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Christine (2016)

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

El sensacionalismo en los medios de comunicación incluye contenido catalogado como amarillista y de nota roja; es decir, noticias o sucesos de impacto o, mejor dicho, que produzcan emociones cargadas de adrenalina en la audiencia. Se trata, más que nada, de información polémica, usualmente sin trascendencia, más bien llamativa, escandalosa o con violencia explícita. Se sirve de causar inquietud y morbosidad, que sea provocativa, que parezca prohibida y, por eso mismo, la gente se acerque a mirar. Es más un espectáculo controversial y exagerado que material informativo crítico, porque su objetivo es claro: aumentar público, ventas y número de seguidores y usuarios.

¿En qué posición se ubica la ética periodística en todos estos escenarios? ¿Hasta dónde llegaría un medio, plataforma o persona, con tal de ganar audiencia y probar que tiene lo que necesario para alcanzar la cima? ¿En qué punto se traza la línea que divide el sensacionalismo provocador del contenido ofensivo, ilegal e inhumano? ¿Por qué los ratings se han vuelto la nueva obsesión y parecen más importantes que la responsabilidad social que medios y plataformas de entretenimiento tienen para con la gente? ¿Y qué impacto tiene todo esto, no sólo en aquellos que consumen este contenido, sino también en quienes lo crean?

Esto es parte de lo que se habla en la película Christine (EUA, 2016), dirigida por Antonio Campos, escrita por Craig Shilowich y protagonizada por Rebecca Hall, Michael C. Hall, Maria Dizzia, Tracy Letts, J. Smith-Cameron, Timothy Simons y John Cullum. Se trata de un relato fuerte pero relevante que abarca temas delicados pero importantes, por ejemplo, la depresión y la responsabilidad del contenido en los medios informativos. Específicamente se centra en la historia de vida, con su respectiva dramatización y libertades creativas, de la periodista estadounidense Christine Chubbuck, quien se suicidó durante un programa en vivo de televisión en 1974.

En la película hay dos factores importantes que tienen un eco vital para contextualizar la realidad que atravesaba Christine antes de su muerte; uno es su vida personal y el sentimiento de inferioridad que se evidenciaba en su actitud, tan inclinada a confrontar a otros y a menospreciarse a sí misma. Lo segundo, tiene que ver con el cambio social que se atravesaba en el mundo y las consecuencias directas en su lugar de trabajo: una cadena de televisión que se preguntaba cómo atraer al espectador con contenido manipulado, por encima de ofrecer un trabajo de calidad y relevancia, todo en nombre de la competitiva oferta y demanda, así como la ganancia financiera implícita para los dueños de los medios de producción, en este caso de comunicación, en proceso además de expansión gracias a las nuevas tecnologías.

Como se presenta en la narración, la salud mental de Chubbuck estaba marcada por una apremiante sensación de presión, ansiedad y soledad. Sentía que todo y todos avanzaban, menos ella, incluyendo su familia y compañeros de trabajo, lo que la llevaba a una frustración frecuente que derivaba en aislamiento y trato brusco. Ello impactaba no sólo en su carácter, sino también en la percepción tan duramente crítica que tenía de sí misma, resultando en una falta de amor propio y severa auto-invalidación, que disimulaba haciéndolo parecer arrogancia y auto-preservación. 

Constantemente a la defensiva y en conflicto con aquellos a su alrededor [no porque no quisiera hacer amigos sino porque no sabía bien cómo relacionarse con otros], presa de baja autoestima y la recurrente autocrítica hostil como resultado de sus inseguridades, la forma en que Christine se percibía era tan negativa e hiriente que llevaba a un camino rápido y solitario de autodestrucción. Este contexto sirve para reflexionar y entender cómo una persona sensible, emocionalmente inestable y en tal grado de vulnerabilidad, puede rápidamente ser consumida por las presiones de su entorno, en un mundo donde crece la explotación de la violencia como forma de entretenimiento y la sociedad del espectáculo se instala con tal facilidad que acelera la alienación.

Chubbuck es dedicada en su trabajo, realiza su labor con habilidad y es reconocida por su aporte periodístico, no obstante, nunca deja de competir por el mejor reportaje en una búsqueda incansable por la validación de los demás. Está convencida que su profesionalidad hablará por sí sola, pero esto cambia cuando indirectamente se les dice a todos que ser el mejor ya no se trata de hacer el mejor trabajo, sino de traer a la mesa aquello que funcione más redituablemente para lo que preocupa en ese momento a los dueños: los ratings.

