ÁTICO
Desde la firma del TLCAN no ha habido tal divergencia ideológica entre México y EUA.
México y Estados Unidos tendrán presidentes muy poderosos e ideológicos. Con estrategias similares de polarización, lograron amplios triunfos electorales. Son gobernantes que no creen en las sugerencias de los expertos en temas de políticas públicas. Ellos tienen otros datos.
Ahí acaban las similitudes. El de Trump será un gobierno encabezado por un empresario que buscará apoyar a los más ricos, empezando por bajar el Impuesto Sobre la Renta. En campaña, prometió desaparecerlo y sustituirlo por tarifas a las importaciones. Achicará la burocracia y desregulará la vida económica. El gobierno federal dejará de intervenir en temas como la educación, para devolverle esa facultad a los estados. Las agencias regulatorias serán diluidas. Con todo ello, se espera construir un clima favorable a la inversión para impulsar el crecimiento, sin importar su impacto distributivo o medioambiental.
Dado los nombramientos hasta ahora anunciados, será un gobierno de mano muy dura. El futuro vicepresidente, JD Vance, advirtió que pretenden deportar anualmente a un millón de personas y sellar la frontera sur. Es difícil imaginarse la logística para lograrlo, pero habrá un incremento significativo en las deportaciones.
En México muchos piensan que no van a darse un balazo en el pie, ya que los indocumentados hacen trabajos que nadie más quiere hacer. Estados Unidos pagará un costo económico, sin duda, pero los gobiernos se dan balazos en el pie a cada rato. Lo hemos visto acá.
Con la elección de Marco Rubio para encabezar la política exterior, nuestros vecinos seguirán una política agresiva contra los regímenes autoritarios de izquierda en América Latina. Rubio fue, además, muy crítico sobre la laxitud hacia el crimen organizado que tuvo el gobierno de AMLO.
En materia económica, el gobierno mexicano irá en el sentido contrario al estadounidense. Tendremos un Estado con crecientes funciones empresariales, desde los sectores energético e inmobiliario, hasta el ferroviario y aéreo. Esto costará cada vez más recursos fiscales. Parece no importar. Hay que ver el nuevo programa de hidrocarburos donde las metas para Pemex son volumétricas, no de rentabilidad.
Habrá una mayor presión tributaria sobre los grandes contribuyentes. Sin embargo, no será suficiente para pagar los gastos de un gobierno en expansión. Por más que el presupuesto planteado el viernes sea razonable en términos del déficit, las presiones de gasto serán difíciles de contener. En cualquier momento el gobierno puede optar por tasas más altas de ISR o por impuestos a las herencias y al patrimonio. Impondrán todo tipo de controles sobre la actividad económica, incluidas algunas ridículas como poner en la Constitución la prohibición de los vapeadores, una invitación al crimen organizado a ampliar sus mercados.
Mientras que México se verá forzado a recibir a cientos de miles de personas de regreso, muchas inversiones se irán a Estados Unidos donde hacer negocios será más fácil y seguro. Mientras que acá la economía depende de la integración con nuestro vecino, este nos impondrá restricciones y demandas fuera del ámbito comercial si queremos seguir exportándoles. Mientras que en Morena simpatizan con los gobiernos de Cuba y Venezuela, Estados Unidos buscará que cambien de régimen.
Desde la firma del TLCAN no ha habido tal divergencia ideológica entre los dos países. La relación comercial seguirá siendo importante, pero se terminó con la visión de una comunidad regional. También se acabó el sueño de que mediante la integración comercial, el país más pobre crecerá más y alcanzará niveles de ingreso y desarrollo similares a los de sus vecinos ricos, como lo hicieron España o Polonia.
¿Podrá el gobierno mexicano encontrar espacios de entendimiento con Estados Unidos? ¿Cómo reaccionará a las imposiciones de Trump? Ojalá me equivoque, pero no veo al gobierno mexicano preparado para estos nuevos retos.