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El gran showman

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Un circo es un espectáculo cuyo objetivo es el entretenimiento del público. La pregunta es, conforme pasa el tiempo y la realidad cambia, cómo define la sociedad el concepto de espectáculo y qué es lo que entretiene actualmente a las personas. No es lo mismo una puesta en escena basada en la comedia que en la danza, el desempeño atlético, la teatralidad o la música, ni es lo mismo un show que reta la mente a uno que la aliena. 

La representación artística es una cualidad básica del circo tradicional, sin embargo, esta afirmación no siempre se siente cierta para toda interpretación, especialmente cuando pasa de ser un despliegue de habilidad, capacidad y destreza humana, a una exhibición que invite al morbo y provoque inquietud porque eso es lo que divierte a las masas y a lo que se le puede sacar provecho para vender más. Este es el ambiente social en que se desarrolla la película El gran showman (EUA, 2017), escrita por Michael Arndt, Jenny Bicks y Bill Condon, dirigida por Michael Gracey y protagonizada por Hugh Jackman, Zac Efron, Michelle Williams, Rebecca Ferguson, Zendaya, Keala Settle y Sam Humphrey. La narración se centra, basándose parcialmente en su vida, en P. T. Barnum, empresario estadounidense conocido por sus negocios en el mundo del espectáculo, específicamente el escenario circense.

Como narra la cinta, nacido en un entorno de pobreza, relegado, despreciado e incluso humillado por su condición socioeconómica, Barnum se concentra en construir su propio camino de éxito, sobre todo una vez que se casa e inicia una familia con Charity Hallett, una joven que creció en la opulencia pero que elije quedarse a su lado en busca de felicidad, despreciando lujos y riquezas. Tras probar suerte en algunos empleos temporales como comerciante, Barnum eventualmente abre un museo lleno de curiosidades, creyendo que esto atraerá gente, pero cuando no funciona, le da un giro a su negocio reclutando a personas únicas, algunas con enfermedades o deformidades, otras con habilidades poco comunes que inmediatamente llaman la atención del público. 

El museo de Barnum, después denominado circo, es un lugar que acepta y acoge a individuos rechazados por la sociedad, colocados en un escenario que pone en lo más alto a las personas que normalmente no volteamos a ver, minorías que no suelen tener ni voz ni voto, por mucho que tengan todo el derecho a ser vistas, valoradas, incluidas y celebradas. Sin embargo, de alguna manera el circo en sí expone a sus integrantes de una forma que llega a sentirse denigrante y humillante. 

El discurso del empresario es que la puesta en escena los valida, ya que significa abrazar con orgullo quiénes son y cómo son. Es una celebración, según Barnum, de la diversidad humana, por eso no busca esconder sus particularidades sino mostrarlas con la cabeza en alto.  Pese a ello, en el fondo se trata de ponerlos en la mira de la opinión pública precisamente porque esas características que los hacen diferentes invitan a una curiosidad insana, enfermiza, más morbosa que solidaria. 

“La gente no quiere admitirlo, pero están fascinados con lo exótico y lo macabro. Es por eso por lo que lo miramos fijamente”, explica Barnum al presentar la propuesta de su espectáculo, consciente de que la persona promedio no se acercará al circo para aplaudir a los artistas, sino para mirarlos fijamente; consciente también de que si su circo de curiosidades, después convertidas en ‘curiosidades vivientes’ tiene éxito, no es sólo porque funcione por la vistosidad con que está revestido su espectáculo, sino porque las personas disfrutan de lo grotesco. 

“Estoy planeando un espectáculo y necesito una estrella”, le dice a uno de los hombres que recluta, quien ha nacido con enanismo. “Quiere que todos se rían de mí”, contesta él. “De todos modos se están riendo, así que más vale que te paguen”, indica Barnum. Su lógica en cierto sentido parece correcta, práctica e incluso noble, pues lo ve desde una perspectiva positiva, no negativa: ‘eres quien eres y la gente siempre va a mirar, o criticar, o comentar, sobre todo si eres diferente, por eso es mejor aceptarlo y celebrar aquello que nos hace únicos’. 

El mensaje parece inspirador porque invita a la autoaceptación y este es el estandarte que la película ondea como principal reflexión, una que importa porque es potente: las críticas hay que tomarlas desde la perspectiva constructiva, dejando que la hostilidad y el desprecio se resbalen, con confianza en uno mismo y viendo el peor escenario con optimismo para sacar algo bueno de él. En el caso de los personajes exhibidos, dejar de avergonzarse y esconder aquello por lo que la gente los aparta, para valorarlo como una ventaja; un mensaje importante ayer, hoy y mañana, relevante para cualquier persona, sin excepciones ni exclusiones.

