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Capital humano

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Capital humano es un término que se refiere a la productividad de las personas, específicamente en los procesos económicos. Es, fríamente dicho, un individuo percibido por su valor de producción o, desde otra perspectiva, como una mercancía. Así pues, la teoría del capital humano habla de trabajador o empleado convertido en producto, cuyo conocimiento y habilidades se asumen como una inversión que puede mejorarse puliéndola, a fin de generar una mayor recompensa o ganancia económica.

Conforme a esta teoría, todo se construye con capital humano, considerando a éste como el conjunto de saberes u habilidades de todas las personas que trabajan en una empresa u organización. Se asume que cada trabajador es propietario de su propio capital humano en tanto él encarna las capacidades y experiencias adquiridas mediante su formación profesional y práctica laboral y demuestra su valía a partir de ellas; entonces, tanto personas como empresas invierten en ese valor, es decir, invierten en individuos, formándolos hasta volverlos expertos en algo, proveyéndoles de entrenamiento y acreditaciones que hagan más redituable o ventajoso su currículum y desempeño hasta alcanzar su más alto nivel económico. En teoría no importa si hablamos de un médico, granjero, mecánico, programador de computadoras o ejecutivo, sino qué hace y con cuánta eficiencia y calidad lo hace.

Esto implica que el capital humano también se explota y, en esencia, es una dinámica de abuso y explotación entre personas a fin de sacar el mayor provecho a lo que hace o no hace alguien. Es por eso mismo también una apuesta de dinero, sujeta a la oferta y la demanda, a la manipulación y al engaño, donde lo que importa es el objetivo comercial de máxima ganancia, que implica cómo mejor reclutar, capacitar, gestionar y moldear a alguien para conseguir esa meta.

¿Cuánto vale una vida y qué tanto estamos predispuestos a tratar al prójimo de la manera más redituable según nos beneficie? Es por ahí por donde va la película Capital humano (EUA-Italia, 2019), un relato que no se adentra realmente a explicar el concepto por su definición económica, sino a analizar cómo la idea de engaño y explotación moldea relaciones sociales convertidas en transacciones comerciales cuando hay dinero de por medio, trasladado a situaciones tan cotidianas como banales. Habla, en esencia, de cómo llevamos la teoría del capital humano a nuestra vida diaria, describiendo el comportamiento egoísta como parte de la naturaleza humana, en donde la explotación del otro, el individualismo y el poco sentido de valoración o empatía predomina en las relaciones humanas en esta sociedad operando sobre transacciones rentables o redituables. La idea que subyace es que cada uno de los seres humanos busca siempre su beneficio personal y, por consiguiente, utiliza su capital humano, es decir, todos sus saberes, habilidades, mañas, encantos o afectos para abusar de las personas a su alrededor para su mejor beneficio.

Dirigida por Marc Meyers y escrita por Oren Moverman a partir de la novela homónima de Stephen Amidon, la cinta está protagonizada por Liev Schreiber, Marisa Tomei, Peter Sarsgaard, Maya Hawke, Alex Wolff, Betty Gabriel, Aasif Mandvi y Fred Hechinger. La narración se centra en dos familias, los Hagel y los Manning, de clases sociales opuestas y con valores, intereses, realidades y, sobre todo, prioridades muy distintas definidas en cierto grado por el estatus socioeconómico al que pertenecen, o al que anhelan pertenecer y reforzar toda vez que asumen el dinero (capital financiero) como sinónimo de estabilidad, felicidad y vitalidad para sobrevivir cómodamente, incluso con lujos, todo evidentemente motivado por la codicia y el egoísmo.

Drew Hagel es un agente de bienes raíces con mucha ambición pero poca habilidad para desempeñarse con éxito, tanto en su trabajo como en cualquier otro aspecto de su vida; apostador, divorciado con una segunda esposa embarazada y una hija adolescente, Shannon, a la que no comprende, Drew anhela una vida que no tiene porque la idea de exclusividad dentro de la división de clases sociales en la que vive lo margina, pero, al mismo tiempo, le muestra que eso que no tiene, es mejor. Su sueño es, pues, ser rico para vivir mejor. Cuando conoce por casualidad a Quint Manning, padre del novio de su hija, un inversionista con suficiente solvencia económica como para disfrutar de una vida llena de lujos y pocas preocupaciones, Drew ve el encuentro como una oportunidad para hacerse rico, según él, fácilmente, asumiendo que todo lo que Quint toca se convierte en oro y esto puede, por asociación, sucederle a él.

