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Arte

Generación de la Ruptura

Este movimiento está marcado por su diversidad y por la experimentación estética que sus exponentes pusieron en marcha con un objetivo en común: probar que había infinidad de posibilidades más allá de la Escuela Mexicana de Pintura.

Puerta 1808 (2007), de Manuel Felguérez. Imagen Flickr Enea de Troya

Puerta 1808 (2007), de Manuel Felguérez. Imagen Flickr Enea de Troya

ANA SOFÍA MENDOZA DÍAZ

“ ¡No hay más ruta que la nuestra!”, exclamaba David Alfaro Siqueiros convencido de que la única manera de evitar que el arte cayera en la decadencia era a través de la Escuela Mexicana de Pintura, cuyo principal hijo era el muralismo. Pero la creatividad no es estática y siempre se bifurca en nuevas direcciones.

La Escuela Mexicana de Pintura se definía por un estilo realista con el que se enviaba un mensaje de orgullo patriótico, de apreciación por el pasado histórico y de optimismo por un futuro de unidad donde la clase obrera sería la base del progreso. El gobierno se encargó de brindar espacios y apoyo económico cuantioso para reproducir este discurso a partir de una numerosa producción de obras. Debido al gran impulso que se les dio y a su gran talento, artistas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco alcanzaron renombre mundial y se erigieron entre los más destacados de todo el continente americano.

Las décadas posteriores a la Revolución mexicana se habían caracterizado por la búsqueda de una identidad nacional que acompañara al país en su paso a la modernidad, marcada por el desarrollo industrial y por una urbanización que se extendía rápidamente. La Escuela Mexicana de Pintura era clave para ello. Se convirtió así en arte para el pueblo, pero casi siempre bajo una perspectiva oficial. No faltaron las mentes inquietas que consideraban esa corriente demasiado panfletaria y optaron por explorar otras formas de creación artística. De ahí nació lo que se conoce como la Ruptura.

RECHAZO AL ARTE OFICIAL

Este diverso movimiento pone en jaque a los especialistas cuando se trata de definirlo, pues más que una visión estética o ideológica que pudiera ser expresada en un manifiesto, lo que unía a sus exponentes era el rechazo al arte oficial. Obras de la más variada índole —sea de pintura, escultura, teatro, literatura o cine— podían enmarcarse dentro de la Ruptura. Sin embargo, tenían algo en común: favorecían la exploración estética más que el discurso político. Para ello solían alejarse del realismo, inclinándose por formas de expresión como lo abstracto o el surrealismo. El ferviente nacionalismo de los murales se dejaba de lado para abrir paso a influencias europeas, tanto clásicas como vanguardistas, brindando un carácter cosmopolita a este variopinto grupo conformado por figuras como Alberto Gironella, Enrique Echeverría, José Luis Cuevas, Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, Vicente Rojo, Vlady y Fernando García Ponce.

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Obra de José Luis Cuevas. Imagen: Wordpress.artelatinoamericano

Si bien los integrantes de la generación de la Ruptura también suelen estar a discusión entre críticos e historiadores, los nombres antes mencionados son los que usualmente se engloban dentro del movimiento. De hecho, el Centro Virtual de Documentación e Información “La Ruptura” (CEVIDI), los considera como su “núcleo duro”.

Además del rechazo a lo establecido, a estos artistas los unía una amistad de la que surgían intercambios creativos interesantes. Uno de ellos fue la galería Prisse, inaugurada por una cooperativa conformada por Vlady, Echeverría, Gironella, Josep Bartolí y Héctor Xavier, quienes se hicieron llamar “pintores independientes”, desmarcándose así de la Escuela Mexicana.

También realizaban proyectos en conjunto. Por ejemplo, Felguérez, Rojo, Carrillo y Gironella se encargaron de diseñar la escenografía de La ópera del orden (1962), obra de teatro de Alejandro Jodorowsky.

“A través de la acción misma nace una amistad firme entre artistas de las más variadas disciplinas y se inicia esta revolución cultural […] El futuro era nuestro”, escribió Felguérez respecto a la exposición Ruptura, 1952-1965, realizada en 1988 en el Museo de Arte Carrillo Gil.

COSMOPOLITISMO

El contexto histórico que permitió la gestación de la Ruptura estuvo marcado por la llegada de migrantes europeos, cuyo impacto en el escenario artístico fue notable. En 1936, México comenzó a recibir a los refugiados de la Guerra Civil española. Más tarde, a partir de 1939, numerosos artistas inmigraron a nuestro territorio huyendo de los horrores que la Segunda Guerra Mundial había traído a sus países. Ellos se oponían al nacionalismo, pues su exaltación había sido una de las causas ideológicas del conflicto armado; por lo tanto, no comulgaban con el patriotismo propio de la Escuela Mexicana. Lejos de la estética nacional oficial, se volcaron sobre el surrealismo, con exponentes de la talla de la británica Leonora Carrington o la española Remedios Varo.

