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Maestros del embuste

Hay que enfatizarlo: las mentiras de estos tres personajes no demeritan sus pasmosas obras. Podría decirse que sus embustes atraen la atención y hacen lucir más sus creaciones.

Maestros del embuste

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ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

Las mentiras son tan frecuentes que parecen consustanciales al género humano. Contra lo que comúnmente se cree, no todos los mentirosos compulsivos son seres frustrados y sin realizaciones. La historia abunda en ejemplos de personas talentosas que descollaron en sus actividades y que padecían una aguda mitomanía. 

Aunque era mucha la habilidad pictórica de Diego Rivera, ésta fue superada por su capacidad para decir patrañas y presentarlas como verdades indudables. Lo mismo en la Ciudad de México, que en París o Nueva York, el muralista convencía a sus interlocutores de que él comía carne humana y que llevaba años perfeccionando una singularísima y exquisita gastronomía para caníbales. Pablo Neruda contó que Diego presumía su ascendencia judía y acto seguido aseguraba ser el padre del mariscal Rommel, suplicándole que guardara el secreto para que no hubiera terribles consecuencias internacionales. Diego también declaraba haber dirigido importantes excavaciones arqueológicas que de divulgarse modificarían el rumbo de la historia. Su elocuencia era abrumadora. Su colega y eterno rival, David Alfaro Siqueiros, lo describió como el charlatán perfecto. No deja de ser revelador que Rivera —a pesar de ser apodado el sapo por su fealdad— sedujo a varias de las mujeres más hermosas de su época. 

Por su parte, Bruno Bettelheim ganó notoriedad como terapeuta de niños emocionalmente perturbados y es innegable que dos de sus libros Psicoanálisis de los cuentos de hadas y La fortaleza vacía ganaron reconocimiento internacional. Sin embargo, al morir, en marzo de 1990, múltiples voces denunciaron falsedades y abusos en que incurrió. Por ejemplo, Bettelheim hizo creer en Estados Unidos que había estudiado 16 años en la universidad de Viena para obtener con los máximos honores tres doctorados. Además, proclamó que en Europa había ganado el mayor reconocimiento por su eficacia en el tratamiento de niños autistas, y que debido a ello Eleonor Roosevelt, la primera dama estadounidense, le escribió personalmente a Hitler en 1939 para suplicarle su liberación del campo de concentración en que lo tenían por ser judío. Al llegar a los Estados Unidos, Bettelheim se presentó como cercano a Sigmund Freud y afirmó que este había supervisado todo el tiempo su formación como terapeuta. La verdad era muy distinta. Tenía un solo doctorado —no en Psicología, sino en Estética— y no se graduó con honores. Jamás trató a autistas. Y se comprobó que Freud ni siquiera lo conocía. Asimismo, se supo que su liberación del campo de concentración fue pagada por familiares y que la señora Roosevelt nada tuvo que ver. Las mentiras eran grandes, pero tanto la Universidad de Chicago como la Fundación Ford las aceptaron. Sin duda Bruno Bettelheim fue un hábil embustero y sus llamativos libros lo mantienen vigente. 

El chileno Vicente Huidobro, convencido de que “el poeta es un pequeño dios”, fue un escritor vanguardista y la figura más notable del movimiento conocido como creacionismo. Su libro Altazor figura entre lo mejor de la literatura hispanoamericana. Su mitomanía le llevó a escribir un panfleto contra el Imperio Británico titulado Finis Britannia. Huidobro aseveró que como consecuencia de ese panfleto, unos ingleses lo secuestraron y en un sótano mediante tortura le hicieron gritar varios días “¡Viva el Imperio Británico!”. La mitomanía de este chileno también se aprecia en que al término de la Segunda Guerra Mundial mostraba un teléfono oxidado y decía: “Yo personalmente se lo arrebaté a Hitler. Este era el teléfono favorito del Führer”. Muchos de los embustes de Huidobro fueron contra Neruda. Lo detestaba a pesar de que los dos bardos tenían mucho en común, entre otras cosas, sus simpatías por el comunismo. Se atrevió a asegurar que la poesía de Neruda era “una poesía fácil, bobalicona, al alcance de cualquier plumífero”. Como un categórico mentís, Neruda ganaría el Premio Nobel de Literatura en 1971. E independientemente de ese prestigiado premio y de otros más, la poesía de Neruda sobresaldría entre la mejor literatura del mundo. 

Hay que enfatizarlo: las mentiras de estos tres personajes no demeritan sus pasmosas obras. Podría decirse que sus embustes atraen la atención y hacen lucir más sus creaciones. No obstante —y en una extraña paradoja—, quizá a los tres les faltó imaginación.

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Escrito en: Antonio Álvarez Diego Rivera Vicente Huidobro Bruno Bettelheim Neruda Sigmund Freud

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