María Baranda. Imagen: Universidad de Guadalajara
La poeta María Baranda (Ciudad de México, 1962) ha escrito un poema de gran extensión dividido en dos partes. Sus versos abordan la identidad, el intersticio entre la sombra y la materia. Es un trabajo de años, un viaje a la infancia transitado por cuestionamientos, capaz de motivar al lector que busca alimentarse de imágenes, metáforas, abstracciones y cantos.
Baranda está en la trigésima edición de la Feria Internacional del Libro Monterrey (FIL MTY). En unos minutos presentará Sombra y materia (Vaso Roto, 2023), su más reciente publicación. Por la mañana sostuvo un diálogo sobre poesía para la infancia. Su blusa blanca emula el color de su cabello y una pashmina beige rodea su cuello, como verso que abraza una idea.
En 2017 caminaba en las calles de Córdoba, España. Vio escrito un salmo en una esquina: “Bajo las sombras de tus alas, escóndeme”. De inmediato acudió a su Biblia, buscó el texto, hizo comunión; se reconoció en esas palabras antiguas y en el poema que se construía en sus sueños.
—He llegado a soñar con poemas. Me despierto y los escribo.
La sombra se encuentra en la infancia, en la parte más íntima del ser, allí el niño juega con ella. Para la poeta representa un refugio, un lugar donde puede estar y hablar en soledad, permitiéndose reconocerse y convivir consigo misma. La vida es un constante descubrimiento y María Baranda es su propia sombra en una búsqueda interior.
Tenía tan sólo trece años de edad cuando hojeó un ejemplar de la revista Arquitecto que había llegado a su casa. En una página estaba impreso el “Nocturno de la alcoba”, de Xavier Villaurrutia: “La muerte toma siempre la forma de la alcoba/ que nos contiene”. El poema se le metió por los ojos, sintió que le hablaba. Las lágrimas cayeron como el escurrimiento de la tinta, humedecieron su rostro mientras el destino palpitaba en su pecho. María supo entonces que sería poeta.
Es por eso que todos los días escribe. Un pequeño cuaderno la acompaña por si una imagen poética se le atraviesa en el camino. Dice que los primeros versos casi siempre son un regalo, pero ignora de dónde vienen. Si en la mente del poeta las palabras son la sombra de la imagen, la poesía surge entre la sombra y la materia, en un espacio donde María Baranda es capaz de desaparecer.
En este descubrimiento constante que es la vida, ¿de qué manera aparece Sombra y materia?
Todos mis libros vienen desde hace muchos años. Siempre digo que son libros escritos hace más de 30 o 40 años, que han estado en mí, que hay muchas imágenes ahí de hace tanto tiempo. En general pienso mucho mis libros antes de escribirlos. Ya cuando me siento a escribir, es una parrafada rapidísima. Pero hay una diferencia entre escribir un poema largo y escribir poemas cortos. Aquí regreso otra vez al poema largo. Y el poema largo es un lugar que habitas, en el que estás todo el tiempo, que no puedes dejar de pensar, un flujo, un ritmo imágenes que te van llevando.
Abres el libro con la cita de un salmo: “Bajo las sombras de tus alas, escóndeme”. Lo busqué completo en La Biblia que tengo en casa, ¿usas ese salmo también para cantárselo a la poesía?
Totalmente: “Bajo las sombras de tus alas, escóndeme”. Ese verso, ese salmo, lo leí en Córdoba, España, en una esquina. ¡Y me impresionó! Yo ya venía escribiendo este libro, leo el salmo en 2017, en un muro, y me voy a mi Biblia —depende de tu Biblia, es la traducción que tengas—, lo encontré y dije: “¡De esto estoy hablando!”, pero yo ya estaba metida en la sombra y la materia cuando lo encontré, porque así va la vida: lo que vas pensando y tus intereses, se te van apareciendo en el camino.
Quise releer tu libro antes de venir a entrevistarte. Inconscientemente busqué una sombra y terminé leyendo tu poesía bajo la sombra de un puente. Eso es algo de lo que hablamos, jugamos este juego de las sombras, de la materia.
Es que no es sólo lo malo. La sombra es lo que te acoge, lo que acuna, lo que te ayuda a estar contigo. Es como un recogimiento, ¿no? Es lo que te protege de ese sol incandescente, digámoslo así, es lo que te protege de los otros, del ruido, del vértigo, que es el mundo de afuera. La sombra es, digamos, la parte más íntima.
Respecto al título de Sombra y materia, ¿percibes algún intersticio entre estos dos elementos? Y si es así, ¿la poesía habita en ese espacio?
