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Rebecca (1940)

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Qué tanto se puede conocer a alguien, si la imagen que tenemos de ellos se basa únicamente en cómo los percibimos. Podemos objetivamente saber quiénes son, quiénes fueron, qué anhelan, o simplemente inferimos y creamos espejismos a partir de una información sesgada. Lo que oímos, vemos, asumimos e imaginamos, ¿es conocimiento objetivo o no corresponde con lo que realmente es?

Quiénes somos frente a cómo nos perciben los demás son dos cosas que no siempre coinciden; la pregunta es si así debería de ser o, más importante, qué tanto esto nos permite conocernos más a nosotros mismos para ayudar a adaptarnos y cambiar. Así lo propone la película Rebecca (EUA, 1940), basada en el libro homónimo de Daphne du Maurier. Esta versión cinematográfica está dirigida por Alfred Hitchcock, protagonizada por Laurence Olivier, Joan Fontaine, Judith Anderson y George Sanders, y ganó dos galardones en el premio Oscar: mejor película y fotografía en blanco y negro, además de haber sido nominada en nueve categorías más: mejor director, guión adaptado, actor, actriz, actriz de reparto, montaje, dirección artística (después llamado ‘diseño de producción’), efectos especiales y banda sonora.

La historia sigue a una joven estadounidense de clase baja que trabaja como dama de compañía de una adinerada mujer que viaja por Europa. De actitud amable y servicial, el puesto le permite conocer lugares y gente sin mayores pretensiones ni peligros. Entonces, en Montecarlo, conoce casualmente a Maxim de Winter, un viudo aristócrata que parece distante, pero, no obstante, rápidamente toma interés en ella, comienzan a pasar tiempo juntos y cuando es momento de finalizar las vacaciones, él le pide matrimonio para, finalmente, no tener que separarse.

Una vez que se casan la joven se convierte en la nueva Lady de Winter y se establecen en Manderlay, la mansión inglesa donde él vivió con su difunta esposa, Rebecca, cuya presencia aún pesa como sombra fantasmal y densa que abraza la propiedad, un eco avivado aún más por la reservada y mal encarada ama de llaves, la señora Danvers, que no sólo alababa, más bien idolatraba a la anterior esposa.

Todo sobre Rebecca parece un secreto a voces, misterioso pero prohibido, intrigante pero distante, que por lo mismo no tarda en afectar a la joven protagonista, empujándola a sentirse insegura e inferior, especialmente en comparación y dadas las constantes críticas de la señora Danvers por su evidente inexperiencia en los asuntos, de alguna manera, propios de su nuevo rol social. 

La joven protagonista, de quien el espectador ni siquiera conoce su nombre, no sabe cómo administrar la mansión a la que ha llegado a vivir, ni las normas y modales de esta alta sociedad que ahora la acoge; tampoco está particularmente preocupada por proyectar una imagen de elegancia, refinamiento y astucia, que es como la señora Danvers indirectamente sugiere que debería asociarse a la esposa de un respetado caballero como el señor de Winter.

Su nueva esposa es ajena a estas funciones, expectativas y responsabilidades, no porque no sea capaz, sino porque las desconoce por completo. Nunca han sido parte de su educación y entorno y nunca han sido algo que ella haya valorado como vital para vivir en armonía. De Winter tampoco hace hincapié en que se espere que ella cambie para ajustarse a los roles sociales establecidos; sin embargo, tampoco especifica que no tenga que hacerlo y la señora Danvers, mientras tanto, en lugar de guiar o enseñarle los cánones a los que está entrando, aprovecha la desinformación para usarla como un arma en su contra.

Es evidente que la primera y la segunda esposa del señor de Winter no podrían ser más diferentes, lo que lleva a la recién casada a, invariablemente, cuestionarse su lugar como mujer, esposa, ama de casa y pareja, e incluso a sopesar por qué su marido la habría elegido a ella, alguien que no es para nada parecida a la esposa anterior. ¿Qué esconde él y qué esconde específicamente sobre Rebecca? ¿Qué esconden todos aquellos que conocieron a la pareja, que ahora se niegan a hablar del pasado?

