
¿Qué orilla al ser humano a preguntarse qué lo hace humano?; o en todo caso, ¿qué le haría dudar de serlo? Reflexionarlo importa porque al definirse a sí mismo, el individuo realiza un proceso de autorreconocimiento, introspección, búsqueda de identidad y autoconciencia. Existir y trascender van ligados a vivir e incluso a morir, pero también a evolucionar, aprender, adaptarse, analizar, imaginar, crear, relacionarse y compartir.
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, es una novela corta de ciencia ficción publicada en 1968 por Philip K. Dick (1928-1982). El sugerente título habla de la diferencia entre lo natural y lo artificial, entre lo orgánico y lo sintético, entre el humano y la máquina; plantea además algo más profundo, robots o androides autoconscientes de lo que son, capaces de preguntarse qué los diferencia del humano y, por lo tanto, si pueden trascender más allá que su creador. Preocupación que deriva de la misma idea de los humanos respecto a quien consideran su creador: Dios o Dioses, según la fe de cada quien.
La novela literaria fue adaptada en 1982 a película: Blade Runner, cuya secuela, Blade Runner 2049 (EUA, 2017) está ambientada 30 años después que la cinta original. Escrita por Hampton Fancher y Michael Green, dirigida por Denis Villeneuve y protagonizada por Ryan Gosling, Harrison Ford, Ana de Armas, Sylvia Hoeks, Robin Wright, Mackenzie Davis, Dave Bautista y Jared Leto, la secuela estuvo nominada a cinco premios Oscar, todos en departamentos técnicos: mejor sonido, edición de sonido, diseño de producción, fotografía y efectos visuales, ganando las últimas dos categorías.
Aquí el protagonista es el Agente K, un “replicante” y policía de Los Ángeles que trabaja ‘retirando’ diseños antiguos de androides creados mediante bioingeniería que los hace parecer casi humanos (más humanos que el humano, era el lema de la corporación privada que los inventó y fabricaba); máquinas convertidas en esclavos que, tras rebelarse buscando autonomía, fueron descontinuados, en una búsqueda por contenerlos y controlarlos, tanto a ellos como a sus deseos de libertad. K en cambio pertenece a una nueva línea de “replicantes”, más obedientes pero no por eso menos capaces, mejorados, más bien perfeccionados, en su forma y funciones, para acatar los intereses de la corporación detrás de su manufactura, explotación, posicionamiento y expansión, Wallace Corporation.
Lo cual significa que en esta realidad distópica la evolución humana está totalmente ligada a la transformación tecnológica, si no es que aquella ya rebasó por mucho al ser vivo; también implica que el ser humano no es forzosamente el ser más dominante de su entorno, ni que el futuro, tanto del planeta como de la humanidad, dependa intrínsecamente del hombre, más bien ahora está determinado por el desarrollo científico, tecnológico y digital.
La realidad que permea en este futuro distópico es que todo es más sintético que natural. Parece que existen más androides que personas; hay más ciudades y edificios construidos por el hombre que medios y recursos naturales, igual que fauna y flora creada artificialmente. La comida misma es producida de manera artificial, los ecosistemas han colapsado y la población que progresa no es la orgánica sino la automatizada. De hecho el humano se ha vuelto prácticamente obsoleto, innecesario para el progreso de las sociedades y convertido en la minoría condenada a convivir resignadamente con aquellos que parecen destinados a desplazarlos, en un contexto efectivamente más interesado por salvaguardar la tecnología detrás de los replicantes, que en aportar las herramientas para el crecimiento y desarrollo del individuo, porque este ha quedado en segundo plano.
El robot es prioridad, porque lo urgente e importante es mantener el control y aumentar producción y ganancias. Los humanos son el molde, el punto de partida, pero no la esperanza para el mañana. En cambio, los androides, la inteligencia artificial y la tecnología aplicada rigen al mundo y se hace todo para optimizar su progreso. Los replicantes emulan a las personas en su biología, estructura y físico, pero lo mismo respecto a su comportamiento, sentimientos y emociones. La meta es difuminar esa línea que separa a humanos de androides; una vez logrado en apariencia y conducta, el siguiente paso es hacer que sean capaces de ‘crear vida’, es decir, de procrear, reproducirse o tener hijos, a pesar de las inquietantes preguntas inequívocamente inmersas: ¿Qué implica esto para el hombre? ¿Cómo se denominará a esta naciente generación? ¿El llamado homo sapiens dejará de existir? ¿La inteligencia artificial deshumaniza y atrofia capacidades cognitivas?
