
Todas las decisiones tienen consecuencias, así como toda acción siempre tiene una reacción, incluso si ésta es imperceptible o no es evidente a simple vista. El problema con el efecto dominó (reacción en cadena) es que fácilmente puede teñirse de irresponsabilidad, dada la sensación de que algo no tiene ningún tipo de repercusión porque no se ve o se es testigo de ella. Este anonimato no sólo resulta en indiferencia sino también en la individualidad, dañando dinámicas sociales, primero casi imperceptiblemente, luego de forma más marcada.
La ética como principio o valor humano parte en cierto sentido de entender que el individuo vive en sociedad, que lo que hace o no hace tiene eco en la gente a su alrededor y que la responsabilidad moral mucho tiene que ver con reflexionar y apreciar normas y valores, pero sobre todo, con sopesar cómo estas van moldeando el comportamiento humano y la convivencia entre grupos.
La película La caja (EUA, 2009) habla de compromiso social, preguntando qué tan lejos llegaría una persona con tal de asegurar su bienestar, incluso si, potencialmente, sólo puede conseguirlo a expensas de los demás. Escrita y dirigida por Richard Kelly a partir de un cuento corto de Richard Matheson, la cinta está protagonizada por Cameron Diaz, James Marsden y Frank Langella.
Ambientada en 1976, la historia sigue a Norma y Arthur Lewis, una pareja que atraviesa algunos reveses económicos, que recibe la visita de un extraño, Arlington Steward, un hombre que les presenta una caja con un botón rojo. De presionarlo en un lapso de 24 horas, los Lewis recibirán un millón de dólares, sin embargo, al mismo tiempo, una persona que ellos no conocen morirá. De no presionarlo, claro, ni recibirán el dinero ni causarán la muerte de nadie, si bien la caja y la oportunidad de hacerse ricos se le presentará a alguien más.
La propuesta es clara pero no sencilla, ya que implica reflexionar lo que ganan y lo que pierden, a quiénes afectan y a quiénes benefician, directa e indirectamente, o lo que ponen en riesgo dadas las consecuencias implícitas, un dilema moral que cuestiona valores como humanidad, solidaridad, consideración y respeto, como, asimismo, individualismo, narcisismo, destrucción y antipatía.
Personas en general de bien, centradas en sus asuntos y coloquialmente hablando, ‘comunes y corrientes’; lo que empuja a Norma y a Arthur a considerar la oferta, luego de plantearse la posibilidad de que se trate de una broma o un engaño, es el incentivo económico, pues, pese a que no necesitan imperativamente el dinero, bien podrían aprovecharlo para mejorar su situación, una vez que la beca escolar de su hijo está a punto de vencer y que Norma necesita una operación para corregir una discapacidad que tiene en el pie, producto de una negligencia médica ocurrida años atrás.
Tal vez no tanto guiados por la ambición como sí por la sensación de que el dinero compensaría en cierto sentido las injusticias que creen haber vivido con el paso de los años -como la beca escolar que expira sin previo aviso, el incidente de Norma que fue enterrado con un pago mínimo o el que Arthur fuera rechazado para un nuevo y mejor empleo que podría haber aumentado sus ingresos económicos-, los Lewis son tentados por las posibilidades que se desprenden del escenario imaginario que les ponen sobre la mesa, una oportunidad de mejorar su presente y futuro a cambio de algo que parece insignificante, especialmente cuando se les asegura que los resultados de sus acciones sucederán tan lejos que pasarán inadvertidos.
Si puedo ganar algo a cambio de un sacrificio mínimo y aparentemente intrascendente, por qué no tomarlo, por qué no arriesgarse o por qué no merecerlo, si no hacerlo probablemente resulte en que alguien más lo recibirá en lugar de mí. Esa parece ser la lógica bajo la que se guían personas como Norma y Arthur, para quienes que algo bueno les suceda no implica tener que hacer algo malo, si ese algo se lo han ganado o al menos creen que han hecho méritos y sacrificios para que así sea. Sin embargo, su realidad de vida no tiene que ver ni con retribución ni con justicia, simplemente es la vida misma: no está libre de baches y no puede resolverse mágicamente cuando algo no va como se espera. Siempre hay altibajos y sinsabores; sí, algunos experimentan dificultades más duras, pero eso no debería justificar tomar el camino fácil, en el caso de los Lewis, tomar el dinero a favor suyo, a costa del infortunio de alguien más.
