En el séptimo año van saliendo los trapos sucios de la administración anterior. Algunas herencias estallan en la cara, como la crisis cambiaria del 20 de diciembre de 1994. Otras emergen con menos virulencia.
Lo fácil es culpar de los problemas al antecesor. Eso hizo Zedillo con Salinas. Sheinbaum tiene que aguantarse, poner buena cara y culpar a Calderón, modificar silenciosamente lo que pueda de las políticas del pasado, como lo está haciendo en materia de seguridad, y barrer la mugre debajo del tapete.
En el camino van a ir surgiendo nuevas herencias. Un ejemplo: el pasado 3 de octubre, durante su participación en el foro del New York Economic Club, Jamieson Greer, el encargado de las negociaciones comerciales por parte de Estados Unidos, dijo: "No tiene mucho sentido hablar de extender o actualizar el T-MEC cuando México ni siquiera está cumpliendo con partes importantes del acuerdo".
No está inventando. A AMLO no le gusta acatar las reglas, y como no respetaba a Biden, se le hizo fácil simplemente saltarse las del T-MEC. La lista de agravios señalados por Estados Unidos es larga: telecomunicaciones, agricultura y biotecnología, laboral (ahora afectados por la reforma judicial), la cancelación del proyecto de una empresa de cal en Quintana Roo, entre otros. El más serio es la reforma constitucional en materia de energía, violatoria del Tratado, por cerrar un sector que estaba abierto a la inversión al momento de la firma.
Falta ver cómo va a reaccionar Trump frente a nuestro incumplimiento. Quizás exija que reformemos nuestras leyes energéticas, so pena de salirse del T-MEC. En ese escenario, Sheinbaum enfrentaría un horrendo dilema. Ante los malos números de Pemex, quizás ya entendió la trampa en la que se metió con su reforma. Sin embargo, aunque fuera el caso, modificar la Constitución para volver a abrir el sector implicaría un altísimo costo político.
Incluso si Estados Unidos no exigiera revertir esa reforma como condición para permanecer en el Tratado, nos va a pedir a cambio algo sustancial por haberla hecho. No sólo estamos pagando el costo de una reforma que limita la inversión y la oferta de energía en México, sino que sufriremos alguna restricción comercial adicional por haberla llevado a cabo.
Dada la asimetría de poder entre ambos países, es de interés para México tener una relación basada en reglas. Por eso siempre habíamos sido tan cuidadosos en respetar los acuerdos. Para el fuerte, basta el poder; para el débil, el poder sin reglas es incertidumbre.
Estamos viendo en el cese al fuego en Gaza cómo Trump usa eficazmente el poder. La relación con Estados Unidos será un gran reto para Sheinbaum. El Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado es una señal para las izquierdas autoritarias.
El año ocho tendría que ser, sin duda, aquel en el que la Presidenta consolide su proyecto. Ha estado concentrando el poder a costa de los ciudadanos. Nos ha dicho, y le creo, que el suyo es el segundo piso de la 4T. Sin embargo, se va a encontrar con grietas que amenazan los cimientos de su movimiento político. Las dos más importantes son la corrupción de tanto morenista y el sacrificio presupuestal en todo aquello que no sean transferencias sociales o las inútiles obras de AMLO.
Lo primero será un batallar constante contra la evidencia contundente de que el humanismo mexicano fue un mero slogan. Son los políticos de siempre, pero con más opacidad y menos restricciones institucionales, por lo que en el sexenio pasado robaron aún más que los anteriores. Sheinbaum no pareciera ser capaz de sancionarlos a cabalidad. Lo segundo llevará a todo tipo de conflictos, como el del gusano barrenador, por haber dejado de gastar en funciones propias de cualquier Estado.
AMLO gobernó pensando en el corto plazo y en ganar las elecciones. A Sheinbaum le toca enfrentar el costo de esa estrategia.