Metallica, diversidad y apertura
Como sucede con las figuras demasiado mediáticas, a menudo se les encasilla en sólo un aspecto de su obra. Si García Márquez no es sólo mariposas amarillas, o Mark Twain no es únicamente un autor para niños y jóvenes, Metallica tampoco es sólo calaveras y guitarras distorsionadas. Hoy por hoy, el cuarteto de San Francisco es sinónimo de persistencia, apertura artística, multiculturalidad y diálogo entre generaciones.
Esta banda, fundada a inicios de los ochenta por James Hetfield (guitarra, voz) y Lars Ulrich (batería), lleva más de cuatro décadas sobre los escenarios. En todo este tiempo sus integrantes han tenido que superar obstáculos como la muerte del bajista Cliff Burton o la salida de elementos como Dave Mustaine o Ron McGovney. La configuración de la banda, que lleva más de veinte años sin cambios, se completa con Kirk Hammett (guitarra) y Robert Trujillo (bajo).
Si algo resalta en su trabajo es el cuidado que ponen en los detalles. Para muestra, los cuatro conciertos que ofrecieron en nuestro país entre el 20 y el 29 de septiembre. Estuve en todos y temo quedarme corto si digo que fueron un despliegue de energía, precisión y experiencia. Basta atender a los famosos doodles que Trujillo y Hammett han ofrecido en cada concierto de la gira: se trata de interpretaciones de temas icónicos de cada uno de los sitios que visitan. Así, por ejemplo, en Londres tocaron “Killers” de Iron Maiden, y en España “Bienvenidos” de Miguel Ríos. Pero el repertorio no se limita al rock: en Praga, por ejemplo, Rob & Kirk tocaron “Jožin Z Bažin”, un tema de Ivan Mládek muy conocido en esas latitudes.
En México, como se sabe, los doodles incluyeron versiones de “La Chona” de Los Tucanes de Tijuana, “La negra Tomasa” (que no es original de Caifanes, sino del músico cubano Guillermo Rodríguez Fiffe), “A.D.O.” de El Tri, y “Los Luchadores” de la Sonora Santanera. A nadie debería extrañarle tal diversidad: si algo ha hecho Metallica en sus 43 años de historia, es transgredir los límites del género que ellos mismos inventaron. Quizá quienes les critican esos covers son los mismos que en su momento rechazaron Lulu, el magnífico álbum que el cuarteto hizo con Lou Reed en 2011 y que remite directamente a la ópera del mismo nombre compuesta por Alban Berg. Esa que George Steiner describió en su momento como “un puñetazo en la cara”, con música que se caracteriza por su “crudeza agresiva y contundente”.
Los intereses artísticos de Metallica se han ampliado con el paso del tiempo: es bien sabido que “For whom the bell tolls” es una versión audible de la célebre novela de Ernest Hemingway, (no es casualidad que Lars haya interpretado a un documentalista inmerso en la guerra civil española en la película Hemingway & Gellhorn). “The call of Ktulu” es un homenaje a H.P. Lovecraft, mientras que “One” hace alusión a Johnny got his gun, la célebre novela antibélica de Dalton Trumbo. Pero los intereses de Metallica están en constante expansión: el año pasado, Lars Ulrich hizo un prólogo para Screwjack, una colección de relatos breves del célebre cronista Hunter S. Thompson, autor de Miedo y asco en Las Vegas. Y James Hetfield actuó en The Thicket, western basado en la novela de Joe R. Lansdale.
Otro indicio del interés que la cultura de cada sitio despierta en Metallica es evidente en las plumillas que regalan durante los conciertos: aquí llevaban impresas figuras de trompos, muñecas Lele, luchadores y piñatas. Difícil imaginar rockeros más abiertos, más diversos.
Finalmente, el aspecto que me ha conmovido es la consideración con que el equipo de la banda trata a los asistentes: el domingo 22 fui testigo de cómo repartían agua a quienes estábamos en las primeras filas, a donde se podía acceder con boleto general. En todo momento el personal de apoyo procuró que los menores presentes (y vi a muchos en los cuatro conciertos) estuvieran seguros y cómodos. Son detalles que hacen la diferencia para una banda que a estas alturas sigue fijándose metas, aunque saben que ya no tienen que demostrar nada.