Patricia Carrillo Carrera. Foto: Ramón Sotomayor
Su último proyecto, el cortometraje Hallazgo, forma parte de la serie de documentales Hasta encontrarnos, que retrata la constante búsqueda de los familiares de personas desaparecidas en diferentes regiones del país. A través de su lente, la cineasta saltillense sigue las actividades de Grupo VIDA, un colectivo que recorre los desiertos de Coahuila intentando encontrar restos humanos que pudieran, por fin, dar cuenta de aquellos que se fueron sin dejar rastro.
Así como esta, las obras de Patricia Carrillo tienen un enfoque social que revela que cada individuo tiene una historia propia que lo hace único, pero que, a su vez, lo hermana con su entorno.
Coahuila, a pesar de toda la historia que tiene, lamentablemente no tiene el privilegio de haber sido capturado por muchas lentes de cine, pero tú te has encargado de desentrañar diversas historias de nuestro estado, ¿qué te ha sorprendido más de los rincones de Coahuila que has visitado?
Coahuila es todo un escenario cinematográfico. A mí a veces me sorprende que no se filme más o, más bien, que no se promueva más la realización de filmaciones aquí en Coahuila, tanto de filmaciones que vengan de fuera como de las propias, sobre todo. Hace falta un mayor impulso a la producción regional, a la producción coahuilense, pero creo que hay esperanzas, porque Coahuila tiene muchísimos lugares maravillosos y yo cada vez que voy a alguno de los municipios siempre me voy con algo que quisiera contar alguna vez. Al final los lugares los hacen las personas, y hay personas que se vuelven personajes documentables, en mi caso, o que pueden ser llevados a la ficción, en el caso de los colegas que hacen ficción. Yo no pierdo las esperanzas de que se impulse mucho más todavía.
El público en general está bastante acostumbrado a las narrativas provenientes de Hollywood —que no necesariamente es algo malo—, pero tú estudiaste cine en Cuba, un país diametralmente distinto de Estados Unidos. ¿Cómo desarrollaste ahí tu visión del séptimo arte y de la forma de contar historias?
Algo esencial de la escuela en la que me formé, la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, es esta mística que hay alrededor del hecho mismo de hacer cine y de que el cine es una herramienta de transformación social. Durante muchos años, en muchos momentos, el cine se ha vuelto —aunque no me gusta usar el término— un arma, porque registra, documenta, y es una forma de evidenciar lo social. Es la parte que a mí más me fascina del cine: que puede incidir de una manera mínima en la transformación social. Para mí eso es lo esencial y creo que eso es lo que nos transmitió la escuela con su filosofía, la utopía del ojo y de la oreja, como lo solía llamar nuestro primer director, el documentalista argentino Fernando Birri, y pues eso siempre ha estado ahí. Incluso compañeros nuestros de diferentes partes del mundo fueron a iniciar la cinematografía en sus países.
Justo hace un par de semanas recibí una sorpresiva y maravillosa llamada de uno de mis compañeros africanos, de Tabsobi Sofu, que llegó también junto con otros compañeros a fundar, prácticamente, el cine de Burkina Faso, aunque ya había otros como Gastón Kaboré. Estas generaciones del continente africano que se formaron en mi escuela fueron y fundaron sus cinematografías. Por ejemplo, Tabsoba, este amigo que me llamó recién hace unos días, fue mucho tiempo directivo dentro del Ministerio de Cultura, del Departamento de Cine. Muchos países que estaban en proceso de desarrollar sus cinematografías se vieron beneficiados de los conocimientos que adquirieron muchos de mis compañeros y uno mismo, porque la idea era esa, que regresáramos a nuestros lugares de origen a hacer cine regional, hacer cine a partir de nuestra raíz, de nuestra cultura, de nuestra idiosincrasia.
Y tu obra es sumamente social, ¿cuál es tu proceso para cazar este tipo de historias?
A veces las cazas y a veces te cazan. Hay cosas, hay historias, hay personas, hay personajes que se te quedan y te resuenan. Y decía uno de mis maestros: “si te resuena, hazlo”. Entonces hay cosas que se quedan así. Fue algo que me pasó, por ejemplo, con Gertrudis Blues. Una vez que conocí la historia de la comunidad mascoga —siendo niña tuve una cierta convivencia, a través de mi abuelo, con los kikapú y un poco con los mascogos—, se me quedó esta fuerza de la imagen de una comunidad negra en medio del desierto. Años después, cuando conocí a doña Gertrudis, que era un personaje maravilloso, era imposible pasar de largo y no querer hacer algo, porque ella guardaba en sí sabiduría, liderazgo, religiosidad. Era una mujer que además fue muy libre, fue una feminista de su época, me imagino que de las pocas feministas que había en Coahuila, que no lo sabían, pero su actitud frente a la vida y su forma de ser la marcaba así. Entonces era imposible eludirla como personaje, porque era fascinante.