Como no son testigos del mal que provocan, no pesa tanto sobre su consciencia el daño del que son responsables; pero éste no desaparece, la pregunta es qué tanto pueden vivir con él. ¿Cómo asimilarlo si no es palpable? ¿Cómo asumirlo si nunca podrán constatarlo? ¿Pueden esquivarlo más fácilmente si las consecuencias están escondidas entre los pliegues de la ambigüedad?
No pueden confiar en las promesas de Arlington, porque no pueden comprobar si al presionar el botón realmente alguien morirá, si una cosa está directamente relacionada o no con la otra. No sabrán quién, cómo y técnicamente tampoco por qué alguien tiene que fallecer, según dictan las reglas impuestas por Arlington, en esencia porque no saben tampoco quién es él, cuál es el origen de su propuesta, con qué motivo hace lo que hace y cómo es que puede controlar, dirigir y asegurar todo lo que asevera.
Al mismo tiempo ignoran también qué es en sí la caja, de manera que cuando la desmontan y se dan cuenta que es un cubo vacío, se da a entender que se trata de un mero instrumento para obligar a la gente a preguntarse qué tanto están dispuestos a corromper su humanidad en favor de su propia persona. Es una prueba, una que finalmente no trata ni de dinero ni de muerte, sino de la consciencia moral que cada persona tiene ante situaciones comunes o extremas por igual.
Desconocer quién es la víctima es un arma de doble filo; por un lado, esa distancia hace que el remordimiento sea menor pues todo se vuelve impersonal y lejano. No saben si quien muere lo merece, pero tampoco si es un inocente o una persona que ya iba a morir, alguien con una enfermedad terminal, por ejemplo, o en todo caso, si su elección directamente pone en marcha el fatídico desenlace.
La decisión deambula entre ponerse primero ellos o poner a alguien más antes que su propio yo, o dicho de otra manera, entre ayudarse a sí mismos antes que ayudar al prójimo. “¿Qué pasa si se trata de un bebé?”, pregunta Arthur. “¿Y si es un asesino condenado a muerte?”, cuestiona Norma. Su intercambio es interesante porque revela cómo valoran la vida, la muerte, la esperanza y hasta a las demás personas, guiados más por los cánones impuestos que por sus principios y convicciones.
Cuánto vale una vida no es una pregunta con una respuesta tajante ni puede ser abordada desde parámetros concretos y cuantificables. La percepción cambia según la persona de que se trate; no es lo mismo que muera alguien que se ha dedicado a hacer daño a otros, que alguien que es ejemplo de ideales como solidaridad, compañerismo y apoyo. Pero quién lo decide y bajo qué parámetros. ¿Vale más la vida de uno que del otro?
La incertidumbre pone a prueba su propia brújula moral, pues en el fondo una parte de ellos desea presionar el botón para quedarse con el dinero, mientras otra parte desea que nada sea cierto porque eso implicaría provocar una muerte de la que se benefician. El dilema, por ende, se alimenta de una tentación tan grande (la caja como simbólica representación de la manzana prohibida que Eva muerde en el Jardín del Edén, toda vez que en la película la mujer es siempre la que pulsa el botón), acrecentada por la sensación de que la vida no ha sido perfecta para ellos, lo que da como resultado el deseo por inclinar la balanza a su favor, convenciéndose de que el precio a pagar no es ni tan grande ni tan importante.
Finalmente se trata de un juego en el que nadie gana, todos pierden, porque al presionar el botón se comprometen a la corrupción de su ser y la actitud gandalla, oportunista, egoísta y narcisista que lleva al mundo a la deshumanización y la indiferencia. El ‘yo’ primero, pero además el ‘yo’ por encima de los demás. Los Lewis ganan sin darse cuenta que en el proceso pierden, porque sus actos no demuestran progreso ni superación, ni siquiera unión o lealtad entre ellos, sino ejemplifican cómo el humano es débil cuando se le pide responder en favor de sus semejantes, al defenderse abusando de otros en busca de oportunidades, más una incapacidad de colaborar en lugar de destruir, bajo el pretexto de sobrevivir o progresar.
