¿El lado diestro del tablero? Giros de la derecha política
El ascenso de Javier Milei a la presidencia de Argentina marca el avance de la derecha en los gobiernos latinoamericanos, pero no de la derecha tradicional como quiera que esta se defina, sino de una ultraderecha con rasgos singulares: su representante, el economista de cabello revuelto, es ambivalente cuando intenta definir a la democracia y por momentos rompe las reglas que la derecha tradicional respetaría, como pasar por encima del nacionalismo al dolarizar la economía de su país.
Cuando se indica que Milei “rompe las reglas” no se refiere al manejo beligerante del discurso, como lo utiliza el norteamericano Donald Trump o el brasileño Jair Bolsonaro, quienes expresan arengas altisonantes que rayan en la vulgaridad; más bien tiene que ver con el análisis de los detalles de su pasado y presente político.
En el caso de Milei, su postura contra el aborto y la aplicación de mano dura para combatir el crimen lo sitúan, sí, en la derecha; también su convicción de que la privatización de las empresas de gobierno debe ser el camino para el crecimiento económico, pero hay algo más: ¿cómo explicar que una persona se pronuncie contra el aborto y a la vez se manifieste a favor del comercio de órganos de niños? ¿Cómo definir al político que entrega el manejo de su economía a instituciones extranjeras al proponer la desaparición del Banco Central de su nación? ¿En dónde situar a quien critica duramente la figura del líder del mundo católico y después lo invita amistosamente a su país asegurando que su presencia “traerá frutos de pacificación y de hermanamiento de todos los argentinos”?
Pese a las contradicciones, se afirma que la presencia de Milei es el regreso a la derecha en Argentina, pero ¿qué significa situarse de uno o de otro lado del tablero político?
Explicar qué son la derecha y la izquierda en el ámbito de las ideas es un tema espinoso, porque en la historia encontramos casos como el de Fidel Castro, revolucionario cubano que combatió la dictadura apoyada por Estados Unidos y, de ser revolucionario de izquierda identificado con los movimientos sociales, terminó siendo un dictador que impuso un régimen restrictivo más parecido a una modalidad de la derecha.
O el propio caso mexicano: México, gobernado por décadas por un partido que se definía como de centro-izquierda, derivó en un gobierno convencido en la privatización de las instituciones públicas como una estrategia económica.
En Chile, Colombia, Paraguay, Brasil, México y Argentina, así como otros países de América Central, la derecha tiene avances y retrocesos, pero no se logra establecer una definición clara de lo que es desde la perspectiva ideológica. Solo desde su pragmatismo puede llegar a definirse.
MÉXICO, GALIMATÍAS IDEOLÓGICO
Cuando Manuel de Jesús Espino Barrientos se afilió a Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) para intentar obtener la postulación de este partido y contender por la gubernatura de Durango en noviembre de 2021, más de uno expresó su sorpresa por tal acción. Y es que la ideología política de este personaje había sido de derecha, un posicionamiento conservador opuesto al de izquierda que dice enarbolar el movimiento fundado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Espino Barrientos había dirigido al Partido Acción Nacional (PAN) del 2005 al 2007. Fue dos veces diputado federal por este organismo político, formó equipo con Felipe Calderón para ganarle a AMLO y coordinó las giras presidenciales del también panista Vicente Fox en el 2001; pero más allá de esta participación desde las entrañas del PAN, Manuel Espino militó en un movimiento ultraconservador conocido como El Yunque.
El Yunque es una organización “secreta” de inclinación ideológica de derecha, que pretende instaurar “el reino de Dios en la Tierra”. Sus principios rayan en “la intolerancia política, social y religiosa; la fabricación e imposición de la uniformidad, la negación de las vitales libertades individuales y la renuncia al diálogo”, resume el politólogo José Ramón López Rubí Calderón de la Facultad de Economía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Puebla, cuna de aquel movimiento.
La agrupación se fundó en 1953, infiltrándose en universidades, en grupos sociales, políticos y económicos, en asociaciones civiles y en el PAN con tal de cumplir sus objetivos, “contrarios a las ideas liberales de la Revolución Mexicana”, escribió López Rubí Calderón.