Y es lo que me está pasando ahora, que recientemente participé de un documental de creación colectiva en el que hice un corto titulado Hallazgo, de familias buscadoras (de personas desaparecidas), sobre todo centrado en las madres. Y ahorita ya salieron mil cosas, mil ideas, y ellas mismas cuando ven el alcance de un pequeño documental quieren contar más sus historias, y creo que es uno de esos maravillosos proyectos que no podré eludir. Yo siempre había tenido deseos de abordar el tema, y no se había dado por cuestiones de seguridad.
En el caso de Hallazgo, se trata de ponderar la relevancia de la identificación humana, pues me parece algo fundamental, sobre todo cuando hace falta tanta campaña para que la gente, por ejemplo, done sus muestras de ADN, porque hay muchas personas que no han podido ser identificadas y eso ayuda. Entonces de alguna u otra manera te mueve también ese compromiso social, un compromiso en lo inmediato con las personas que hacen parte de la historia que quieres contar. Es inevitable empatizar o querer acompañarlas en sus procesos desde la perspectiva de la realización documental.
Esta serie de documentales cortos impulsada por DocsMx fue colectiva, participaron varios realizadores. ¿Qué posibilidades ves tú en este formato, cada vez más común, de varios cortometrajes unidos por un hilo temático o narrativo?
Fíjate que es un formato que me parece excelente. Yo ya lo había experimentado en una miniserie documental que realicé en colaboración con el periódico Vanguardia de Saltillo, que se titula La tierra prometida, donde quise contar las historias de un joven, de un personaje de mediana edad y de un anciano —o sea, tres generaciones— desde sus oficios o desde algo interesante. El título La tierra prometida recuerda un poco a Saltillo como ese lugar al que cada vez llega más gente migrando. Con las primeras armadoras de carros llegó gente del campo, de los alrededores, del mismo Coahuila, luego de Zacatecas, de la región. Llegaron aquí a trabajar del campo a la ciudad y ahora hay mucha más migración, sobre todo en estas colonias del poniente de la ciudad, y ahí se desarrollan estas historias. En uno de los cortos, que se titula Nando’s Barber, hablaba de un chico que hace unos cortes de pelo increíbles, de estos con diseños, que era súper famoso en su colonia, la Nueva Jerusalén. Luego está la historia de un dueto que toca música colombiana bien sabrosa en los mercados, que se titula Colombia en mí, y la otra es Entre niños y dioses, que aborda la historia de una anciana —que ya falleció— que tenía más de 500 niños dioses y que hacía su gran festejo en diciembre. Cada corto duraba entre 13 y 15 minutos aproximadamente. Me parece un formato sumamente interesante porque estas duraciones obedecen a este nuevo público que está ávido de ver cosas que no le quiten mucho tiempo, entonces creo que está funcionando bastante bien y justo es una de las cosas que quizá podamos hacer en este proyecto en el que estamos empezando a trabajar con un par de colegas de La Laguna. Es que hay tantas historias. Simplemente del colectivo de la señora Silvia Ortiz del Grupo Vida (colectivo de búsqueda de personas desaparecidas), cada vez que conversas con alguna de las familias va sumando historias. Cada persona con la que conversas de ese grupo tiene una historia que contar y tiene una hija, un hijo, un padre, un hermano desaparecido, entonces pensamos que quizá este formato podría funcionar para contar varias de sus historias y entender la necesidad que tienen de encontrar aunque sea un mínimo fragmento de su ser querido.
A mí el formato me parece increíble. Incluso hay cosas mucho más cortitas, de menos de 10 minutos, que me parece bien, pero también una locura. Lo que me parece muy rico es que las principales plataformas están acogiendo ese formato, y no sólo lo están acogiendo, sino que lo están promoviendo, están procurando su realización.
De hecho, el documental, de acuerdo a varios estudios que se han hecho, es uno de los géneros que más crecimiento ha tenido en los últimos años.
Me parece maravilloso todo lo que signifique una mayor presencia y mayores espacios para el documental. Es increíble porque antes no lo teníamos. Siempre se han realizado documentales. En México tenemos una tradición documentalística impresionante. Generaciones atrás hemos tenido grandes hombres y mujeres documentalistas, lo cual es súper enriquecedor para las nuevas generaciones.
Y volviendo a los medios digitales, ¿cómo percibes tú que han influido las plataformas de streaming en la producción y distribución de documentales?
A mí lo que me sigue pareciendo es que la inmediatez está ganando. Yo sí soy de la idea de tener la posibilidad de estrenar en salas de cine porque incluso a (Alfonso) Cuarón le tocó lidiar con eso en Roma. Iba a salir para una plataforma y entonces tuvo que buscar cines alternativos para poder estar en salas, porque no podía pactar la distribución con otras compañías porque ya la tenía Netflix. Y luego todo el conflicto que hubo con el Festival de Cannes, que no quería aceptar las películas que se estrenaban en Netflix.
Creo que desde la primera firma del Tratado de Libre Comercio quedaron cabos sueltos para las industrias culturales, especialmente para el cine, que se deben revisar a la luz de todos los cambios, porque han sido realmente vertiginosos. Entonces nosotros también nos estamos adaptando. Por ejemplo, Carlos Osorio, a quien —cuando empezaba su carrera— yo le asesoré un documental que había filmado en la India, ha encontrado en Netflix una excelente plataforma para sus documentales, como el de Marisela.
