Never Twenty One. Imagen: New York Theatre Guide
¿Por qué nos movemos? ¿Cuáles son nuestras motivaciones? Mejor aún, ¿dónde sentimos el impulso de hacer? ¿En qué parte de nuestro cuerpo? El cuerpo… ¿qué es? ¿Cuál sería su definición más exacta? ¿De qué está hecho? ¿Qué esconde?
Pensar en el cuerpo desde una visión meramente física implica dejar de lado la injerencia que éste tiene en la construcción de la realidad. Es más que huesos, músculos y piel; es un acto en sí, una vitalidad cargada de intención. Es decir, la presencia de una persona —sea artista o no—, la manera en la que corporalmente se enfrenta al mundo, es una declaración.
El filósofo francés Maurice Merleau-Ponty, en su libro Fenomenología de la percepción, expuso: “Yo no estoy en el espacio y en el tiempo, no pienso en el espacio y en el tiempo, soy del espacio y del tiempo y mi cuerpo se aplica a ellos y los abarca”. La percepción del espacio no se origina gracias a los objetos, sino a través del cuerpo. Gracias a él, las personas se expresan, entienden el mundo, crean comunidad y existen.
En Escenarios de la corporeidad, los autores explican que el cuerpo no es solamente un portador de capacidades específicas, sino una entidad que interviene en la relación entre el ser humano y el sistema social: “es un objeto por medio del cual se articulan las expectativas morales, sociales y culturales de una determinada sociedad”. Somos cuerpo; nuestra manera de ser y estar.
ORIGEN DE LA DANZA
Pina Bausch —bailarina y directora alemana, pionera de la danza contemporánea— lo expuso de la siguiente manera: “No me interesa cómo la gente se mueva, sino qué los hace moverse”. ¿Es acaso la necesidad de comunicarnos corporalmente algo innato en el ser humano?
La búsqueda de sentido mediante el movimiento propio ha estado presente desde la época prehistórica hasta la actualidad. Usar el cuerpo como vehículo para dejar antecedente de la realidad, a la par que refleja el entorno social y moral al que pertenece.
Dicha necesidad de emplear el espacio material para repercutir en el subjetivo se traduce en la danza, el arte basado en la expresión física, en el movimiento del cuerpo para transmitir, evocar, permitir que acontezca. Comúnmente acompañada de la música e incluso del teatro, la danza es una de las expresiones artísticas más antiguas de la humanidad. En la prehistoria tenía un carácter religioso, pues a través de ella se buscaban favores de los dioses. En la Antigua Grecia surgió como instrumento de celebración durante las fiestas en honor a Dionisio —dios del vino, la diversión y el teatro—. En Oriente fue representada por Shiva, dios hindú encargado de la destrucción del cosmos para crear nueva vida.
Tales sucesos ancestrales tienen una característica en común: el encuentro después del caos. ¿Qué viene luego del despojo del yo? ¿A dónde seguir después de la crisis, la catarsis? La danza —al igual que las demás artes vivas— se nutre del ritual, del gozo, de lo efímero; destruir para generar, dejar atrás lo concebido para abrir lugar a nuevas ideas, maneras de hacer y concebir lo que nos rodea.
¿QUÉ SON LAS ARTES VIVAS?
Cuando se habla sobre arte, es común escuchar que este busca transmitir emociones, despertar sentimientos, dejar huella del paso del ser humano y las vivencias que lo forman. Dentro de tal universo se encuentra otro que justo emplea el vínculo de las personas en un territorio momentáneamente compartido: las artes vivas.
Estas tienen como centro y razón de ser el cuerpo y todo lo que éste conlleva: su movimiento, fuerza, formas, contradicciones, individualidad y colectividad. Es decir, suceden frente al espectador. Los artistas escénicos exponen su trabajo frente a miradas que interpretarán desde su propio ser cuerpo lo que reciben del escenario. Tal suceso implica una protesta hacia la inmediatez y la frivolidad del día a día.
Dentro de las artes vivas se encuentra la danza. En el libro Las actividades coreográficas en la escuela, se establece que el baile “está lleno de posibilidades expresivas, físicas, emocionales y de movimiento, y tiene asociado un carácter distensionador, agradable y sociabilizante”.
La Real Academia Española define la palabra “posibilidad” como la aptitud, potencia u ocasión para ser o existir algo. La danza se convierte, entonces, en una especie de caos corporal que abre camino a la posibilidad de sostenernos colectivamente —desde la individualidad— sin tener la certeza de qué será aquello que surja entre la conexión del artista y el público.
ACTO DE PROTESTA
La vulnerabilidad del cuerpo expuesto sobre un escenario (del tipo que sea) es un acto cargado de significado. Si bien la danza tiene diversas finalidades —académica, terapéutica, lúdica, escénica—, así como tipos —folclórica, clásica, contemporánea, moderna—, también funge como vía para exigir y enfocar la atención hacia las problemáticas que atraviesan a los cuerpos de los que se nutre.
“Hablar de cuerpo es hablar de discurso. Aunque tú no bailes, te plantas ahí y ya está todo”, comenta la maestra de danza Marina Santo para el portal El Salto. De origen brasileño y radicada en España, comenzó a detectar la falta de representación de artistas no blancos en espectáculos madrileños.
Fue así que presentó la muestra Más allá de la piel, como un cuestionamiento sobre qué es ser un individuo racializado ocupando espacios artísticos en un entorno predominantemente blanco. “El grupo estaba formado por mayoría de cuerpos racializados, salvo dos cuerpos blancos. La experiencia fue muy potente”, explicó Santo.
Después de la muerte de George Floyd, un hombre americano negro asesinado en 2020 en manos de la fuerza policial, surgió Never Twenty One, pieza realizada por la compañía de danza francesa Compagnie Vivons! e inspirada en el movimiento social Black Lives Matters, que aboga por los derechos de la comunidad afroamericana.
Con tres artistas en escena y un juego de luces haciendo alusión a los tiroteos y actos de violencia, el montaje es un acto de denuncia hacia el racismo y los crímenes de odio. En algún momento, se escuchan testimonios de los familiares de las víctimas hablando sobre cómo fue la vida después del asesinato de sus seres queridos, o de cómo vivir más de 21 años se convierte en una sentencia de muerte para algunos. A través de los movimientos corporales, se expone la lucha y el dolor de quienes han sufrido de violencia racial en distintas partes del mundo.
“La danza es un espacio político y de liberación que puede traer de vuelta nuestra sensibilidad y recordarnos que somos personas críticas, con un posicionamiento que va más allá de la contemplación respecto a lo que nos acontece”, afirma Judith Loera en su artículo La danza sensible en el cuerpo político. En el texto, retoma las palabras del dramaturgo y creador André Lepecki, quien nombra importantes relaciones de la danza con la teoría política, siendo la primera una vía para impulsar el cambio social y generar cuestionamientos relevantes.
Un ejemplo es la obra Recorte de Jorge Cárdenas cayendo, presentada por la compañía Terceto. En ella, se retoman imágenes y secuencias de la represión que sacudió Argentina en 2001. En una parte de su sinopsis se lee: ¿Cómo contar una tragedia tan grande e íntima desde el propio cuerpo? ¿Puede el movimiento narrar la historia? ¿Qué aspectos de esa Historia resuenan, todavía, en nuestros huesos?
Así, es viable pensar en la danza como una posibilidad de comprender y atestiguar el paso del tiempo desde y por el cuerpo, una voz que sin sonido protesta y exige. Danzar la vida, los miedos, el deseo, como una manera de supervivencia y enfrentamiento colectivo hacia lo que nos conmueve.