Quint, por cierto, ni siquiera sabe quién es Shannon y Drew mismo no es una persona que tenga  presente en su órbita social, pero al final, eso es lo de menos, cuando en lo práctico se trata de alguien que llega a su puerta interesado en invertir con él, en esencia porque esto se traduce en capital en movimiento o, lo que es lo mismo, la apariencia de movimiento de capital, que es a lo que Quint se dedica: fondos de inversión, la apuesta sofisticada para generar rendimiento a través de activos que juegan dentro de la inestabilidad del mercado, especulando con el comportamiento de precios y tasas de interés.

Esto significa que ganen o pierdan dinero sus socios, Quint siempre saca provecho de aquello que se maneja bajo su supervisión, ya que él es sólo un intermediario. Su rol funciona a su favor porque administra a distancia, aparentemente interesado en invertir con otros, pero en realidad sólo preocupado por servir sus propias prioridades. Es por eso que para Quint no importa en lo más mínimo quién sea Drew o cuál pueda o no ser la supuesta relación que hay entre sus hijos; al final lo que para Quint importa es el monto, mínimo de 300 mil dólares, que proporciona Drew para que él pueda disponer y administrar a su antojo.

La visión que tienen del negocio que hacen, de su relación directa o indirectamente personal y de la apuesta misma en la inversión es ampliamente distinta, en gran medida porque pertenecen a dos clases sociales opuestas que realmente no se apoyan, más bien se sirven de la función social de la otra. Es decir, a Quint no le interesa quién es Drew, le interesa su dinero, en cambio a Drew sí le interesa quién es Quint, asumiendo que conocerlo en persona le da una ventaja, como si se tratara de lealtad personal, estatus por asociación o exclusividad por correlación.

Lo que Drew no entiende es que, en cuestiones de dinero, todo es impersonal, distante y frío. No importa quién sea el otro, importa lo que éste aporta para que haya una ganancia de por medio; ¿qué me ofrece que pueda explotar a mi favor?, en lugar de ¿qué puedo ofrecerle yo? Lo curioso aquí es que ambos hombres creen que se aprovechan del otro, cegados en realidad por la ambición y su avaricia. Drew, por ejemplo, aspira a una vida de opulencia como la de los Manning y asume que la obtiene al rodearse de personas envueltas en riqueza, sin advertir que para los otros, él y su familia no son amigos, sino simples conocidos, a los que toleran por inercia, no porque haya aprecio. Específicamente, para Quint, Drew es un negocio, una fuente de explotación de capital, nada más; que Quint tenga o no éxito no implica que vaya a ser igual para el otro, al contrario, cada quien vela por sus propios intereses, no los de los demás.

Considerando que la inversión de Drew necesita ser respaldada por un capital que no tiene, miente en sus formularios y asegura tener más fondos de los que realmente puede sostener, hipotecando para ello en secreto su casa. La inversión eventualmente se desmorona, pero a diferencia de Drew, Quint no pierde, quienes pierden son sus inversores, en este caso un Drew que queda endeudado por una pérdida económica en la que había apostado todo su futuro, arriesgándolo todo por estatus y posición social. 

Para Quint, lo que Drew representa es un cheque más, riesgos colaterales en un mercado inestable y voluble. Si no pierde es porque no está apostando todo su dinero, lo hace con el de alguien más; se hace rico moviendo el capital de otros, que en estricto es la dinámica de las empresas financieras. Por eso aquí no hay lealtades ni amistad, más bien hay mercancías, productividad y capital humano. Quint sacrificaría lo que fuera con tal de no perder las comodidades de su posición social. Esa es la realidad del panorama capitalista actual, recibir sin dar, lucrando a partir de la desgracia de otros, porque para que alguien pueda ganar, alguien tiene que perder; y si para ganar hay que invertir en otros, cuando ellos pierden esto significa que hay que dejarlos caer, a su suerte. 

Los ricos se hacen más ricos sólo mientras los pobres se hagan más pobres. Sucede claramente en la película con la actitud distante y desinteresada de Quint hacia todo lo que no tiene que ver con una ventaja propia. También se hace presente en la actitud de su esposa Carrie, para quien lo que importa no son las personas sino los espacios, las cosas y la manera como otros pueden facilitar esto. Carrie quiere comprar un viejo teatro para hacerla sentir algo, para llenar los vacíos que hay en su vida, sorteando primero a quién necesita convencer, persuadir, manipular o utilizar para que esto suceda, por lo tanto, la gente en su entorno es sólo un medio para alcanzar lo que anhela. 

