
Las máquinas no pueden tener consciencia porque no piensan, no sienten ni evolucionan; tampoco razonan. La inteligencia artificial no deja de ser un conjunto de datos recopilados, clasificados y programados, así que suena infructuoso pensar que un algoritmo pueda, algún día, ‘ser como el humano’. La prueba de Turing, por ejemplo, es un experimento que evalúa si una máquina puede imitar tan fehacientemente el comportamiento humano que no logre distinguirse que no lo es; si lo logra, pasa la prueba. Para ello se le codifican respuestas que sean similares a las de una persona, que sean convincentes y, en esencia, que emulen inteligencia, capacidad del lenguaje, emociones, empatía y entendimiento, recalcándose que sólo están repitiendo respuestas programadas.
En la película Inteligencia artificial (EUA, 2001) no se pretende que una máquina pase por humano, más bien se construye un robot configurado para detectar variables que le indiquen que es una máquina, pero, al mismo tiempo, provisto de un algoritmo que, según sus inventores, le permita sentir, específicamente amar, esperando que la interacción con personas reales lo lleve a evolucionar. La cinta no se preocupa mucho por explicar a fondo cómo funciona esta tecnología ni cómo una máquina sería capaz de tener sentimientos. La ciencia en esta ficción no es muy científica, pero al menos plantea algunas reflexiones interesantes sobre el uso sin límites que se hace de la inteligencia artificial y las máquinas; o sobre el vacío que todo invento robótico o de informática busca llenar en una sociedad incapaz de valorar las virtudes de su propia especie.
Escrita y dirigida por Steven Spielberg, está basada en el relato de ciencia ficción ‘Los superjuguetes duran todo el verano’ de Brian Aldiss. Protagonizada por Haley Joel Osment, Frances O'Connor, Sam Robards, Jake Thomas, Jude Law y William Hurt, la trama sigue a David, un robot con forma de niño que es creado por un experto en robótica, Allen Hobby, a partir de la inquietud por construir una máquina capaz de amar, en respuesta al control de natalidad que se ha implementado para hacer frente a la reducción significativa de espacios habitables en el planeta, consecuencia del cambio climático.
Ante la ausencia de humanos con quienes convivir, se elige usar a las máquinas como un ‘vínculo económico esencial’, se dice en la narración, refiriéndose no sólo a que pasan a formar parte de la fuerza laboral y económica de una forma prominente, sino que su presencia se va haciendo vital; robots o asistentes inteligentes, por ejemplo, que fungen como fuentes de información y sujetos de compañía, realizando también otras funciones, como niñeras y mascotas, por mencionar algunos prototipos.
A fin de observar cómo se desenvuelve David en un entorno humano, es colocado con los Swinton, Mónica y Henry, un matrimonio afectado por la enfermedad de su propio hijo, Martin, que lo tiene en animación suspendida sin viabilidad a la vista de recuperación. El objetivo es que David se acople a los Swinton como ellos a la máquina, tratándolo, eventualmente, como un hijo. Esto permitirá, se supone, experimentar la interacción entre personas y saber cómo nace y procura el afecto entre ellas.
Aunque David no está programado para amar o, mejor dicho, no puede sentir amor porque no tiene sentimientos, sí está programado para emular respuestas que son catalogadas en su código como acciones que denotan amor: un abrazo o una sonrisa, como reacciones ante estímulos concretos. Así que no es que David pueda o aprenda a amar, lo que se busca más bien es probar si es capaz de amoldarse a un entorno hasta que sea aceptado y tratado como un niño de verdad.
“Una computadora merecería ser considerada inteligente si pudiera engañar a un humano haciéndole creer que lo es”, decía el matemático y teórico Alan Turing, creador del Test que lleva su nombre, no obstante, aquí no se trata de que la máquina pase por humano, sino de que sea tratada como uno, sabiendo que no lo es, lo que implica un paso todavía más allá en cuestiones de la relación del humano con las máquinas. Esta es una preocupante e inquietante realidad en la sociedad moderna: permitir a la tecnología y sus inventos derivados ser parte esencial de su vida hasta prácticamente tomar control de ella, conscientes de que son objetos programados para cumplir con tareas específicas, de uso cada vez más común y, por ello, desplazando y aislando al individuo. A estas alturas, ¿para qué querría la máquina pasar por humano, cuando la sociedad ya le acepta y le permite infiltrarse en su rutina cotidiana tal como es?
