Psycho
Ristras de ajos, estacas directas al corazón, balas de plata, agua bendita y crucifijos o amuletos; eso y más se receta en el imaginario mundo del cine de terror para contrarrestar a todo un desfile de bestias salidas del infierno.
Si bien este texto no es una reseña cronológica y rigurosa sobre la historia del cine de terror, sí es un repaso representativo de este amplio género que fascina a muchos cinéfilos, quienes encuentran en él una manera muy peculiar de desestresarse, aunque suene paradójico.
Hace ya algunos ayeres se realizó un estudio que intentaba responder por qué, en su sano juicio, una persona se pondría a ver en la pantalla a gente corriendo desaforada y perseguida por un maniático o entidad del averno. El propósito era saber la razón de consumir esas tramas con personajes malévolos y espectros amenazantes que ponen los pelos de punta y quizá hasta generan pesadillas por unas cuantas noches. La investigación explica que el cerebro se regodea de la desgracia ajena y que el espectador, al saberse fuera de un riesgo verdadero (como quien ve al toro tras la valla) goza del hecho de que saldrá bien librado. Llegado el momento de los créditos, suspira de alivio.
Aunque la comedia es de los géneros más predilectos, también es fuerte la fascinación por ver protagonistas pegando alaridos de horror y siendo asolados por un tipo desfigurado del rostro, ojos inyectados en sangre y hacha en mano.
Hay para todos los gustos, desde lo sobrenatural hasta el gore, que se caracteriza por la violencia gráfica; pasando por lo fantástico y una larga pasarela de monstruos hirsutos o lampiños, insectos gigantes, extraterrestres, zombis, asesinos seriales o la misma mente que atosiga y murmura al oído todo tipo de fatalidades.
Un clásico que logra exitosamente mantener al espectador con los pelos de punta es El exorcista (William Friedkin, 1973). A la fecha es considerada una de las cintas más terroríficas en la historia. Inolvidables son las escenas donde la joven Regan (Linda Blair) levita poseída sobre su cama, profiere blasfemias mientras saca la lengua cual serpiente, gira su cabeza en su totalidad o intenta enloquecer a los presentes recitándoles sus más íntimos secretos.
La madre (Ellen Burstyn) de la poseída no sabe qué hacer ante la transformación de su hija, quien pasó de ser una dulce y bella adolescente, a un escupitajo del infierno capaz de mover muebles pesados con la mente o hacer batidillo, por demás desagradable, con ese vómito verde perico que sale de su boca.
Años más tarde apareció otra versión extendida, por si tanto horror no hubiera sido suficiente en su momento. Se incluyeron escenas que habían sido descartadas, como la de Regan bajando las escaleras con contorsiones increíbles.
El ambiente de El exorcista es tan excelsamente logrado que, como espectador, hasta se antoja ir por un mullido cobertor al ver (y casi sentir) toda esa atmósfera tan fría, densa y brumosa.
ASESINOS ENCARNIZADOS
No se puede hablar de cine de terror sin mencionar a Alfred Hitchcock. Quizá su filme más revolucionario para el género sea Psycho (1960), que se puede considerar tanto un hito del horror psicológico como el germen del slasher, esto último al mostrar por primera vez violencia tan explícita, en serie y con tintes sexuales en pantalla. La masacre de Texas (1974), de Tobe Hooper, terminaría de consolidar el subgénero más de una década después, lo que da una idea de lo adelantado que estaba Hitchcock.
Lo innovador de Psycho, incluso para los estándares actuales, es que el asesino encarnizado no posee ningún elemento sobrenatural, sino que se trata de un humano de carne y hueso cuya mente está trastornada, haciendo más terrorífico al personaje.
Además, el genio del suspenso ideó también nuevas formas de inyectar miedo en los espectadores: el asesinato más sangriento ocurre en el primer acto, dejando al público en completa tensión durante el resto del largometraje, en espera de que ocurra algo similar o peor. También utilizó por primera ocasión en el séptimo arte un montaje tan rápido como el de la famosa escena en la regadera, cuyos cortes continuos acentúan el caos del ataque.
Dario Argento es otro de los referentes ineludibles si de tramas macabras se trata. Suspiria (1977), de su autoría, es una joya reconocida como una de las películas más influyentes del terror. Si bien no fue la fundadora del giallo, sí se considera la máxima exponente del subgénero, a tal grado que muchos críticos consideran que no cabe clasificarla como tal porque trasciende las características del mismo. Esta categoría de cine italiano consiste en historias de crímenes donde se desconoce al asesino la mayor parte de la película. Como en el slasher, generalmente la violencia es explícita y tiene toques de erotismo. Cabe mencionar que no necesariamente hay elementos sobrenaturales involucrados.