A fin de criarlos bajo control y hacerlos sentir humanos, a los nuevos replicantes se les implantan recuerdos falsos, estructurados a partir de vivencias reales pero manufacturados por medio de programas artificiales; recuerdos plantados precisamente para reproducir la experiencia del individuo y con ello promover respuestas ‘verdaderas y espontáneas´. Ésta es la ironía preocupante de esa realidad: androides concebidos como una alternativa superior al ser humano, que eventualmente suplan en todo sentido a la humanidad, absorbiendo sus historias, pasado, conocimientos y perspectivas. En paralelo, seres que, a pesar de nacer de un replicante, se comporten con los anhelos y dudas de los hombres, que anhelan libertad y autonomía, que viven sus propias experiencias y forman sus propios recuerdos. Tal como al parecer sucedió con los androides que ahora se buscan para ser “retirados”, exterminados, justo porque quieren actuar, “vivir” en forma independiente.
Como ‘Blade Runner’ K persigue a esos androides, pero no porque las máquinas vayan a desaparecer, sino porque es necesario actualizarlas para que respondan a las nuevas inquietudes, ya no de sus creadores, sino de sus financiadores y facilitadores, aquellos con una particular fijación por dictar, supervisar y registrar el rumbo que eligen para la sociedad, tan subsumida en la pantalla digital, el trato impersonal, el aislamiento y el poco contacto entre humanos, que el ser pensante ya no es el precursor sino el que más está luchando por sobrevivir o, al menos, por no dejar de evolucionar, para no quedar rezagado ante el avasallamiento tecnodigital.
La humanidad no avanza hacia donde quiere, sino hacia donde las grandes corporaciones dueñas del capital, por encima de los gobiernos, elijen que suceda. La renovación misma como proceso que desecha lo antiguo y sólo acepta lo nuevo, involucra también cambio, readaptación y supervivencia. Ello no sólo habla de la fijación que hay en la idea de progreso como novedoso sobre lo viejo, también reflexiona sobre la necesidad por modernizar desplazando, exterminando o enterrando como obsoleto aquello que ya no es útil a las élites económicas.
Qué sucederá cuando haya más robots que personas, cuando los seres que conforman las sociedades sean totalmente obedientes y nulamente pensantes, o cuando se deje de apreciar la vida, porque para algunos se habrá vuelto tan banal, fácilmente imitable y editable, llena de ilusiones confusas, que deja de ser algo especial o significativa.
Recuerdos manufacturados, hologramas interponiéndose a la realidad, distanciamiento en lugar de contacto físico y emocional, aislamiento en lugar de comunicación; este es el mundo en 2049, año en que se sitúa la narrativa fílmica, uno dominado por la inteligencia artificial y la mecanización, empresas multinacionales rigiendo al colectivo a partir de lo que le venden, personas que ya no juegan un papel importante para su sociedad, pues pueden ser fácilmente reemplazados por androides, mismos que, en forma contradictoria, se preguntan si es mejor seguir intentando ser más humanos de lo que fueron diseñados, o que anhelan serlo, porque la vida humana continúa siendo medida de esplendor.
¿Cuál es la diferencia entre replicantes y seres vivos? ¿Cuál es la ventaja y desventaja de ser uno u otro? Las máquinas son capaces de crear máquinas pero, ¿qué pasa cuando son capaces de crear vida? ¿Realmente son capaces de crear vida? Si esto sucede, la percepción de la realidad y la percepción que los androides tienen de sí mismos cambia, porque dejan de ser objetos diseñados o androides que necesitan ser mejorados o descontinuados para abrir paso a su propia nueva especie. “Somos nuestros propios amos”, reclaman ellos. Si un androide es capaz de generar vida y tener hijos, además de procesar información, responder a estímulos y cumplir un papel o rol en la sociedad, ahora tiene que preguntarse qué tan diferente es del ser humano y qué tan parecido es aún también a él.
Para K todo se vuelve confuso cuando comienza a ligar sus propios recuerdos, supuestamente creados, editados, implantados y codificados en su sistema, con el caso que investiga para la policía, el misterio del bebé desaparecido, nacido de una replicante; llegando a preguntarse si es él el ‘elegido’ o si sólo está confundiendo la memoria colectiva con la implantada en su “cerebro”.