A mí me llegó el título. Un día me desperté con Sombra y materia y sentí justo eso, que yo tenía que hablar de un intersticio entre dos mundos; es una grieta. Yo creo en la grieta. Muy de niña encontré eso. Encontré un pasadizo en el cual podía jugar a ser y no ser, a ser y desaparecer. Y ese no ser me dejaba estar en un mundo interior lejos de mis hermanos, de la pelota de futbol, de los gritos, de muchas cosas. Entonces, ese mundo del que hablo tanto, que es un mundo interior, tiene que ver con la materia, con lo que sí es real y con lo que imaginamos.
Las sombras de las que hablaba Xavier Villaurrutia en Nostalgia de la muerte: “Todo lo que la noche/ dibuja con su mano/ de sombra…”, también las percibo en este libro.
Bueno, ¡es que yo me formé con Villaurrutia! Siempre cuento que el primer poema que leí, con el que me hice consciente de que quería hacer poesía, fue con el “Nocturno de la alcoba”, de Villaurrutia. Jamás se me va a olvidar. Venía en una revista que se llama Arquitecto —porque mi padre fue arquitecto—, o sea, no era una revista de letras, pero ahí venía un poema de Villaurrutia y después de leerlo dije: “¡Yo quiero hacer eso!”, porque lloré muchísimo con ese poema y sentí que me hablaba.
Sin materia no hay sombra, ¿que la palabra esté impresa en un libro representa la sombra de la imagen que el poeta tuvo en su mente?
Totalmente, ¿qué es lo que te queda? Las huellas. En mi poesía trabajo mucho dos cosas en general: la memoria y el tiempo, que es más o menos lo mismo. Pero el paso del tiempo es lo que más me intriga. ¿Cómo es posible que tú y yo estemos aquí y hace una hora cada quien estaba haciendo sus cosas? No nos conocíamos y cada quien veía sus sombras en otras materias. Y ahorita estamos aquí, en este momento. ¿Qué pasó? ¿Cómo nos transportamos? También me interesa bastante esta conciencia que tiene que ver con la muerte, porque no creo en la muerte como tal, creo que es un cambio de conciencia. Entonces, es un juego que también está en el libro.
INFANCIA, DUDA Y COMPAÑÍA
En el poema llamado “País de la ausencia”, la chilena Gabriela Mistral habla de un país que posee la “edad de siempre”. Durante una entrevista con Cristián Warnken, en la Feria Internacional del Libro de Santiago de 1999, el escritor Roberto Bolaño interpretó que ese país era la infancia.
María Baranda tiene una visión similar: la infancia es el país de siempre y por siempre, el que sucede en el aquí y en el ahora. También habla del “húmedo muro de la infancia”, de un “reloj sin números”, imágenes que hacen recordar a Teoría de las niñas (Vaso Roto, 2018), uno de sus anteriores libros. Sí, la infancia es destino, dicta el título de un ensayo escrito por el psicoanalista mexicano Santiago Ramírez, pero contradiciendo a Sigmund Freud, aquí los años infantiles no se han olvidado.
La poeta dialoga en la presentación de Sombra y materia. Dice que la primera parte es una especie de invocación, donde se busca a sí misma. La segunda, inaugurada con un verso de Paul Celan —“Quédate ciego desde hoy: / también la eternidad está llena de ojos”—, apuesta por inventar la biografía de alguien que estuvo por primera vez en el mundo.
—Yo creo que la poesía se habita, es un lugar al que uno llega.
Afirma que la poesía es hija de la duda. Un poeta debe prescindir de las certezas para mantener en movimiento la vida, ser como Seamus Heaney al tomar la pala y abrir la tierra. Baranda duda porque es una persona de fe y esa duda remite a una de las cuestiones más esenciales y ontológicas: ¿quién soy?
En su discurso La función social de la poesía, el poeta norteamericano T. S. Eliot indica que los autores muertos perduran a través de los vivos. Al final de Sombra y materia, María Baranda enlista a todos los poetas que la acompañaron en la escritura de este libro: San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León, Gonzalo de Berceo, Dylan Thomas, el propio T. S. Eliot, Allen Ginsberg, Álvaro de Campos, Marianne Moore, Herman Melville, Gonzalo Rojas, Wallace Stevens, Nicanor Parra, Elsa Cross, Luis García Montero. La poeta no se siente un alma extraviada, sino un alma en búsqueda. Para ella, escribir poesía es emular a Herman Melville en la pesquisa de la ballena blanca. Es tener el arpón en la pluma, cuestionarse, entregarse, dar los gritos al alba sobre el surcar de las olas. Verse en la poesía es contemplar su sombra y, a la vez, convertirse en materia.