Los índices de audiencia, explica su jefe, se están volviendo cada vez más relevantes en el competitivo ambiente de los medios masivos de comunicación, información y entretenimiento. Esto lleva a que el contenido sustancial sea reemplazado por uno sensacionalista y banal, más violento, sangriento, agresivo y explícito. “Si sangra, es lo principal”, alega su jefe, refiriéndose  no sólo a que es lo más importante, sino que se convertirá en la nota con que arranca el noticiero, una meta que todos anhelan: la autoría del reportaje en primera plana. Historias ‘más jugosas’, se les exige, no forzosamente más sangrientas, pero sí más controversiales, escandalosas, atrevidas y tendenciosas. 

El enfoque del noticiero pasa de recopilar y compartir contenido con calidad humana, tratamiento socialmente relevante y responsable con su comunidad, a reproducir más que nada imágenes y escenas que sean gráfica y emocionalmente crudas e inquietantes. Eso es lo que vende, eso es lo que quiere ver la gente, insiste su jefe; por ende, eso es lo que tienen que incluir en sus programas si quieren mantenerse a flote, no sólo a la par de sus competidores, también respecto a aquel nuevo periodismo orientado a entretener, distraer y quebrantar a las masas.

¿En qué momento los accidentes, las tragedias y la invasión a la privacidad se volvieron un espectáculo mediático aceptado? Quizá cuando el capital dictó que era más importante ganar explotando, manipulando y enajenando a su espectador, que proveyendo contenido que le aporte algo significativo, en lugar de polémico y trivial. 

Ante esto, otra pregunta todavía más relevante es, ¿quienes crean este tipo de contenido, se sienten obligados a hacerlo? Para Christine, para su jefe y la cadena televisiva en que trabajan, parece que la respuesta es sí. O se unen a la tendencia del momento o quedan olvidados, desplazados o enterrados en el pasado, sustituidos por aquellos con material más novedoso, moderno y atractivo, dispuestos a crecer mediante amarillismo, la polémica y lo efímero.

Para Christine, su conflicto interno se alimenta de su anhelo por demostrar su valía, especialmente queriendo impresionar a un compañero de trabajo del que se siente atraída y, al mismo tiempo, en lucha por conseguir una oportunidad laboral, toda vez que el dueño de la televisora está buscando talento para su nueva cadena local entre el personal ya contratado. En concreto, si Christine no se alinea con lo que le están pidiendo, corre el riesgo de ser superada por alguien que sí lo haga. Defiende sus ideales luchando a contracorriente y en lugar de reconocerle que está bien cuestionar el orden establecido, se le califica como problemática por hacerlo. Lo curioso es que sí lo es, en parte por su carácter adusto y poco accesible, pero también porque acertadamente se niega a cumplir con lo que se espera de ella, o de cualquier otro en su posición, acatar sin dudar ni quejarse.

Este nuevo discurso mediático, más pervertido y ruidoso, le da un giro a su vida y no de una forma positiva. Sus reportajes se centraban en historias optimistas y hechos informativos culturalmente enriquecedores y analíticamente destacables. Ahora le piden dejar esto de lado para perseguir retratos caricaturescos, cómicos en el mejor de los casos, o sangrientos y trágicos en el peor. Comienza a investigar temas de violencia, armas y drogadicción, pero no para informar críticamente, sino para abordar desde una mirada más impactante, indignante y pervertida. Cuando cubre, por ejemplo, un incendio, su primer instinto es recoger el relato de quien lo vivió. La respuesta de su jefe es que ella carece del toque actual que se le está pidiendo, pues habría sido más ‘jugoso’ ver las imágenes del fuego y la destrucción que causó, que escuchar a una persona recordar este mismo hecho. 

Lo que ello da a entender a Christine es que, entre más sangriento, despiadado, agresivo, brutal e inquietante, mejor. Esta realidad no sólo persiste, sino que sigue creciendo y se continúa explotando, sin considerar las consecuencias que tiene en una comunidad cada vez más insensible y distante para con el prójimo, porque se ha acostumbrado a ver con naturalidad la violencia y el odio como formas de entretenimiento.