En busca de respuestas sigue las pistas hasta dar con Rick Deckard, un blade runner retirado, autoexiliado y alejado por decisión propia de todo y de todos, que guarda una conexión importante con los replicantes. Un sencillo diálogo entre ellos expone de manera simple pero simbólica los temas de la película. “¿Es real?”, pregunta K a Deckard, al señalar a su perro y plantear la duda de si es o no un robot. “No lo sé. Pregúntaselo”, responde el otro, validando y valorando tanto a una como otra especie, enfatizando la importancia de dejar de asumir, prejuiciar, etiquetar y decidir por otros, para, en cambio, permitirles descubrir su propia existencia; como analogía, dado que se trata de un perro, pero una poderosa para hablar de esa distancia que hay entre tecnología y el hombre que la ha creado, entre ser vivo y ser artificial.
¿Qué significa ser humano; nacer, sentir, pensar, crear, tener un propósito, ser capaz de autodefinirse? ¿Y qué significa estar vivo, tener “alma” o tener vida? La respuesta no es la misma para nadie, ni para las personas ni para un androide, porque vivir es más que respirar, existir es más que sobrevivir, anhelar no es sólo imaginar, soñar no es sólo procesar ideas, pensamientos e información y recordar no es sólo deconstruir y reconstruir quiénes fuimos y quiénes somos. Pero, ¿todos los hombres y mujeres en el planeta son en verdad capaces de hacer todo lo antedicho? ¿No estamos aplicando valores de evaluación y conceptos analíticos a la inteligencia artificial, a toda la maquinaria robótica, que incluso para el ser vivo son insuficientes para comprender la naturaleza de lo autodefinido como humano?
El replicante, así como el ser humano, se cuestiona quién es, de dónde viene, a dónde va, cuál es su propósito y cómo valora lo que tiene, quién le enseñó a hacerlo, e incluso quién lo programó para sentirse así. ¿Son reales sus recuerdos? ¿Son realmente suyos o de alguien más? ¿Son pistas para descifrar qué es real y qué no? Y al hacerlo, ¿esto lo convierte en una especie de humano?
Libertad, autonomía, decisión, pensamientos propios y una historia de vida que se construye día a día; esto es lo que el individuo tiende a dar por sentado y que el androide atesora de tenerlo a la mano, libre y sin condiciones. K realmente nunca llega a este punto; más bien divaga a merced de las órdenes que le fueron programadas y de las funciones que se le exigen cumplir. Cree, momentáneamente, que puede ser libre, cuando alberga la esperanza de ser especial, de ser ese “milagro”, como le llaman, nacido de otro replicante. Sin embargo K no es la excepción a la regla, los recuerdos que almacena en su base de datos sucedieron, simplemente no le sucedieron a él; son convincentes porque alguien más los experimentó, pero sobre todo porque quien los creó, trabajó en cada detalle para volverlos persuasivos, realistas y, por tanto, convincentes.
Con qué sueña un robot, si es que sueña, en un mundo cada vez más deshumanizado e impersonal. K combate su soledad en compañía de un asistente inteligente, un programa de aplicación que a través de la inteligencia artificial toma forma en un plano visual y auditivo usando un holograma, para de esta manera interactuar, relacionarse y socializar.
No obstante K comete el error de ignorar que ese código de programación tiene una función y un objetivo, muy parecido a como le sucede a él. Joi, el nombre de la IA, es también un producto que se le vende para complacerlo, no una compañera cuya conexión es única y exclusiva. Está siempre ahí para escucharlo y servirle, esa es su dinámica de servicio y él saca provecho de la relación porque es una transacción pactada, que no está basada en el romance ni en la reciprocidad ni en la equidad, sino en el consumo y la cosificación femenina. K añora compañía, propósito y vida misma, en medio del inútil vacío que es su caparazón; Joi provee esto porque esa es su programación.
Eventualmente el androide que vive como humano, también muere como uno. Lo curioso es que frente a su deseo de vivir, está el capricho humano por construir seres robóticos o cibernéticos que diseña lo más parecido posible a sí mismo, para luego tratarlos como cosas y usarlos como objetos desechables e insignificantes.
¿Por qué hacer todo lo posible por crear máquinas que sean mejores que su creador? ¿Por qué intentar humanizar algo que no tiene humanidad y, en el proceso, perder la humanidad propia? ¿Por qué el replicante querría ser humano? Si la tecnología se vuelve la base de la sociedad, ¿qué implicaciones éticas y políticas hay en manipularla, controlarla y explotarla indistintamente?
Tener libertad de elegir tiene que ver con la posibilidad de construir un camino propio; valores, creencias, ideas, recuerdos, consciencia y conocimiento como bases para que esto suceda. ¿Cómo distinguir al robot del humano y en qué momento esto deja de importar? A fin de cuentas tal vez valdrá la pena preguntarse si ser humano es el punto de partida o el punto de llegada.
Ficha técnica: Blade Runner 2049