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La vida de Chuck

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Cada cabeza es un mundo y toda persona, también. Esto significa que percibir, entender, ver y vivir la vida depende de nuestras experiencias e impresiones. Cada uno absorbe sus alrededores de manera diferente y eso es lo que nos enriquece como sociedad. Por tanto, para cualquier persona su realidad es la única realidad; puede escuchar y concebir la perspectiva de otros, conocer cómo viven sociedades cercanas o lejanas a la suya, pero su vida comienza y termina con su propia existencia. Su pasado está ahí si ellos están ahí y su futuro es posible sólo si sueñan con él. Cuando nacen, el mundo inicia; cuando mueren el universo, su universo, termina.

¿Qué significa vivir? ¿Cómo entendemos y valoramos nuestro existir y trascender? ¿Qué es el ayer sin un mañana y el mañana sin su ayer? ¿Cuál es el sentido de la vida? y por qué a veces olvidamos disfrutar de esos momentos que nos hacen felices. ¿Cuál es el principio y el fin de las cosas si el tiempo y el espacio son lineales porque nosotros decimos que así tienen que ser? 

La vida de Chuck (EUA, 2024) es una película dividida en tres actos que pone esto en perspectiva dado que empieza con su final y termina con el principio; además, no sólo está llena de metáforas, sino que la cinta misma es una metáfora analítica sobre todas estas preguntas. Escrita y dirigida por Mike Flanagan, basándose en la novela del mismo nombre de Stephen King, la cinta está protagonizada por Tom Hiddleston, Chiwetel Ejiofor, Karen Gillan, Mark Hamill, Mia Sara, Carl Lumbly, Benjamin Pajak, Jacob Tremblay y Annalise Basso, entre otros. La historia se centra en Chuck Krantz, un niño en busca de la felicidad luego de la muerte de sus padres, que encuentra una chispa especial en el baile y, finalmente, enfrenta la muerte a los 39 años, lo que le lleva a recapitular aquellos momentos que marcaron su vida, mientras que, con el fin de su existencia, también llega el fin de su universo.

La narración no lineal de que se sirve el relato funciona, en parte, para enfatizar la idea de que la felicidad no es un destino sino instantes unidos a lo largo del tiempo, mismos que hacen que nuestro existir importe. Lo que somos y lo que hacemos está marcado por las decisiones que tomamos, el camino que recorremos y cómo recordamos el pasado. Para Chuck mucho de lo que vivió estuvo delineado por el infortunio, pero mucho también definido por la dicha, especialmente por la música, los sonidos y el baile. En su lecho de muerte entiende que los días buenos son tan relevantes que los malos, porque lo hacen ser él. No tiene caso negar lo que fue o lo que viene por delante. Todo, por muy pequeño que parezca, importa, ya que la vida es un ciclo, instantes de cambio, giros propios en nuestra narrativa personal que implican crecimiento, maduración y adaptación.

La película recalca que las oportunidades se construyen, pero disfrutarlas implica tomar la decisión de hacerlo. Si la vida lo es todo, lo que fue, lo que es y lo que será, toda experiencia, incluso las que parezcan efímeras, forman parte vital de nuestra esencia, nos pertenecen y tienen impacto en quiénes somos, a veces sin que nos demos cuenta.

Esto incluye todo lo que hacemos o no hacemos, pero, de igual forma, las personas que nos rodean y los lugares en los que estamos. Hasta la aparentemente más insignificante interacción o decisión puede tener un gran e inesperado eco, tal vez no hoy sino mañana. Somos todo aquello que nos ha pasado y que ha sucedido a nuestro alrededor; todo lo que vemos, leemos, escuchamos, pensamos, creemos, soñamos, anhelamos, ideamos o construimos. Nuestro universo se conforma de sucesos, tanto como de con quiénes estaban a nuestro lado durante esos sucesos. Somos ese libro que alguna vez leímos, ese consejo que en su momento escuchamos, ese reto que tomamos, ese amigo con el que convivimos, incluso ese ser con el que momentáneamente compartimos algo, por ejemplo, como le sucede a Chuck, un compañero de escuela con quien alguna vez bailó, un vecino con quien algún día platicó o un desconocido con el que alguna ocasión, una tarde, se cruzó.

Hay personas que están a nuestro lado temporal o momentáneamente, pero eso no significa que no tengan importancia; su presencia resuena al convertirse en parte de ese universo que somos cuando estamos vivos. Si morimos, todo eso muere con nosotros, simbólicamente hablando: esa canción que alguna vez escuchamos, la calle por la que un día transitamos, pláticas que en su momento sostuvimos o el amigo que un tiempo atrás fue compañero constante, porque la vivencia misma muere cuando nosotros lo hacemos. Seguramente el eco de nuestras acciones y relaciones puede perdurar a través de aquellos otros que también las percibieron, pero cuando alguien muere, todo lo que ha vivido muere consigo.