En el caso de Suspiria, los asesinatos transcurren dentro de una academia de ballet. Más allá de la trama, las decisiones estilísticas de Argento, como la novedosa paleta de color (brillante, como nunca se había visto el terror antes) y la atención a la música, la volvieron un hito cinematográfico.
Entre los filmes que más disfrutan los amantes de los sustos se encuentran, precisamente, aquellos sobre seres que se sueltan matando gente por venganza o placer. Algunas de estas cintas, como las mencionadas anteriormente, son relevantes por su innovación técnica o narrativa. Otras destacan más bien por su éxito en taquilla, a tal grado que se convierten en trilogías, en precuelas y secuelas, en precuela de la precuela o hasta franquicias.
Antes de Halloween, Viernes 13 o Pesadilla en la calle del infierno, cuyos estrenos fueron en 1978, 1980 y 1984, respectivamente, ya había visos de esta clase de películas de calidad cuestionable pero sumamente entretenidas, como El increíble hombre que se derrite (William Sachs, 1977), la cual gira en torno a un astronauta que, en plena misión, es afectado por una extraña radiación. De vuelta a la Tierra, enloquece en el hospital al contemplarse en el espejo. El daño en su piel es tan severo que se convierte en un ser que reparte despojos sanguinolentos a su paso, mientras se pone a matar gente a diestra y siniestra. Su primera víctima es la enfermera del nosocomio, cuyo apuro por huir de semejante abominación es tal que prefiere salir del sanatorio estrellando su cuerpo contra el cristal de la puerta, en vez de girar la perilla.
La saga Scream (dirigida por Wes Craven en sus primeras cuatro entregas) va por el mismo estilo, pero con la diferencia de que al género slasher le agrega humor (no involuntario).
DE BESTIAS Y ZOMBIS
Pero hay miedos más primitivos que alimentan las experiencias escalofriantes en la pantalla grande. Nuestra especie ha evolucionado para tener reservas acerca de toda bestia que no sea humana, porque pueden ser una amenaza. Si de clásicos se trata, no pueden dejar de mencionarse en el catálogo de horripilantes criaturas a Drácula, el Hombre Lobo, el monstruo de la Laguna Verde, la Momia y a otros más creciditos en talla, como King Kong o Godzilla, que han tenido un sinfín de versiones con el pasar de los años, así como múltiples mutaciones, más por los efectos especiales que por cuenta propia.
A veces ni siquiera es necesario introducir elementos fantásticos; basta con recurrir a fobias comunes en la población, como la entomofobia, es decir, el miedo irracional a los insectos, que ha saltado a la pantalla grande con un montón de largometrajes como Marabunta (Byron Haskin, 1954), Las abejas asesinas (Bruce Geller, 1976) o Aracnofobia, (Frank Marshall, 1990).
Las peores pesadillas también se dan en el mar, con Tiburón, de Steven Spielberg. Desde su estreno en 1975, sigue en la memoria colectiva a través de souvenirs de todo tipo que inmortalizan las fauces de esta bestia marina, hambrienta e insaciable aproximándose a una despreocupada bañista, tal como aparece en el póster promocional. Por su capacidad para jugar con las emociones del público, es considerado uno de las mejores filmes de la historia del cine.
Hablando de entes no humanos, también hay un catálogo muy sabroso de películas de muñecos diabólicos que desatan calamidades. Monigotes que cobran vida debido a conjuros e influencias del más allá y que hacen de las suyas sin piedad alguna, como Chucky, Annabellem, Billy (de las películas Saw) y la reciente mona robot M3gan. La constante es la burla de estos hacia sus azoradas víctimas. Villanos de corta estatura, pero de maldad kilométrica y que parecen tener más vidas que las de un gato, confunden y llevan a los protagonistas al paroxismo del terror, hasta desequilibrarlos mentalmente.
En estos menesteres México no se queda atrás, incluso podría superar a los esperpentos mencionados con la muñeca nada amigable de una película ya de culto: Vacaciones de terror (René Cardona III, 1989), cuyo elenco incluye a Julio Alemán, Pedro Fernández y Gabriela Hassel. El argumento gira en torno a una familia que se enfrenta a fenómenos sobrenaturales en una casona abandonada que casi se cae a pedazos. Las intenciones por remodelar la construcción se ven trastocadas por el espíritu de una bruja de tiempos de la Santa Inquisición que fue quemada en la hoguera. Ahora sus pertenencias, entre ellas una muñeca engañosamente linda, chapeteada y de bonita cabellera negra, ejercen un poder nefasto para sus habitantes.