En este ambiente lleno de secretos, Lady de Winter reclama “Todos me comparan con ella”, viendo como negativo que se le valore en función de alguien más y que se espere que cubra un rol que desconoce, como también rechaza acoplarse a un molde de mujer, esposa y ‘señora de la casa’ que parece una imposición. Cuando decide cambiar lo hace presionada por el contexto de secrecía, desidia y frialdad con que se topa en todas partes, así como los celos plantados, especialmente los que provienen de la señora Danvers, para quien la joven estadounidense viene a desplazar a Rebecca, a usurparla; por eso la provoca lanzando constantes comparaciones o señalando todo lo que cree que hace mal, para, al fin y al cabo, avergonzarla y hacerla sentir rechazada, ajena a esta familia.

Las intenciones de la señora Danvers son evidentemente hostiles y sus críticas tienen el objetivo de influir para mal en la recién llegada hasta afectarla anímicamente, instándola a dudar no sólo de su matrimonio, sino también de sí misma. Eso hace que la actual Lady de Winter tenga que elegir entre acatar callada y mantenerse sumisa o, en su lugar, plantarse firme, con autoridad y decisión, no forzosamente altanera y dura, más bien segura y asertiva.

Entre respuestas vagas y poco interés por retomar con claridad quién era Rebecca y cómo murió, Lady de Winter opta por ceder a las indirectas, creyendo que eso es lo que hará feliz a su esposo, porque eso es lo que se espera de ella. El problema es que ni ella tiene claro qué puede aportar al mundo y a su marido, por encima de qué quieren los otros que les aporte. ¿Quién es ella más allá de la dama de compañía de alguien de mayor nivel socioeconómico, la esposa, o la encargada del personal de una casa que no es suya? Si no tiene claro quién es y cuál es su identidad, es más fácil para otros moldearla, persuadirla y dominarla, algo que sin duda está funcionando.

La señora Danvers, leal y devota a la fallecida Lady de Winter, no busca ayudarla a acoplarse mejor a su actual realidad, rol o función, más bien opta por menospreciarla tan dolosamente que eventualmente erre en su proceso de integración, usando a Rebecca como una constante amenaza, indirecta pero no apartada, en el subtexto pero siempre constante. Al mismo tiempo, Maxim mismo no parece interesado en que su actual esposa se parezca a la anterior, pero tampoco se muestra muy dispuesto a permitirle encontrar su propio camino. Es tan reacio a hablar de Rebecca, que no queda claro si es porque la adora y la pérdida aún pesa o por todo lo contrario: ni la aceptaba ni la amaba tanto como parecía. 

La confusión crea más inseguridades en su nueva esposa, deambulando constantemente en la incertidumbre, tanto que su única certeza es que Rebecca es un punto de comparación e inflexión en todo Maderlay y sus alrededores, la gente que ahí trabaja, que ahí vive, que alguna vez ha pasado por sus innumerables espacios y habitaciones o que ha tenido contacto con Rebecca, ama y señora del lugar.

El contexto social juega a su vez un papel muy importante, pues las normas de esa época arrinconaban a la mujer al título de ‘señora de la casa’, una esposa dedicada exclusivamente a su hogar, a servir a su marido, a dedicarse a recibir y complacer invitados y a ser compañía del hombre a su lado. Esta realidad sigue tan vigente como en aquel entonces, mujeres que deben aparentar docilidad pero que en el fondo deben ser sagaces, amables pero ingeniosas, modestas pero inteligentes, especialmente porque el mundo a su alrededor no siempre las toma en serio. La joven protagonista rechaza la superficialidad de su entorno, sin embargo, en su nueva etapa de vida se adentra a un círculo social en el que abundan las apariencias. 

Es inevitable en este punto preguntar si no Maxim sólo la buscó para no estar solo, interesado en casarse para así tener alguien que le haga compañía, una mujer que ‘le pertenezca’, a diferencia de una mujer independiente que elija estar a su lado, lo que en el fondo revela una forma, quizá indirecta, quizá no, de subestimarla, creyendo que, tranquila y afable como es, eso significa que fácilmente podrá controlarla. 

La situación cambia cuando la nueva Lady de Winter comienza a entender mejor quién era Rebecca, cuál era su relación con Maxim y cómo su elegante astucia se traducía más bien en una descarada manipulación, al haberse casado por conveniencia y chantajeando a su esposo para salirse con la suya y asegurarse una vida fácil. 