La prueba de Turing no evalúa si la máquina puede ofrecer respuestas ‘correctas’, sino qué habilidad tiene para responder en forma similar a un humano. La cuestión aquí es si David es capaz de comportarse como un niño real. Su creador insiste en que algún día podrá amar, sentir, anhelar o soñar incluso. Sin embargo, para lograr que una máquina piense y actúe como humano, primero hay que entender cómo piensan los humanos, lo que es mucho más complejo que sólo directrices e información acumulada en un chip. Ya que una máquina sólo puede hacer lo que explícitamente se le programa para hacer, ¿qué indicaría que David, o para fines prácticos, cualquier androide o robot manufacturado, es capaz de amar? ¿En todo caso qué es el amor? ¿Abrazos, sonrisas, solidaridad, reciprocidad, comunicación, confianza, apoyo?
Mónica inicialmente rechaza a David, en parte porque reciente que su esposo lo haya traído como una especie de sustituto de su propio hijo y, en parte, porque las acciones del robot son demasiado mecanizadas, forzadas o predeterminadas en lugar de naturales y espontáneas. David ríe cuando los circuitos de sus censores dan la señal de que debe reír y hace lo mismo cuando, por ejemplo, se trata de abrazar al otro, escuchar o ayudar. Sus respuestas responden a una definición de amor codificada, preestablecida como parte de su programación, un apego incondicional que más que afectivo parece una devoción obsesiva y dependiente, convertida en manía o fijación, precisamente porque no es un comportamiento humano, no hay regulación de emociones y sentimientos.
Esto no cambia incluso cuando Mónica finalmente acepta a David, en parte influida por las percepciones y normas sociales humanas, toda vez que la máquina tiene forma de niño. La narrativa misma también usa esta imagen para ser manipuladoramente emotiva hacia el espectador, pidiéndole empatizar con un personaje que es un robot, por ende, ajeno a su naturaleza humana.
Un robot es un robot, ¿por qué cambia la apreciación de su función y presencia si tiene o no forma de niño? ¿Y si tuviera forma de anciano, de perro o de licuadora? ¿Por qué insistir en que el robot tenga forma humana? ¿Por qué adjudicar a los objetos inanimados cualidades humanas y pensar que algún día puedan sentir, pensar o amar? ¿Qué vacío hay en el individuo y su sociedad que se cree incapaz de encontrar afinidad en la persona a su lado, al grado que prefiere programarla en un objeto al que reviste con aspecto humano?
Los Swinton son elegidos por su historia de vida. Un hijo enfermo y el anhelo de ser padres los predispone a aceptar a David por su forma externa, un niño. Cybertronics, la empresa a cargo de robots como éste aprovecha la situación explotándola a su favor, aparentemente, según ellos, en nombre de la ciencia. Mónica y Henry quieren cuidar de un niño, criarlo, quererlo, enseñarle y acompañarle, pero aunque David le llame ‘mamá’ a Mónica, aunque juegue a las escondidas con ella y le ayude a preparar comida, esto no implica amor; significa que él hace lo que está programado para hacer.
¿Cuál es el verdadero propósito de David? ¿Cuál es en el fondo el propósito de todo invento moderno? La intención de Cybertronics es aprovechar un nicho de mercado específico, parejas que anhelan un hijo, en este mundo distópico en el que regiones enteras del planeta se han vuelto inhabitables, limitando espacios en ciudades y, por ende, restringiendo permisos para tener hijos. El fin último es vender, ganar y almacenar capital a partir de la explotación de una necesidad emocional del ser humano, llenando ese vacío con máquinas que imiten esas emociones.
Mientras Allen se plantea cómo construir un robot que pueda amar, una de sus colegas hace una pregunta aún más importante: se logre o no el objetivo inicial, “¿cómo hacer que un humano corresponda a su amor?” Un planteamiento que propone otras reflexiones relevantes, como: ¿por qué a veces preferimos a las máquinas sobre las personas? ¿Qué nos lleva a priorizar la vida mecánica sobre la orgánica o viceversa? ¿Supervivencia, trascendencia, necesidad, biología?