El cine de terror combinado con la ciencia ficción ha dado resultados interesantes, como Alien (Ridley Scott, 1979), con su inolvidable protagonista Ripley (Sigourney Weaver) y el extraterrestre polizón en su nave espacial, de fauces con múltiples colmillos babeantes. A esta categoría también pertenece La Mosca (David Cronenberg, 1986), donde un experimento de teletransportación provoca el surgimiento de un ser mitad hombre y mitad insecto, luego de que una mosca se colara en la cápsula.
Por otra parte, La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968) inspiró a la realización de incontables películas sobre zombis. Cada año hay filmes que repiten ambientes apocalípticos donde sólo sobreviven unos cuantos que buscan refugio a salto de mata. La diferencia con el pasar del tiempo es que esos seres que dan dentelladas a sus víctimas, antes se desplazaban a paso de tortuga y ahora parecen corredores de maratón, como en Estación zombie (2016, Yeon Sang-ho), cinta coreana donde un virus desconocido zombifica humanos y animales por igual.
Si nos ponemos a pensar, los zombis acelerados de la actualidad podrían ser la metáfora de una sociedad ansiosa que actúa irracionalmente, absorta en las pantallas de sus celulares, tecleando mensajes largos mientras va caminando y perdiéndose de las experiencias que le brinda el mundo. Se trata de una amalgama uniformada de seres con comportamientos repetitivos y predecibles.
Después de todo, el concepto inicial de zombi era prácticamente el de un esclavo. El término era empleado en Haití para referirse a los muertos que eran revividos por los brujos para que trabajaran para ellos. No eran agentes libres, sino una especie de títeres controlados por su amo. Estas criaturas encarnan tanto el miedo a perder la razón (y por lo tanto la libertad) como el temor a las masas no pensantes (y las consecuencias cuando, por ser muchos, ganan poder).
EXPERIENCIAS PARANORMALES “DOCUMENTALES”
Los fabricantes de rosetas de maíz también han hecho su agosto con películas cuya innovación en sus técnicas y formato de falso documental (también conocido como found footage), dejan al espectador reflexionando si lo visto en pantalla sucedió en verdad. Es el caso de El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick, 1999), catalogada como una de las mejores cintas de terror. Al estrenarse se convirtió en la más exitosa de todos los tiempos, gracias a una poderosa estrategia de mercadotecnia.
Con su formato se pretendía que el espectador se sintiera privilegiado por ser, de alguna forma, testigo de tomas “reales” guardadas en la memoria de una cámara encontrada en el bosque, propiedad de tres estudiantes de cine desaparecidos mientras grababan un documental sobre la leyenda de una bruja real del siglo XVIII.
Actividad Paranormal (Oren Peli, 2007) también constituyó un parteaguas y mostró que no son necesarios hartos recursos para asustar a la gente. Logró insertar la idea de que, como ocurre en sus escenas, el espectador podría captar entidades en su habitación si simplemente pusiera una videocámara a grabar mientras duerme. Parece que la cinta influyó para esa moda que hasta el día de hoy prevalece en el cine de terror: fantasmas jalándole los pies a los que se entregan a brazos de Morfeo.
Otro éxito similar es REC (Juame Balagueró y Paco Plaza, 2007), parecida en su técnica a El proyecto de la bruja de Blair, al presentarse como si fuese un hecho real, pero esta vez transmitido “en vivo” por una periodista, con cámara en mano, dando tumbos aquí y allá por culpa de los zombis a los que su equipo se enfrenta en un edificio de departamentos. Esta obra española se situó entre las 100 películas más taquilleras de la década del 2000.
TERROR MEXICANO
De acuerdo al análisis The Relative Popularity of Genres Around the World (La popularidad relativa de géneros alrededor del mundo), realizado en 2016, México es el principal país consumidor de cine de terror en el mundo. Irónicamente, este género no se produce tan frecuentemente en territorio nacional. A pesar de ello, hay joyas muy rescatables, como La tía Alejandra (Arturo Ripstein, 1980), donde una villana y vengativa bruja de la tercera edad, encarnada por Isabela Corona, le agarra tirria a la familia que la acogió para pasar sus últimos días. Uno por uno les va dando cuello con el objetivo final de poseer a la más pequeña, Martha (María Rebeca), para que su alma continúe en el mundo de los vivos. La anciana hace que unos simples títeres abandonados en el sótano cobren vida y aterroriza con ellos a su sobrino Rodolfo (Manuel Ojeda), de tal forma que casi lo lleva a la tumba con tremenda sorpresa (aunque más tarde sí lo manda al otro mundo).