El antecedente de El Yunque (sólida herramienta del herrero para moldear el acero) se sitúa en el occidente mexicano: “Uno de los grupos católicos más importantes que se formó luego de la Guerra Cristera es el de Los Tecos. Esta agrupación secreta surgió en Guadalajara, Jalisco, durante la década de 1930. Ellos, con la ayuda del arzobispo Octaviano Márquez y Toriz, fundaron El Yunque como una de sus sucursales en Puebla”, reseña por su parte el portal Contra Línea, al retomar una entrevista con el doctor Mario Santiago Jiménez, profesor del Instituto de Investigaciones, doctor José María Luis Mora.
Es decir, Espino Barrientos, un hombre de derecha, ultraconservador, de pronto brincó la frontera ideológica para pasarse al bando contrario.
El viraje no es extraño, porque lo mismo ocurrió con otros políticos mexicanos destacados: Germán Martínez Cázares militó en el PAN, fue su presidente de 2007 a 2008, ocupó cargos en administraciones panistas y después dio el brinco a la izquierda, para posteriormente dejarla.
De forma inversa, es decir, de izquierda a derecha, María Lilly del Carmen Téllez García ingresó al poder político desde Morena y actualmente es una de las más sobresalientes militantes panistas. Luis Fernando Salazar Fernández, de los panistas más votados en elecciones federales, ahora es militante de Morena y defiende las políticas del actual gobierno federal, como también lo hacen otros políticos de menor calado pero que han brincado de un lado a otro de la frontera ideológica.
Estos reacomodos sin duda confunden a los ciudadanos: El Partido Revolucionario Institucional (PRI) nació como una agrupación de centro-izquierda en el mapa ideológico, en tanto el Partido de la Revolución Democrática (PRD) se fundó desde la izquierda, del lado opuesto del PAN, cuyos principios han sido católicos y conservadores. Del otro lado, en Morena, se unen expanistas, expriístas, exverdes ecologistas. Entonces, ¿cómo es que ahora partidos disímbolos por su forma de pensar, forman una alianza política? ¿Acaso sus posiciones ideológicas no resultaban contrarias?
El posicionamiento ideológico es la suma de valores cívicos que distingue a los ciudadanos, puesto que se trata de un sistema de pensamientos y de creencias donde se fundamentan las decisiones y acciones, precisa el Instituto Nacional de Estudios Políticos (INEP), asociación civil mexicana que tiene como objetivo social promover la democracia por encima de los partidos políticos, según se lee en su portal de Internet.
Pero el caso mexicano es singular. Las ideologías en la clase política de nuestro país son sumamente flexibles, moldeables, desechables, intercambiables, a tal grado que resulta complicado identificar y definir el posicionamiento de los gobiernos: ¿Si la actual administración federal mexicana es de izquierda, cómo es que mantiene decisiones y personajes encumbrados en regímenes de derecha?
Manuel Bartlett Díaz, priísta de cepa, fue un secretario de Gobernación protagónico en las elecciones de 1988, cuando mediante una sospechosa “caída del sistema” electoral borró la ventaja de Cuauhtémoc Cárdenas, entonces postulado por el PRD; ahora Bartlett es un sólido colaborador de la llamada Cuarta Transformación, o 4T, como bautizó el presidente López Obrador a su conjunto de políticas gubernamentales ¿de izquierda?
El presidente de México mantiene como aliados a personajes que figuraron en los grupos políticos adversos, como el hombre más rico de la nación, Carlos Slim Helú, empresario favorecido por las decisiones del expresidente Carlos Salinas de Gortari, cuyas políticas fueron calificadas como neoliberales, posicionamiento ideológico que promueve (en el contexto mexicano actual) la separación del gobierno de actividades empresariales; es decir, raya en la derecha.
La desincorporación de Teléfonos de México, una empresa estratégica del Estado, representa de forma clara una ideología capitalista, que considera a la privatización de las empresas gubernamentales como el medio para lograr los objetivos en turno.