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Contaminación primaveral, de Lilia Carrillo. Imagen: fadla.org

Una vez finalizada la guerra, estos extranjeros ya se habían abierto paso en el panorama cultural de México. Con esa efervescencia, surgieron publicaciones especializadas en arte y se abrieron galerías que enriquecieron el paisaje artístico. Además, como se reanudó la posibilidad de viajar a Europa, varios artistas nacionales decidieron visitar el viejo continente para buscar nuevas fuentes de inspiración. Juan Soriano, considerado el principal precursor de la Ruptura junto con Rufino Tamayo, fue uno de ellos. Partió consolidado dentro de la Escuela Mexicana y, tras una estancia en Roma, volvió con un estilo transformado: el realismo había sido sustituido por elementos tanto modernos como de los mitos clásicos de Occidente.

Tamayo había hecho lo propio en Nueva York, a donde se recluyó para explorar el color y lo mexicano bajo una estética completamente diferente a la que prevalecía en el arte oficial de nuestro país. Si bien su actuar fue independiente de cualquier grupo y jamás buscó liderar ningún movimiento artístico, su búsqueda creativa fue una gran inspiración para la generación de la Ruptura, especialmente porque alcanzó un gran éxito fuera del cobijo de la Escuela Mexicana, algo que parecía imposible.

Artistas jóvenes siguieron los pasos de esos dos grandes, partiendo a una exploración creativa a la gran manzana o a ciudades europeas como París. En esta última fue donde Lilia Carrillo y Manuel Felguérez, dos figuras preponderantes de la Ruptura, entraron de lleno en contacto con las vanguardias artísticas.

INSPIRACIÓN IMPORTADA

En Francia, Lilia Carrillo se vio fuertemente atraída por las posibilidades de la abstracción. Había ganado una beca para estudiar en la academia Grande Chaumière, pero prefirió alejarse de la rigidez académica para sumergirse en los museos y galerías que albergaban las corrientes de las últimas décadas y las más nuevas tendencias de experimentación artística. Con ese bagaje volvió a México para introducir por primera vez el informalismo, un movimiento surgido en la posguerra que se caracterizaba por la abstracción no geométrica, sino gestual, y por la exploración de los materiales en búsqueda de una cualidad expresiva.

Se trataba de volcar la intimidad en el lienzo, y el crítico Juan García Ponce fue capaz de describir el mundo interno que se asomaba en las pinturas de la artista: “El signo de Lilia Carrillo era entonces el cielo. Su espacio era un espacio mágico dentro del que las formas levantaban el vuelo con un extraño brillo de estrellas o cometas que arrastran la cola detenidos en su viaje, iluminando la Tierra sin tocarla”.

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Reina con cabeza de perro (1961), de Alberto Gironella. Imagen: Mutual Art

Manuel Felguérez también se unió a la corriente abstracta a su regreso de París, pero, a diferencia de Lilia Carrillo, en su obra aparece frecuentemente el geometrismo-constructivista, quizá como herencia de su maestro, el cubista Ossip Zadkine. Una de las primeras exposiciones de Felguérez, en 1954, fue de esculturas de terracota y bronce. En esta disciplina artística destacó especialmente su experimentación con las formas y los materiales. Prueba de ello son sus esculturas murales, como Mural de hierro (1961).

A lo largo de su trayectoria, el artista hizo obras monumentales en espacios públicos —como Puerta 1808 (2007)—, muy alejadas de lo que se hacía tradicionalmente hasta antes de la Ruptura. Su visión revolucionaria, además, lo llevó a ser pionero del arte digital en América Latina.

Alberto Gironella fue otro viajero que volvió de Francia con nuevas inspiraciones, aunque las suyas se decantaron por el surrealismo, lo cual no es de extrañarse, pues se relacionó bastante con André Breton y Luis Buñuel, líderes de este movimiento. Cabe mencionar que Gironella comenzó su carrera como escritor, pero dejó las letras para dedicarse a las artes plásticas. A estas lo acompañaron las metáforas irónicas que caracterizan su obra, de ahí que Octavio Paz lo llamara “poeta de imágenes”.

Los temas que aborda giran en torno a la transformación que implica el acercamiento o la llegada de la muerte. Así, por ejemplo, en la serie Muerte y transfiguración de la Reina Mariana (1961-1963), la monarca Mariana de Austria deja este mundo y su carne comienza a pudrirse hasta convertirse en otro tipo de materia no-humana. La obsesión que Gironella plasma en su arte se puede resumir en la respuesta que le dio al escritor José de la Colina cuando este le preguntó qué pintaba: “Lo mío es el loco intento de pintar el tiempo.”

Esta revista no sería espacio suficiente para enumerar las aportaciones de todos los creadores asociados a la generación de la Ruptura, pero los ejemplos mencionados dan una idea de la diversidad de visiones estéticas y temáticas que hicieron de este movimiento una bocanada de aire fresco que renovo el panorama artístico nacional en aquella época.

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