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El deseo es una transición entre dos estados: carecer y poseer. En su novela La naturaleza del deseo, Carla Guelfenbein explora el poder transformador de esta característica humana que puede sacar a alguien del estatismo y obligarle a accionar dentro de su propia vida, como le ocurre a la protagonista de esta historia.
“Es increíblemente cruel que esa experiencia tan anhelada por la especie humana sea al final una experiencia tan increíblemente efímera, a menos que el deseo nunca sea satisfecho. Por lo tanto es un estado perenne de carencia. Eso está detrás de cada encuentro o emoción, en cada escena del libro.”, comparte la autora a Siglo Nuevo.
La novela sigue el idilio entre dos amantes de raíces chilenas que se conocen en la embajada de su país en Inglaterra. La protagonista, identificada como S, es una escritora que vive en Londres junto con su hija Elisa en el altillo de su amiga y editora Maggie, del cual sale únicamente cuando es estrictamente necesario, hasta que F la contacta y la invita a la presentación de un libro. Él es un exitoso abogado que vive en Santiago con su esposa e hijas, la menor de las cuales está enferma.
La primera vez que ambos cruzaron sus caminos fue cuando asistían a la Universidad de Edimburgo, treinta años antes de que entraran en contacto otra vez. En ese momento F vio a S caminar sobre una laguna congelada, alejándose decididamente de la orilla mientras el hielo crujía bajo sus pies. Él le imploraba que regresara, pero ella lo ignoró, desafiando a la muerte. El entonces estudiante de posgrado nunca olvidaría la determinación de esa joven.
Guelfenbein confiesa que la semilla que después se convirtió en La naturaleza del deseo fue, precisamente, esa imagen mental de una mujer en una laguna. Por ello el agua, figura metafórica que aparece en otros libros de la autora, no podía no tener un lugar preponderante en esta novela. El título que tenía pensado era, de hecho, Los tiempos del agua, pero ese terminó siendo el nombre de la ficción que escribe S a lo largo de la trama.
LA DUALIDAD DEL AGUA
“El agua es un lugar que te acoge: el útero. Tu primera forma de vida es acuática, es la forma de vida más protegida, más inocente y más sin responsabilidades que tiene un ser humano”, detalla Guelfenbein, quien también destaca la característica opuesta de este elemento: “tiene esta capacidad fatal que es el ahogamiento”.
Esos dos polos están presentes en la novela. El hijo de S, Noah, murió ahogado. Por eso ella lleva cinco años prácticamente recluida, temiendo siempre que pueda pasarle algo a su hija si se exponen a los peligros del mundo. Es hasta que llega el deseo por F que se atreve a salir de su coraza. Los encuentros entre ambos ocurren siempre en distintas ciudades. Este ritual se extiende a lo largo de años, en los cuales el mar, ríos y lagos son testigos de cómo la protagonista pasa del ahogamiento de una vida recluida a sumergirse en el espacio seguro que le ofrece su amante.
Pero el agua no siempre mata y no siempre es acogedora. La mayoría de las veces, como el deseo, fluye, provocando el movimiento de lo que hay a su paso e, incluso, limpiando los rincones que toca. El último día que S y F pasan juntos, llueve intensamente. No parece coincidencia, entonces, que la protagonista llegue a esta conclusión cuando su amante la deja fuera de su vida: “Era, a diferencia del dolor putrefacto, culposo y paralizante que me había atormentado después de la partida de Noah, un dolor limpio. Devastador, pero limpio”.
Por cierto, el punto de partida da la novela es precisamente el momento en que S pierde definitivamente el contacto con F. “Ese estado de ánimo desde el comienzo es importante para la lectura. Siempre pensé que era la única manera de contar una historia amorosa, pasional: partiendo de un fracaso”, apunta la autora.
Si bien queda claro desde el inicio que no habrá final feliz, La naturaleza del deseo permite al lector ser testigo de la transformación de la protagonista y cómo poco a poco asimila su propia vulnerabilidad. En un momento de epifanía, ella sale del mar con el rostro humedecido tanto por el mar como por sus lágrimas, pues la sobrecoge darse cuenta de que el agua le quita (a su hijo) y le devuelve (la oportunidad de reconstruir su vida a partir del encuentro con F en la laguna). También llora porque finalmente admite que le da miedo entregarlo todo, pero, a pesar de eso, se deja llevar por el deseo y continúa su relación hasta las últimas consecuencias.
AZAR, NECESIDAD Y ARRAIGO
Como bióloga especializada en génetica, Carla Guelfenbein tiene claro que dos fuerzas son las que han determinado la evolución de todo ser vivo: el azar y la necesidad. Para la autora, el deseo conjuga ambos factores. En el caso de su novela, el azar es el que coloca a los dos personajes principales, provenientes de Chile, en una universidad de Inglaterra.
Guelfenbien concluye que, incluso, hubiera sido menos probable que S y F se cruzaran en su país natal, dada la diferencia de clases entre ambos: él de una familia adinerada que puede enviarlo a estudiar un posgrado al extranjero y ella proveniente de la clase media baja que emigró a Inglaterra. En Chile no hubieran encontrado un territorio común. A eso se une la necesidad de la protagonista de quitar la pausa en su vida tras la muerte de su hijo. El deseo encontró lugar entre el azar y la necesidad para empujarla a evolucionar.
Además del deseo, hay otra característica que tiñe, como si estuviera tras bambalinas, la vida de S: el desarraigo, que aparece sutilmente a lo largo de la novela. “Este conocimiento de nombres, lugares e incluso mitologías del país donde había nacido por casualidad, le permitía, cuando se encontraba con algún chileno, bombardearlo con preguntas, cosa que a mí me resultaba imposible”, refiere la protagonista respecto a Maggie, nacida en Valparaíso de padres ingleses. Ese desarraigo está presente en toda la obra de Guelfenbein, pues ella lo ha vivido en carne propia.
A los 14 años, durante la dictadura de Pinochet, la escritora militaba en un partido de izquierda, pues su familia era muy activa políticamente. Sin embargo, un día su madre desapareció. A las tres semanas fue liberada por las autoridades, pero no había manera de saber que a la próxima vez fueran a dejarla ir con vida, así que huyeron a Inglaterra.
Ahí, Carla se topó con el punk y las multitudinarias marchas contra la bomba nuclear. Su juventud y proactividad le permitieron navegar el choque cultural y abrazar su nuevo hogar. Sin embargo, sus padres nunca pudieron echar raíces en ese lugar ubicado en los hemisferios opuestos del país donde habían hecho su vida.
“Mi vida entera está marcada por esa escisión por el desarraigo”, admite la autora, quien vivió esa experiencia no sólo a través de sus padres, sino de sus abuelos judíos, pues emigraron de Ucrania a Chile buscando un sitio seguro. Sobra decir que dejó de serlo en el momento en que el golpe de estado de 1973 arrebató la libertad a su población.
El deseo de recuperar lo perdido, sin embargo, llevó a la sociedad chilena a resistirse al régimen autoritario hasta que, en 1990, hubo finalmente un presidente electo democráticamente. Si el miedo ancla al estancamiento, el deseo puede ser la fuerza motora que mueva a la trascendencia.