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Dinamita: esplendor de un siglo

Voces y recuerdos, cuya memoria merece ser rescatada, como lo ha hecho Miguel Amaranto.

Dinamita: esplendor de un siglo

Dinamita: esplendor de un siglo

DR. ENRIQUE SADA SANDOVAL

Para hablar de las manifestaciones de la vida social, al igual de lo que se entiende como el pensamiento ordinario de la gente desde su cotidianidad (como diría Pilar Gonzalbo en Historia de la vida cotidiana en México), cabe subrayar que uno y otro vendrán a configurarse a partir del entorno inmediato o del medio geofísico, donde tanto los individuos como las sociedades tienden a desarrollarse. Tal es el caso de Dinamita, Durango, poblado que al igual que Abisinia, El Siete, El Durazno La Mina y tantas otras comunidades, se ha logrado asentar y desarrollar en torno a la legendaria Sierra del Sarnoso y sus linderos.

Franqueado históricamente por los municipios de Mapimí en su estribación norte, por Lerdo y León Guzmán en su estribación sur-poniente, por Gómez Palacio (bajo cuyo rango político pertenece) y Tlahualilo en el oriente y norte, este poblado se encuentra enmarcado dentro del Bolsón de Mapimí, en la gran extensión que a su vez delimita el Desierto de la Biósfera de Chihuahua.

Con raíces en el Virreinato de la Nueva España, a partir de múltiples prospecciones mineras emprendidas tras el Descubrimiento y muy cercano a la célebre Mina de la Ojuela, Dinamita cobrará importancia, primero, por tratarse nada menos que de tierra sagrada para muchas tribus del norte de México (cocoyomes, tobosos, rarámuris y tepehuanes) que solían procurarla como coto de abastecimiento de caza y de aguas, al igual que como antiguo centro ceremonial, cuyos vestigios todavía pueden encontrarse diseminados desde las faldas del imponente Cerro de la Chiche, con su distintivo picacho reconocible a kilómetros, hasta los Cerros Colorados, y desde las estribaciones de la Sierra del Rosario, llegando a Jacales y el Cañón del Sarnoso.

Después, con alta posibilidad de tener como primeros exploradores peninsulares a algunos miembros de las fuerzas expedicionarias de Nuño de Guzmán durante el siglo XVI, será la búsqueda de riqueza en sus entrañas y alrededores lo que hará de este sitio un lugar de abastecimiento de oro y plata, minerales que irán mermando en cantidad tras el estallido de la revolución Mexicana, y ante el enorme afluente de aguas subterráneas que sobreabundan a pocos metros de sus cerros y valles, no del todo explorados en algunas partes, y donde la profusión de jabalíes, venados y otras especies permitieron el asentamiento en derredor de lo que a la postre trascendería como los límites de la famosa Mina de La Colorada. Pero también será un lugar que permitirá el asentamiento y el mestizaje armónico entre mexicanos y extranjeros, entre mineros sajones e hispanos, entre mestizos de este suelo y afrodescendientes provenientes de Estados Unidos

De los jabalíes, los venados, el oro y la plata ahora sólo queda el recuerdo —algo que todavía solían referir sus pobladores saliendo de misa en el templo dedicado a Santa Bárbara, patrona de mineros y fusileros, en la década de los noventa— y algunos vestigios de prosperidad en lo que fuera su mercado, su panteón y hasta su cárcel todavía pueden adivinarse, independiente de las explotaciones marmoleras o de la compañía de explosivos y químicos Austin-Bacis, que ha brindado también su lugar al pueblo que sobrevive, mientras los hijos de su suelo buscan otras fortunas más allá del terruño que es la matria que les vio nacer.

Tierra de leyendas enclavada en torno a montes y valles con enormes figuras pétreas, tan caprichosas como el Cerro de la Vela, el Pichacho Colorado, el Cerro de la Chiche o el mítico Cerro del Sarnoso, en cuyas noches todavía cabalgan en el viento las antiguas tribus nómadas aguerridas, los peninsulares huyendo de la Independencia tras esconder sus fabulosos tesoros y las huestes del bandolero Machado depositan el fruto de sus robos y los restos de sus víctimas en alguna cueva, cuando sus habitantes se reúnen a compartir las consejas que, desde la cotidianidad más inmediata, escucharon de sus abuelos acompañados de cerveza o sotol alrededor del fuego.

Voces y recuerdos, cuya memoria merece ser rescatada, como lo ha hecho Miguel Amaranto desde las breves páginas de Dinamita. Esplendor de un nuevo siglo, libro que por su oportuna aparición, tanto como por el material y las fuentes inéditas que consigna, merece ya, desde el momento mismo en el que sale de la imprenta, una segunda edición, como herencia para futuras generaciones.

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Escrito en: La Laguna Historia Dinamita

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