Sólo el corazón es capaz de fecundar los sueños
Mucho se habla de los diferentes tipos de inteligencia que tenemos los seres humanos. La básica se refiere a la capacidad de entender, razonar y asociar ideas; también incluye abstracción, que se entiende como la habilidad para separar algún concepto del resto de la idea para comprenderlo mejor.
Antes eras más o menos inteligente de acuerdo a una escala. Las pruebas que se hacían eran estrictas y obedecían a ciertos parámetros. Luego, los expertos desarrollaron el concepto de inteligencias múltiples, cuyo precursor fue Howard Gardner, quien propuso ocho modelos de inteligencia.
En general se habla de una persona inteligente cuando puede procesar rápidamente la información y deducir lo que sigue, cuando tiene una habilidad lógico-matemática, cuando memoriza y verbaliza con agilidad. Con base en ello, el resultado tiene que ver con leer, entender, construir, anticiparse, resolver, acudir a las experiencias pasadas y comunicar. La eterna pregunta es si naces con una inteligencia predeterminada o bien se desarrolla como consecuencia del estímulo-aprendizaje, la alimentación o condiciones socioambientales; incluso se añade el factor genético.
Lo cierto es que hay quienes llegan a esta vida con un bonus. Llegan predeterminados a ser inteligentes, aunque eso no significa que su destino vaya a ser el mejor. La ruleta de la vida marca rojos y negros y si no hay las circunstancias adecuadas se pierde la ventaja. Una persona superdotada o con capacidades superiores manifiesta prematuramente todas o algunas de las condiciones de una persona promedio; piensan, razonan y juzgan más allá de lo que lo hacen los demás. ¿Y esto cómo se mide? Con las pruebas —estandarizadas— que definen el coeficiente intelectual o IQ.
¿Por qué le damos tanta importancia a la inteligencia por sí misma? Perdón por el lugar común que voy a emplear: porque vemos el árbol y no el bosque, porque apreciamos y priorizamos los números por encima de quien los porta y sus “otros” comportamientos. Nos fascinan los números y sus interpretaciones. Decimos de alguien que “es brillante” cuando tiene calificaciones de excelencia, o entregamos medallas de rendimiento académico, pero no de habilidades sociales; entonces lo que hacemos es rendir culto a lo que sobresale de los estándares, pero sin considerar todo el resto de las cualidades humanas.
He escuchado decir: “no es muy listo, pero es tan buena persona”. Se infiere entonces que es como consolarse ante la desventaja de no pertenecer a esa élite de inteligentes “puros”, porque además hay la intención de despreciar la inteligencia intra e interpersonal. ¿Has escuchado de la inteligencia emocional? Pues es eso que nos deja percibir, procesar y expresar las emociones propias y las de los demás; no por algo hoy en día los reclutadores de personal privilegian este aspecto de los candidatos a un puesto. En un mundo donde todo lo tenemos a un clic de distancia, saber que hay quienes pueden empatizar, autocontrolarse, motivarse, tener autoconciencia y sumar habilidades sociales para relacionarse con madurez con otros, será siempre esperanzador.
A lo largo de mi vida he escuchado distintas argumentaciones que colocan en su lugar la importancia de vivir con los talentos y capacidades con los que fuimos dotados. Así, hay quien dice: la disciplina y la constancia están por encima de la inteligencia, aprender de las experiencias es como tener muchas carreras universitarias, la capacidad de adaptarse a las circunstancias es el principal valor diferencial de una persona, ser consciente de las dificultades es ganarle un paso a la adversidad.
Una persona inteligente sabe dónde está parada, reconoce su realidad, busca alternativas para resolver dificultades y si no puede resolverlas las integra a su vida sin enojo o resentimiento, le anima siempre la curiosidad, observa con detenimiento, respeta a los demás, jamás menosprecia, no juzga, en ningún momento se siente superior a los otros porque sabe que todo es circunstancial, puede convivir con apego a las reglas básicas de urbanidad, sabe que si lo que va a decir perturba a los demás mejor lo omite porque es prudente y si lo que va a decir es importante, busca la mejor manera de hacerlo.
Me quedo con lo que dijo Anatol France: “Las verdades que revela la inteligencia permanecen estériles. Sólo el corazón es capaz de fecundar los sueños”.