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A 215 años de la falla de origen

JUAN ANTONIO GARCÍA VILLA

El 16 de septiembre de 1810 fue domingo. Este año el 16 caerá en martes y se cumplirán 215 años del inicio del movimiento que culminó, once años después, con la independencia de México. Si hemos de creer a algunos historiadores de la época, el levantamiento estaba siendo preparado para estallar el día 1° de noviembre, según Fray Servando Teresa de Mier; y el 1° de octubre de acuerdo a la versión de José Ma. Luis Mora, sólo que habiéndose descubierto la conspiración por parte de las autoridades españolas asentadas en Querétaro, los acontecimientos tuvieron que precipitarse.

Es muy probable que esa en apariencia mínima diferencia cronológica, de entre dos semanas y un mes y medio, en el comienzo del movimiento de independencia, haya influido de manera importante no sólo en el curso de la guerra interna, que se prolongó por más de de una década, sino también en la forma, muy inestable y accidentada, como el país dio inicio a su vida política independiente. Tal vez no resulte temerario afirmar que hasta la fecha llevamos la marca de esa desafortunada falla de origen.

Las anteriores consideraciones en modo alguno son una novedad. Directa o indirectamente así las percibieron las mentes más lúcidas de la época, independientemente de su signo político.

Entre esos personajes se cuenta José Ma. Luis Mora, para algunos el padre del liberalismo mexicano, quien apenas un cuarto de siglo después dio inicio así al IV tomo de su obra Méjico y sus Revoluciones:

"La revolución que estalló en septiembre de 1810 ha sido tan necesaria para la consecución de la independencia, como perniciosa y destructora del país. Los errores que ella propaga, las personas que tomaron parte o la dirigieron, su larga duración y los medios de que echó mano para obtener el triunfo, todo ha contribuido a la destrucción de un país que en tantos años, como desde entonces han pasado, -escribió Mora en 1836-, no ha podido aún reponerse de las inmensas pérdidas que sufrió".

Lorenzo de Zavala, yucateco, igualmente liberal, quien tuvo una tortuosa participación en la vida política del país, también se refirió al tema. Lo hizo al dar cuenta de la gran derrota que las fuerzas insurgentes, que calcula en cien mil hombres, cifra aparentemente exagerada, inflingieron al ejército realista prácticamente en las goteras de la Ciudad de México, en la batalla conocida como del Monte de las Cruces, el 30 de octubre de 1810. Sin embargo, se tuvo temor a dar lo que habría sido el golpe final.

En su Ensayo Histórico de las Revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, publicado en 1832, Zavala plantea, a propósito de lo arriba señalado, que "… Hidalgo obraba sin plan, sin sistema y sin objeto determinado. Viva nuestra señora de Guadalupe era su única base de operaciones: la bandera nacional, en que estaba pintada su imagen, su código y sus instituciones. No sabía qué hacer en medio de la confusión y gritería que le rodeaba. Allende tenía más disposición; pero ni era escuchado, ni su capacidad estaba tampoco a la altura de las nuevas exigencias".

"Muy fácil es poner en combustión un país -continúa diciendo Zavala en su texto--cuando hay elementos de discordia; pero las dificultades de su reorganización son indefinidas: sin embargo, muy poco se necesitaba saber para aprovecharse de unos momentos tan preciosos, de una ocasión que no se volvería a presentar" (ob. cit., vol I, pág. 47).

Se podrían citar opiniones más o menos similares sobre el punto, escritas por historiadores de la época como Carlos Ma. de Bustamante, Lucas Alamán y Fray Servando Teresa de Mier, entre otros. Pero carece francamente de sentido multiplicar las citas.

El hecho es que después de 215 años, todo parece indicar que el país aún no se repone de la desafortunada falla de origen a la que arriba se hace referencia. No hemos aprendido la histórica lección de iniciar, conducir y concluir bien las cosas que son verdaderamente importantes para la nación. Y así nos ha ido. Como claramente lo demuestran los tortuosos acontecimientos de la última década, que nadie sabe a dónde finalmente llevarán al país.

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