Sin embargo, en este cambio de partido en el gobierno federal no se ha “tocado” el emporio del magnate Slim Helú; por el contrario, es un actor principal dentro de la administración vigente.
De la misma forma se mantienen intocables decisiones contrarias a un modelo social de distribución equitativa de la riqueza, como el esquema del Fondo Bancario de Protección al Ahorro, popularmente conocido como Fobaproa o rescate bancario: una determinación de la administración priísta de Ernesto Zedillo para cubrir con recursos públicos el hueco financiero que dejaron las prácticas corruptas de los banqueros, quienes quebraron a los bancos, se quedaron con el dinero de los ahorradores y después fueron financiados por el gobierno con los impuestos de los ciudadanos.
Un modelo parecido, que le carga la mano a los contribuyentes para saldar deudas del gobierno, es el que se decidió en la actual administración federal al destinar la Tarifa de Uso de Aeropuerto, el TUA, para cubrir la deuda contraída por la cancelación del proyecto de Texcoco, en lugar de aplicarlo en la modernización y mantenimiento de los aeropuertos, como solía ocurrir.
Entonces, ¿en qué posición del tablero ideológico se sitúan los gobiernos de México? ¿Derecha o izquierda?
Es difícil precisarlo, porque la clase política nacional aplica el principio de Julius Henry Marx, mejor conocido como Groucho, a quien se le atribuye la siguiente frase: “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”.
HISTORIA DE UNA POSICIÓN
Derecha e izquierda son los nombres que se impusieron para identificar las dos posturas ideológicas confrontadas durante el reinado de Luis XVI, monarca de Francia, de quien se cuestionaba hasta dónde debería llegar su poder.
Para debatirlo se instaló la Asamblea Constituyente, donde se sentaron del lado derecho del recinto los leales a la corona y contrarios a la revolución francesa; en el otro flanco, la izquierda, tomaron su lugar los revolucionarios.
El diccionario del INEP detalla aquel capítulo del siglo XVIII: “la palabra adquirió significado durante la Revolución francesa cuando en la convención de 1792, los girondinos, que aspiraban a una fórmula intermedia entre la monarquía y los planteamientos de la revolución, se sentaron a la derecha de la sala. En tanto los que estaban en contra, los jacobinos, se situaron a la izquierda y pugnaban por la transformación total del régimen hasta sus últimas consecuencias, por que los cambios sociales y políticos fueran profundos y rápidos”.
Este antecedente histórico se fue robusteciendo con definiciones más puntuales. La derecha, desde una base teórica, se refiere a la postura que rechaza los cambios abruptos del régimen, que busca mantener el orden social aplicando una disciplina rígida que puede derivar en autoritarismo y represión. La derecha además ha sido representada por grupos restringidos que detentan el poder económico, a quienes los une el origen, la edad, la educación, la competencia técnica y la relevancia económica y social, define el Instituto Nacional de Estudios Políticos.
Otras fuentes aseguran que la derecha acepta que las diferencias sociales son un aspecto natural e inevitable, y que la libertad individual es más importante que el bienestar colectivo.
La propiedad privada es un derecho intocable para la derecha y, en términos económicos, el mercado es el único que puede regularse a sí mismo y el Estado debe intervenir lo menos posible en su comportamiento. Además la Iglesia, tiene un papel preponderante en la vida social.
Respecto a la izquierda, la misma fuente indica que se trata de aquella postura que favorece el cambio social: “La izquierda se ha identificado con la creencia de que los movimientos democráticos son capaces de transformar las instituciones sociales de una manera que mejore la condición humana”.
La izquierda defiende la libertad, fomenta la educación, la salud, el cuidado de la niñez “y considera que la participación popular en el trabajo del gobierno incrementa la productividad, tanto como lo hace el gasto público en infraestructura, investigación, desarrollo y capacitación”. Al menos así se describe teóricamente.
Sin embargo, ambos postulados tienen sus variaciones, características y cambios en función de la época, de la sociedad y de los intereses de grupo. En algunos momentos comparten objetivos como el bienestar de la sociedad, aunque eligen caminos distintos para lograrlo.
