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El arte que cruza al espacio exterior

Si las obras artísticas han sido puente de comunicación entre sociedades de distintas épocas de la historia, actualmente se busca que lleven un mensaje a seres de otros planetas.

Exobiotanica (2015), de Azuma Makoto. Imagen: AMKK

Exobiotanica (2015), de Azuma Makoto. Imagen: AMKK

ABRAHAM ESPARZA VELASCO

Algo de lo que se puede recordar más fácilmente de una etapa de la historia, es el arte que se hizo en aquel momento. Como testigo de lo que ocurrió entonces, nos ayuda a imaginar qué es lo que se vivía en el medioevo, en el renacimiento e incluso en el paleolítico.

Hoy el arte parece estar en un plano menos vistoso de la vida humana, pero sigue apareciendo en los confines más remotos de las huellas que dejamos en el mundo o, mejor dicho, en el universo.

ARTE ESPACIAL

El astronauta ruso Alexei Leonov llevó a cabo la primera caminata espacial e hizo el primer dibujo realizado fuera del planeta Tierra, un boceto simple que llamó Amanecer orbital. Obras como esta nacen de la necesidad de representar experiencias importantes, en este caso, el breve recorrido extraterreste.

En 1969, The Moon Museum, un azulejo realizado por el escultor Forrest Myers, se pudo escabullir en la misión Apollo 11, que sólo admitía objetos para fines prácticos y científicos. La pequeña obra de arte encontró una casa en la Luna, donde se encuentra hasta hoy. Su objetivo era formar parte de una muestra de las producciones que se hacen en la Tierra, incluyendo dibujos de Andy Warhol, Robert Rauschenberg, Claes Oldenburg, David Novros, John Chamberlain y del creador del proyecto, el propio Forrest Myers. Su azulejo, considerado la primera pieza de arte espacial, contenía la intención de muchos otros objetos lanzados al espacio: recopilar y, más aún, mostrar lo que existe en nuestro mundo.

El arte espacial después de The Moon Museum pudo transformar sus necesidades en medio del auge de las misiones a la Luna. Fallen Astronaut (1971), por Paul Van Hoeydonck, se convirtió en una de las primeras esculturas en el satélite, y su propósito es honrar a los cosmonautas que no pudieron completar sus misiones. Se trata de una figura de astronauta caído junto a una placa con catorce nombres de los, hasta ese momento, exploradores fallecidos.

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The Moon Museum (1969), de Forrest Myers. Imagen: MoMA

Exobiotanica (2015) es una obra del artista japonés Azuma Makoto, en la cual envió al espacio arreglos de flores sujetos a globos aerostáticos. Es un happening en el que se documentan las transformaciones físicas que sufren las plantas al elevarse a tales alturas, una especie de obra artística y experimento que resulta en imágenes interesantes desde el punto de vista estético. Las flores sufren cambios de temperatura e incluso explotan en un punto del proceso.

La artista escocesa Katie Paterson fundió un meteorito para crear una nueva versión propia, la cual envió nuevamente fuera de nuestro planeta en una misión de la Agencia Espacial Europea en 2014. Este ejemplo extravagante sólo es uno de los que se suscitan alrededor del viaje espacial como concepto y como recurso creativo. La fascinación que provoca es visible en esta época.

MENSAJES DESDE LA TIERRA

Hay mensajes que se han enviado desde la Tierra para dar fe de nuestra existencia y con el propósito de ser captados por alguna civilización extraterrestre. Al ser señas realizadas de manera que una inteligencia externa al planeta pueda comprenderlas para aprender sobre nuestra civilización, cumplen la función que tiene una obra de arte antigua al comunicarse con nosotros, si tomamos en cuenta que hoy somos una sociedad totalmente diferente a la de Rembrandt, por ejemplo.

Es interesante ver los mensajes enviados al espacio exterior como una pieza artística, ya que se comunican de formas poco convencionales.

El llamado Mensaje en Morse de 1962, también conocido como Mir Lenin CCCP, fue concebido y transmitido desde un sesgo que no le permitiría ser comprendido del todo por inteligencias del espacio exterior. Es decir, necesitaba de un contexto demasiado terrestre y de la comprensión del código Morse para ser leído. Sin embargo, la civilización de hoy en día puede reconocerlo como parte de la historia, revelando el terreno conflictivo en el que fue concebido.

