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La pintora y el ladrón, dos personajes trágicos inmersos en el arte

El documental, que sigue el vínculo entre una artista y quien robó dos de sus obras, muestra que la creatividad puede ser un gran apoyo en el proceso de sanación, pero lo que en verdad cura es el amor.

La pintora y el ladrón, dos personajes trágicos inmersos en el arte

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RAÚL MORA

En el arte siempre ha existido una fascinación por los personajes trágicos, esos individuos sometidos por la vida a diversos tipos de sufrimiento, ya sea por decisiones propias o influencia externa, pero que a pesar de eso tienen aventuras apasionantes donde su mayor lucha es consigo mismos. Desde protagonistas de narrativas tan antiguas como Hamlet, Fausto, Elektra, Edipo y Madame Bovary hasta antihéroes modernos como Rick Blaine, Travis Bickle o Tony Soprano, han generado en espectadores y lectores sentimientos de identificación que muchas veces derivan en la idealización de esas figuras retratadas tan atractivamente.

Esto no sólo sucede en la ficción. Hay artistas, por ejemplo, cuya biografía ha cautivado lo mismo o más que su propia obra. Gente como Vincent Van Gogh, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Ian Curtis, Virginia Woolf y un largo y nutrido etcétera, han podido conjugar su complicada vida con sus creaciones.

El documental La pintora y el ladrón (2020), segundo largometraje del director noruego Benjamin Ree, sigue una hermosa relación entre personajes trágicos, a partir de la cual profundiza en la creación artística como medio de sanación, en la complejidad de los vínculos humanos y en los límites éticos en la representación del dolor.

El filme parte del siguiente suceso: en 2015, dos de las obras más importantes de la pintora checa Barbora Kysilkova fueron robadas de la galería Nobel en Oslo, Noruega. El acto quedó registrado en las cámaras de seguridad, permitiendo a la policía la rápida captura de los ladrones, aunque las pinturas no fueron recuperadas. La artista, intrigada por el paradero de sus cuadros, asistió al juicio y encaró a Karl-Bertil Nordland, uno de los responsables. A pesar de no obtener respuestas de su parte, se interesó en el sujeto al grado de proponerle modelar para un retrato. Nordland aceptó y de esta manera dio comienzo una amistad entrañable entre ambos.

El documental juega con las perspectivas de cada protagonista para establecer el ritmo de la narración, recurso similar al de La doncella (2016) de Chan-Wook Park. Primero se presentan los hechos contados por Kysilkova y después por Nordland, mostrando impresiones distintas (no por ello antagónicas) ante lo que sucede.

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DOBLE PERSPECTIVA

La primera parte, titulada “La pintora”, presenta la visión de Barbora, quien habla del robo y de cómo la afectó. Además se aprecia su técnica pictórica y se da a conocer su opinión sobre Bertil: menciona algunos aspectos que la cautivaron, como la decoración de su apartamento, pero principalmente su hipersensibilidad artística, la cual deja ver cuando rompe en llanto al ver su retrato terminado. El proceso de creación del cuadro se muestra por medio de un time lapse que permite apreciar cómo se gesta el arte desde la inspiración hasta la ejecución.

Este primer episodio sitúa al espectador en los zapatos de la protagonista de una manera profunda: vemos el porqué de la fascinación que sintió por este delincuente adicto, sensible y con un pasado complicado. De esta manera, el director hace creer que su largometraje será una exploración de un personaje trágico, pero cuando inicia el segundo capítulo, titulado “El ladrón”, esta perspectiva se modifica.

En la segunda parte conocemos más detalladamente la vida de Bertil, su relación con Barbora, su cotidianidad y la visión que tiene sobre la artista, de quien destaca su fascinación por la muerte. Este es, de hecho, el tema principal de sus obras, lo que permite entender algunas motivaciones que incluso la misma Barbora desconoce y por las cuales forja su amistad con el ladrón. Un personaje que se sabe autodestructivo reconoce que la otra persona, que también lo fue alguna vez, ahora se siente salvada por el amor; he ahí el interés de la pintora hacia él.

Por otra parte, la pregunta acerca del paradero de los cuadros no cesa. Bertil responde de la manera más honesta que no lo recuerda, ya que se encontraba demasiado drogado cuando sucedió el robo; pero advierte una falta de confianza por parte de la pintora.

Un elemento interesante del documental es el juego entre ficción y realidad. Muchas pláticas convencionales terminan estando llenas de revelaciones clave para la cinta. Resulta sospechosa la suerte del director para lograr captar esos momentos. Las charlas de la pintora con su novio, por ejemplo, parecen muy íntimas y construidas a conciencia. Pero esta duda sobre la verosimilitud de las escenas forma parte de la esencia narrativa de la película. No sabemos si algo es verdad, recreación o sencillamente no sucedió en la vida real y fue representado para la cámara. De esta manera se comienza a difuminar una historia que bien podría ser ficción. El espectador no puede saber qué tan real es lo que está presenciando.

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LOS LÍMITES DE LO REAL

Los retratos pueden ser dañinos. En el género documental, por ejemplo, muchas veces se presentan imágenes de una gran fuerza para causar impacto en el espectador; sin embargo, para conseguir estas tomas se abusa de la confianza de la persona frente a la cámara. Se la vulnera para usarla como un recurso efectista. En La pintora y el ladrón no sucede eso, pero en una escena donde Barbora habla con su novio Oysten, este le pregunta si no ve lo problemático de su relación con Karl-Bertil, haciéndole notar que pareciera que a ella sólo le interesa captar el dolor del ladrón, vulnerándolo para obtener mayores resultados estéticos (aunque no sea intencionalmente).

Ese mismo cuestionamiento ético se le puede plantear a los espectadores que, como buenos metiches (voyeurs, para conservar la pretensión) que son, encuentran en individuos cuyo dolor está a una distancia segura, un medio para pasar el rato. El público también debe tener responsabilidad al experimentar una obra artística. Tal como lo muestra el film maestro de Celine Sciamma, Retrato de una mujer en llamas (2019), el artista tiene que ver en el retratado a su coautor para que la obra sea resultado de la interacción entre ambos. Lo ideal sería que el espectador también se uniera a esa interacción: entender el dolor es trabajo de quien observa.

Sea como sea, la relación de seres autodestructivos en La pintora y el ladrón tiene un cierre feliz, pero desromantiza la supuesta propiedad terapéutica del proceso creativo. Este comentario ha salido a relucir en el caso de muchos artistas de reputación cuestionable que no muestran señales de superación personal o cambios positivos a pesar de su fructífera trayectoria.

El documental muestra que el arte puede ser un gran apoyo en el proceso de sanación, pero lo que en verdad cura es el amor, ya sea el que le tiene Barbora a su novio o Bertil a su padre, pero sobre todo el que surgió a partir de la amistad entre la pintora y el ladrón. Si ellos no se hubieran conocido, quizá el estancamiento para ambos hubiera continuado (o quizá no).

Los personajes trágicos siempre van a cautivar. Quienes toman el camino más complicado recorrerán lugares interesantes y atraerán retratistas que los quieran inmortalizar. Cuando el dolor une a dos individuos en esos rumbos dantescos, pueden lograr lo que muy pocos consiguen: unir la soledad de cada uno y convertirla en un fuerte abrazo al alma.

La pintora y el ladrón está disponible en Apple TV; también está en renta en Amazon y Google Play Movies.

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Escrito en: Raúl Mora La pintora y el ladrón The painter and the thief cine documental arte en el cine documental

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