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Si, como bien sabemos, lo único cierto es el cambio permanente, más nos valdría aceptar nuevas circunstancias, nuevas relaciones, nuevos horarios, nuevas motivaciones y nuevas realidades.

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MARCELA PÁMANES

“Los seres humanos somos animales de costumbres” es una frase que usamos frecuentemente, atribuida a Charles Dickens. Pareciera que ser así nos da un espacio de confort, nos deja sentirnos más relajados porque tenemos la certeza de que después del uno sigue el dos.

Por eso nos sentimos tan incómodos cuando nos mueven nuestros mapas mentales y nos vemos obligados a hacer un viraje de las actividades que realizamos metódicamente. ¿En qué cabeza cabe que tarde o temprano habrá ciertos movimientos que nos hagan salir de nuestra zona de confort? En la cabeza que tiene claro que la plasticidad cerebral existe y que los retos vivifican. Si, como bien sabemos, lo único cierto es el cambio permanente, más nos valdría aceptar nuevas circunstancias, nuevas relaciones, nuevos horarios, nuevas motivaciones y nuevas realidades.

Todo ello implica poner en marcha nuestra capacidad de adaptación, fortalecer la seguridad personal y no evadir las sensaciones y emociones que generan los cambios. Cuando hay novedades en el frente hay incertidumbre, es decir, no sabes bien a bien si serás capaz de salvar los escollos que representa hacer algo que nunca antes habías hecho. ¡Claro! El miedo es parte del proceso, pero a hacer se aprende haciendo.

Tal vez ese miedo que se experimenta tiene que ver con la probabilidad de equivocarte, pero del error surgen enseñanzas y aprendizajes. Esto lo podemos ver de manera simple cuando en casa movemos algo que siempre había tenido un lugar. De forma automática vas a buscar eso donde había estado siempre y, al no encontrarlo, recuerdas que tú mismo lo ubicaste en otro lado, pero ese instante en que ocurre el darte cuenta genera mil pensamientos en tu cabeza: “¿Dónde lo dejé? ¿Qué hice con ello? ¿Cómo es posible?” Pero cuando recuerdas el lugar al que lo moviste regresa la calma.

Hacer cambios requiere de actitud, reconocimiento de lo que se hace bien y de lo que puede mejorar, audacia para seguir en el juego (la vida), rápida adaptación para no sucumbir en el intento y reconciliarte con las nuevas reglas que se establezcan.

De no hacerlo así, hay una gran posibilidad de frustración, de fracaso y de merma en la autoestima. El ejemplo más socorrido es el de las personas que deciden jubilarse. Si esta decisión llega en medio de un reconocimiento de que puedes seguir siendo productivo, hay una alta probabilidad de que encuentres dónde puedes expresar tu capacidad; pero si se hace en medio del cansancio que trae la edad y las horas de vuelo, es casi seguro que te gane la inmovilidad, por lo que te quedas en casa a “disfrutar” la libertad de emplear tu tiempo en lo que dices siempre has querido. Sin embargo, eso también agota. Está el caso de quien no sabe qué hacer con esas horas del día que hoy le sobran; llega junto a ello el aburrimiento y sentir que no se es útil (terrible manera de ver la pérdida de la rutina).

Muchas veces esa resistencia al cambio viene envuelta en control, por eso es que tenemos que entender que la flexibilidad no está peleada con el orden y el acomodo de lo que nos toca vivir y que, al contrario de lo que suponemos, nos arroja momentos de creatividad. Podemos despertar sueños dormidos y empezar a construir momentos luminosos.

Podemos aligerar la vulnerabilidad a la que somos sometidos cuando esos cambios provienen del exterior y no obedecen a decisiones personales. Esto lo logramos cuando nos dan o nos proveemos a nosotros mismos lo siguiente: información clara y apegada a la realidad, rutas estratégicas a seguir, definición de objetivos para que podamos medir los resultados y externar las dudas con palabras, no con actitudes.

El enojo en medio del revuelo es natural. A nadie nos gusta que nos muevan el tapete, pero si nos quedamos instalados en ello, todo será más difícil. ¿De qué me vale el enojo si me dicen que tengo que cambiar mis hábitos para mejorar mi salud? ¿Sirve de algo? De nada. Por el contrario, además de lidiar con lo que viene, tengo que hacerme cargo de la no aceptación.

Seguramente ahí está la clave: aceptar y hacerlo sin condiciones, con disposición, con valentía, con entereza. Nadie sabe lo que gana cuando aparentemente pierdes y menos cuando se trata de rutinas. Igual lo que sigue te conduce a mejores hábitos y, por lo tanto, mejores resultados.

¡Nada cambia, si nada cambia!

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Escrito en: Marcela Pámanes cambios motivaciones

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