Para Chuck, por ejemplo, toda la historia que conformó su vida se reúne en su mente en sus últimos minutos antes de morir, en un acto de consciencia final, recapitulando y reflexionando hacia el pasado para evaluar simbólicamente lo que hizo; recuerdos y sueños, caídas y tropiezos, que convergen en un mismo instante. No se arrepiente, ni siquiera del pasado que llegó a ser duro o difícil, porque lo ha hecho la persona que es ahora.

“Soy maravilloso, merezco serlo y contengo muchísimas cosas”, se dice Chuck cuando de adolescente tiene una visión de sí mismo en el futuro, a punto de morir. En lugar de atormentarse por lo que ve, decide que su vida es suya, marcada por el libre albedrío y posibilidades infinitas. Sea o no verdadero ese destino, la lección que toma no es el miedo al final, sino la decisión de disfrutar todo lo que hay en medio, desde ese día que vio su final y hasta que llegue aquel último aliento. Eso es lo que él contiene: poder de decidir, hacer, vivir, conocer y experimentar a través de sus sentidos e interactuando con todos esos otros universos a su alrededor.

Las palabras de Chuck tienen relación con otra frase que escuchó durante su infancia, cuando una profesora leyó a su clase el poema titulado “Canto de mí mismo” del estadounidense Walt Whitman (1819-1892). “Contengo multitudes”, dice en algún momento el autor, una afirmación que habla del mundo único que habita en la cabeza de cada persona, un todo consciente e inconsciente que contiene todo lo que es y lo que fue.

“¿Qué quiere decir cuando dice: Soy inmenso, contengo multitudes?”, pregunta Chuck. “Todo lo que ves. Todo lo que sabes. El mundo. Aviones en el cielo, alcantarillas en las calles. Cada año que vivas, ese mundo dentro de tu cabeza se volverá más grande y brillante, más detallado y complejo. Construirás ciudades, países y continentes y los llenarás de personas y rostros, reales e imaginados. No te detengas ahí. Llena todo eso con toda la gente que conocerás, con toda la gente a quien conoces, con todos a los que puedas imaginar. Será un universo. Todo un universo. Tú contienes multitudes”, le explica su maestra.

En el caso de la película esto se refleja claramente en el primer (tercer) acto, cuando Chuck, a sus 39 años está a punto de morir. Los personajes que toman protagonismo durante esta parte del relato son en su mayoría gente que Chuck conoció a lo largo de su vida. Para ellos, el fin de la vida de Chuck se traduce en el fin del mundo; si bien en su caso esto se toma literal, el fin de todos los tiempos, narrativamente hablando es metafórico: Chuck muere y su mundo termina, por eso, para esa gente que formó parte de su vida, esa que habita en su cabeza, cuando él fallece todo llega también a su fin.

En el proceso, la historia se concentra en Felicia y Marty, alguna vez pareja pero ahora divorciados, que se reencuentran cuando es evidente que el mundo está a punto de terminar. Su distanciamiento nunca fue por falta de amor y la situación actual les empuja a buscar en el otro una anhelada conectividad humana, un lazo emocional y apoyo moral; algo a lo que aferrarse como esperanza y consuelo, antes del inminente final.

Para estos personajes primero llegan los desastres naturales y contingencias ambientales, luego deja de funcionar internet y más tarde toda la tecnología sucumbe también. La vida, tal como ellos la conocen, deja de ser viable, pero, además, más que nada lo que la película plantea es cómo es posible que no nos demos cuenta de que no valoramos lo que importa, sino cosas banales. No es imposible vivir sin tecnología, sólo creemos que es así; como no es imposible vivir sin comodidades materiales, ya que el dinero es papel y las instituciones que rigen el orden social están ahí para dar una estructura a las cosas, no para dictar todo lo que somos y lo que hacemos.

Un mundo sin WiFi parece impensable; un mundo sin suficientes recursos naturales podría sentirse como el fin de la humanidad. Sin embargo, el verdadero fin no es porque la tecnología colapse o que el planeta deje de ser habitable; cierto, el deterioro del ecosistema plantea una destrucción y paralización de los sistemas modernos, lo que técnicamente implica la eventual extinción de la civilización humana, pero, para fines prácticos, para cualquier persona el verdadero fin se traduce en la certeza de que no habrá un mañana, no para la Tierra ni para el prójimo, sino para ellos mismos.