El impacto negativo del contenido sensacionalista puede evidenciarse en la desvergonzada invasión que hay a la privacidad, el aumento en las tasas de criminalidad, la inhabilidad de ciertas personas por entender hasta dónde llegan las consecuencias de sus actos, de diferenciar entre broma e ilegalidad y en los altos índices de depresión, ansiedad y conflictos interpersonales. Cuando los medios masivos reproducen este contenido controversial lo validan; el resultado son individuos que hacen lo que sea por imitarlo, para quienes un acto violento es un juego, un reto viral es un clic extra en su publicación y una foto o imagen explícitamente gráfica es algo divertido que puede ganarles fama pasajera.

En el caso de Christine, la tragedia no es que no entienda las consecuencias, sino que lo hace y esto la decepciona hasta tocar fondo. No es simplemente que ahora cada vez más gente sólo responda a la nota roja y al escándalo, es que esto la ha llevado a perderse en su propia desilusión, tanto del periodismo, su profesión, como su lugar en él y en el mundo; una realidad de la que Christine no es la única víctima.

“Siguiendo la política del Canal 40 de ofrecerles lo último en sangre y tripas, y en vivo color, van a ver otra primicia: un intento de suicidio”, dijo Chubbuck en la vida real antes de disparar el gatillo. Su actuar es radical y la película no intenta justificar su decisión, sino entender de dónde viene y el papel que la era moderna, especialmente del periodismo y el entretenimiento de masas, juegan en ello. Para algunos el acto de quitarse la vida también puede ser visto, al menos en parte, como una respuesta, una crítica, a ese sensacionalismo que vio tomar el control tanto de los medios masivos como de la realidad social.

Habría que plantearse por qué, como colectivo, vemos, compartimos y consumimos este tipo de relatos e historias; por qué las noticias, y ahora en la era digital, las plataformas en internet y las redes sociales, están tan marcadas por la violencia, la controversia y la ofensa. También hay que plantearse en qué posición coloca esto a aquellos que tienen que pensar, planear, recopilar, investigar, construir, organizar y crear este contenido. Personas que filman o se filman acercándose lo más posible al peligro, que lo provocan o que lo reproducen con tal de aumentar su audiencia. Periodistas y ahora creadores de contenido empujados a caer en el contenido banal, alborotador, controversial, a veces falso, a veces tergiversado, que pone muchas veces en entredicho sus propias convicciones, afectando incluso su propia salud mental.

A veces por más que una persona quiera mantenerse firme en su propia ética, el mundo a su alrededor no se lo permite. Para Christine esa era la realidad y su actuar final es resultado de la deshumanización mediática. Su muerte es ejemplo de en qué puede derivar el sensacionalismo convertido en normalidad: una mujer a quien no se le brindó la ayuda que necesitaba, quien respondió dándole a los medios exactamente lo que exigían de ella, contenido impactante que atrajera miradas. El sistema falla cuando es incapaz de apoyarla para superar sus dificultades personales, y luego lo vuelve a hacer cuando la envuelve obligatoriamente en un amarillismo centrado en el consumismo. 

La nota roja, el chisme, la información falsa o poco objetiva, la realidad distorsionada y los recursos visuales sin filtro ético o moral, no se preocupan por el daño que hacen, aquellos a quienes exponen o las personas que lo consumen. Su meta es la atención del público y generalmente se cruzan líneas legales, incurriendo en irresponsabilidad social. La televisión (y por extensión todo contenido mediático y digital) ya no es sincera ni real, es alienante y simulada, mientras que el medio informativo ya no responde a una calidad periodística, sino a la mercantil y comercial.

Aunque parezca obligado, necesario e importante condenar, señalar y desaprobar esta verdad, lo cierto es que también retrata y evidencia el panorama moral actual, en crisis porque indica una falta de valores y demuestra la facilidad con que se cae en la crueldad, la superficialidad por encima de la integridad, la morbosidad por encima del respeto, así como el consumismo y la ganancia que monetiza a partir de la explotación de la miseria humana, la humillación, la exageración y la exposición forzada. Finalmente los medios de comunicación son reflejo y espejo de su sociedad. Todo aquello que vemos y consumimos, sobre todo como colectivo: el programa con más audiencia, la personalidad en redes con más seguidores, el contenido viral con más reproducciones, etcétera, demuestra exactamente quiénes somos, en qué creemos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Ficha técnica: Christine 

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