El cine mexicano y las estrellas rutilantes de la balada-pop ochentera
En una de esas, todas esas películas mexicanas de los ochenta donde el protagonista era el cantante o grupo de moda, terminarán convirtiéndose en cine de culto ¿Y por qué no? Eso pasó en Europa con las películas de El Santo, el enmascarado de plata.
Las nuevas generaciones tal vez no lo sepan, pero en la década mencionada las disqueras se las arreglaban para que los artistas del momento tuvieran mayor difusión. Es así que de la canción que más les funcionaba, se desprendía toda una historia para la pantalla grande, donde obviamente el cantante o grupo musical era el protagonista, contara o no con tablas en la actuación.
A continuación, dos cintas representativas de aquellos tiempos, filmes inolvidables que después de su estreno en cines, podía uno disfrutarlos por televisión en la comodidad de su sillón favorito, chutándose anuncios comerciales al por mayor que si de cereales, aromatizantes o detergentes. Seguramente las recordarán muchos que ahora ya pintan sus canas y quizá se arrepienten de haber botado —si alguna vez lo compraron— ese VHS o vinilo con el soundtrack, en vez de conservarlo y revivir, a la antigüita, tiempos que no volverán.
EL SOL
Luis Miguel protagoniza Ya nunca más (1984) como Luisito Aranda y es dirigido por Abel Salazar. Lo acompañan los actores Gonzalo Vega (Enrique) y Rosa Salazar (Lorena) en los papeles de su padre y futura madrastra, respectivamente.
Dramón mayúsculo, donde el poseedor del seudónimo “Un Sol” para su voz, pierde la pierna por un tumor del que se dan cuenta a través de radiografías, luego de un accidente de motocicleta. Esta tragedia hace que el público derrame lágrimas a mares, sobre todo en esa escena imborrable donde el doctor, interpretado por Sergio Klainer, le da la triste noticia en la cama de hospital.
Caprichosón y rejego, entre si acepta o no utilizar muletas, el adolescente mantiene al espectador con el alma en un hilo; deseando este que entre en razón, deje de hacerse tanto la víctima, se resigne a su nueva condición y retome su vida en la medida de lo posible. ¡Ah! y de paso que acepte a la nueva pareja de su padre. Ella misma le asegura que no pretende ocupar el lugar de la madre biológica y que más bien quiere ser su amiga.
Con ayuda de sus seres queridos, Luis se repone anímicamente y el lamentable hecho no es obstáculo para seguir siendo parte del coro de su escuela, porque obviamente si hay alguien que canta como los mismísimos ángeles, es él.
Ahí queda para la posteridad esa canción que forma parte del soundtrack y da nombre al filme, con una letra que desgarra el corazón cuando entona “ya nunca más podré correr por las praderas y los parques otra vez, mi porvenir será sufrir / si no me ayuda Dios, voy a morir” (letra de Luis Gallegos Sánchez y Luisito Rey).
Esta no sería la única película con la que Luis Miguel demostraría sus dotes histriónicos. Con la cantante Lucerito hizo mancuerna en Fiebre de amor (1985) y sólo es cuestión de revisar su filmografía.
Hoy por hoy, Luis Miguel se ha convertido en una marca. No necesita sacar un disco por año para estar vigente; su repertorio existente es suficiente para llenar el foro en el que se presente. A la par del fallecido Juan Gabriel, fue pionero en vender los boletos para sus conciertos a precios estratosféricos, tendencia que actualmente va a la alza.
LA LEONA DORMIDA
Lupita D’Alessio, en Mentiras (1986) como Lupita Montero, fue dirigida por Abel Salazar y Alberto Mariscal, compartiendo créditos con el galán del momento: Juan Ferrara (como Álvaro Ibañez, afamado productor musical) y Jorge Ortiz de Pinedo (en el papel de Enrique Galván, el compositor de música).