En todo caso, ¿qué es lo que prioriza la máquina cuando está rodeada de otras máquinas y qué cuando está rodeada de humanos? David, por ejemplo, se ve amenazado cuando Martin despierta y regresa a casa con los Swinton, quienes, como es de esperarse, dan prioridad a su propio hijo, algo que David reciente, no porque emocionalmente le afecte, sino porque ser desplazado significa que su misión o propósito se ve mermado. Compite con Martin por el afecto y la atención de Mónica y, pese a que la narrativa intenta hacer parecer que se trata de una rivalidad de niños, emocional, competitiva y humana, la realidad es que David no lo puede entender así porque no es un ser consciente. Rivaliza, sí, pero no porque sienta amor o rencor, sino porque como máquina tiene la instrucción de realizar acciones que promuevan respuestas afectivas de aquellos seres vivos a su alrededor y Martin se interpone en esa meta.
Lo que esto plantea para los Swinton, una vez que valoran que, no porque David parezca un niño, lo sea, es que si esta máquina presuntamente pudiera amar, también podría odiar. No entiende peligros ni razona o dimensiona la extensión de sus acciones, por ende, no toma decisiones, depende por completo de su programación. Si Martin se convierte en un obstáculo para proseguir con su objetivo o función principal, quién dice que no hará todo lo posible por eliminarlo, sin entender que, en este caso, se trata de un ser vivo para quien un empujón o un golpe es más que una broma o una rivalidad inofensiva, podría ser mortal.
“Ama lo que haces por ella, pero no te ama a ti”, le dice Joe a David, aquel, un robot creado como gigoló para cumplir los deseos sexuales de sus usuarios y con quien David emprende huida una vez que Mónica lo deja en libertad ante el temor que, al regresarlo a Cybertronics, su destino sea su destrucción. Erróneamente Mónica lo razona emocionalmente, ve a un robot en forma de niño frente a ella y asume que se le ‘mata’, algo que vuelve a suceder en más de una ocasión durante el recorrido de David, incluso entre aquellos que los ven como desechos o basura, aquellos mismos humanos que se niegan a ser sustituidos por robots y algoritmos, quienes defienden la vida natural sobre la artificial y presienten a la segunda como el camino a su desaparición. Lo curioso aquí es que para Mónica dejar ir a David representa una decisión con ética, pues causa dolor, mientras que para David el efecto es nulo. No puede afectarle emocionalmente ni sentir abandono, dejando claro que hay una distinción muy amplia entre ente vivo y ente mecánico. Si una máquina se descompone, rompe o descontinúa, no siente nada, quien lo resiente es su dueño.
Una vez que Joe y David llegan a un espectáculo de destrucción en que se exterminan androides como ellos, ante el desprecio que se les tiene por el prominente rol que desempeñan en el mundo moderno y que está volviendo al ser vivo obsoleto, este circo de aniquilación, en donde mientras más aparatosa y ostentosa sea la destrucción de la máquina, mejor, revela esa parte de la naturaleza humana cruel y egocéntrica; su odio y venganza volcados hacia el daño cruel. Dado que los robots son cosas, lo importante no es que sean desechados, sino cómo sucede esto.
El punto no es que David, Joe o cualquiera de estos robots merezcan o no la forma violenta y hasta sádica con que son desmantelados, sino cómo su forma e imagen funge como armadura para influir en la percepción de aquellos a su alrededor. Este es quizá el punto más problemático a lo largo de la narrativa, el que David sobreviva por el mero hecho de que, incluso para aquellos que reniegan de las máquinas, se le acepte, exima o acoja sólo por el hecho de parecer un niño de verdad. ¿No es esta característica un engaño ventajoso y desvergonzado del creador que lo fabrica? ¿Y no es este el mismo engaño que hacen los realizadores de la película para con el espectador, orillándolo a sentir empatía con una inteligencia artificial que debería ser dimensionada y entendida por lo que es? No es un humano con un chip, es un chip colocado en una estructura mecánica con apariencia humana.
Entender la diferencia es importante sobre todo en una realidad posmoderna en la que la inteligencia artificial está en todas partes: regulando transacciones financieras, relaciones personales, interacciones políticas y otras actividades humanas. ¿Por qué tendríamos que aceptar la presencia de un algoritmo programado por un grupo de élite que sólo quiere acaparar control, poder y capital? ¿Acaso no es manipulador para el humano que su asistente inteligente tenga un nombre y/o avatar humano?