Tu libro está poblado de cuestionamientos. Octavio Paz decía que la poesía es una larga pregunta sin respuesta. ¿Consideras que la poesía es hija de la duda?
Siempre, la poesía es hija de la duda porque soy una persona de fe. Yo tengo fe en la escritura, yo tengo fe en la vida. Si pierdo la fe, ¿qué tengo? Y la fe no existiría si no está la duda, eso lo dice T. S. Eliot mucho mejor que yo.
¿A qué remite esa duda?
A quién soy. Remite sobre todo a las preguntas esenciales y ontológicas que todo el tiempo están. Al final, en la última parte del libro, dice: “No sé quién soy”. Es una búsqueda mía y tiene que ver con eso, a qué vine a este mundo y quién soy.
¿Escribir o leer poesía debe hacerse como si fuese el primer canto de la primera vida?
Yo creo que sí, siempre hay que creer en eso. Siempre hay que irnos para atrás, para atrás en el tiempo, para atrás, porque siempre es la primera vez. Si no piensas que siempre es la primera vez, como en el amor, si tú no puedes creer que cuando haces el amor es la primera vez, no lo hagas, porque estás haciendo otra cosa. Pero el amor, como la poesía, es por primera vez.
También la infancia sucede por primera vez…
La infancia sucede siempre en el presente, para los niños no hay pasado ni hay futuro.
Gran parte de tu trabajo está enfocado en la infancia. Un poema de Gabriela Mistral habla del “país con la edad de siempre” y Roberto Bolaño interpretaba que ese país era la infancia.
Sí, yo siempre estoy en la infancia. Nunca salí de ahí y me parece una dicha estar escribiendo para niños. Lo tomo como una gran responsabilidad.
En un verso hablas del “muro húmedo de la infancia”. La semana pasada llovió en Torreón por varios días, los muros de mi departamento se humedecieron y me percaté de que algunos de los libros que estaban fuera de los libreros comenzaron a ondularse. Siempre pensamos que debemos ser como un libro recto, sin defectos, en perfectas condiciones, pero luego viene el muro húmedo de la infancia y nos recuerda que en realidad nos ondulamos ante la vida.
Bueno, eso es una mente de poeta, déjame decirte. Me parece un pensamiento lírico absoluto. En la infancia, como en ningún otro momento de tu vida, estás jugando mucho con lo sensorial. Tienes todas las sensaciones, pero también todos los sentidos muy abiertos.
De niños probamos el lodo, nos metemos a los charcos, probamos la lluvia, podemos hasta comer una lombriz o guardarla en la bolsa del pantalón. Hacíamos cosas que no nos atrevemos a hacer. Si te pregunto cómo es la corteza de un árbol, tú vas a saber porque de niño tocaste un árbol, pero no ahora. Entonces, todos tenemos esa memoria que está atrás, en ese país del siempre y por siempre.
¿Cómo trataste de abordar la materia de la identidad?
A través de la duda. Yo creo que un poeta nunca debe tener certezas. Cuando tú tienes certezas y tienes respuestas, se deja de mover no sólo la vida, sino la vida poética. La poesía es una gran búsqueda, es una gran búsqueda del ser ontológico, con mayúsculas. Yo creo en eso, en esos poetas de verdad. No creo en la poesía banal, esos son divertimentos y juegos de lenguaje. Lo otro es como si el poeta siempre trajera una pala con la que va a estar cavando, como un poema de Seamus Heaney que se llama “Cavando”, que dice: “Mi abuelo excavaba para buscar papas, pero yo cavo con mi pluma”.
Los poetas que nombras en la parte final del libro, ¿también son una especie de sombra que te acompaña en tu escritura?
Sí, ellos estuvieron en el libro conmigo, son los poetas que yo leí. A algunos los he leído siempre, desde Dylan Thomas, Herman Melville, San Juan de la Cruz (que además me atreví a traducirlo al inglés). En fin, son poetas que son parte de mi ser: Santa Teresa, Fray Luis de León… están conmigo.
¿Existe alguna comunión entre ellos que te haga seguirlos?
Creo que es la parte espiritual. A mí me interesa la poesía mística, la poesía espiritual, un poco distinta a la poesía religiosa. No es que yo busque la religión o busque la doctrina; busco la espiritualidad, la mística.