Repartir o trabajar
Repartir dinero ayuda a comprar votos. Esto se ha demostrado en México y en muchos otros países del mundo. No ayuda, sin embargo, a construir un país más próspero. Al final, una sociedad se beneficia más de un gobierno que promueve la inversión y el trabajo productivo que la caridad.
Tener una red de seguridad, un apoyo del Estado, para quienes enfrentan problemas serios, puede ser parte de una política social generosa que cuente con el respaldo mayoritario de la sociedad. Muy distinto es construir una sociedad en que la gente prefiera estirar la mano que trabajar.
Esto trató de hacer Juan Domingo Perón en la Argentina de la década de 1940 y provocó un notable empobrecimiento nacional. Argentina llegó a ser en 1896 el país más rico del mundo, por arriba de las naciones europeas y de Estados Unidos; miles de inmigrantes llegaban cada año a Buenos Aires para escapar de la pobreza y la falta de oportunidades en países como Italia, España o Alemania.
Argentina siguió siendo uno de los países más ricos del mundo en las primeras décadas del siglo XX, pero las cosas empezaron a cambiar cuando Juan Domingo Perón llegó al poder, primero en un golpe de Estado en 1943 y luego por el voto en 1946. Su gobierno incrementó el gasto público para pagar costosos programas sociales que le ganaron popularidad política a él y a su esposa, Evita, pero que dispararon la inflación y provocaron una crisis económica permanente que empobreció a la nación.
En México, Andrés Manuel López Obrador ha seguido, aunque sólo de manera parcial, el camino de Perón. Como el argentino, ha aumentado de manera importante los programas sociales, lo cual le ha ganado popularidad. En los primeros cinco años de su mandato lo hizo manteniendo finanzas públicas razonablemente equilibradas, cosa que no hizo Perón, pero ya en el sexto y último año ha arrojado por la borda la prudencia y ha elevado notablemente el déficit de presupuesto.
La economía mexicana no está hoy maltrecha, como dejó Perón la de Argentina en la década de 1950. El crecimiento de México en este sexenio será de apenas 1 por ciento al año, el más bajo desde Miguel de la Madrid y la Década Perdida, pero el peso se mantiene fuerte con ayuda de unas tasas de interés muy altas y unas remesas que han roto todos los registros históricos.
Ha llegado, sin embargo, el momento de reflexionar y corregir el rumbo. El gobierno mexicano no puede seguir gastando dinero en programas sociales que no necesariamente apoyan a los más pobres y que no tienen padrones de beneficiarios ni criterios claros de distribución. Tampoco puede seguir tirando recursos en obras faraónicas, que no solo son costosas de inicio, sino que están condenadas a perder dinero por siempre.
Los países del mundo que más han logrado progresar en las últimas décadas no lo han hecho por tener los programas sociales más generosos. Singapur y Hong Kong en Asia, o Irlanda en Europa, han promovido políticas públicas destinadas a impulsar la inversión y la generación de empleos. La generosidad con los más pobres está presente, más en Irlanda que en Singapur o Hong Kong, pero no es la base de su proyecto de nación.
Los políticos, por supuesto, se han dado cuenta de que repartir dinero compra votos y les da poder. Ese es su negocio y su interés. Pero si realmente les preocupara la prosperidad del país en el que probablemente vivirán sus hijos, necesitarán entender que el trabajo y no la caridad es el sustento real de una sociedad digna y próspera.