“Tú fuiste diseñado y construido específicamente como el resto de nosotros y ahora estás solo porque se cansaron de ti o te reemplazaron con un modelo nuevo o se enfadaron por algo que hiciste o te averiaste. Nos hicieron listos y rápidos en demasía. Estamos sufriendo por los errores que cometieron porque cuando llegue el fin sólo quedaremos nosotros. Es por eso que nos detestan”, le dice Joe a David, hablando de las máquinas y la tecnología y su potencial trascendencia mucho más allá de la de su creador, si bien todo invento logrado por las personas, sea máquina o tecnología, refleja tanto la genialidad como la arrogancia humana.
“La pregunta no es si las máquinas piensan, sino si lo hacen mejor que los humanos”, reflexiona Alan Turing, recalcando que ‘pensar’ y ‘máquina’ son definidas para él de una forma amplia. El cerebro humano es, desde su perspectiva, una máquina. “La capacidad de aprender y cambiar es lo que nos hace humanos”, también enuncia.
En el caso de la película, no podríamos decir que David es capaz de hacer esto. Una vez que Allen, su creador, lo encuentra, se maravilla por lo que llama su capacidad para hacer algo que no le fue programado, muy propio de los humanos: perseguir sus sueños. Sin embargo, David se obsesiona con el cuento de Pinocho, asumiéndolo como algo real en lugar de una narración inventada, con sus alegorías, metáforas y mensajes. Convencido de que el Hada Azul del cuento podría concederle el deseo de convertirlo en humano, tal como sucede en el relato infantil, David emplea toda su energía e intención para llegar hasta este personaje que también asume como real, lo que demuestra la limitante de sus capacidades, de su programación y de su ‘inteligencia’.
La película se convierte así en un cuento de hadas más fantasioso que ciencia ficción. ¿Hemos de creer que David realmente anhela o sueña? ¿O es que su incapacidad de razonar y pensar llena los huecos de su programación con un entendimiento básico e ilusorio de sus funciones y del mundo? Aunque el pensamiento mágico es un razonamiento infantil, un niño cualquiera eventualmente entendería, razonaría, que ese anhelo de que el Hada Azul lo convierta en humano es una ficción, no una realidad, lo que a su vez es evidencia de evolución y crecimiento, adaptación, cambio y pensamiento, algo que David nunca da muestras de tener, incluso cuando pasan 2000 años.
Dado que la cinta cierra más fantasiosamente que reflexiva, con la aparición de unos alienígenas que rescatan a David meramente porque su disco duro recolecta información que les permite estudiar al humano que vivió en el siglo XXI, antes de su desaparición, aquí van algunas frases significativas sobre la inteligencia artificial, la tecnología y las máquinas, provistas por algunos pensadores y científicos.
“La gente se preocupa de que las computadoras se vuelvan demasiado inteligentes y dominen el mundo, pero el verdadero problema es que son demasiado tontas y ya se han apoderado del mundo” Pedro Domingos
“El problema con la IA no es que desarrolle una voluntad propia, sino que seguirá la nuestra demasiado bien” Eliezer Yudkowsky
“Las máquinas no sienten, pero pueden aprender a reconocer y responder a las emociones humanas” Rosalind Picard
“Cuando un chatbot te consuela, ¿realmente le importas o sólo responde a los datos?” Sam Altman
“La IA no reemplazará a los humanos, pero quienes la usan reemplazarán a quienes no la usan” Ginni Rometty
“La IA nunca sentirá alegría, tristeza ni amor como los humanos, pero puede crear la ilusión de emoción” Ray Kurzweil
“Cada máquina tiene inteligencia artificial. Y cuanto más avanzada la máquina, más avanzada será la inteligencia artificial. Pero una máquina no puede sentir lo que está haciendo. Sólo sigue las instrucciones – nuestras instrucciones – de los seres humanos” Abhijit Naskar
“El verdadero problema no es si las máquinas piensan, sino si los hombres piensan” BF Skinner
Ficha técnica: Inteligencia artificial - A.I. Artificial Intelligence