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Fugaz paraíso

Como ese, tantos casos de jóvenes que consiguen la fama instantánea que les proporciona su estupidez. Terca obsesión por la fama. Se trata de ser famosos durante unos instantes, a cualquier precio y por cualquier motivo.

Fugaz paraíso

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ADELA CELORIO

“Yo te perdono. Simplemente me traes sin cuidado. Y desde este momento y hasta el fin de tus días, le traerás sin cuidado a todo el mundo. Y sin embargo, no dejo de preguntarme qué se siente arruinar tu propia vida, qué objetivo puede tener un joven de veinticinco años para matar o intentar matar a una persona famosa —que no conoce— y apostarle a la cárcel por el resto de su vida”. Lo anterior es el mensaje de Salman Rushdie al joven que el soleado 12 de agosto de 2022, en una tranquila universidad y frente a una audiencia numerosa, lo apuñaló. 

“Un joven al que sólo conocí durante 27 segundos, mientras me agredía”, cuenta Rushdie en su reciente libro Cuchillo, vívido testimonio del brutal ataque en el que perdió un ojo y estuvo a punto de morir. Seis años después de que se le concediera el Premio Nobel al escritor egipcio Nagib Mahfuz, quien contaba entonces con 82 años, fue acuchillado por un imbécil al que, si no le dieron pena de muerte, debe estar pudriéndose en alguna cárcel. 

“Lo asesiné porque era muy, muy, muy famoso y esa es la única razón por la que yo estaba buscando mucho, mucho, mucho, la gloria para mí”. Así de absurda fue la confesión del asesino de John Lennon, un perturbado mental de 25 años que por quince minutos consiguió las primeras planas de los periódicos de todo el mundo, al precio de pasar el resto de su vida en una cárcel. 

Recientemente, Thomas Matthew Crooks, de veinte años, disparó con un rifle —adquirido legalmente por su padre— al hombre que pretende por segunda vez la presidencia de Estados Unidos. El joven, estudiante, sin antecedentes penales ni motivación conocida hasta el momento, fue abatido sin mayor averiguación, en el mismo lugar del atentado. Pero la vida es muy loca. El delincuente convicto, declarado culpable de treinta y cuatro cargos, con apenas un rasguño en la oreja, levantó la mano triunfante, provocando una ola de compasión y un vigoroso apoyo a su posible candidatura. 

Como ese, tantos casos de jóvenes que consiguen la fama instantánea que les proporciona su estupidez. Terca obsesión por la fama. Se trata de ser famosos durante unos instantes, a cualquier precio y por cualquier motivo. Este fenómeno, sin embargo, no es nuevo y recibe el tratamiento de “síndrome”, en referencia a Eróstrato, quien allá por el año 356 antes de Cristo se declaró responsable de prender fuego al templo de Artemisa en Éfeso —hoy Turquía—, considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Cuando lo capturaron, Eróstrato declaró que lo había hecho para que su nombre fuera conocido en el mundo entero. Las autoridades prohibieron bajo pena de muerte —y por lo visto sin mucho éxito— perpetuar el nombre del incendiario. Desde entonces, Eróstrato es patrón de quienes persiguen la fama por el camino de la infamia. Según analistas, cada día la humanidad comparte un millón de selfies en la red. Los “me gusta” son codiciados porque ser reconocidos y aprobados nos da la impresión de ser famosos. Como lo previó Andy Warhol allá por los años ochenta del ya lejano siglo XX: “En el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos”. 

Fugaz paraíso el de la fama, producto barato y fabricado en serie para consumir al paso y con fecha de vencimiento instantánea. 

Y yo no sé usted, pacientísimo lector–lectora, pero yo le confieso que estoy atrapada en el famoseo. La pantallita en la mano reclama mi atención a toda hora y yo no resisto la tentación de atender, aunque me molesta no tener la opción de elegir “no me gusta”.

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Escrito en: fama Adela Celorio

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