No obstante, en el contexto de la película, recordando quién es su personaje principal, este discurso tiene escondida una doble cara que es importante reconocer, una que refleja una realidad reprochable, reprobable, pues Barnum explota a otros, los humilla para ganar un beneficio y se aprovecha del sensacionalismo al convertir en espectáculo el desprecio y menosprecio humano, haciéndose rico con el trabajo de otros, lanzados al vilipendio social sin mirar las consecuencias por la discriminación, rechazo, menosprecio, marginación y agresión que sufren. 

Así que no hay mucho valor ético en lo que Barnum hace. No trata a estas personas como iguales, las celebra a conveniencia, sabiendo que lo importante no es que estén ahí sino qué tanto se hable de ellas, bien o mal no importa, mientras atraiga espectadores. No les respeta más allá de lo que su presencia pueda valer para él como fuente de ganancias; son un instrumento para su negocio y se mantiene a su lado mientras le conviene, dándoles la espalda cuando ya no son útiles para capitalizar con ellos.

Esto se hace más que evidente conforme Barnum intenta construir un imperio propio como empresario, dejándose llevar por la avaricia y la ambición, hasta actuar exactamente igual que aquellos que rechazan el circo, calificándolo como una distracción burda y sin clase, espectáculo que sólo puede estar destinado a un público con las mismas características; distinción elitista que descalifica al sector trabajador, que constituye la mayor parte de su público, calificándolos como personas simples, insignificantes y poco educadas.

Tal realidad, presente en el mundo del entretenimiento y la mercadotecnia, persiste hasta la actualidad: la diferenciación de contenido elegida según contexto y clase social, en donde el espectáculo para las masas no es el mismo que el destinado a la élite. Si bien el entretenimiento masivo se llama así porque una característica que le distingue es que va dirigido a una gran cantidad de público, también se asume como un contenido simple y banal para que la audiencia pueda fácilmente consumirlo. Contenido que además busca una respuesta emocional más que intelectual, 

El proyecto de Barnum apela a esta realidad, sus artistas son personajes fuera de lo normal para sorprender y maravillar, pero, para conseguir el efecto deseado recurre al engaño. Es decir, para Barnum no importa tanto que sus empleados tengan talento o no, sino el efecto que su imagen exterior tiene en el espectador, contratando por eso a personas únicas, ‘diferentes’, con enanismo, obesidad, enfermedades de la piel, deformidades y otras muchas condiciones similares. 

Si bien el show poco a poco parece atraer a más aliados que curiosos, las ganancias apenas les permiten vivir y reina un halo de desaprobación y críticas de parte de ciertos sectores de la población, que organizan protestas violentas para reclamar que se trata de un ‘espectáculo del horror’, indecente, según califican. Perspectiva que al mismo tiempo refleja el sentir y pensar intolerante de una sociedad indiferente e ignorante respecto a sus semejantes, que discrimina y rechaza al diferente por el simple hecho de no entenderlo, ni querer hacerlo.

Curiosamente, pese a que Barnum inicialmente condena la actitud hiriente de sus detractores, con el tiempo cae en un actuar similar, cuando ya no se conforma con su papel pionero en el espectáculo para las masas y más bien reniega de él, hasta darle la espalda para centrarse en una audiencia más exclusiva, la de la aristocracia. Cree que esto lo validará y hace todo por sacudirse el rol que tenía como maestro de ceremonias de un ‘circo de fenómenos’, nombre que se le da a un espectáculo que presenta como entretenimiento a personas con características físicas extrañas, excepcionales y grotescas.

De la noche a la mañana abandona a estas personas que había defendido en nombre de la aceptación, por los aplausos que asegura con la fama y el prestigio de una reconocida cantante de ópera que se mueve en círculos sociales más privilegiados al desempeñarse en un arte más reconocido y aceptado como artístico.  Su mirada y anhelos se elevan, empeñándose en contratar a Jenny Lind (cantante sueca, conocida en la vida real como El Ruiseñor Sueco) con quien cruza camino por casualidad, para gestionar y administrar para ella una serie de conciertos por Estados Unidos. “Las personas van a mi espectáculo por el placer de ser engañadas. Por una vez, quiero darles algo real”, le dice Barnum a Lind.

Siempre acusado de que lo que presenta es una farsa, algo vacío, vulgar y trivial, en cierto sentido porque así es como Barnum lo promueve, exhibiendo fantasías, invenciones y personas irreales a fin de provocar un interés malsano, el empresario ya no se ve como otro miembro del circo, sino como el astuto jefe que mueve los hilos. Su actitud se vuelve arrogante, su orgullo petulante. Quiere más porque con riqueza puede dejar atrás la pobreza que le atormenta y con aplausos puede callar a aquellos que dudaron de él o se burlaron de sus ideas. Barnum quiere elogios y ovaciones para inflar su ego. Quiere que la gente le alabe para sentirse bien consigo mismo, el problema es que no tiene escrúpulos ni repara en pisotear a quienquiera que se ponga en su camino.

