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'El grito', testimonio sobre el ‘68 en México

El año de 1968 se caracterizó por sus movimientos estudiantiles que, de cara a los Juegos Olímpicos —de los cuales sería anfitrión este país—, no eran bien vistos por el gobierno del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.

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ALEJANDRO FIGUEROA MORENO

Cinco aros entrelazados de diferentes colores conforman uno de los símbolos de paz por excelencia. Corresponde al de los Juegos Olímpicos que se celebran internacionalmente para hermanar a los pueblos a través del deporte. En 1968, del 12 al 27 de octubre, tocó el turno a México de ser el anfitrión de atletas, jueces y entrenadores de 112 países. 

Se trató de un evento metido con calzador, a tan sólo 10 días de haber ocurrido la masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, localizada en la unidad habitacional Nonoalco-Tlatelolco, en Ciudad de México. El gobierno estaba harto de mítines y marchas que habían trastocado la vida social y económica, y no bajaba de “revoltosos” a los estudiantes implicados que habían logrado la simpatía de la población en general.

Todo empezó con el movimiento estudiantil del 22 de julio, cuando hubo una represión violenta por parte de elementos del ejército contra alumnos de la preparatoria Isaac Ocheterena, incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en su mayoría hijos de obreros y campesinos. Se argumentaba que se trataba de caprichosas afrentas de “porros”, como se les apodó, pero se ocultaba que más bien eran estudiantes que no estaban de acuerdo con el régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Se hablaba incluso de manifestantes asesinados. 

El problema escaló tanto en los tres meses que siguieron, que hizo tambalear la confianza en el poder, encabezado en ese tiempo por el presidente Gustavo Díaz Ordaz. Los historiadores no se ponen de acuerdo si eran tres mil, cuatro mil o seis mil personas reunidas en la plaza el 2 de octubre. Mucho menos en el número de heridos ni asesinados por el Ejército, que abrió fuego a quemarropa. Había no solamente estudiantes, sino ciudadanos en general que apoyaban el movimiento. 

El gobierno, a través de los medios de comunicación, había mentido desde julio con respecto a los primeros brotes inconformes y siguió mintiendo hasta octubre, asegurando que los manifestantes habían sido los que provocaron a las fuerzas armadas.

Había que tener todo en orden en el país, para fingir que se vivía en paz y así pasar a la historia como un anfitrión modelo de las olimpiadas. 

TESTIGO 

El grito, documental dirigido por Leobardo López, del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), es un testimonio de lo ocurrido en el tiempo mencionado. 

Los textos son de Oriana Fallaci, corresponsal de guerra y periodista italiana que vivió en carne propia la experiencia del 2 de octubre. Las voces de narración son de Magda Vizcaíno y Rolando de Castro. 

El grito es denso, pesado, pone de malas y hay que pausar por un rato para digerirlo. Está bien construido, en orden cronológico, dividido en meses: julio, agosto, septiembre y un breve octubre. En él se muestran imágenes de la capital de la república como río revuelto. 

Primero, manifestaciones estudiantiles y también las voces de lo que sería el Consejo Nacional de Huelga (CNH), formado a raíz de la violación de la autonomía universitaria por el gobierno de México. La CNH, integrada por delegaciones de estudiantes de 70 universidades y escuelas preparatorias del país, organizó las protestas contra el régimen de Díaz Ordaz. 

El Consejo promovía reformas educativas, sociales y políticas. Lo que se pretendía era un diálogo público con las autoridades gubernamentales. En agosto se dio a conocer el pliego petitorio que consistía en seis puntos: libertad a presos políticos; destitución de algunos generales y tenientes; extinción del cuerpo de granaderos, instrumento directo en la represión, así como la no creación de cuerpos semejantes; derogación del artículo 145 y 145 bis del Código Penal Federal, delito de disolución social e instrumento jurídico de la agresión; indemnización a los familiares de los muertos y heridos que fueron víctimas de las agresiones desde el 26 de julio; deslindamiento de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de policías, granaderos y ejército. Lo anterior con solución de carácter inmediato. 