Existen gobiernos que se pronuncian abiertamente de izquierda y en su andar llegan al extremo de rozar o manifestar posturas totalmente de derecha. En la historia hay ejemplos de todo tipo, como el caso cubano referido anteriormente.
EXTREMOS QUE SE TOCAN
No hay gobiernos de derecha iguales, tampoco de izquierda. Algunos gobiernos de derecha aceptan las elecciones para el cambio de representantes, otros no lo hacen; hay gobiernos de izquierda que disuelven las elecciones para mantenerse en el poder, o propician golpes de estado. Por tanto la dirección del gobierno obedece a los intereses de los grupos de poder vigentes.
En todo caso un rasgo que sí podría resaltarse es que los gobiernos de derecha por lo regular están representados por ciudadanos de la clase alta o empresarial, o personas fuera de serie, como Adolfo Hitler, el líder alemán que gobernó Alemania de 1934 a 1945. Su racismo, la militarización y totalitarismo en la forma de gobernar lo convierten en el referente más claro de un gobierno de derecha. En ese tenor le seguiría Francisco Franco en España.
En Europa, Margaret Thatcher, la dama de hierro, encabezó el Reino Unido durante once años, periodo en el que privatizó empresas estatales; lo mismo hizo con la educación y las instituciones de asistencia social.
Otro ejemplo contante de un gobierno de derecha es el del peruano Alberto Fujimori, mandatario que orquestó un autogolpe de Estado para maniatar a las instituciones y mantenerse en el poder. Una vez que tuvo el control absoluto se entregó al Fondo Monetario Internacional, desincorporó empresas estatales, y se robó millones de dólares. Y qué decir de Augusto Pinochet en Chile, quien mediante un golpe de Estado militar derrocó al gobierno de izquierda para instalar una política de control absoluto sobre la sociedad.
Del otro lado de la frontera ideológica, Cuba, Venezuela y Nicaragua son países que se sacudieron de sus gobiernos de derecha pero que desde la izquierda regresaron a una posición de autoritarismo, de control absoluto sobre la población mediante la fuerza.
Daniel Ortega fue comandante revolucionario, organizó la guerrilla que a la postre se levantó con el triunfo. Mantuvo su avance por el sendero político hasta ocupar la presidencia de Nicaragua, y en un segundo proceso logró la reelección el 6 de noviembre de 2016; desde ese momento su mandato ha sido “un ejercicio presidencial que desde su arranque se ha caracterizado por el paulatino sometimiento de las instituciones y normas del Estado a los designios personalistas del ya septuagenario líder histórico del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). A la oposición, fragmentada, desarbolada y sumida en la impotencia, sólo le queda deslegitimar la farsa electoral y acusar a Ortega de ser un caudillo populista consagrado a la tarea de instaurar en esta parte de América Central una dinastía familiar similar a la de los Somoza, la dictadura que fusil al hombro combatió”, escribió Roberto Ortiz de Zárate, analista nicaragüense asilado en España.
El arribo de estos líderes al poder, como Castro, Ortega y Hugo Chávez, suponía una expansión de la izquierda en América latina, pero esa presencia no significa que los grupos conservadores hayan desaparecido; por el contrario, se mantienen y trabajan para retomar el poder o incrustarse en éste.
“Desde México hasta Chile, la derecha sigue teniendo una importante capacidad para influir en los gobiernos de turno, por ejemplo, mediante el financiamiento de campañas y el cabildeo ejercido sobre actores políticos y funcionarios públicos, así como también gracias a la difusión de sus ideas a través de los medios de comunicación de masas y al apoyo a tecnócratas que patrocinan políticas públicas cercanas a su ideario. En efecto, si los gobiernos de izquierda moderada como los de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2003-2010) y Michelle Bachelet en Chile (2006-2010) no pudieron avanzar más en la generación de políticas redistributivas, esto se debió en gran medida a la presión y el peso tanto de los actores como de las ideas de la derecha”, analiza el investigador Cristóbal Rovira Kaltwasser en su ensayo La derecha en América Latina y su lucha contra la adversidad, publicado en la revista Nueva Sociedad (número 254).
