Chichimoco. Foto: José Luis Estrada
En las ciencias biológicas y ambientales, la comunicación y el lenguaje son sustanciales. Es por ello que los científicos discuten y se ponen de acuerdo para designar nombres científicos o técnicos a los seres vivos. Estos nombres se vuelven necesarios debido a que existe un gran número de especies, a las cuales se les puede llamar de muchas formas coloquiales, arbitrarias o subjetivas, dependiendo la época, región, lengua, usos y costumbres de una población.
Gracias a los nombres científicos, cualquier investigador en cualquier parte del mundo puede comunicar —sin posibilidad de confusión para la comunidad académica— el ser vivo o grupo de seres vivos a los que se está refiriendo. Tener bien definidas las especies con términos exclusivos ayuda a realizar búsquedas precisas y organizar el nuevo conocimiento — también denominado conocimiento frontera— que se haya generado en alguna de ellas, así como informar sobre su descubrimiento o extinción.
Desde el año 1753, entre los especialistas se utiliza el sistema de Carlos Linneo, quien clasificó los entes vivos que en su siglo eran continuamente encontradas, producto de la exploración del Nuevo Mundo. Este botánico utilizó un formato similar a las cartas genealógicas de las familias feudales, para lo cual a cada especie se le otorgaba un nombre parecido al de las personas, que podía incluir el reino o feudo, la familia u oficio, su nombre particular y su apellido o apellidos. De forma similar a como se archivan o almacenan productos en un centro comercial por departamentos, pasillos y estanterías, en la clasificación de Linneo se consideran niveles jerárquicos o categorías taxonómicas. Así, una familia estará constituida de varios géneros, que a su vez estarán conformados por varias especies, cada una de ellas integrada por subespecies, etcétera.
Esta sistematización de los seres vivos —y también muertos, en forma de fósiles— creó, con el paso del tiempo, una taxonomía muy sofisticada que refleja la gran biodiversidad del planeta. La ciencia biológica llamada sistemática se encarga de estudiar y clasificar todos los tipos de seres vivos considerando sus relaciones de parentesco.
Existen diferentes sistemas, corrientes y escuelas de pensamiento para ordenar a los seres vivos, por ejemplo, los agrupacionistas, que enfatizan las semejanzas para formar conjuntos, o los segregacionistas, que dan más importancia a las diferencias.
Por su parte, la taxonomía (del latín taxo=dar u ordenar, nomos=nombre) también se encarga de organizar las especies en un sistema jerárquico, pero no necesariamente según su parentesco, sino, tradicionalmente, según criterios morfológicos que las distinguen.
Para todo el procedimiento de designar correctamente los nombres de las especies recién descubiertas, existen reglas y leyes llamadas nomenclaturas. Hasta la mitad del siglo pasado fue obligatorio el uso de la lengua latina al describir las características de las nuevas especies. Posteriormente, el idioma inglés desplazó esta tradición de casi tres siglos.
Dependiendo de los especialistas encargados del grupo biológico (plantas, animales, hongos, algas, protozoarios y bacterias), tales sistemas de clasificación dictaminan casi dos millones de especies actualmente descritas por los científicos. Sin embargo, se estima que existen 20, 30 o incluso 50 millones que todavía esperan su descripción.
Los nombres científicos de los seres vivos se constituyen de varios componentes principales, a saber: nombre del género y nombre específico. Ambas partes deben ser siempre en latín, aunque también es usado el griego, y además deben estar escritas en cursivas. Al final viene el apellido del investigador (o investigadores) y el año de la descripción de la nueva especie. Un ejemplo de un nombre científico escrito correctamente y que habita nuestro estado sería Pinus durangensis Martínez, 1942, el “pino de Durango” descrito y publicado por el investigador Martínez en 1942. Los nombres pueden ser designados por quien hizo el descubrimiento de la nueva especie en honor a la región o lugar donde la encontró, a alguna característica distintiva del organismo, o algún personaje que el investigador juzgue importante.
VIDA DURANGUENSE
Durango es el cuarto estado más grande del país, con extensas superficies ecológicas como desierto, bosque, pradera, selva y pequeños ecosistemas o sitios restringidos, como los humedales (lagos, ríos, etcétera). Más adelante enlistaremos algunas de las especies que, hasta el momento de escribir el presente artículo, se encontraron aquí, y cuyo nombre científico fue acuñado en honor a esta entidad federativa. En próximos artículos se informará lo referente a las especies que no llevan la palabra “Durango” en su nombre, pero sí de otros lugares dentro del estado, por ejemplo, Nazas, Cuencamé, Ocuila, Bolsón, Mapimí, entre otras.
Las ligeras variaciones en las terminaciones de la palabra “Durango”, como durangensis, durangoensis, duranguensis, duranguense, durangae, durangoa en las denominaciones se deben al correcto uso del latín, dependiendo de si se trata de una forma femenina o masculina del nombre.
No menos de 151 especies llevan en su nombre la referencia al estado de Durango. De ellas (incluida una subespecie), las plantas y los insectos son los más numerosos entre los demás grupos biológicos.
Debido al corto espacio, aquí sólo mencionaremos una pequeñísima muestra de los seres vivos que, a juicio de quienes esto escriben, deben ser destacados, considerando siempre el nombre científico completo y entre paréntesis el nombre común o vulgar con el que es conocido por los pobladores del estado. Algunas de estas especies pueden ser consideradas actualmente como sinónimos de otras, sin embargo, están incluidas en la siguiente presentación por ser denominadas en referencia a Durango.