Lo que yo creo es que también se tienen que acercar un poco más hacia las regiones, porque sigue pasando lo mismo siempre, o sea, la producción y todas estas grandes plataformas están en Ciudad de México. Si las puedes conectar ahí, qué bueno, pero si no pues hay que festivalear y hay que ir a los mercados para poder estar en contacto. Realmente los documentalistas donde nos topamos con pared es con los presupuestos para hacer estas cosas, o sea, de viajar exclusivamente para hacer acuerdos de negocios. Nuestros gobiernos regionales tampoco apoyan lo suficiente como para ir y negociar y decir: “Ah, es que mi región tiene estas facilidades si filmamos allá”. Yo estuve mucho tiempo fuera y regresé siempre con esta idea del cine regional, pero no la tenemos fácil. La materialización de los proyectos a veces es súper ruda —en general con las personas que nos dedicamos a la cultura y las artes— porque la dificultad está en lograr esa financiación, pero creo que las plataformas lo que están permitiendo es que se amplíe la cosa. Antes quién iba a pensar que una plataforma como Netflix iba a proyectar documentales como los de Carlos, como los de otros que han hecho sobre estos temas de desaparición, de narco, etcétera.
Algo que haces tú por el tema social de tus producciones es que te acercas mucho a ciertas comunidades, ¿cómo te aproximas a ellas para poder hacerlo de manera que haya intimidad, pero que no sea de forma invasiva?
Primero con mucho respeto y con mucho cariño. Tiene que haber una dosis de amor cuando te acercas a estas personas, porque justo has utilizado una palabra clave: lo primero que debes tener presente es no ser invasivo. Pero otra cosa en el documental tiene que ver con estos productores que luego nos invitan a participar en proyectos y que aceleran todos los procesos, porque el acercarte para empezar a desarrollar una historia de documental requiere de mucho respeto, de mucha paciencia, de mucho amor y de mucho tiempo para poder lograr esa conexión con tus personajes. Es una de las cosas que amo del trabajo de Tatiana Huezo; lo notas con mucha más potencia en El Eco, su documental más reciente, que filmó a lo largo de varios años de manera observacional. Tatiana, afortunadamente, desde su primer documental tuvo éxito a nivel internacional. No es que lo tenga fácil, por supuesto que no, pero mete un proyecto y ya tiene un reconocimiento internacional que va a hacer que los evaluadores pongan los ojos en su proyecto. Es algo natural.
Entonces, creo que nuestras autoridades cinematográficas deben entender que es necesario que apoyen desde las etapas tempranas de investigación, de escritura, que es realmente donde construyes. Si tienes bases muy sólidas desde esta preparación, ahí es donde logras muchas más cosas. Yo a veces veo las pocas cosas que he hecho y digo, caramba, siempre hay que hacerlo corriendo porque hay tres pesos. A veces quisiéramos que no fuera así, porque muchas veces dices “si hubiese tenido el tiempo de esperar la luz de tal hora o si hubiese podido viajar con mi personaje porque tenía un viaje importante que era vital para la historia…”, pero no hay presupuesto para eso durante la investigación.
Yo soy un poco crítica, por ejemplo, de esta convocatoria que saca la Secretaría de Cultura de Coahuila, porque dan súper pequeño presupuesto para producción y a los chicos nunca les alcanza. Los cortometrajes son buenos, pero no logran esa trascendencia porque igual se hicieron en poco tiempo con pocos recursos. Es absurdo dar esas cantidades para producción en el caso de Coahuila. En cambio, si apoyáramos esta parte de investigación, escritura y desarrollo temprano, los cines de todas las regiones del país estaríamos en mejores condiciones de competir contra el centralismo. En la Ciudad de México, si no estás en una peli tuya o de algún colega, pues estás en una serie, haciendo lo que sea, a lo mejor ni siquiera dirigiendo, pero te da un bagaje. Entonces a nuestro cine regional le falta, pero hay un talento y una potencia. Simplemente en La Laguna creo que no ha pasado un solo mes en el último año sin que se haya hecho algún corto documental o de ficción. Es una comunidad a la que quiero mucho, la quiero entrañablemente, igual que mis colegas de Saltillo, el entusiasmo que he encontrado. Es muy rico tener esa diversidad de intereses. Ya hay diferentes colectivos que están trabajando constantemente, lo cual me llena de alegría. [...] A La Laguna yo le veo muchas virtudes y muchas posibilidades para impulsar las industrias culturales. Realmente si Saltillo es la capital del automóvil, Torreón y La Laguna deberían ser el centro de las industrias culturales. Tiene una posición geográfica privilegiada, tiene más vuelos que Saltillo a la Ciudad de México y a otros lados, tiene centros turísticos cercanos y yo creo que podría ser de gran interés para las comunidades digitales, pero no sólo para nómadas digitales, sino para de verdad impulsar las industrias culturales, la industria naranja.