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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

A ningún hombre puedo decirle que no -le contó Pirulina al doctor Duerf, siquiatra-. Me voy a la cama con el primero que me lo pide, y también con el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto y sexto, etcétera. No tengo carácter para negarme, y luego la conciencia me remuerde con tal fuerza que no me deja dormir ni siquiera en el trabajo”. Le preguntó el facultativo: “¿Y viene usted conmigo para que le fortalezca el carácter?”. “No -precisó Pirulina-. Vengo para que me debilite la conciencia.”. (La conciencia es esa voz interior que nos dice que no hagamos tal o cual cosa porque seguramente se va a saber). El atribulado reo consultó al Lic. Ántropo. “Me condenaron a la silla eléctrica, abogado. ¿Qué me aconseja usted?”. Respondió el letrado: “Que no se siente”. Don Martiriano, el esposo de doña Jodoncia, estaba feliz: su mujer se había vuelto feminista. Decía muy contento: “Ahora habla mal de todos los hombres, no nada más de mí”. Aquel señor estaba en el lecho de la última agonía. Con voz audible apenas dijo: “Lo único que siento al irme de este mundo es dejar a mi esposa, tan buena mujer, tan virtuosa, tan fiel”. El médico de la familia declaró: “El final llegará pronto. Está empezando a delirar”. En el campo nudista una escultural mujer de exuberante busto semejante al de Silvana Pampanini pasó frente a dos de los socios. Le comentó uno al otro: “¡Mira qué monumento! ¡Me excito nomás de pensar cómo se verá con un suéter ajustado!”. (Nota. Hay quienes opinan que la Maja Vestida de Goya es más provocativa y sensual que la Maja Desnuda). “Eres tan tonta -le dijo una señora a otra- que pienso que ni siquiera sabes hacer el amor”. “Claro que sé -replicó la otra-. Y si no me lo crees pregúntaselo a tu marido”. Para mayor énfasis echo mano a una expresión de pueblo y digo que en jamás de los jamases sentiré vergüenza de haber nacido en México. Amo profundamente a mi país, aunque esto suene a sentimiento arcaico, y no lo dejaría por nada del mundo, al menos de este mundo. Me duele, sí, verlo tan mal gobernado, y me inquieta su futuro si la candidata oficialista gana la elección presidencial. Me avergüenzan también las actuaciones de algunos que ni siquiera merecen el nombre de políticos, sino a lo más el de politicastros, como el de ese majadero individuo que en pleno recinto del Senado hizo degollar una gallina en un ritual dizque aborigen para conseguir la lluvia. Tan bizarra fue tal acción, tan extravagante y primitiva, que de seguro será criticada burlonamente en el concierto de las naciones civilizadas -todavía quedan algunas-, y México aparecerá como país bárbaro, atrasado. He ahí uno de los usos y costumbres defendidos por aquellos que, unos por ignorancia, por esnobismo los más, quieren que los inditos sigan siendo inditos, aunque esas costumbres y esos usos incluyan el desprecio a la mujer, la violencia contra ella, el desconocimiento total de los derechos de la persona, y traigan consigo la marginación de las etnias y la exclusión de miles de mexicanos de los beneficios que traen consigo la educación y la práctica de los modos democráticos dentro de un orden jurídico que, por ser nacional, obliga a todos independientemente de su origen, credo o adscripción. Severo extrañamiento merece el senador -¡senador, háganme ustedes el refabrón cavor!- que en forma tan insensata llevó a cabo ese torpe acto. Igual reprobación deben recibir quienes en él participaron. El tal senador, de Morena, por supuesto, se llama Adolfo Gómez Hernández. Me molesta poner aquí su nombre, pero lo pongo a manera de justicia póstuma para la gallina. FIN

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