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Día de Muertos

Los sepultureros de San Pedro y su vida entre las tumbas

El oficio de don Bruno y Francisco tiene hora de entrada, pero no de salida

SAÚL RODRÍGUEZ Y VERÓNICA RIVERA

Llegan por la entrada principal y destacan entre el blanqueo de las tumbas. En vísperas del Día de Muertos, Bruno Dávila Guzmán y Francisco Bermejo Herrera recorren el panteón municipal de San Pedro de las Colonias. Son sepultureros, o como ellos dicen, “panteoneros” dedicados a vivir entre los muertos y a comprender el dolor de quienes sepultan a un ser querido.

Don Bruno tiene más de 40 años en el oficio, Francisco cerca de 30. El primero lo aprendió gracias a una herencia familiar; su abuelo fue el primer panteonero de su familia, luego le siguió su padre. Mientras que Francisco fue trabajador del progenitor de don Bruno y también conoce el cementerio como si se tratara de la palma de su mano.

“Aquí es nuestra segunda casa. Aquí nos la pasamos más en el día que en la casa”, comenta don Bruno.

Según Luis Martín Tavarez, cronista oficial de San Pedro, el camposanto tiene su origen hacia 1872, cuando la colonia se trasladó a su ubicación actual.

Los rayos solares se reflejan en las lápidas. Los panteoneros se colocan bajo la sombra que da una edificación de cantera, frente a un tupido pinabete. Se trata del sepulcro del coronel Manuel Herrera, integrante del Ejército Juarista y fundador del primer despepite que en 1879 se instaló en San Pedro.

“Esta bóveda representa mucho para la gente que viene de fuera. Haz de cuenta que la agarran para fotos. Ahí se ponen las personas que vienen por el material que tiene la bóveda, es pura cantera. Hay dos o tres bóvedas de este material y esta es de las más antiguas”, describe don Bruno.

La tumba del coronel Herrera no ha sido inmune al paso del tiempo ni al vandalismo. En el interior hay basura y grafiti pintado en sus paredes de ladrillo. Precisamente, las gavetas se encuentran en los muros. Don Bruno y Francisco han tenido que resellar algunas de ellas ante el saqueo. En el altar aún se muestra la placa destruida, cuarteada entre flores de plástico empolvadas.

“Son puros restos, inclusive a la persona esta ya se la llevaron. Se la llevaron a México porque allá tiene familiares”.

Y es que una de sus tareas principales es ahuyentar a los intrusos, proteger lo poco que queda del antiguo patrimonio material. Si las personas no entienden, llaman a las autoridades. Aunque don Bruno asegura que, en los últimos años, la gente se ha metido con menos frecuencia gracias a que se instaló el alumbrado.

“De antemano uno se la rifa aquí con los loquitos”, indica don Bruno.

VERÓNICA RIVERA/ EL SIGLO DE TORREÓN
VERÓNICA RIVERA/ EL SIGLO DE TORREÓN

Forma de vida

El cementerio se ubica al sur de San Pedro. Su tierra cubre a personajes históricos como el general Catarino Benavides, tío y consejero de Francisco I. Madero; el general Toribio de los Santos Vázquez, partícipe en la revuelta maderista; Salomé Hernández Borrego, firmante del Plan de Guadalupe, entre otros.

En el panteón, muchas de las veces se sienten las vibras. En un principio, cuando empecé aquí, caminaba y sentía los reflejos. Entre el reflejo, miraba a alguien, volteaba y no había nada. Creo que eso era un poco el temor, y ahorita en la actualidad ya no. Ya camino libremente, creo yo que ya hasta nos han de conocer”, relató Francisco.

Mientras se desplazan a otro sector, los sepultureros comparten detalles de su vida. A ambos les fue complicado aprender el oficio, pues al principio tenían cierto temor. Y es que de todo se puede dudar, menos de la llegada de la muerte. Tuvieron que aprender las técnicas con el paso del tiempo y también a desarrollar un tacto sensible para interactuar con los dolientes.

“Sí, nos han tocado servicios donde los dolientes vienen muy dolidos, tomados, y pues con el que se desquitan es con el panteonero: ‘¡Hey, hijo de tu…! ¡No lo tapes!’. Es el dolor y el señor (el padre de don Bruno) lo que nos enseñó es que hubiera mucha seriedad en un cortejo: no reírte, no hacer comentarios, no esto, no lo otro, muchas cositas”, compartió Francisco.

El oficio de don Bruno y Francisco tiene hora de entrada, pero no de salida. A partir de las siete y media de la mañana realizan diversas actividades, tales como excavación simple, hechura de gavetas, la realización de las ‘destapadas’ (cuando la gente manda a hacer sus gavetas a futuro), así como exhumaciones y, por supuesto, inhumaciones.

“Este trabajo es doloso, creo que no puede haber satisfacción. A lo mejor para uno es agradable ganarse un cinco, pero para el otro lado no. Es doloroso para la familia que pierde a un ser querido”.

Don Bruno y Francisco se detienen su paso ante la tumba de Epitacio Sifuentes, uno de los seis fundadores de San Pedro. Su cantera se ha desmigajado y solo sobrevive una placa de mármol que indica el nicho de su esposa.

“Estas bóvedas son de contraposo, su entrada es por aquí (abajo). Si usted se fija, aquí se aprecia una gavetita. Ahí se aprecia otra. Entonces, ya la raza llega, se pone a excavar y descubre los restos”, señala Francisco.

El final

“Vamos a ver a otro señor, si quiere”. Don Bruno se abre paso entre las tumbas, conoce los caminos que surcan las lápidas y elige los más despejados. Va hacia el sur, se dirige hacia una tumba pintada de verde, es la de Hilario Carrillo, ese personaje de la cultura popular cuya historia entona un famoso corrido. El 14 de septiembre 1930, Carrillo fue abatido a tiros por Pascual Ortega, quien irónicamente se encuentra sepultado en otra sección, cerca de la segunda puerta del panteón.

Metros más adelante, de regreso al norte, los panteoneros dan con el sepulcro de Bruno Dávila Aguilera, padre de don Bruno y maestro de ambos panteoneros. Fue él quien les enseñó a concentrarse en su trabajo, a no mirar a los dolientes a los ojos, a no cohibirse ante el final de la vida.

“Él falleció a los 82 años, ahorita ya tuviera como ciento y feria, pero gran parte de su vida se la pasó aquí en el panteón. Nada más una vez se fue para el otro lado, pero no le gustó y se vino aquí con su papá. Nos decía que hiciéramos el trabajo bien, que no anduviéramos saliendo mal con las gentes que vienen a sepultar, que se hiciera todo bien”, comenta don Bruno sobre su padre.

VERÓNICA RIVERA/ EL SIGLO DE TORREÓN

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