Otra es Veneno para las hadas (Carlos Enrique Taboada, 1986), donde el rol principal lo lleva la actriz Ana Patricia Rojo, entonces solo una niña, y cuyo personaje de Verónica pretende hacerle creer a su amiguita Flavia (Elsa María Gutiérrez) que es bruja y tiene poderes. Le encanta agarrar sapos y bichos raros, afición que termina llevándola a elaborar una pócima con la intención de envenenar hadas.
Al principio Flavia la ve como una chiflada, aunque luego se preocupa realmente ante la muerte repentina de su maestra de piano, pues piensa que pudo haber sido obra de las malas artes de Verónica. Es la atmósfera de este filme, cargado de ambigüedades y medias verdades, lo que lo hace tan original. Incluso, para resaltar el punto de vista de las niñas, los rostros de los personajes adultos nunca salen a cuadro, sólo aparecen del cogote para abajo. Se trata de un argumento verdaderamente innovador en el cine nacional; por algo la película fue merecedora de varios premios Ariel.
Espeluznante y de terror gótico es la cinta Alucarda, la hija de las tinieblas (1977), protagonizada por Tina Romero y dirigida por Juan López Moctezuma. Si bien ya se había hecho cine de vampiresas, esta cinta pone la carne más que de gallina con una religiosa que es poseída por el demonio en pleno convento católico, junto con su compañera Justine (Susana Kamini), todo a causa del encuentro de ambas con un gitano en medio del bosque y la posterior profanación de una tumba.
En este punto podría hablarse de una aproximación al feminismo a través del cine en nuestro país, al ser ahora las mujeres las que toman el control de una situación. Como si la sangre se tratase de una alegoría de los privilegios de consumo masculino en el mundo capitalista, esta deja de ser exclusiva para el hombre. La mujer ya puede dejar la sumisión atrás y tener sus exabruptos, su carácter fuerte y la capacidad de expresar enojo.
Es así que, en la película, el ambiente apacible del convento es abrumado por el griterío y los desmanes de las enloquecidas féminas. Adiós a la quietud del sacrosanto lugar que se esfuma en un dos por tres, ante lo cual el sumo sacerdote (David Silva) se ve impelido a practicar un exorcismo. Si se trata de ver borbotones de sangre a más no poder, esta película es la indicada.
ART HORROR
También llamado terror elevado, el art horror es un subgénero que nos tiene al filo del asiento, pero no por causa de engendros peludos o entidades del más allá. Aquí vemos tramas de siniestros personajes que se van dibujando sutilmente conforme avanza la película, en una atmósfera de tensión psicológica. Puede ser que no haya villanos y se trate más bien del trastorno mental de un personaje al que acompañamos en su delirante proceso.
Si bien por sus características podemos decir que décadas atrás ya se veían filmes de este estilo, fue hasta los 2010 que el término fue ampliamente utilizado, sobre todo por la compañía de cine independiente A24, que incluso popularizó esta corriente cinematográfica fuera de los cánones de Hollywood.
Entre los antecedentes de este subgénero se encuentra la cinta británica Repulsión (Roman Polanski, 1965), la cual reúne el perfil perfecto de este tipo de cine. La protagoniza Catherine Deneuve personificando a Carol, una joven y apacible trabajadora de una estética. La trama se pone inquietante cuando vemos en ella una escalada emocional, primero errática, luego meditabunda y finalmente agresiva. Todo remite a su fobia a los hombres, que se detona al máximo como consecuencia del flirteo de un recién conocido y luego por la convivencia con el amante de su hermana, con quien comparte un departamento.
Los gemidos del par de tórtolos en la habitación contigua son un martirio para Carol y no logra amortiguarlos ni apretujando la almohada en sus oídos, por lo que tiene que hacer de tripas corazón. Se suman más detalles, como el contemplar en el baño el rastrillo o el cepillo de dientes del hombre, que le parecen una verdadera asquerosidad. Es así que su desequilibrio aumenta gradualmente. En el trabajo se le pasa la mano en el manicure de una clienta y casi le rebana un dedo. En la calle camina como si estuviera en estado catatónico y eso torna más intrigante su reacción más tarde, ante los arrumacos necios de su lujuriento casero, quien se le abalanza con cero atisbo de que le pondrán un “hasta aquí” y terminará muerto al lado de un sillón.
