El Che y misericordia popular
El 9 de octubre de 2019 leí en Fidelistas por Siempre, de Facebook, una reseña sobre la muerte del Che. Documenta bien algo de sus últimas horas. Del muy sustancial relato me llamó la atención la misericordia popular. Al amanecer se registra una muestra de empatía. La maestra Julia Cortés entra a donde yacen el Che y sus compañeros. Aleccionada por los militares, va con la intención de insultarlo y provocarlo para que salga (quizás para justificar la ley fuga). “El Che habló suavemente con ella; hubo un intercambio de preguntas y respuestas. Ella quedó sorprendida y convencida de que estaba en presencia de un hombre totalmente diferente a como los militares le informaron”.
Alrededor de las 10 de la mañana: “Estaba de guardia el joven [oficial boliviano] Eduardo Huerta Lorenzetti, quien en la madrugada arropó al Che con una manta, hacía mucho frío, le dio un cigarro y conversó con él”. En seguida, el agente de la CIA al mando, “le ordenó que se retirara del lugar y el oficial obedeció, pero observó cuando Félix Rodríguez tratando de interrogarlo [al Che], lo zarandeó por los hombros para que hablara, le haló bruscamente por la barba y le gritó que lo iba a matar”. El oficial “contó a sus amigos que como tenía que proteger la vida del prisionero, trató de evitar los malos tratos del agente de la CIA. En el forcejeo éste se cayó y desde el suelo le gritó enfurecido [al oficial Huerta]: ‘¡Me la pagarás bien pronto, boliviano de mierda, indio salvaje, estúpido!’”. Huerta intentó golpear al agente de la CIA pero otro oficial se lo impidió.
Más tarde “Ninfa Arteaga, esposa del telegrafista de La Higuera Humberto Hidalgo y en cuya casa acampaban los oficiales bolivianos, junto con su hija, la maestra Élida Hidalgo, fueron hasta la escuelita a llevarles una sopa de maní al Che y a los otros dos guerrilleros. Ella narró: ‘Los militares primero me negaron que entrara; pero yo cociné para todos, y les dije que para ellos y para los guerrilleros también era la comida. Pero a mí, como todo el mundo en La Higuera me hace caso, yo dije: este señor está preso y tiene que comer y si no me dejan entrar para que el Che coma, no le voy a dar comida a nadie, porque la comida es mía y yo misma la cociné […]. Dije que me dejaran sola con él para que pudiera comer tranquilo. Le solté las manos, las tenía amarradas. Él se interesó por saber si los demás guerrilleros habían comido también. Yo le dije que habían comido. El Che me miró tan tierno, con mirada de agradecimiento, que yo nunca podré olvidar como el Che me miró. Los militares no miraban así […]. Cuando yo tengo un problema grande, yo lo llamó a él, yo veo su mirada y el Che me responde...’”.
Los soldados asesinaron al Che pasada la una de la tarde por órdenes de la CIA. La nota de Fidelistas por Siempre sigue: “Para los pobladores de La Higuera, un caserío pacífico, religioso y supersticioso, no era cristiano que se asesinaran seres humanos […]”. Las tropas maltrataron el cadáver. Los vecinos “y algunos militares reaccionaron indignados cuando un soldado con un palo trató de golpear el cuerpo del Che, entonces cubrieron el cadáver con una frazada”.
Fue trasladado a Vallegrande. Daniel Rodríguez, corresponsal del periódico El Diario de ciudad de La Paz, escribió que el arribo de los restos del Che Guevara conmovió a la población. El pueblo se volcó a la pista y estaba decidido a no permitir el traslado del cuerpo a ninguna parte. Los militares rápidamente lo introdujeron en una ambulancia que lo condujo a un hospital. Esa noche la enfermera Susana Osinaga y Graciela Rodríguez, lavandera, asearon el cuerpo.
Vale la pena leer todo el relato que revela el contraste entre el trato inmisericorde que los agentes de la CIA y los militares dieron al cadáver, y el misericordioso del pueblo.