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"Debemos tomar en cuenta que en este escenario de compromisos, negociaciones y pactos están incluidas las élites económicas dentro y fuera del país".

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CECILIA LAVALLE

Este año viene cargado de oportunidades y desafíos para nuestro país. Entramos a un proceso que implica redefinición de coordenadas, rumbo y, en consecuencia, cambios trascendentales.

En junio se llevarán a cabo las elecciones más grandes de nuestra historia.

En lo federal: presidencia de la República, 500 curules en la Cámara de Diputados y Diputadas y 128 en el Senado. Sólo en ese rubro hay 629 lugares en disputa.

En las 32 entidades se eligen distintas autoridades. En números son 18 mil 710 espacios de poder los que se elegirán:

Nueve gubernaturas, mil 098 curules en congresos estatales, 1 790 presidencias municipales, mil 381 sindicaturas, 14 mil 212 regidurías; y para la Ciudad de México, 16 alcaldías y 204 concejalías.

Total, en junio elegiremos a un total de 19 mil 339 personas que tomarán las decisiones más importantes en todo el país.

Y esas personas no se mandan solas, diría mi abuela. Pertenecen a partidos políticos que tienen ideas respecto a lo que desean o no para nuestro país, intereses políticos o personales, adquieren compromisos, hacen pactos; todo lo cual marca coordenadas y rumbo.

Debemos tomar en cuenta que en este escenario de compromisos, negociaciones y pactos están incluidas las élites económicas dentro y fuera del país.

Las élites religiosas (en especial en algunas entidades y en algunos partidos).

Las élites del crimen organizado que tienen poder real, económico y político, en amplísimas regiones del país.

Y, acaso por primera vez desde la década de 1930, las élites militares que ahora tienen un poder económico que no tenían, y dominan posiciones claves que antes eran ocupadas por la población civil (aeropuertos, aerolínea, puertos, aduanas, construcción de distintas obras).

En ese escenario contenderemos en paridad. Y eso quiere decir que los desafíos para la mitad de las personas que contenderán serán mayores y distintos a los de la otra mitad.

La paridad es un cambio de paradigma en la democracia. Y, en general, a un sistema dominado históricamente por hombres, poca gracia les hace.

Muchos hombres poderosos están furiosos porque la paridad pone en jaque sus privilegios que disfrazan de derechos. Esos u otros piensan, como en la Antigüedad, que el poder es sólo cosa de hombres.

En el “mejor” de los casos se les considera intrusas, advenedizas. O se piensa en ellas como las secretarias que obedecen, sirven el café y toman nota.

Es decir, el principal desafío será lo que en 2020 grupos organizados de mujeres y legisladoras feministas logramos nombrar como Violencia Política contra las Mujeres en razón de Género, y prohibirla en ocho leyes.

Pocos partidos, me temo, postularán mujeres con experiencia política, a las que ven como pares, con los mismos derechos de coincidir, disentir, tomar decisiones.

De hecho, ya vemos las dificultades que viven políticas que han defendido derechos de las mujeres, para ser postuladas por sus partidos para una reelección.

Nos “jugamos” el rumbo democrático de México.

Porque no hay democracia sin igualdad. Y no hay igualdad con violencia.

Tampoco son compatibles la democracia y la militarización. Ni la democracia con un crimen organizado con altos niveles de poder. Ni la democracia y la imposición de creencias religiosas.

Serán meses complejos. Y a la ciudadanía nos corresponde más conciencia y acción que nunca. Estamos en alerta, pues.

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