El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968), donde una secta trabaja para lograr la encarnación en el mundo del mismísimo diablo, también podría considerarse un hito para este subgénero, pues marcó toda una época. La trama trasciende lo sobrenatural para hacer un comentario social sobre las expectativas a las que estaba sujeta la mujer en aquellos tiempos. La protagonista no tiene elección sobre su destino, por mucho que quiera cambiarlo, porque todo se opone a ella tanto fuera como dentro del hogar.
Otro filme que aborda aspectos de la feminidad es Carrie (Brian de Palma, 1976), en el que una tímida adolescente con poderes telequinéticos es hostigada por su puritana madre y por sus compañeros de clase. Cuando la joven tiene su primera menstruación en las duchas de la escuela, las demás reaccionan a su sorpresa con burlas y le lanzan tampones y toallas sanitarias. Su mamá también hace lo suyo: le dice que la sangre es un castigo divino por sus pecados. Los abusos hacia Carrie crecen hasta que, en el festejo de graduación, la adolescente pierde la razón y usa sus habilidades sobrenaturales para vengarse de todos.
En México tenemos el largometraje El castillo de la pureza (Arturo Ripstein, 1973), que se basa en hechos reales. Claudio Brook interpreta a un padre de familia odioso que mantiene a su esposa e hijos enclaustrados en una casona de la Ciudad de México, para que no se contaminen al entrar en contacto con una sociedad malsana y llena de vicios. Los quiere puros, por eso reciben constantes castigos y sobreviven a pan y agua con una especie de dieta vegana. Mientras, el señor de la casa, de doble moral, se echa sus taquitos de carne callejeros porque es el único que puede salir a surtir los víveres y vender a tienditas y tlapalerías lo que constituye la fuente de sustento diario: veneno para ratas. Los nervios del espectador se crispan al ser testigo de tan infames injusticias, pero el alivio viene, de cierta forma, cuando el hijo mayor (Arturo Beristáin) se rebela.
Otro ejemplo es la cinta estadounidense El silencio de los inocentes (Jonathan Demme, 1991). La protagonista, Clarice Starling (Jodie Foster) sigue la pista de un asesino en serie llamado Buffallo Bill, pero luego tiene que lidiar con otro desequilibrado mental: el doctor Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), quien la hostiga psicológicamente. Es, hasta la fecha, la única película de terror en haberse hecho acreedora de un premio Oscar.
Situándonos en lo contemporáneo, entre las mejores películas de la mencionada A24 está La bruja, (Robert Eggers, 2015). Cuenta con algunas peculiaridades al estilo Stanley Kubrick, como filmar únicamente con luz natural (y velas para los interiores), lo que le confiere una atmósfera tétrica muy particular. Un tenebroso y aislado bosque es el escenario principal que tantos dolores de cabeza y angustias le trae a una familia de granjeros que busca en su espesura al más pequeño de sus integrantes, que ha sido robado por una bruja.
La multipremiada Lamb (Valdimar Jóhannsson, 2021) es otra joya de A24. Al estilo de fábula europea, nos adentra en la vida de una pareja de granjeros en Islandia, donde comparten su vida con un cordero recién nacido que encontraron un buen día, a partir del cual le prodigaron su amor. Lo interesante es que la criatura es un humanoide.
Más reciente es Háblame (Danny y Michael Philippou, 2023), donde un grupo de jóvenes se ponen en contacto con seres del más allá al apretar una mano momificada que primero los pone en trance y luego bajo posesión. Lo que comienza como un juego, los lleva a experiencias terroríficas que son una muestra de que no todo está dicho en el cine de terror, que ha sido inyectado de frescura y originalidad por el art horror.
El trabajo titánico para mantener este género vivo y en evolución no sólo ha sido de los directores que llevan la batuta en cada escena, ya que hay un enorme equipo de guionistas y creativos que le dan forma a escenarios extraordinarios y a todas esas criaturas y personajes que hacen sufrir a sus víctimas.
Ahora que llega Halloween, es entendible por qué abundan los disfraces de Michael Myers, Jason Voorhees, Freddy Krueger o Ghostface; así como zombis, brujas, diablos y, últimamente, hasta monjas malvadas.