La derecha no es insignificante en América Latina, insiste el analista, y puede regresar al poder ya sea por los errores que cometa la izquierda o por su desgaste natural. Lo mismo ocurre a la inversa; de hecho el ascenso de la izquierda obedece en gran parte a las desigualdades sociales que mantuvo la derecha.
Sin embargo, aquellas diferencias sociales que permitieron el triunfo de los gobiernos de izquierda, no se erradican por decreto; al contrario, se mantienen y propician un nuevo giro a la derecha.
“Consciente de este déficit, la derecha ha venido desarrollando distintas estrategias para adaptase y luchar contra la hegemonía de la izquierda en la región. A grandes rasgos, es posible identificar tres mecanismos de acción: no electorales, electorales no partidistas y partidistas”, ilustra Rovira en su artículo, y despliega:
Desde la sociedad, es decir, mediante el mecanismo de acción no electoral, la derecha moviliza a la gente buscando la desestabilización de las políticas de la izquierda. Uno de estos movimientos fueron los apoyos a golpes de Estado, práctica que cada vez va quedando más en la historia por su violencia. En cambio, ha optado por las prácticas de lobby, como también se le conoce al cabildeo o influencia en organizaciones empresariales y profesionales identificados como tecnócratas. Cristóbal Rovira lo precisa: “Esta fórmula se encuentra bastante presente a lo largo de la región, ya que en varios países existen fundaciones y think tanks (laboratorios de ideas) de derecha que tienen significativos grados de injerencia en la formulación de las políticas públicas”.
La derecha patrocina medios de comunicación y promueve a personajes que se posicionan en los espacios públicos con el propósito de orientar preferencias en temas morales, de identidad y de regulación de actividades económicas.
La segunda estrategia es generar opciones electorales no partidistas, lo que se refiere a la conformación de liderazgos para competir en elecciones, manteniendo cierta distancia de los partidos políticos debido a su desprestigio. Son los llamados candidatos ciudadanos que en varios casos se trata de los mismos militantes partidistas, pero se insiste en la apertura a la participación de la gente para contender en los procesos electorales.
La tercera estrategia que plantea el analista Rovira es la de formar partidos políticos nuevos y con ellos competir en los procesos electorales. Es una fórmula más complicada y costosa, reconoce el estudioso, pero es posible especialmente en países como Brasil, Chile o México.
Cabe abrir el paréntesis en este punto de la formación de partidos políticos para referirse al caso mexicano y más puntualmente al de Coahuila.
¿Qué participación ha tenido en la vida democrática del país el Partido Verde Ecologista de México (PVEM)? Es una organización que lo mismo establece alianzas con partidos ubicados en la izquierda que en la derecha. Los electores, confiados de que se presentaba una opción fresca alejada de los tradicionales PRI y PAN, llegaron a votar por el Verde sin saber que su voto se sumaría al de estos partidos. Así se considera también al partido Movimiento Ciudadano.
Pero aún hay casos extremos, como el de Coahuila: Partido Joven, Unidad Democrática de Coahuila, Nueva Alianza, Socialdemócrata, Primero Coahuila, de la Revolución Coahuilense, Campesino Popular, Encuentro Social, Asociación Política Estatal Movimiento Cardenista Coahuilense, Asociación Política Estatal Francisco Villa y Asociación de Colonias Populares de Coahuila, fueron los organismos que en 2015 se registraron en el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Coahuila (IEPEC) para el proceso electoral.
Todas aquellas organizaciones no se identificaban con la derecha, sino con el Revolucionario Institucional, considerado de centro-izquierda, el cual cumplirá un siglo en el gobierno estatal al terminar el presente sexenio.
Es decir, la estrategia de crear partidos para confundir y arribar al poder no es exclusiva de la derecha.
Por el pragmatismo de sus acciones se evidencia que cada vez más los partidos y sus políticos están alejándose de una base ideológica y se acercan al utilitarismo. Las ideas se han quedado en el discurso, y las acciones confunden más si se trata de definir si un gobierno es de derecha o de izquierda.