“La verdadera belleza está en la capacidad de ver más allá de lo que tus ojos te permiten”
Saramago José. Ensayo sobre la ceguera
Estás en Buenos Aires, en Palermo, entras en el recinto; se trata de un espectáculo que se llama cena gourmet, en un teatro para ciegos, donde la oscuridad es total, como aquella que experimentaste en una caverna a 150 metros debajo de una montaña en Chiapas, México.
En la entrada te ponen un brazalete verde, tu distintivo vegetariano. La organización toma en cuenta a las personas que no comemos carne, sabe cuántos somos y nos acomoda para que al entrar y tomar asiento quedemos frente al platillo que nos corresponde de acuerdo a nuestros hábitos o convicciones; la logística es magnífica.
Un muchacho ciego en sus 30s nos explica que en unos momentos entraremos en su mundo de percepción, uno donde el sentido de la vista no está invitado. Nos explica que al llegar a nuestra mesa estará nuestra cena servida en un plato rectangular; es un platillo que se degusta en seis etapas. Nos pide comenzar por la izquierda y así sucesivamente hasta llegar al postre que está en la extrema derecha.
Comienzan a formar a los asistentes en filas de 10, donde cada uno toma con sus dos manos los hombros de la persona de adelante y el primero toma las manos del muchacho, siguiéndolo. Nos pide apagar los teléfonos celulares; cualquier atisbo de luz o sonido arruinaría la experiencia, la nuestra y la de los otros.
Es tu turno, eres el primero de la fila, tomas las manos cálidas del ciego que en ese momento se vuelve tu guía, sientes sobre tus hombros las manos delgadas y firmes de una mujer dispuesta a seguirte en una circunstancia inusual rumbo a la más completa oscuridad. El guía dice con voz tranquila que el piso está libre de obstáculos, que podemos caminar con los ojos abiertos o cerrados, como nos sintamos más seguros. Pasamos por un espacio atravesando dos o tres pesadas cortinas que tienen por función evitar la incursión de la luz. Nos detenemos, el muchacho nos dice que hemos llegado a nuestra mesa, nos pide que nos sentemos y que no nos levantemos hasta que termine la experiencia. La mujer que te sigue se sienta a tu lado; la escena te hace recordar aquella novela de Saramago donde la ceguera se expande como un virus y la falta del sentido de la vista cambia profundamente el comportamiento colectivo y las reglas de convivencia.
Estás sentado en un borde de la mesa, calculas que es una rectangular de 10 personas, 5 frente a otras 5; la oscuridad es total, no importa si tus ojos están abiertos o cerrados, tu sentido de la vista ha sido anulado. Tu sistema responde; casi en automático, el resto de tus sentidos buscan tomar consciencia de la nueva situación. Te han dicho que frente a tu plato hay dos copas, una a la derecha, otra a la izquierda y en medio una botella de agua. Extiendes tus manos con cuidado, identificas el plato, la botella de agua y las copas. A partir de ese momento es como si hubieras grabado milimétricamente las coordenadas de posición de estos objetos en el espacio disponible frente a ti. Tomas la copa de la izquierda, abres la botella y la llenas, usas la punta del índice para saber cuándo parar.
Comienzas a comer, no hay cubiertos, todo está preparado para utilizar las manos. Hay unas pequeñas bolitas, como albóndigas, que calculas pueden ser de lentejas con alguna cremita que llevas a tu boca. Nunca has sido una persona que se distinga por identificar los sabores; el chile te ha arruinado el sentido del gusto, diría tu mujer. El llevar solo la información de los sentidos del tacto y del gusto a tu cerebro no es suficiente para identificar al platillo. La experiencia es extraña, pero deliciosa.
Empieza la obra: los actores en sus personajes, el pianista, la cantante, los sonidos que se fabrican visten y dan color a la pieza, como aquellas viejas novelas de la radio que escuchaban los más viejos. La historia también está llena de olores; en cierto momento la lluvia te salpica, toda la creatividad de la producción estimulando tus cuatro sentidos. En un momento alguien toca tu hombro derecho y te ofrece vino; te decides por el blanco, es magnífico.
Son muchos los débiles visuales que trabajan aquí; es una maravilla que alguien haya tenido la visión de ofrecer una salida laboral digna a todos estos hombres y mujeres. La cartelera ofrece diversos espectáculos, lo cual te da una idea de que siempre tienen gente; lo celebras.
Estás contento, con la música comienzas a moverte, los brazos, la cabeza, con todo y las limitaciones del espacio realizas los movimientos más inverosímiles; la certeza de que no eres observado y, por lo tanto, juzgado, es un potente desinhibidor. Estás degustando la etapa tres de la cena.
En uno de esos movimientos experimentales, chocas con la mujer de tu diestra, te disculpas mientras extiendes tus manos hacia ella, en respuesta te encuentras con sus manos también. Fue extraño, como si nuestros sistemas se hubieran coordinado para encontrarse en el momento y espacio justos.
Desde ese momento los argumentos de la obra, junto con el magistral trabajo de músicos y actores, pasa a un segundo plano; ahora tus sentidos están atentos a la mujer de tu derecha, a esa que decidió seguirte en una circunstancia inusual. En medio de los olores inducidos por la producción, distingues el de ella, sutil, discreto; también percibes el roce de su falda en tu pierna derecha a través de tu pantalón. Extiendes tu mano un poco sobre la mesa hasta rozar la de ella; no la retira. Tú te mantienes firme; el disfraz de contacto accidental se manifestó finalmente como un acto premeditado.
Después de esa exitosa incursión, ahora apoyas tu mano sobre su muslo izquierdo; solo la suave tela de su falda separa las pieles. En respuesta percibes como se tensa su pierna y nada más, ninguna otra señal que desanimara tu osadía. En la oscuridad se firman acuerdos. Mueves lentamente tus dedos para deslizarlos bajo su falda. Recuerdas a Joaquín Sabina; tu sentido del tacto es en ese momento el más poderoso, el más importante, las puertas de la percepción: ahora recuerdas a Jim Morrison.
Todo tu ser intenta decodificar esas señales de origen táctil para convertirlo en temperaturas, colores, texturas, en tu viaje por esas largas piernas encuentras múltiples cicatrices, sutiles pero seguramente llenas de historias que estás dispuesto a descubrir, tus manos son fuente de sensaciones, te concentras en los detalles para después convertirlos en palabras que refrenden tu memoria. Tus caricias fueron tímidas al principio, como cuando tenías 16, ahora son resueltas y decididas, seguras de su poderío, dejan sentir su peso en precisos centros nerviosos, teniendo como cómplice a la más absoluta oscuridad…