El común denominador aquí es que a nadie le importan las personas, sino lo que esas personas representan como entes, o capital humano, del que se puede sacar provecho. Padres que invierten en la mejor educación para sus hijos, no tanto interesados en su desarrollo intelectual, crítico o social, sino asumiéndolo como una inversión en la que se paga por el renombre de la institución que respalda su título. Esposos cuyos matrimonios no se sostienen en el afecto o aprecio mutuo, sino en lo que cada quien pueda aportar a la relación establecida como transacción. Incluso individuos para quienes sus empleados y conocidos son sólo un vehículo para alcanzar algo, sea un chofer, un abogado o el padre de la novia de su hijo.

Todo esto toma perspectiva cuando, durante una ceremonia escolar, un mesero es atropellado por el auto de uno de los asistentes, entiéndase, alguien del grupo privilegiado que asiste al evento. La pregunta, más allá de quién es el responsable, es cómo los implicados toman esta tragedia como punto de partida para beneficiarse con la información colateral relacionada. El afectado, que termina en el hospital, se vuelve lo menos relevante para un grupo de personas que, conociendo los hechos y los efectos implicados, los vuelve una mercancía, un activo con el cual negociar y del cual sacar el mayor beneficio posible.

Así sucede cuando Drew se entera que quien atropelló al mesero es Ian, un joven de clase media baja con sus propios antecedentes de ilegalidad, que además manejaba el auto de Jamie Manning como favor para Shannon, quien a su vez ayudaba a Jamie tras enterarse que éste estaba borracho y no podía conducir su propio auto. La cadena de favores entre los jóvenes se convierte en un juego de lealtades aparentemente inocentes y cimentadas en solidaridad y empatía, pero esto cambia cuando Shannon acepta reservarse la verdad para no implicar a Ian, quien está a punto de comenzar una nueva vida si tan sólo este error no saliera a la luz.

Su libertad, no obstante, está ligada a la privación de la libertad de alguien más, en este caso Jamie, quien es públicamente acusado por un crimen que no cometió. Ian cree que él tiene más que perder en comparación con Jamie, cuya clase acomodada podría darle el apoyo que necesita para librarse de cualquier repercusión o castigo. Ian también insiste que, de alguna manera, Jamie merece el castigo porque es un ajuste de cuentas simbólico dadas sus propias acciones incorrectas. ¿Hasta qué grado hay culpa responsable en las acciones de Jamie y qué tanto Ian también debe pagar por sus faltas? La ética está ausente en la conducta de los personajes, operan sólo bajo la lógica de su bienestar personal.

Cuando Drew se entera de la responsabilidad de Ian, lleva la información con los Manning, no por ética o responsabilidad social, sino como moneda de cambio, convertida en soborno, para recibir de vuelta la cantidad de dinero que perdió en la inversión con Quint. Todas estas relaciones son transacciones, muchas ligadas al dinero, la ganancia y la explotación, incluida la miseria humana como molde para el enriquecimiento personal. 

La narración habla además de la lucha de clases sociales y la explotación mutua que sucede entre estos grupos; no es que uno necesite del otro, es que uno no puede existir ni progresar sin la presencia del otro y viceversa. El rico sólo puede hacerse más rico mientras haya alguien a quien pueda comprar, utilizar, moldear, explotar o gestionar; de la misma manera, la clase media baja sólo se esfuerza porque aspira a un estatus y pierde toda su identidad en esta trampa aspiracional. ¿Quién es el capital humano aquí, viéndolo como el prójimo a quien se explota en beneficio propio?

Las clases bajas son explotadas por los más poderosos; riqueza y opulencia significan competir por tener más y las personas se ven mutuamente como un medio para escalar a más, porque esa es la estructura que el sistema impone como forma financiera de ganancia, basándose no sólo en el costo-beneficio sino también en el individuo como valor capital. ¿Qué tanto es este un sistema inhumano que disfraza de oportunidades y crecimiento la explotación humana? ¿Qué tanto, en ese sentido, el capital humano es la realidad diaria que implica aprovecharse de otros, manipularlos o desecharlos, porque ese es el eslabón para crecer? 

Si la sociedad aprende a valorar sólo la productividad del ser obligándole a demostrarla en el mercado, no nos estamos valorando como personas sino como objetos, máquinas, cosas, mercancía o dinero. Sin embargo, hay que entender que no somos dinero; toda actividad requiere un esfuerzo y ese esfuerzo merece ser recompensado, pero si productividad se traduce en generar ganancias para alguien más, esto, cabe decir, no tiene nada que ver con felicidad, realización o libertad, sino todo lo contrario, ya que usamos a otros para prosperar y sobrevivir, que es exactamente de lo que trata el concepto del capital humano. Ello, no está de más señalar, es trágicamente la dinámica más usual del posmoderno siglo XXI: explotación indistinta al máximo, sea hacia el prójimo o hacia uno mismo.

Ficha técnica: Capital humano - Human Capital 

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