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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Mr. Dong, empresario norteamericano, volvió de un viaje a Roma. “¿Qué hiciste ahí?” -le preguntó un amigo. Respondió el viajero: “Ya conoces el dicho: ‘When in Rome, do as Romans do’. Cuando estés en Roma haz lo que hacen los romanos”. “¿Qué hiciste, entonces?” -insistió el amigo. Contestó Mr. Dong: “Me llevé a la cama a una turista americana”. No se usa ya la palabra “manicomio”. Ahora se dice “hospital siquiátrico”. Un funcionario visitó el de su ciudad y vio a un alienado -tampoco se emplea ya el vocablo “loco”que acariciaba con amor a una muñeca de trapo. “¿Por qué hace eso?” -le preguntó intrigado al director del establecimiento. Le explicó éste: “Su novia lo dejó para casarse con otro”. En seguida el visitante observó a un paciente que se daba de cabezazos contra la pared acolchada de su celda al tiempo que profería terribles ululatos y furiosas maldiciones. “’Ése es el otro” -le informó el director. Reza un proverbio arábigo: “Di la verdad y luego corre”. En efecto, decir la verdad tiene sus riesgos. Me atrevo a modificar la frase evangélica: “Buscad la verdad, y la verdad os hará impopulares”. Se debe tener más cuidado para decir la verdad que para mentir. La verdad no peca, pero sí pica. Por eso escocieron al régimen de la 4T las verdades que el embajador de Estados Unidos en México Ken Salazar, dijo acerca de la inseguridad que priva en nuestro país, y de la fracasada política de “abrazos, no balazos” urdida por López Obrador, en la que él aportó los abrazos y el crimen organizado los balazos. Desde luego el oficialismo puso el grito en el cielo, en la tierra y en todo lugar ante las declaraciones del hombre del sombrero, y protestó en automático por sus palabras, pero no hay manera de desmentir al embajador, por la simple y sencilla verdad de que dijo la verdad, y desnuda, además, lo cual hace que la verdad sea más verdadera. “Si vas a decir la verdad dila claramente. La elegancia déjasela a tu sastre”. La frase es de Albert Einstein. Aquí cabe recordar el cuento del orador de pueblo que en mitin de plazuela decía pestes del alcalde del lugar. “Es un ladrón -clamaba-, un corrupto, un inepto, un nepotista, un ignorante, un charlatán”. El guarura o guardaespaldas del edil le preguntó al tiempo que ponía la mano en la cacha de su pistola: “¿Me lo echo, jefe?”. “Todavía no -le indicó el edil-. Espera a que diga la primera mentira”. Aún no la ha dicho el representante en México del Tío Sam. Un sujeto buscó al Lic. Ántropo y le pidió que lo asesorara. Quería divorciarse de su esposa. “¿Por qué?” -preguntó el abogado. Narró el otro: “Anoche me dijo que hago muy mal el amor”. El letrado se extrañó: “¿Y sólo por esas palabras quiere usted divorciarse?”. “No por esas palabras -contestó atufado el individuo-. Por conocer la diferencia”. Una mujer requirió los servicios del doctor Duerf, siquiatra. La interrogó el facultativo: “¿Cuál es su problema?”. Respondió la fémina: “Creo que soy ninfómana”. “Puedo tratarla -le indicó el analista, pero debo decirle que cobro 2 mil pesos la hora”. “Está bien -aceptó la mujer-. ¿Y cuánto por toda la noche?”. En el restorán aquel señor pidió café para acompañar su cena. La mesera se lo trajo, pero al hacerlo tropezó y derramó el líquido en el regazo del cliente. “¡Discúlpeme!” -rogó azarada. “No hay problema -la tranquilizó el señor, magnánimo, benévolo y munífico-. Son cosas que suceden. Pero dígame: el café que me cayó en la entrepierna ¿era regular o descafeinado?”. “Regular” -le informó la camarera. “¡Fantástico!” -se alegró el hombre-. ¡Así esa parte estará despierta toda la noche!”. FIN.

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