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LUCÍA OLIVARES

Si sólo pudieras ver la belleza que trae la paciencia. A veces vamos por la vida creyendo que Dios ha sido injusto con nosotros. Nos centramos en eso que nos falta, lo que nos limita, convirtiendo lo que llamamos defectos en identidad.

Cuando estamos en ambientes que nos refuerzan esa teoría, el dolor, la sensación de disparidad y el autoconcepto se nubla, nos enojamos con la vida, peleamos todo el tiempo, nos enfermamos, nos aislamos. 

En momentos así no se requiere victimización, porque desde ahí nada se gesta, se necesita encontrar los talentos a los que solo tenemos acceso cuando nos sentimos completos y afortunados.

El verdadero amor te suelta, sí, por más paradójico que esto resulte; el amor más puro, se dice, es el de la madre porque da todo, se entrega literalmente en cuerpo y alma para ti, ese amor no pide nada a cambio, como bebé no estás en posibilidades de dar, solo de recibir una atención completa. La vida de la madre se torna en velar el sueño, adivinar el llano, alimentar ese cuerpecito que sigue formándose.

Con el paso de los meses y los años, la cercanía disfrazada de abrazo, el beso, el tacto se convierten en el mejor regalo, en el mayor de los agradecimientos; sin embargo, ese amor materno concluye y se solidifica cuando mamá te suelta y te da la confianza para la vida. 

No sabemos que podemos caminar hasta que papá y mamá despegan sus manos de las tuyas y das tus primeros pasos, incluyendo tus primeros golpes, tus primeras caídas y, por consiguiente, tus primeras “levantadas”; lo mismo ocurre cuando aprendes a nadar, tu cuerpo se siente seguro mientras te sostienen, pero en determinado momento habrán de soltarte “de a poco” y con cautela, tragarás agua… seguramente, te asustarás… seguramente, pero eso es aprender a nadar.

Soltar implica pérdida, pero también confianza. Soltarse implica dolor, pero también valentía. Soltarse implica crecer, madurar, ser adulto y, así como la varicela, entre más chico te dé… entre más chico te sueltes, más leves serán las ronchas, los golpes. 

El cortometraje “El circo de las mariposas”, dirigido por Joshua Weigel, narra la vida de Wil,l un hombre que nació sin extremidades y era expuesto en un circo como un monstruo, a quien incluso Dios le había dado la espalda. Así se relacionaba con el mundo, como un desafortunado, alguien que no era merecedor de amor, alegría, mucho menos de admiración. 

Cuando llega a otro circo, dirigido por el señor Méndez, descubre que la gente ahí vive muy feliz, pero tiene que descubrir sus talentos para poder quedarse con ellos.

Parecía complicado, pero tuvieron que dejarlo solo, que caminara, se cayera, se hundiera e intentara con todas sus fuerzas sobrevivir para, así, reconocer de lo que es capaz. Esta historia está llena de mensajes. Uno de mis favoritos es la belleza de soltar, como un acto de amor, confianza, valentía y poder. No hay manera de descubrirte si no te sueltas… no hay manera de volar si tú mismo te ataste a una superficie.

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