Si bien Lupita siempre será Lupita, defensora de los derechos de las mujeres y el respeto hacia ellas en todo la extensión de la palabra —lo que por supuesto se le aplaude—, aquí vemos a un personaje no tan irreverente en comparación con esas letras acostumbradas que canta sobre despecho y reclamo, como la de Ese hombre, que dice así: “Es un gran necio, un estúpido engreído, egoísta y caprichoso, un payaso vanidoso, inconsciente y presumido” (autoría de Manuel Álvarez-Beigbeder Pérez y Purificación Casas Romero). Acá entre nos, hay versiones mejores de ese tema en voces de Rocío Jurado o Alaska (bajo el nombre de Fangoria, al lado de su compañero Nacho Canut)
Pues bien, ya que el guion tuvo que desarrollarse a partir de Mentiras (letra de Alejandro Jaen y no tan avasalladora como Ese hombre) quizá por eso nos quedamos con ganas de ver a una Lupita D’Alessio de más carácter. Aquí la trama se limita a las expectativas de una intérprete de jingles comerciales de papas fritas por convertirse en una estrella rutilante de la canción, con el apoyo de Álvaro.
La película es entretenida, rica en locaciones y se sustenta con esa línea estilo telenovela, donde el espectador enseguida simpatiza con la protagonista y desea de corazón que se le cumplan sus sueños de salir adelante y, en este caso, de triunfar, desafiando toda condición adversa y teniendo al universo de su lado.
Somos testigos de cómo, desde las primeras escenas, Lupita Montero le echa todas las ganas en un estudio de grabación. Su voz está a prueba bajo el oído y la mirada escudriñadora de Álvaro. “¿Valdrá la pena darle una oportunidad?”, parece preguntarse.
Con tintes cómicos, vemos los desplantes de la protagonista como se la imaginaría la gente en la vida real, es decir, una Lupita de carácter rezongón, sin pelos en la lengua y hasta insolente; pero el tono se pasa de jocoso y por poco raya en el personaje de Verónica Castro en Rosa salvaje.
De inmediato congenia con quien compondrá sus canciones, Enrique; quizá por su forma de ser: chistosón, intelectualoide, alivianado y ocurrente. Con él no siente que alguno de sus límites corra peligro. En cambio, de Álvaro se la pasa quejando. No lo baja de machista ni majadero. Con todo, un romance en ciernes viene a complicar las cosas.
La película cuenta con un atinado argumento, buena fotografía, adecuado manejo de la cámara y por supuesto, producción. A lo largo de ella, los admiradores de Lupita D’Alessio pueden disfrutar de canciones como Ni guerra ni paz, Te estás pasando y Qué ganas de no verte nunca más.
A Lupita D’Alessio le han dicho en incontables entrevistas que es la mejor cantante que ha dado México y terminó creyéndoselo. Es más, en una de esas la adularon diciéndole que era la más grande no solamente de un continente, sino de dos. Ella, lejos de responder algo como “No, cómo creen, ahí tenemos a una Manoella Torres a una Estela Núñez o a Yuri”, complacida se limitó a frotarse las manos, aceptando tremenda coba. Es excelente cantante sin dudarlo, de otra forma no hubiera llegado hasta donde está.
Parece que nadie le ha preguntado si se arrepiente de haber grabado la canción Leona dormida, bonita y todo, perteneciente a su disco titulado Mi libertad (1993), porque de ahí en adelante, se le quedaría ese mote del que ya puede sacudirse si es que quisiera.
Este texto podría extenderse para hablar de tantas y tantas películas de las que ya no se hacen hoy en día. Filmes no sólo de los ochenta, sino también de los noventa, que sirvieron para apoyar las carreras musicales de solistas y grupos del momento. Ahí está Gavilán o paloma (1985, dirigida por Alfredo Gurrola) con José José; Verano peligroso (1991, René Cardona Jr.) con Alejandra Guzmán y Cambiando el destino (1992, Gilberto de Anda) con Magneto.
Divertido, palomero y banal, un tipo de cine nacional que se extraña.