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El encuentro

César Garza

“La identidad se descubre en el espejo del otro”

Octavio Paz

Estás en Mashuuru, condado de Kajiado en Kenia, te encuentras trabajando en una escuela de niñas que sueñan con un futuro mejor, en una cultura que, hasta hace muy poco, ha abierto espacios educativos para brindar esa posibilidad. Muchas de ellas, terminando su paso por esta escuela regresarán a la familia, ya están prometidas a un hombre mayor a cambio de algunas vacas, otras, las menos, seguirán estudiando y tal vez alguna, a pesar de las circunstancias, logre salir.

Sales a caminar, buscas comprar una pintura que se necesita, me gusta hacer eso, caminar los pueblos, las ciudades, las montañas, es la mejor manera de conocer los espacios y sus pequeños pero múltiples secretos. Descubres tiendas donde se venden mercancías de todo tipo, esas tiendas rurales que tienen todo lo que la comunidad necesita y que también existen en tu México, esas que eran más frecuentes antes de que llegaran los supermercados. 

Carnicerías, ferreterías, frutas y verduras salen a tu paso, las personas te ven y te siguen con la mirada, un extranjero siempre llama la atención, hay muchos niños, sonríes, solo necesitas levantar la mano para que todos y cada uno de ellos te muestre su sonrisa mientras agitan una o ambas manos saludando, eso solo lo has visto hasta ahora en África, donde el miedo a los extraños aún no ha sido implantado.

Tres enormes bueyes están descansando a un lado del camino de esa calle donde se concentran los comercios, están a la venta.

Un grupo de mujeres con sus hijos caminan delante de ti, observas su ropa, los colores son la constante en estas latitudes, transgresores de cualquier pasarela de modas occidental, en sus formas, en sus tonos, en sus combinaciones.

Consigues la pintura que andas buscando, emprendes el regreso a casa, el sol pega duro, aunque estás acostumbrado a caminar bajo su fuerza, decides descansar a un lado de una cancha de futbol, te sientas en una piedra a la sombra de un árbol, cierras los ojos; si la paz fuera parte de los gases que componen el aire, aquí y ahora, este aire tendría una alta concentración de ella, escuchas los sonidos de las aves.

Despiertas, te están esperando con la pintura, piensas, te incorporas y caminas atravesando esa cancha de futbol que se llena por las tardes, en un continente dónde este deporte ha alcanzado enorme popularidad y dónde al menos todos los varones saben del Real Madrid, del Chelsea, de la Roma y todos aquellos grandes equipos que la vieja Europa ha gestado y donde muchos africanos juegan ahora.

En tu camino de regreso observas como un hombre se dirige a ti, es una persona mayor de la tribu maasai, se planta ante ti, lo saludas en inglés, él te responde en suajili, extiende su mano y te toca la cabeza sonriendo, como si te bendijera; recuerdas entonces que el paliacate que cubre tu cráneo es cuadriculada en rojo y negro, una tela que es bastante común en las shúkàs de esta tribu, sonríes, le extiendes tu mano derecha, suelta tu cabeza y te saluda, después ambos cobijamos ese saludo con nuestras manos izquierdas de modo que se vuelve más poderoso.

Los dos sonreímos, nos observamos, no se necesitan los códigos del idioma para comunicar lo importante, observas sus pómulos y la cicatrices que caracterizan a esta tribu, los lóbulos de sus orejas con enormes perforaciones, las marcas que en su rostro han dejado el tiempo, el sol y el campo, debe andar en sus setentas, un poco mayor que tú, supones que el también intenta descifrarte.

Su mirada es clara, serena, profunda, intentas estar a la altura, le cuentas con la fuerza del pensamiento que vienes de México, tierra de grandes hombres y mujeres, tierra de hermosas montañas, valles, ríos y océanos, le describes la comida, los tacos, el huevito con chile, los frijolitos, le dices que eres hijo del maíz, que tus dioses eran aztecas, mayas, olmecas, que al final todos se volvieron uno y que lo ves todos los días en las manifestaciones de la naturaleza y de la humanidad, como ahora. 

Percibes cómo otras personas que pasan alrededor nos observan, ninguno interrumpe, somos inamovibles estatuas, somos el encuentro de dos hombres, de dos culturas, que se respetan, que aprecian el haberse encontrado, que disfrutan la conexión que brinda un honesto saludo, que nos recuerda que, al margen de todos los ruidos y distorsiones contemporáneas, la humanidad es hermosa, cuando se manifiesta.

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