Ciencia y charlatanería
El francés Camille Flammarion puede ser comparado con el estadounidense Carl Sagan. Como él, fue astrónomo y un avispado autor de obras de divulgación científica. Ambos brillaron intensamente en sus respectivas épocas, eclipsando a otros estudiosos de primer nivel. Flammarion en las postrimerías del siglo XIX y en los inicios del siglo XX, Sagan en la segunda mitad del XX. Sin embargo, en algo no coinciden los dos genios: el estadounidense toda su existencia fue un escéptico duro, en tanto que el francés abrazó el espiritismo y dedicó mucho de su tiempo a los fenómenos paranormales. En marzo de 1869, al morir Allan Kardec —su verdadero nombre Hippolyte Léon Denizard—, considerado por muchos como el sumo sacerdote del espiritismo, la Sociedad Espírita de París le pidió a Flammarion que pronunciara el discurso fúnebre. Este aceptó, porque había desarrollado una gran amistad con Kardec e incluso le admiraba. Por supuesto, la prensa dio amplia cobertura a la intervención del célebre astrónomo. Sería inconcebible que Sagan hubiera participado en un evento de esa naturaleza.
Hay que decir, en descargo de Flammarion, que el espiritismo fue considerado muy seriamente por infinidad de personajes notables. Sir Arthur Conan Doyle, el autor de Sherlock Holmes, epítome de la lógica detectivesca, fue uno de sus entusiastas adherentes. Asimismo lo fueron escritores de renombre como Charles Dickens y Víctor Hugo, y científicos destacados como el biólogo evolucionista Alfred Russel Wallace y el físico químico William Crookes, descubridor del Talio e investigador de la conducción de la electricidad en gases. Recordemos también que aquí en México, don Francisco I. Madero no se hubiera decidido a lanzarse de lleno a la revolución sin los mensajes que –según él– recibió de espíritus descarnados, como Benito Juárez, que le animaron a encabezar aquella gesta. El expresidente Plutarco Elías Calles fue un espiritista convencido en sus últimos lustros. El espiritismo fue una epidemia de varias décadas y de millares de afectados.
Para criticar el escepticismo radical en que se empeñaban los intelectuales de su época, imbuidos a su entender de un craso positivismo materialista, Flammarion se apoyó en el filósofo Immanuel Kant, quien, un siglo atrás, humildemente había reconocido ser incapaz de negar la veracidad de los relatos de aparecidos reportados por incontables personas. El astrónomo francés insistía en que no había tema que no fuera digno de ser investigado mediante la aplicación del método científico. Es revelador el hecho de que cuando la junta directiva de la Sociedad Espírita de París le ofreció el cargo de presidente, Flammarion lo rechazó alegando que muchos de los seguidores de la doctrina espírita se referían a ella como una religión, cuando según él era claramente una ciencia. Escribió: “Es únicamente mediante el método científico que se consigue progresar en el conocimiento de la verdad. Las creencias jamás pueden tomar el lugar de un análisis imparcial. Tenemos que mantenernos en guardia contra las vanas ilusiones”. No obstante, animaba a todos a considerar la posibilidad de que existan junto a nosotros seres invisibles e intangibles y a reconocer la supervivencia del alma. “Hay realidades con las que nuestros sentidos no nos ponen en contacto”. Por ende, la metodología tendría que refinar sus instrumentos. Mientras tanto, era válido aceptar como hipótesis plausibles la existencia de fantasmas, la reencarnación y las facultades extrasensoriales. Llegó incluso a declarar que, en una vida anterior, él había sido el escritor español Alonso de Ercilla y Zúñiga, autor del poema La Araucana.
Si Isaac Newton —el máximo científico de todos los tiempos— cultivó la alquimia y la astrología, bien puede comprenderse que Flammarion haya sido espiritista.
Cuidadoso observador de los planetas y sus lunas, fue el primero en sugerir los nombres actuales de Tritón, satélite de Neptuno, y de Amaltea, luna de Júpiter. Está claro que Flammarion desplegó una extraordinaria labor científica. En su honor, llevan su nombre un cráter de nuestra luna, uno de Marte y el asteroide 1021. Recordémoslo por eso y cuidémonos de aceptar patrañas. Comulgar con ruedas de molino es común en esta época que se ahoga en información pero que no cuida el discernimiento y la crítica fundamentada.