¿Qué haríamos si, como Chuck, supiéramos con total exactitud cómo y cuándo moriremos? ¿De qué te arrepentirías? ¿Con quién querrías pasar tus últimos instantes? ¿Qué momentos de vida habrían dejado una huella tan grande que en ese día resonarían con más fuerza que los demás? 

Esto es lo que de alguna manera se preguntan los personajes, ya sea Chuck, Felicia o Marty, por mencionar unos cuantos. ¿Qué es lo que realmente se necesita para sobrevivir? ¿Qué es lo que hace que valga la pena vivir? Lo primero habla de necesidades básicas, lo otro, de motivaciones, sentimientos y emociones. Si llegara el fin del mundo, ¿tiraríamos la toalla, aceptando la derrota, o elegiríamos disfrutar lo que nos queda de vida?

Por otra parte, lo que el poema de Whitman y la película misma envuelven con sus reflexiones habla del sentido de la vida, según cada quien le dé precisamente un significado a su existencia. Somos un universo entre una multitud de ellos, pero eso no quiere decir que no importemos. En dos puntos diferentes de la cinta, se explica la teoría del “Calendario Cósmico” de Carl Sagan, que plantea encapsular o extender a lo largo de los 12 meses del año la historia entera del universo. Según esta analogía, si el universo se hubiera creado el 1 de enero, la civilización humana no aparecería en el calendario sino hasta el último día del año, por tanto, toda la modernidad que actualmente conocemos y que nos define como sociedad, sucedería o aparecería apenas en los últimos dos o tres segundos del año.

Tal como la narración propone, que cada individuo es un mundo, que contiene un universo entero dentro de sí y cuando muere ese universo muere con todo lo que trae consigo, la película también plantea la reflexión simbólica del calendario para enfatizar que, aunque parezca que somos pequeños, y lo somos en comparación con el universo entero, invariablemente importamos y somos relevantes; pequeños gigantes.

Cuando una vida termina, el resto de la humanidad sigue adelante; pero cuando alguien muere, todo su ser muere consigo: su historia, relaciones personales, ideas, experiencias, anécdotas, sueños, recuerdos, pensamientos, incluso su voz, su aroma y su presencia. Asimismo, esa persona se mantiene viva mientras continúe presente en otros universos y otras mentes. Somos historias dentro de otras historias, en las que lo más importante no son los momentos acumulados sino qué hacemos con ellos. ¿Cuál es el significado de la vida? ¿Un baile, un atardecer, un poema, una canción, una emoción, un pensamiento, una sonrisa? Lo más seguro es que no es sólo una cosa y eso es lo que hace que valga la pena vivir.

“¿Qué es la vida, sino una colección de recuerdos unidos por los latidos del corazón?”, dice una línea de diálogo en la película. De eso trata su mensaje, de que cada momento, cada segundo importa, no sólo para nosotros, también para los demás, ya que, si cada persona es un universo, constantemente convivimos y convergemos con miles de universos más. 

Tú eres tú, como también eres lo que haces con las personas que te rodean y en la vida de aquellos con quienes te topas, mucho o poco. Si bien de alguna forma la cinta narra la historia de un hombre que mira hacia atrás todo lo que vivió y recapitula su pasado en su lecho de muerte, en el fondo, el punto del relato es que no se trata literalmente de ‘la vida de Chuck’, sino que, en esencia, todos somos Chuck, todos somos como él, entes en movimiento chocando constantemente unos con otros, protagonistas de nuestras propias historias, pero historias en las vidas de los demás.

La vida es lo que hacemos, con el tiempo que tenemos; son los pequeños momentos, pero también todo lo que implican: personas, espacios, emociones, pensamientos, pasado y futuro. No es, por ejemplo, el esplendor de una flor embelleciendo una habitación, es también de dónde vienen esa flor y esa habitación, con todo y todos aquellos que algo tuvieron que ver con ello. 

Esto quiere decir que somos producto de nuestra historia, tanto personal como del proceso histórico del ser humano. Somos ciclos; todo empieza y todo termina. El mundo existe independientemente de nosotros, pero, al mismo tiempo, cada uno ‘contiene multitudes’. El individuo es demasiado complejo como para ser definido en un tiempo y espacio específico y lineal. Trascender no es no morir, sino ir mucho más allá de los límites. Quizá la vida es un instante, tiene un fin, pero nuestra presencia, nuestras experiencias, nuestra sola existencia, tiene un eco que perdura mucho más allá de nosotros.

Ficha técnica: La Vida De Chuck - The Life of Chuck 

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