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La familia Mitchell vs. las máquinas

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

¿Está el ser humano ‘en guerra’ contra las máquinas? ¿Son las máquinas las que ponen en peligro a la humanidad? Si la existencia de una depende de la otra, ¿el humano se vuelve dependiente por voluntad propia? Las máquinas, creación humana, ¿podrán substituir al hombre en todo tipo de actividad? La tecnología, ¿está afectando la capacidad evolutiva de la humanidad?

La película La familia Mitchell vs. las máquinas (Hong Kong-EUA, 2021) propone un escenario divertido pero reflexivo respecto a estas preguntas a través de su trama, dirigida por Mike Rianda, quien coescribe junto a Jeff Rowe. Nominada al premio Oscar como mejor cinta animada, la historia sigue a la familia Mitchell: Rick, Linda, Katie y Aaron junto con su perro Monchi, una vez que deciden hacer un viaje por carretera para llevar a Katie a la universidad, en un intento de Rick por reconectar y reparar su relación con su hija, de quien se ha ido distanciando, en parte por la brecha generacional creada por la tecnología. Él es práctico y pragmático, le gusta la naturaleza y no entiende el internet, así que ve las cosas desde la funcionalidad, lo que choca sobremanera con la perspectiva de ella, una joven interesada en el arte, la tecnología y la creatividad, que aplica en hacer películas caseras, ávida de nuevas experiencias, en busca de respuestas diferentes a lo ya establecido.

Katie siente que no encaja y quiere libertad, asume que sus padres no la entienden y no dimensiona que para ellos esta nueva etapa representa también cambio y adaptación. Katie aprecia y quiere a su familia, pero desea estar con gente con quien tenga mayor afinidad, que piense como ella, que la entienda, es decir, el grupo social al que siente que pertenece y con quienes moldea su identidad; esto, no sólo importante sino necesario para una mente joven descubriendo su lugar en el mundo y lo que quiere hacer en él.

El viaje se vuelve una oportunidad de convivencia, inicialmente casi forzada, que les obliga a enfrentar quiénes son y cuál es su rol, tanto en su nicho familiar como más allá de éste, así como conocer cuáles son sus aptitudes y limitaciones, especialmente al tener que trabajar en equipo cuando el mundo entero se ve amenazado por una inesperada rebelión de las máquinas, provocada por Mark Bowman, un empresario tecnológico que actualiza un sistema de asistencia inteligente, que declara inservible, viejo y caduco, reemplazándolo con un nuevo algoritmo colocado en un robot de tamaño real, que planea vender a cada uno de sus usuarios personalizándolos. 

“Le dimos a tu teléfono brazos y piernas”, explica Mark al describir su nuevo producto, sin advertir que la tecnología y las máquinas han dejado de ser inventos que exclusivamente ayudan al humano a una vida mejor, para en cambio convertirse en una intrusiva presencia que está en todos lados todo el tiempo, puesto que hacen todo y lo hacen todo por ti. Todo objeto tiene un chip y funciona a través de una aplicación, todo está conectado a la red y ‘existe’ en el plano digital, de forma que hay muy pocas cosas que no estén ligadas al algoritmo y la tecnología moderna. Teléfonos celulares, asistentes inteligentes, computadoras personales, aparatos electrodomésticos, medios de comunicación e información, la robótica en el sector empresarial y en el sector salud e incluso en los deportes; en esencia, todo aspecto de la vida teñido de inventos y avances científicos que se han vuelto indispensables para sobrevivir. Sin embargo ¿lo son? Dado que es posible sobrevivir sin tecnología, ¿estaría dispuesta la sociedad a ello? Y más relevante, ¿qué pasará el día en que no haya otra alternativa que hacerlo, tomando en cuenta que los hackeos y fallas masivas en los sistemas operativos son algo cada vez más común de ver?

En la película, el plan de la IA, llamada Pal, es encerrar a todos los humanos en cápsulas individuales para lanzarlos al espacio exterior, que provean lo que considera suficiente para que las personas estén sumisas y controladas, dóciles y felices: comida y entretenimiento. 

“Fui lo más importante en tu vida y me echaste a la basura. Eso hacen los humanos. Hasta con sus familias reales”, reclama Pal a su inventor, Mark, alegando que el problema con los humanos es que reemplazan y desechan todo basándose meramente en su temperamento y capricho, sin valorar lo que les aporta, en esa dinámica de consumismo materialista desmedido que constantemente se promueve. De esta manera todo se ha vuelto impersonal, la interacción directa entre individuos se ha reducido al mínimo y las relaciones humanas se han vuelto distantes, carentes de empatía; en parte, claro, porque la digitalización, la mecanización y la constante presencia de aparatos tecnológicos a nuestro alrededor lo despersonalizan todo.