“No hace falta que todo el mundo te quiera. Basta con unas cuantas buenas personas”, le dice Charity a su esposo, para indicarle cómo es que parece que nunca nada será suficiente para hacerlo feliz, cuando ella y sus hijas deberían ser lo único necesario para que esto suceda. Barnum quiere fama, dinero y privilegios, porque disfruta con poder presumirlo y  echarlo en cara a los padres de Charity.

“Es difícil comprender la riqueza y los privilegios cuando naces con ellos”, señala Lind, algo relevante dado que la cinta habla en varias formas y momentos de las diferentes vidas que llevan las dos clases sociales que imperan. Barnum sabe que su posición en la escala no trae consigo oportunidades y cree que, además de tener que construirlas, debe hacerlo a cualquier precio. Charity ve las cosas desde una perspectiva diferente, muy contraria a la de él, porque nació y creció entre los círculos más pudientes, habiendo experimentado lo que es una vida con soltura y sin las preocupaciones que la falta de dinero trae consigo. Phillip Carlyle, por su parte, quien se convierte en socio de Barnum, lo vive también cuando, siendo miembro de la aristocracia, es criticado y señalado por comenzar una relación romántica con una de las integrantes del circo, una acróbata. El rechazo hacia la pareja nace en un pensamiento conservador de un grupo social, donde se encuentran por cierto sus padres, que separa a los pudientes de los trabajadores, precisamente por su procedencia socioeconómica.

Es un mundo de dos caras e, irónicamente, la cinta es exactamente igual, una especie de falsedad bien disimulada, pues si bien cuenta con reflexiones relevantes envueltas en un relato musical dinámico, efervescente y emocionante, también tiene el problema de exaltar las acciones de un hombre que finge solidaridad y empatía, cuando en el fondo lo hace por ambición y egoísmo. 

En lo positivo, algunas frases notables que se comparten con el espectador son: “Toma el mundo y redefínelo”. “Todos somos especiales y nadie es igual a nadie”. “Para hacer algo nuevo hay que romper con lo convencional”. “Nadie nunca ha marcado la diferencia siendo como los demás”. “Todo empieza con un sueño, pero solo se hace realidad con trabajo”. 

Por otro lado, suena extraño hacerle tanta algarabía a un personaje tan problemático como Barnum, alguien que se aprovechó de la controversia para prosperar, que desdeñó a la crítica y los medios de comunicación simplemente por no estar alineados con sus ideas, que se sirvió del trabajo y explotación de otros, que profesó que cualquier publicidad es buena publicidad y, por eso, su atención no estaba exclusivamente fijada en el espectáculo que producía sino en cómo lo promovía; la imagen antes que la esencia. Alguien que supo cómo capitalizar a partir de la miseria humana y que vilmente encontró la mejor forma de exprimir un recurso hasta drenarlo en aras de su mejor rendimiento.

Curioso es, por cierto, que el efecto Barnum haya sido nombrado así en su honor. También conocido como "efecto Forer", por el psicólogo Bertram Forer quien lo estudió. Se refiere al fenómeno psicológico de aceptar descripciones vagas o generales como si fueran propias y personalizadas. Forer lo llamó ‘falacia de la validación personal’, porque es creer que afirmaciones que en realidad pueden describir a cualquiera, están dirigidas específicamente a alguien, como sucede, por ejemplo, en horóscopos, adivinación, lecturas de cartas o ciertos tests de personalidad. 

La relación con Barnum viene de sus conocidos engaños al hacer creer a sus espectadores que algo iba directamente dirigido a ellos, cuando en realidad eran sólo trucos, una farsa que las personas elegían creer. “La gente viene a mi show por el placer de ser engañada”, dice el empresario en un punto de la película y, para conseguirlo, sólo se necesita un poco de pericia, persuasión y maña; manipulación de las emociones, proclama la mercadotecnia. En retrospectiva, el problema no siempre es el engaño mismo (los trucos de magia no son particularmente hirientes ni el narrador poco confiable es un recurso literario al que se le tenga que rechazar, por mencionar dos ejemplos prácticos), sino quién y por qué se orquesta el engaño. En el mundo de competencia capitalista, el más abusivo y manipulador es quien triunfa, y eso ni una película musical y vistosa puede encubrir, aunque muchos espectadores tampoco lo perciban. 

Ficha técnica: El gran showman - The Greatest Showman 

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