Malas madres
La escuché por casualidad. Soy una mala madre, le dijo a una amiga. Trabajo para que tengan una vida mejor, pero estoy poco en casa. Y casi me doy la media vuelta para decirle: ¡Vivan las malas madres!
No conozco una sola madre que no se haya sentido mala madre alguna vez o muchas veces en su vida o toda su vida. Con toda la culpa, la frustración y la tristeza que eso puede acarrear.
Y el problema es que el estereotipo de “buena madre” es imposible.
Todo el tiempo, pero con más potencia en mayo, nos machacan por todos los medios lo que socialmente se ha construido como idea de ser buena madre.
Sacrificio, abnegación, incondicionalidad, renuncia, sonrisas, ternura, paciencia, dones de adivinación, perspicacia, disponibilidad permanente, escucha atenta, buen humor, entre otros requerimientos son considerados o-bli-ga-to-rios to-do el tiem-po.
Es imposible. Es irrealizable. Pero por sobre todo es injusto.
¿Cuántos de esos requerimientos son socialmente exigidos a los padres? ¿La mitad? ¿La cuarta parte? ¡Cero! Lo que den es loable, es reconocido socialmente.
“¡Tan buen papá!, le cambia el pañal a su bebé”. ¡Cuántas veces le dirían algo semejante a una madre!
A lo largo de la historia, social y culturalmente se ha forjado cuidadosamente la idea de que es a las mujeres a las que corresponde la crianza.
Y no sólo eso, se ha fijado el estándar y nos han hecho creer que estamos dotadas “naturalmente” de todas las características requeridas, y que, si no sentimos una inmensa felicidad por no dormir, renunciar a nuestros sueños, sacrificar lo que haya que sacrificar por nuestra cría, somos malas, malísimas madres.
Pues va siendo hora, entonces, de vindicar a las malas madres. A las mujeres de carne y hueso que quieren ser madres sin que eso sea lo único que las defina, que anhelan dormir y darse un buen baño, que quieren ver a sus amigas y divertirse, que quieren o deben continuar con su vida laboral o profesional.
Y para eso es necesario romper el estereotipo y exigir leyes que favorezcan la plena corresponsabilidad de la pareja, del Estado, y provocar los cambios sociales necesarios.
En España, hace 10 años, Laura Baena creó en Twitter la cuenta @malasmadres. Hoy es un club al que pertenecen un millón de mujeres decididas a desmitificar la maternidad, romper con el estereotipo de buena madre y cambiar las reglas (clubdemalasmadres.com).
Para este día de las madres —bajo el lema “Las madres no queremos flores, queremos leyes”— lanzaron una campaña que busca el reconocimiento social y económico al trabajo que realizan las madres.
Asimismo, su asociación “Yo no renuncio” busca visibilizar el valor que tienen las tareas de cuidado, y las condiciones requeridas a fin de que eso no suponga para las mujeres renunciar a su trabajo y su vida.
Esfuerzos como esos deben ser replicados en todo el mundo.
Porque es dolorosamente injusto que las mujeres tengan que elegir entre ser madres y su vida personal, laboral, profesional.
Es injusto que el Estado no genere las condiciones para conciliar mejor las tareas de cuidado con la vida laboral (guarderías, escuelas de tiempo completo, horarios humanizados).
Y es más injusto aún que, renunciando y sacrificando media vida, millones de mujeres sientan que son malas madres.
Pues, ¡qué vivan las malas madres!