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La Luna y la tolvanera

El poemario Arena de hábito lunar, escrito por Marco Antonio Jiménez del Campo, abraza el misterio de este astro y lo hila a los paisajes terrestres, abriendo nuevas dimensiones donde se conjugan espacios intangibles y tiempos distintos

La Luna y la tolvanera

La Luna y la tolvanera

ALFREDO CASTRO

El tránsito lunar instala un enigma en los seres vivos. El ciclo, que predispone las mareas, altera nuestra manera de comprender la noche. Existe una fijación milenaria que nos ordena mirar el cielo y buscar un círculo blanco y radiante que integre nuestra contemplación. La vigilancia que hemos hecho de la Luna a través de los siglos le ha otorgado a la humanidad un vasto sistema de simbolismos y lecturas sobre sus fases y movimientos. En este sentido, quizá suene difícil encontrar nuevas interpretaciones o perspectivas. Sin embargo, esa es la cualidad más relevante de nuestro satélite natural: su capacidad de renovar.

Arena de hábito lunar es un poemario preocupado por el fenómeno nocturno, que se inscribe en una atmósfera de parcial ceguera donde las cosas no tienen un contorno latente o forma estable; pero que al mismo tiempo contempla, con visiones amplias, una realidad intervenida por la madrugada. Se trata de un registro de señalamientos entre la luz y su ausencia.

El documento fue publicado originalmente en 1996 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Coahuilense de Cultura. Diez años después se reeditó por Editorial Aldus. Su autor es Marco Antonio Jiménez Gómez del Campo, quien nació en 1958 y radica en Torreón, Coahuila. Ha escrito cinco libros de poesía y su obra ha sido incluida en 20 antologías. Entre sus distinciones está el Premio Nacional de Poesía Joven 1983 (hoy Premio Elías Nandino), convocado por el Instituto Nacional de Bellas Artes.

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AJEDREZ DE SOMBRAS

La primera sección del libro, titulada “Hábitos”, manifiesta esa influencia nocturna que intensifica las cosas. Todo lo que descansa en lo oscuro es motivo de un enigma que los poemas se encargan de enunciar, mas no de resolver. La obra no tiene como objetivo averiguar el misterio, sino enaltecerlo y abrazarlo.

La Luna, como personaje, es una presencia femenina que añade un deseo entrelazado con el brillo tenue del reposo. Los textos parecen dirigirse a una mujer astronómica y efímera, pero que no se siente lejana. Al contrario, podemos sentir cómo su fuerza penetra en los cuerpos del mundo y deja su marca onírica.

De esta parte del volumen, podemos hablar en especial de dos poemas. El primero de ellos, “Yonke”, es un texto dividido en nueve estancias que configuran un cementerio de automóviles, una celebración de lo que queda olvidado y de la dicha de los despojos en un mundo civilizado: “La luna entra a la chatarra sin prisa / cae con la pedacería del universo / con toda la carga del crepúsculo / se dispone a levantar a los fantasmas / del herrumbre / llevarlos a desvanecer el mundo / a no dejar ciudad viva en los parajes / en la secreta procesión del espejismo”.

“Fresco de álamos”, por otra parte, es un poema que dota de inquietud y movimiento a los árboles. Supone una serie de acontecimientos desconcertantes que ocurren bajo una aparente estática. Las raíces, a pesar de estar bajo el suelo, guardan una relación muy íntima con el terreno lunar. El espíritu y el lenguaje que se adhieren a ellas desdibuja todo parámetro de tiempo y espacio.

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DESIERTO DE NOCHE

En la sección titulada “Las descendencias abolidas” encontramos poemas con un ímpetu de aventura y exploración, como si pudiéramos aproximarnos a un paisaje incógnito, a una ruta que, aunque toma referencia del pasado, constantemente se reinventa. Esta zona del libro nos conduce a un lugar intangible. El camino se recorre, no para llegar a un destino, sino para seguir de largo, para seguir el trazo del río hacia el cauce del universo.

Aquí, por ejemplo, nos encontramos con “El encuentro con el polvo”, un texto que se adentra a la condición de la arena y sumerge al lector en las partículas del misterio y el asombro: “…se incorporan del polvo los hijos del crepúsculo / los eternamente cardos de ínfima esperanza”.

“Los multiplicados” es otro conjunto de poemas, pero que tienen la cualidad de recargarse en escenarios bélicos. Sin embargo, a pesar de la presencia del fuego en su forma más agresiva, esto no es un campo de batalla; es una zona de encuentros y redención, un lugar para concluir disputas y tensiones, un camino húmedo en el que los guerreros apaciguan la confrontación porque han recuperado lo que les fue arrebatado. Llama la atención “Dos cuidados de la guerra”, donde el autor convoca a Francisco Villa y a Guillaume Apollinaire, situándolos en una conversación imaginaria que resulta en un experimento atractivo y encantador. Más adelante, todavía en esta sección, la Luna vuelve a aparecer multiplicada y amorosa en su vínculo con una mujer piel roja, logrando así que el poema sangre una memoria de vitalidad y resistencia.

Es necesario destacar “Otro poema de la dicha”, un momento emocionante que concreta la historia lineal del tiempo. Aprovecha los sucesos de lo cotidiano para modular el eco de los hechos trascendentales de las eras. La propuesta del autor es acentuar el sentido de sincronía que existe entre los grandes eventos y los acontecimientos de la vida diaria: “contemplo la luna: sé que en algún sitio la mira Virgilio. / El que acaricia una esfera cumple el sueño de Magallanes. / … / El que congrega cuatro amigos está renovando en Liverpool la música de la orbe”.

De esta forma el poeta nos notifica algo importante: todo está ocurriendo al mismo tiempo. Precisamente en este ámbito de lo paralelo, “Carmen y el minotauro” es un relato sensible sobre el temblor del 85, una imagen recreada a partir de antiguas mitologías que propone un recuerdo intenso de condición devastadora. Un minotauro ronda en un laberinto lejano y a su vez desploma los cimientos de la Ciudad de México.

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TOLVANERA

“Arenas crecientes” es el último tramo del libro, que funciona como una traducción del desierto. Parecería que los textos que lo conforman se escribieron escuchando las voces contenidas en los páramos y los médanos. Poemas como “Tolvanera” recuperan el trazo del viento sobre la arena para enaltecer las circunstancias ambientales del norte de México. En “El vigía”, el mezquite otorga a su tierra la renovación del suelo, mientras que “La ciencia del insomne” involucra lo inmenso y lo diminuto en un solo plano de belleza: “No debo dormir cuando el crepúsculo se enciende / puede explotar una galaxia / puede oscuramente morir una luciérnaga”.

El final muestra una visión intrigante y triste, donde se menciona lo que nunca pudo decirse. Las palabras que no se pronunciaron en el inicio hacen eco en el presente. Acaso sea esto una conjunción de preceptos ancestrales escondidos hasta hoy.

Marco Antonio Jiménez Gómez del Campo entrega una poesía muy atenta a su espacio y condiciones. Tiene plena consciencia de esa otra realidad que ocurre en la zona oscura. El intercambio de dimensiones, el alcance de los astros y la vasta complejidad del desierto, nos proporcionan una obra de carácter místico y contundente.

Arena de hábito lunar es un libro de oficio astral. Sus propósitos, aunque comprometidos con su ambiente, están fuera de los lineamientos terrestres. Este es el lenguaje de la órbita y lo que nos intenta decir el terregal cuando el polvo sale del planeta.

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Escrito en: poesía Marco Antonio Jiménez del Campo lunar

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