enseña a descifrar los mitos, ni los cantos ni los poemas. Insiste en que se debe apreciar la espiritualidad del México antiguo, que los propios mexicanos son los nuevos colonizadores al negar la raíz de los pueblos originarios, que la construcción de los mitos no debe abordarse como una historia alejada de nuestros días.

—Un psicoanalista que ya murió alguna vez dijo: “Dime tu historia y te diré tu mito”. Es decir, constantemente estamos construyendo mitos sobre nosotros mismos, cuando somos incapaces de asumir la realidad o de vernos en realidad como somos.

Más adelante, la autora plasma 52 fragmentos de versos trípticos, un número que corresponde a la multiplicación de los trece cielos por los cuatro lados de una pirámide y la consecuente fragmentación de la diosa. Según el calendario mexica, el mundo estaba destinado a destruirse cada 52 años. Al llegar a la cima del Omeyocán, el ser humano debe caer como cae Coyolxauhqui: fragmentado. “La herida hierba / resurge / tras el paso del caimán”. Es la imagen que Laurette Séjourné desveló de Quetzalcóatl como el dios que desciende para crear la Quinta Era, el Quinto Sol. Es la decreación, el destruir para crear, como propone la poeta canadiense Anne Carson inspirada en el pensamiento de Simone Weil.

Jeannette indica que nos debemos trasladar a una época antigua, donde solo exista la luz de los astros. Se necesita ese duelo, esa oscuridad para resurgir. La sección “ellas dejan de cantar” está poblada de versos que originalmente fueron dípticos, uno largo y otro corto. “Las diosas yacían en la humedad de los escombros / Evaporándose cetros de jade / realzaron el asombro del jazmín”. Al final, escribe un poema donde llama a Coatlicue y se expresa como parte de esas mujeres, porque cuando una mujer muere, dice, todas mueren.

—De eso trata Las diosas del agua, de que las diosas se manifiesten por lo que son, por su luz interior, por el conocimiento, por sus aportes, por lo que han traído al mundo “con el jade bajo su lengua”. Traer un jade bajo la lengua es traer toda la espiritualidad, todo lo que trae el agua con todas sus implicaciones, todo lo que trae culturalmente, porque jade no había en México (o lo traían de Oriente o de Guatemala en rutas comerciales). Creo que tenemos que volver a simbolizar el mundo, poner en su lugar a las piedras para volver a construir, no sólo pirámides, sino culturas y pensamientos desde una base más fundamentada en el saber que en el temer.

En el poemario citas de nuevo la idea de Gonzalo Rojas de haber visto llorar a la piedra. En La Biblia, Lucas dice: “Si ellos callan, las piedras hablarán”. La frase está en Torreón, en nuestro monumento a los desaparecidos. Olvido García Valdés escribe que el poema es como el paisaje, porque nos permite hablar con los muertos. ¿Qué papel juega el paisaje en este homenaje que haces a las mujeres desaparecidas?

El paisaje en este libro es la desolación. Me he dado cuenta que he estado hablando mucho de la muerte. Me impactó mucho la pandemia, tuve covid dos veces; innecesariamente te enfrentas a la muerte. Empecé a ordenar mis libros, a ver la muerte como un acto propio de la vida. Pasaron las noticias de una lluvia torrencial que hubo en Quito y vi cómo la lluvia arrastraba los cadáveres, por eso también está allí: “He visto los cuerpos muertos / ese es mi dolor a secas”, porque vi cómo la lluvia se llevaba a los muertos, se llevaba todo.

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Imagen: IG World Poetry Books

Este confrontamiento con la muerte y esta exacerbación que se dio durante la pandemia, de las adicciones, de los problemas maritales, me puso muy en contacto conmigo misma y el cómo estoy viendo que hay más violencia intrafamiliar; al convivir más tiempo encerrados, lo que tenía que aflorar iba a aflorar. Pero estos feminicidios… ¿en dónde están siendo archivados? El año pasado hicieron un monumento tan hermoso frente a Palacio Nacional… ¿qué puede sentir o dejar de sentir una mujer cuando le tiran lo que creó en honor a su desaparecida? ¿Por qué López Obrador no fue lo suficientemente inteligente para dejar un monumento a nuestras mujeres muertas y desaparecidas? ¡Es un homenaje! ¿Por qué destruye el homenaje? ¿Por qué no se les respeta ni siquiera lo que están diciendo, ni expresando si es arte, si es un duelo o la expresión de su dolor? Si él no escucha, entonces ¿quién las va a escuchar? ¿Por qué ponen a toda la Guardia Nacional y provocan tanta rabia, tanto dolor y tanta frustración, y les dice que 'es culpa del neoliberalismo'? ¿En dónde está esa relación? ¿Por qué minimizar el dolor ajeno?

Recuerdo un diálogo de Juan Rulfo en el cuento “Luvina” de El llano en llamas: “¿En qué país estamos, Agripina?”. Yo te pregunto: ¿En qué país estamos, Jeannette?

En un país sordo, con mujeres que sí quieren hablar de un dolor sordo ante el dolor de las mujeres. No estoy sólo a favor del dolor de la mujer, estoy a favor de que todo el dolor de los mexicanos se escuche. Que hoy se está haciendo más… yo no sé, porque yo no sé manejar números ni soy política, yo soy poeta; pienso y veo de manera diversa el mundo. Pero lo que veo es que las mujeres en México no están siendo escuchadas con el dolor que están cargando, que las mujeres en México no están siendo protegidas a la hora que salen de la escuela y de trabajar, que las mujeres en México y, sobre todo en Guerrero, están siendo vendidas a los doce y trece años, que hay prácticas que quieren dejar, pero que hay prácticas que se deben de revisar.

¿No te recuerda a la tragedia de Eurípides, cuando Helena dice: “Yo jamás estuve en Troya, fue sólo mi sombra”? Es similar a lo que pasa con muchas mujeres en México, viven en su sombra…

¡Viven en su sombra! O sea, la gente está tan ocupada en sus redes sociales, pero muchas veces esa red sirve solamente para desatar una hibris; en dónde estoy yo. Y entonces los dioses castigan a los hombres por su arrogancia. Aquí no se trata ni de castigos ni de recompensas, nada más se trata de una escucha justa, de una escucha sin que se critique, porque allí no hay altura. Si un gobierno no tiene la altura para escuchar con altura, va a dejar en el inframundo a las mujeres. Un gobierno que realmente se precie, que represente a todos los ciudadanos y todas las ciudadanas, debe realmente de escuchar, no de traspapelar. México no puede seguir así, estamos en el foco del mundo.

Has dicho que publicar un libro es un acto de fe, ¿cuál es la fe que habita en Las diosas del agua?

Eso. Lo presenté en Houston. El libro ha tenido mucha repercusión en Estados Unidos. En la librería de Houston les interesó el mito de Coyolxauhqui. Allí me comentaron: “Oye, mañana voy a México”. Dije: “Ve a Teotihuacán”. “¿A cuánto queda?”. “A 45 minutos de Ciudad de México, fíjate bien en la Pirámide del Sol”. Eso es lo que tendríamos que volver a hacer. Lo que es responsabilidad del Gobierno mexicano es hacer de México un país seguro para que volvamos a tener contacto con nuestros muertos: el paisaje del que habla Elsa Cross, porque el paisaje que veo en este libro es un paisaje interior; estoy viendo mucha sangre que quiere ser lavada por el agua.

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