“Si los seres humanos son incapaces o reacios de sacrificar sus deseos por el bien de su especie, no tendrá posibilidades de sobrevivir”, señala Arlington, una vez que revela que es un mensajero de una especie extraterrestre que está haciendo experimentos con los humanos para determinar qué tan dignos son, si vale la pena salvarlos, como seres civilizados, o si son tan destructivos, incluso consigo mismos, que es mejor inclinarse por su extinción.
Lo resonante es que en este escenario la variable ‘libre albedrío’ también entra en juego, ya que en una estructura tan controlada y maleada como la que se presenta, las personas también son manipuladas a inclinarse por decisiones específicas que no siempre son las mejores ni para sí ni para su comunidad. Hay muchas variables que parecen empujar a la gente a pensar que sus decisiones no valen, ya que el mundo gira independientemente de ellos, o que sus actuar siempre está justificado mientras sea por el bien de alguien que aparentemente lo merece. Si aceptan la propuesta de Arlington, ¿eligen el dinero con el objetivo de ser felices?, ¿lo hacen para sobrevivir en el competitivo y cruel mundo moderno o para conseguir cosas, no particularmente esenciales, pero sí importantes, a las que de otra forma no tendrían acceso?
Con esto en mente y tratando de justificar o al menos entender el panorama general, los Lewis eventualmente comienzan a investigar, arrepentidos de cruzar la línea ética y razonando que ser buenas personas tiene mucho que ver con el trato que tienen hacia otros. Entonces descubren que no son más que peones en un mundo donde, pese a que cada acción tiene una reacción, siempre hay alguien más privilegiado moviendo las piezas en favor de sus propios intereses, manipulando dinámicas, normas y resultados alrededor de las prácticas que hacen al mundo girar.
¿Cómo ser altruistas, bondadosos, desinteresados o íntegros, si parece que la estructura social está diseñada para ser injusta, arbitraria, opresora e imperfecta? ¿No sería “normal” que cada quien buscara salvarse a sí mismo antes que a los demás? ¿Acaso no es “natural” ayudar a los suyos antes que velar por completos desconocidos”? Puestos frente al dilema ¿no cualquiera presionaría el botón para obtener el beneficio antes que alguien más lo haga?
Parte de lo que hace humano al humano es su capacidad para tener empatía y ser generoso. Entonces, cómo barajear la moral y la ética cuando el objetivo instintivo siempre es ayudarse a uno mismo primero. Cómo redimirse una vez que se toman las decisiones equivocadas o cuando las aparentemente correctas terminan por dañar y herir más que sanar y ayudar.
Tomar decisiones es parte esencial de la vida pero ninguna decisión es sencilla, porque las circunstancias siempre están en constante movimiento. Las personas se enfrentan a dilemas todos los días y es ignorantemente simple pensar que las buenas personas siempre hacen lo correcto, que nunca se equivocan o que nunca eligen ponerse primero a costa de los demás, sin embargo, ni el individuo ni las variables a su alrededor son tan lineales, simples o cuadradas.
“Lo que me fascina es la complejidad de la gratificación instantánea y la sociedad de pulsar botones en la que vivimos hoy, con nuestros dispositivos portátiles, controles remotos de televisión, computadoras y todas las maneras en que resolvemos nuestros problemas o satisfacemos nuestras necesidades, grandes y pequeñas, sin esfuerzo. Enviamos mensajes sin pensar mucho en las consecuencias ni las ramificaciones”, dijo Richard Kelly sobre su película, y ese es el punto importante que plantea con ella: lo que revela sobre la naturaleza humana actual esa actitud de escoger que todo sea momentáneo, banal, inmediato, temporal, aparentemente sencillo y libre de consecuencias, por ende pasajero e insustancial, muy parecido, en efecto, a como se presenta el ser humano hoy en día, uno que tal vez ya no se preguntaría si presionar o no el botón, sino hacerlo porque esto hará su vida más fácil y placentera.
Ficha técnica: La caja - The Box