DE CARA A LAS OLIMPIADAS 

La fecha de celebración de los Juegos Olímpicos se acercaba cada vez más y la ilusión del gobierno era que los estudiantes regresaran a las aulas, como si nada hubiese pasado. Estos se negaban, ya que eso sería traicionar a sus compañeros caídos o presos. 

Sí regresaron, por ejemplo, a la UNAM, pero no para tomar clases, sino para seguir escuchando a sus líderes y a ratos disfrutar de música en vivo y letras de protesta, como la del cantante Óscar Chávez, en alguna de las amplias explanadas. 

El ejército suprimía marchas y manifestaciones, mientras el gobierno se negaba al diálogo. En cambio, los medios difundían a un presidente preocupado por el rumbo de México y cuyos argumentos se centraban en la afectación de las protestas a la vida cotidiana, culpando a los estudiantes y sus riñas “absurdas” de estar trastornando la economía, el comercio, la vida de los “pobres” obreros y amas de casa, trabajadores y burócratas, pacíficos transeúntes y gente que ya no podía ir tranquila a su trabajo, porque las vialidades estaban invadidas. Remarcaba el caos del tránsito y cómo las propiedades y establecimientos habían sufrido daños en actos de libertinaje. En fin, como si en México se viviera un paraíso de igualdad social y buenaventura.

“Hemos sido tolerantes, pero todo tiene un límite y no podemos permitir que se siga quebrantando el orden jurídico. Agotados los medios, ejerceré la facultad de disponer la fuerza armada permanente para la seguridad interior y exterior de la Federación. Cuando el ejército actúa, es para salvaguardar el orden, no para oprimir al pueblo”, advirtió Díaz Ordaz. 

Más adelante y en la recta final del documental, Consuelo Hernández, del Consejo Nacional de Huelga, le responde al presidente y enfatiza que si los Juegos Olímpicos no se realizan será por culpa del gobierno. 

Incapaz de comprender el movimiento, otro error del régimen de Díaz Ordaz fue la toma de Ciudad Universitaria por el ejército. Era ilegal su presencia en los centros educativos, lo que enardeció aún más el conjunto de protestas que ahora se resumía en crear conciencia política.

LA FECHA QUE NO SE OLVIDA 

El 2 de octubre llega y parece ser otro día de mitin “normal”; la gente congregada en la plaza de Las Tres Culturas no adivina que las calles aledañas están rodeadas por vehículos de combate. A los helicópteros sobrevolando ya estaban acostumbrados, pero algo inédito sucede: una bengala verde es disparada por uno de ellos al estar maniobrando en círculos concéntricos. Es indicador del ataque. 

Francotiradores disparan contra las personas reunidas, las fuerzas armadas ingresan a la plaza. Es una locura y horrible carnicería. A través de las crudas imágenes de este filme, vemos a las víctimas caídas, golpeadas, con sus rostros ensangrentados, algunas semidesnudas. Hay una corredera frenética y caótica, pero sin salida ni posibilidad alguna de escape. Voces en off de gritos y más gritos ensordecedores. 

Posteriormente, rostros de padres de familia denotan la incredulidad de lo que acaba de pasar, mientras sostienen en sus brazos a alguna hija o hijo sin vida y cuyo error fue protestar por justicia. Ya en el cementerio, madres lloran desconsoladas, en tanto la tierra a palazos cubre el féretro de alguno de los suyos. 

El grito culmina con escenas de la inauguración de los Juegos Olímpicos, el encendido del pebetero y el arranque de las competencias deportivas, donde los reporteros corren por lograr la mejor fotografía, la mejor nota de un evento que de censura no tuvo nada. De este sí se informó de sus pormenores o triunfos, a todas luces una cobertura por radio, prensa y televisión, tal como sucedió.

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Escrito en: Alejandro Figueroa El grito cine documental cine mexicano 1968 2 de octubre matanza de tlatelolco

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