Salvo una nota suelta por aquí y otra por allá, en general ha pasado inadvertido que en el presente mes de septiembre, llamado de la patria, se cumplen cien años de la fundación del Banco de México, institución clave para el buen funcionamiento y sano desarrollo de la economía nacional. Peor aún: ha sido notoria la omisión en cuanto a mencionar el nombre de quien fue el principal artífice de la creación de esta institución fundamental del Estado mexicano. ¿Por qué?
Vayamos al meollo de este asunto: la Constitución aprobada en Querétaro en 1917 dispuso en su artículo 28 que corresponde al gobierno el monopolio en materia de emisión de dinero y acuñación de moneda. Sin embargo, los años pasaban y esta función no fue asumida por la administración de Venustiano Carranza ni por la de Álvaro Obregón. Y no lo hicieron porque les hubiere faltado voluntad sino por varios problemas complejos que previamente debían resolverse para que aquello fuera posible.
Hace treinta años, justo cuando el Banco de México cumplió siete décadas, el entonces académico Emilio Zebadúa publicó un interesante ensayo sobre el tema. Con claridad y de manera breve en un par de párrafos planteó la cuestión así:
"La apertura del banco [central mexicano] dependía de que el gobierno pudiera contar antes con una base mínima (pero segura) de recaudación fiscal, algo que el conflicto con las compañías petroleras impidió de manera permanente durante las décadas de los diez y los veintes [del siglo pasado] ...El banco único requería que, antes, el gobierno hubiera acumulado un fondo de reserva de aproximadamente 50 a 100 millones de pesos en oro, lo que resultaba -escribió Zebadúa- más difícil debido no sólo a los problemas para recaudar impuestos, sino para distraer fondos del servicio de la deuda externa luego de que se llegó a un acuerdo en este sentido con el Comité Internacional de Banqueros en junio de 1922".
"Y así lo constató Manuel Gómez Morín desde la posición ventajosa [estratégica] que, a principios de los años veinte, le daba su calidad de Agente Financiero del gobierno mexicano en la ciudad de Nueva York. Gómez Morín jugaría -agrega Zebadúa- un papel destacado en las delicadas negociaciones con banqueros y petroleros y, desde entonces, establecería una íntima relación con el desarrollo del Banco de México -institución que vendría a simbolizar el principal esfuerzo de los revolucionarios por consolidar la soberanía financiera del país", afirma Zebadúa.
Perfiladas las tareas a realizar (arreglar la deuda externa, modernizar las finanzas públicas del país de manera tal que fuera posible constituir el necesario fondo de reserva, y diseñar la normatividad pertinente para la creación del Banco), se encomendó a Gómez Morín se hiciera cargo de tales tareas.
En magnífico ensayo que con el título de "El Banco de México y su creador" publica la revista Letras Libres en su edición de septiembre, su autor, Enrique Krauze, va dando cuenta de cómo Gómez Morín atendió las tareas que le fueron encomendadas:
Como antecedente remoto, escribe Krauze: "Debe recordarse que Gómez Morín fue el redactor único de la ley de 31 de enero de 1921 que desincautaba los bancos intervenidos por la administración carrancista".
Luego, recibió el encargo de "revisar la legislación fiscal de la república, descubriendo los traslapes y contradicciones entre los diversos impuestos".
Con la anterior información, procedió a "diseñar en definitiva el impuesto sobre la renta", cuyo decreto se expidió el 18 de marzo de 1925.
Al contar con la información derivada de la revisión hecha a la legislación fiscal de la república, "se vio la necesidad de convocar a una Primera Convención Nacional Fiscal, cuyo objetivo sería lograr la separación racional de los campos de imposición". En esa Convención, convocada en agosto de 1925, Gómez Morín "fungió como vicepresidente de la convención y presidente de la comisión más compleja e importante, la de Concurrencia y Reformas Constitucionales".
Con ser tan importante la rehabilitación hacendaria, afirma Krauze que "fue aún más la rehabilitación bancaria". Por lo cual: "A finales de 1924 (Gómez Morín) redactó la nueva Ley General de Instituciones de Crédito".
Y a principios de ese mismo año formó parte de la comisión de tres miembros, conocida como "Los Tres Mosqueteros", quienes se hicieron cargo de "la elaboración de la ley y los estatutos del banco único de emisión".
Finalmente, el Banco de México se inauguró el 1 de septiembre de 1925, en cuyo primer consejo de administración quedó nombrado como presidente Manuel Gómez Morín. Por cierto, formó parte del mismo, con el carácter de suplente, el empresario agrícola lagunero Pedro Franco Ugarte.
Como dato significativo, Krauze menciona casi al final de su ensayo que: "En noviembre de 1928, Gómez Morín renunció definitivamente a la presidencia del consejo de administración del Banco de México", a pesar de las reiteradas súplicas que le fueron hechas para disuadirlo. "La razón fundamental -señala Krauze- era el nivel que habían alcanzado los préstamos a las compañías agrícolas del Mante, propiedad del general (y presidente de la República, Plutarco Elías) Calles".