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Imagen vectorizada de la placa de la Pioneer 10. Imagen: NASA

Mensaje en Morse fue transmitido hacia Venus durante la Guerra Fría, antes de que se descartara la existencia de vida inteligente en ese planeta, en medio de una constante carrera entre Estados Unidos y la Unión Soviética por demostrar el poderío tecnológico y armamentístico de cada país.

Sin embargo, la comunicación en Morse fue sólo la precursora de mensajes más idóneos. En 1972 fueron enviadas las Placas con mensajes terrestres en las misiones Pioneer 10 y Pioneer 11. Estas sondas estadounidenses fueron las primeras en visitar Júpiter. Su exploración empezó en el cinturón de asteroides del sistema solar y continuó por este planeta y por Saturno, para luego propulsarse, en el caso de la primera sonda, hacia la estrella Aldebarán, y en el caso de la segunda, hacia la constelación del Escudo.

Lo que nos atañe de esta exploración es el mensaje que tanto Pioneer 10 como Pioneer 11 cargaban en su interior, desarrollado por el científico Carl Sagan e ilustrado por su entonces esposa, la artista y escritora Linda Salzman. El contenido de ambas sondas era idéntico: imágenes grabadas en placas de aluminio anodizado con oro, de una medida de veintitrés por quince centímetros, donde se representaban los cuerpos masculino y femenino desnudos.

Linda Salzman intentó hacer rasgos que no pertenecieran a una etnicidad específica, utilizando únicamente líneas para definir los cuerpos y caras de un hombre y una mujer, sin incluir los genitales femeninos para no levantar polémicas.

Respecto al mensaje elaborado por Carl Sagan, está escrito en símbolos binarios, por lo que las placas, en teoría, podrían ser descifradas por un ser fuera del planeta.

Los signos binarios describen la distancia entre el Sol y 14 púlsares de la Vía Láctea. Los púlsares son detectables a gran distancia y sirven como guía para hacer una especie de mapa que muestra la ubicación de nuestro planeta.

El mensaje del telescopio Arecibo fue otro que la Tierra envió al espacio para dar fe de su existencia. Fue emitido en frecuencias de onda modulada en 1974, desde el enorme telescopio y el radar del mismo nombre, hacia el gran cúmulo globular en la constelación de Hércules.

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El mensaje de Arecibo enviado en 1974. Imagen: Arne Nordmann

Estas señas fueron diseñadas por un equipo en el que destacaban los científicos Frank Drake y Carl Sagan. El mensaje está conformado por un número de mil seiscientos setenta y nueve bits de datos que es posible ordenar en hileras de veintitrés para obtener una serie de símbolos. Así, el planeta Tierra optó por utilizar lo que ahora podríamos ver como pixel art, como un modo de comunicarnos con lo que sea que haya en el espacio exterior.

El contenido de la misiva de Arecibo son datos de importancia para la existencia de vida en nuestro planeta. Explica, por ejemplo, los números del uno al diez en código binario, los elementos químicos y las moléculas que componen el ADN, así como los números atómicos del hidrógeno, el carbono, nitrógeno, oxígeno y fósforo. También hay una representación básica, en pixeles, de la forma que tiene el cuerpo humano y su tamaño. Asimismo, incluye una representación del sistema solar y otra del telescopio de Arecibo, explicando un poco de su funcionamiento para indicar cómo se envió.

Las sondas Voyager I y 2 fueron enviadas hacia el espacio interestelar en 1977, la primera con rumbo a la constelación de Camelopardis y la segunda hacia la estrella Sirio en la constelación de Can Mayor. Fueron cargadas con discos dorados de cobre recubiertos de oro y grabados con imágenes.

El disco incluye una aguja e instrucciones con la velocidad y la manera en que se debe reproducir. Contiene, además de los datos para ubicar el planeta, 116 imágenes que describen la vida en la Tierra y algunos audios. Entre estas grabaciones se encuentran saludos en 55 lenguajes diferentes, uno del entonces secretario general de las Naciones Unidas, Kurt Walheim. Se incluye además una muestra de cantos de ballenas, ondas cerebrales y piezas musicales tradicionales representativas de distintas etnias del mundo, así como música clásica y popular.

Funcionen o no este tipo de mensajes, el mero intento de comunicarnos hacia el espacio exterior admite la esperanza de que no estamos solos en el universo, y da fe de que, como humanidad, queremos conectar no únicamente entre nosotros mismos, sino trascender hacia los confines que nos sean posibles.

Tanto el arte como la ciencia están ahí para recordarnos una cuestión existencial que tenemos desde la antigüedad: recordarnos que hay algo mucho más grande que nosotros mismos.

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