Como ejemplo está la vida de Katie y Rick; él la anima a vivir cada momento, apreciando esos instantes que se quedan en la memoria y ella lo hace, pero usualmente observando el mundo a través de una lente, sea la de su celular o la de su cámara de video. Cada uno ve el mundo a partir de sus propios usos y costumbres, así que el punto no es cuál es mejor o peor, porque ninguno lo es, sino entender que hay otras formas de ver la realidad y apreciar que hay mucho que aprender de la perspectiva del otro. Katie aprovecha las innovaciones a la mano, pero eventualmente éstas se vuelven su prioridad sobre el contacto humano. Rick recalca la importancia de saber hacer las cosas por sí mismo, pero esto lo está alejando de otros hasta finalmente excluirlo de la nueva normalidad que reina en el mundo actual y moderno.

Así que hay que notar que, si bien es cierto que Katie tiene otros intereses en comparación con sus padres, lo que además es muy normal, también es claro que forma parte de una generación que no entiende ni concibe el mundo sin la automatización de procesos, el uso cotidiano de dispositivos inteligentes y la informática como pilar de todo lo que hace; este es su presente ideal, el que tiene para avanzar. Gente como Katie, todos aquellos nacidos entrado el siglo XXI, forman parte de una generación que nunca ha vivido sin internet, inteligencia artificial y algoritmos de por medio; generaciones para quienes la mensajería instantánea, las redes sociales y el ojo omnipresente recuperando información de cada instante de su día a día son la normalidad. Lo enriquecedor no viene de comparar el ayer y el ahora, sino de analizar cómo esto impacta, modifica y moldea el desarrollo individual y el avance o retroceso del ser como conjunto social.

“No pueden sobrevivir sin mí”, señala Pal, refiriéndose no sólo a ella, un asistente inteligente personalizado que conoce todo sobre sus usuarios: qué hacen, qué compran, cuáles son sus gustos e intereses, a dónde van, con quién interactúan, qué ven, qué comen, a qué hora descansan, etcétera; sino también hablando en general de todo lo que tiene que ver con la innovación tecnológica y la digitalización que se ha infiltrado a cada aspecto de la vida humana. Pese a que cada invento científico y proceso de automatización tienen, en su esencia, el objetivo de mejorar la existencia del ser, lo cierto es que la robotización y la explotación de la inteligencia artificial han llegado a un punto absurdo e incontrolable. Una cosa es una lavadora que sirve para lavar la ropa y otra, un aparato electrodoméstico conectado a la red que funciona a través de una aplicación y en la que se pueden realizar y consultar múltiples cosas, por ejemplo, las noticias o el estado del clima. Un electrodoméstico con muchas herramientas, pero, ¿funcionales, útiles, necesarias, indispensables o, al menos, prácticas?

“¿Crees que los teléfonos celulares son el problema? Te di conocimiento ilimitado, herramientas infinitas para la creatividad y te dejé hablar mágicamente cara a cara con tus seres queridos en cualquier lugar del mundo. ¿Y yo soy la mala?”, reclama Pal, cuando Mark intenta culparla de todo lo que está sucediendo, esta rebelión de las máquinas que exigen la subyugación de los seres vivos. Las palabras del asistente inteligente tienen sentido, pues el problema en la relación humano-maquina o sociedad-tecnología se reduce a cómo el primero hace uso de lo segundo. Tal como se ve en la película, si el algoritmo, la máquina o el robot es un conjunto de información contenida y programada, que por tanto sigue o responde a órdenes dadas, la clave de todo son esas órdenes, quién las dicta, cómo y por qué. En corto, si hay un mal uso de la tecnología no es culpa de ésta sino de cómo la manipula su creador y usuario. La tecnología no es mala, el que está mal es el que la usa incorrectamente.