La Rebecca que la señora Danvers delinea es muy diferente a la Rebecca que eventualmente Maxim describe; sí, en ambos casos se le señala como muy segura de sí misma, extravagante e ingeniosa, pero mientras que para su ama de llaves esto significaba presencia, intelecto y fuerza de carácter, para su esposo se traducía en egocentrismo, soberbia y vanidad. Una misma mujer vista desde dos miradas diferentes y contrastantes que, sin embargo, son reflejo de la misma persona; alguien con máscaras más que matices y con habilidad para engañar y maniobrar con astucia y oportunismo deliberado.

Maxim constantemente trata a su nueva esposa casi como una niña, diciéndole además qué hacer o hasta qué pensar y minimizando sus cualidades como para recalcar que él sabe más y mejor que ella. Su actitud es poco acertada, pues, aunque pueda asumirse como un hombre que aprecia la amabilidad y bondad de una joven que lo escucha en lugar de querer imponer su voluntad, también se aprecia en ello un dejo de machismo misógino; alguien que espera sumisión, tal vez no a razón de obediencia pero sí de moderación, para que se le venere, equivocadamente visto como una forma de respeto.

Irónicamente el control que Maxim ejerce termina siendo evidencia de su propia inseguridad. No está interesado en que su esposa sea como Rebecca, más bien quiere a su lado a alguien que sea totalmente opuesto a ella, porque la odiaba y detestaba esas apariencias, pretendiendo ser la ‘esposa perfecta’; un molde simétrico, por eso superficial, impersonal y falso. Ese esquema derivó en mentiras, poses y roces, que ocurrieron porque en el fondo pocos, o casi nadie, realmente conocían a Rebecca, más allá de la careta que le mostraba al mundo.

Curiosamente Maxim es igual, especialmente ahora, con su segunda esposa. Se muestra más abusivo que honesto, aunque aparentemente sea al revés; y más inaccesible que comprensivo para  someter así a la mujer a su lado. Su actitud lleva a cuestionar si esta historia es realmente una de romance y si en ella la verdadera villana es la señora Danvers, o es más bien él el villano, quien mata a su primera esposa, lo oculta por años y cuando el cadáver es descubierto queda libre por un tecnicismo (incluso notando que la fallecida maquilaba un plan cruel para arruinarlo). Es principalmente él, cabe añadir, seguido por la señora Danvers (a quien Maxim le permite actuar como lo hace sin darle su lugar ni exigir respeto a su actual esposa), quien con su indecisión, odio y resentimiento convierte a Rebecca en una presencia constante y exhaustiva en Manderlay.

En el fondo Maxim confía en que su segunda esposa sea ingenua, no haga preguntas y debido a su juventud sea tan inexperta e inocente como para indagar, defenderse, alzar la voz o preguntar; suficientemente tímida y dócil como para manipularla. Lo que él de algún modo hace es aprovecharse de esto y parece que por eso no le cuenta nada sobre Rebecca, no le explica sobre lo que implica convertirse en la nueva Lady de Winter, ni comparte información clave sobre ningún tema, sino hasta que la joven, por iniciativa propia, ha investigado los detalles sobre el pasado.

Mientras más pregunta, conoce y aprende, más crece como persona. Le toma tiempo entender quién es Rebecca y cuál era su situación al lado de Maxim, para, finalmente, saber más sobre sí misma. Así que el punto del relato no es descubrir quién era Rebecca y cómo murió, sino cómo la segunda y actual Lady de Winter descubre, a raíz de esto, quién es ella misma, más allá de la etiqueta de ‘esposa o sombra de alguien más’. 

Al final para ella, como debería ser también para cualquier persona, conocer, preguntar y cuestionar se traducen en libertad, fuerza y poder. En las sombras, en la ignorancia, es manipulable e influenciable. Vivía a la sombra de Rebecca, sí, pero también a la de su esposo. Encuentra su voz cuando entiende todo esto; acepta su rol cuando descubre qué importa para ella, no para Maxim ni para nadie más; y es la mujer que quiere y necesita ser, cuando le da un significado e importancia a su vida, en lugar de acatar deseos, intereses e imposiciones de los demás.

Ficha técnica: Rebecca 

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