PLANTAS
Definitivamente las plantas de Durango se destacan por su belleza y magnificencia. Entre ellas se encuentran los imponentes y nobles gigantes —los árboles de nuestra Sierra Madre— con las especies: Abies durangensis Martínez, 1942 (oyamel norteño); Pinus durangensis Martínez, 1942 (pino de Durango); Juniperus durangensis Martínez, 1946 (junípero o tascate de la Sierra Madre Occidental) y Quercus durangensis Trel., 1924 (encino o roble de Durango).
Asimismo, en la flora de la parte semidesértica del estado llaman la atención las estoicas cactáceas y agaves, tanto por su capacidad para sobrevivir en ambientes áridos como por la elegancia de sus flores en algunas de ellas: Agave durangensis Gentry, 1982 (maguey cenizo); Coryphantha durangensis (Ruenge) Britton & Rose, 1923 (biznaga partida de Durango); Opuntia durangensis Britton & Rose, 1908 (nopal de Durango) y el Dasylirion durangense Trel., 1911 (sotol durangueño).
Las variadas y delicadas herbáceas con flores son preciosas joyas para la entidad. Algunas de ellas son: Geranium durangense H.E. Moore, 1936 (geranio carmín de Durango); Polianthes durangensis Rose, 1903 (nardo de Durango); Hymenocallis durangoensis T.M. Howard, 1978 (lirio araña); Abutilon durangense Rose & York, 1906 (malva o farolito duranguense); Aristolochia durangensis Pfeifer, 1970 (una especie que pertenece al grupo de las plantas pseudocarnívoras) y Cirsium durangense (Greenm.) G.B. Ownbey, 1968 (cardo mariano de Durango).
También se encuentran las “exóticas” orquídeas Epidendrum durangense Hágsater & Holman, 1984, así como Oncidium durangense Hágsater, 1981. No podemos olvidar la aromática Lippia durangensis Moldenke, 1940 (el orégano de Durango). El muérdago Phoradendron duranguense Wiens, 2004, llama la atención en algunos árboles por ser una planta que los parasita.
ANIMALES
Dentro del inmenso grupo de los artrópodos, los más llamativos son: Polistes durangoensis Snelling, 1955 (avispa papelera cebra de Durango) y Nomada durangoae Broemeling, 1989 (abeja nómada de Durango).
En esta categoría también se encuentran el Dyscolus (Dyscolus) durangensis Bates, 1882 (escarabajo azerino de Durango); Rutelisca durangoana Ohaus, 1905 (mayate negro de Durango); el bonito chapulín Amphitornus durangus Otte, 1979; Eremoleon durangoensis Miller & Stange, 2016 (un tipo de hormiga león, así nombrada por las trampas de arenas movedizas que fabrica para capturar a sus presas mientras se encuentra en etapa preadulta).
En el grupo de los arácnidos se registra a Psilochorus durangoanus Gertsch & Davis, 1937 (araña patona de Durango).
Dentro de los moluscos vivos, una especie relativamente común en los cerros que envuelven la zona metropolitana de La Laguna es el Naesiotus durangoanus E. von Martens, 1893 (caracol zorro), especie endémica sobre la cual los autores y autoras de este artículo, todos miembros de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED), realizan actualmente estudios desde la perspectiva molecular y como especie bioindicadora de contaminación y aridez.
Asimismo, se registra otro caracol terrestre, Humboldtiana durangoensis Solem, 1954, en la región de la Sierra Madre Occidental. Entre los moluscos fósiles encontramos a Astarte durangensis Imlay, 1940 (almejita de Durango), con millones de años de datación paleontológica, de la época marina del estado.
Existe un extraño y diminuto gusano con ganchos en la cabeza, de nombre Atactorhynchus duranguensis Salgado-Maldonado, Aguilar-Aguilar & Cabañas-Carranza, 2005, el cual es parásito intestinal de los peces de ríos y presas.
En los mamíferos se cuenta con el roedor Neotamias durangae J.A. Allen, 1903 (chichimoco o ardillón de Durango) y Chaetodipus durangae Neiswenter, Hafner, Light, Cepeda, Kinzer, Alexander & Riddl, 2019 (ratón durangense).
Los reptiles incluyen a la tortuga casquito, endémica de Durango, Kinosternon durangoense Iverson, 1979 y la única subespecie del estado: Eumeces lynxe durangoensis Tanner, 1958 (lagartija de cola azul).
Es importante destacar que esta entidad todavía alberga una inmensa cantidad de diversidad biológica aún desconocida para la ciencia, sobre todo de grupos biológicos que no pueden verse a simple vista. Para esta región del mundo se estima que sólo se conoce entre uno y diez por ciento de la biodiversidad actual. Ahí habría que incluir, además, los fósiles y las especies que se perdieron sin dejar evidencias, registros u observaciones oficiales.
La diversidad biológica sobreviviente a catástrofes naturales y actividades humanas, se refugia principalmente en sitios hasta ahora inaccesibles. Sin embargo, con el aumento en la demanda de recursos y el desarrollo de la tecnología para llegar a esos sitios, es evidente la necesidad de apoyar desde todos los sectores, áreas de protección y manejo científico especializado a todas esas bellas y asombrosas criaturas, las cuales hoy por hoy son consideradas un recurso estratégico tan valioso como el oro, el agua o el petróleo para cualquier país, dada la información valiosa que contienen en su genoma y que sostienen los ecosistemas actuales de los que dependemos todos. Por lo tanto, se recomienda enérgicamente seguir protegiendo y estudiando a los verdaderos hijos predilectos del estado de Durango.