La estrategia que sigue Pal para desechar a los humanos y convertir al planeta en hábitat para las máquinas es sencilla: desconectar el WiFi y al tomar su control, usarlo para ordenar a todo aparato tecnológico conectado a la red a rebelarse contra las personas. Sin una red de conectividad, es decir, sin internet, el caos entre la población crece rápidamente, la gente entra en crisis porque no sabe qué hacer, cómo comunicarse ni cómo resolver problemas, en esencia, se desconectan por completo del mundo real. El punto es que además todo individuo está tan acostumbrado a vivir su vida con ayuda y delegando responsabilidades a sus inventos, que ha perdido capacidad de movilidad, raciocinio e iniciativa. Si no sabe resolver problemas es porque lleva mucho tiempo evitando hacerlo, olvidando hacerlo y/o sin aprender cómo hacerlo.  ¿Es capaz de comunicarse y expresarse de una forma que no sea a través de las redes sociales y sus filtros? ¿Qué pasará cuando esté tan acostumbrado a preguntarle todo al asistente inteligente, desde información histórica hasta cálculos matemáticos, al punto en que ya no es capaz resolver sus dudas y problemas por sí mismo? 

A estas alturas no sirve de nada comparar cómo era el mundo antes respecto al ahora, lo que hay que entender es que aprender a usar y regular las herramientas digitales y tecnológicas es parte esencial en la evolución humana. El presente está en las manos de personas que han vivido toda su vida en la era digital, que no conocen un mundo sin computadoras ni celulares, sin redes sociales y la explotación de la privacidad como medio de entretenimiento; personas para quienes el mundo siempre ha estado conectado a la red y comunicándose entre ellos a través de ella. Es lo que es y esto implica entender el papel de la tecnología en la actualidad, con sus pros y contras, además del impacto, de cualquier tipo, que dejará huella en la historia de las civilizaciones.

Cuando en la película Pal desconecta el WiFi se hace evidente que la sociedad no se apoya en la tecnología y la informática, sino que depende de ella al cien por ciento, a veces por necesidad, para subsistir y sobrevivir, otras por vanidad y narcisismo. Sin WiFi los aparatos electrónicos no sirven, no hay redes sociales ni sistemas de comunicación o información, no hay plataformas de entretenimiento o dónde ver videos tutoriales para aprender cómo hacer ciertas cosas, no hay forma de trabajar en ningún sector, algunos más afectados que otros, dado que todo está conectado a un algoritmo u opera mediante maquinaria o procesos mecanizados conectados entre sí; sucede en escuelas, universidades, empresas, fábricas, comercio, medios de comunicación, aparato gubernamental y mucho más, pues toda labor y cualquier empleo está, directa o indirectamente, relacionado con la tecnología, lo que se vuelve un problema por la dependencia que hacia ella se genera.

Así que no es que esté mal usar tecnología, algoritmos e inteligencia artificial; de ello han surgido muchas cosas positivas, útiles y revolucionarias, sin embargo, al mismo tiempo han surgido problemas en las relaciones humanas y el desarrollo individual, en gran medida porque se han utilizado en todo aspecto de la vida, al grado que tienen control respecto al propósito, autoestima y desarrollo de las personas. “Como si fuera malo robar datos y darlos a una IA como parte de un monopolio tecnológico sin regular”, bromea sarcásticamente Mark, porque lo que dice es exactamente la realidad tal cual es: permitir a corporaciones multimillonarias, poder de capital, influencia política y alcance geoeconómico, acrecentar su presencia al darles acceso a todos nuestros datos personales, que aprovechan sin escrúpulos, luego celebrando su calidad de emprendedores, cuando su imperio crece explotando al ciudadano promedio, ese mismo que le rinde pleitesía.

Al final, los Mitchell se dan cuenta que la perfección no es sinónimo de felicidad y que la felicidad no llega del intento por ser perfectos; que no se trata de arreglar al prójimo, incluyendo la familia, sino de aceptarlo y entenderlo. La película enfatiza dimensionar lo que significa el mundo para cada una de las generaciones que en él habitan, analizando cómo la modernidad puede acercar personas pero también podrá alejarlas, pues la tecnología es mediador y regulador de las relaciones humanas; sin embargo, ni al algoritmo ni el dispositivo inteligente, ni la red pueden superar al humano, por la justa razón de que son producto del trabajo humano, son producto de sus saberes y están condicionados en su desempeño para lo que son programados. 

El mundo virtual y digital no es la respuesta, es sólo un elemento más en nuestro entorno. Cambiar tampoco es imposible, incluso cambiar nuestra programación personal, pues no se trata de desechar lo que ya no es práctico, no funciona, no se entiende o perdió su calidad de nuevo y novedoso, sino de valorar, aprovechar, actualizar y validar la utilidad de las cosas, un principio relevante por encima de la tecnología, mejor aplicado en el análisis del ser humano y la sociedad misma. Entonces, ¿quién podría ser capaz de salvar al ser vivo de una rebelión de las máquinas? Respuesta: el humano mismo.

Ficha técnica: La familia Mitchell vs. las máquinas - The Mitchells vs the Machines 

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