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Año Sheinbaum

JORGE VOLPI

Nuestro año Sheinbaum coincide, irremediablemente, con el año Trump, que lo define y lo explica. La Presidenta había llegado a Palacio Nacional meses antes con una victoria arrolladora, la cual le entregó mayorías calificadas en las dos Cámaras. Aunque aún no sea claro si lo hizo con entusiasmo o a regañadientes, plegándose al testamento político de su mentor o abrazándolo con fe dogmática, ello la impulsó a una concentración de poder inédita desde las épocas del PRI hegemónico: la disolución de todos los organismos autónomos y la toma por asalto del Poder Judicial.

Hoy, la 4T controla no solo cada uno de los órganos del Estado -a lo que habría que sumar una mayoría aplastante en las gubernaturas-, sino una eficaz narrativa que continúa siendo abrazada por la mayor parte de la población. Debido en buena parte a sus propios errores y a su absoluta incapacidad de renovarse, y de la otra, al bombardeo mediático e institucional a que se halla sometida, la oposición ha quedado nulificada. En este tiempo, ni el PRI, ni el PAN ni MC han conseguido articular una contranarrativa que resulte mínimamente atractiva: fuera de algunos triunfos muy localizados, no son sino un inmenso vacío que, por lo visto, tardará mucho en llenarse.

Fuera del sistema, no quedan sino los ecos embravecidos de las redes, donde los detractores de la 4T exhiben su furia sin darse cuenta de que ella solo contribuye a que Morena aún pueda seguir achacándoles a adversarios y enemigos inexistentes la mayor parte de sus errores. En efecto, tras siete años de demolición de cualquier resquicio de oposición real, la permanente excusa lopezobradorista -echarle la culpa al pasado- ya solo funciona gracias a esta espuma de rabia que rezuma en el espacio digital. Ni siquiera una figura como Salinas Pliego, primero aliado y luego némesis de AMLO, sirve de contrapeso cuando su único motor es su interés personal.

La paradoja es que, pese al inmenso poder que ha amasado Sheinbaum, la sensación es que el país sigue fuera de control: ello se debe tanto a que, a diferencia del PRI, ella no parece controlar del todo las derivas y mutaciones internas de su movimiento -la sombra de López Obrador continúa siendo demasiado alargada y figuras como Ricardo Monreal o Adán Augusto López se resisten tozudamente a ser asimiladas por completo-, como a la persistencia del crimen organizado, un poder autónomo que, en muchos sentidos, se muestra mayor al de la Presidenta.

La consecuencia más visible del año Trump en el año Sheinbaum ha sido el fin de la estrategia -o, más bien, falta de estrategia- de seguridad de su predecesor: frente a esa especie de laissez-faire que intentaba que la dinámica propia del crimen organizado terminara por autorregularse -este es otro de los vectores en los que AMLO era más neoliberal que muchos-, a la Presidenta no le ha quedado otro remedio que volver a poner en primer plano la supervisión estatal sobre la violencia. Ahora no solo está obligada a ofrecer resultados, sino a volverlos evidentes y espectaculares, como en la era de Calderón. Por más que sepamos que la captura de un capo del narco, o su perentoria expulsión a Estados Unidos -desafiando la legalidad-, no servirá de mucho, el acto performativo se vuelve imprescindible para obtener la complacencia de Trump.

Ello no significa que no haya resultados verificables -en el número de homicidios, por ejemplo-, pero su relevancia es, como casi todo en esta época, esencialmente narrativa. En cualquier caso, la intromisión de Estados Unidos ha servido a la perfección para aumentar la popularidad de Sheinbaum, más fuera que dentro de México: su templanza -que es real- frente a los atropellos y exabruptos de Trump, le han permitido consolidar su imagen. El problema es que, debajo del relato, persiste la implacable realidad de un país donde el crimen organizado y el gobierno cada vez son más difíciles de diferenciar: una amalgama que todo lo permea en una normalización de la extorsión que se alza, ya, como una administración paralela.

Como fuere, lejos de sus demás aciertos y fallas, en el balance del año Sheinbaum nada tiene más peso como su decisión de arrasar hasta sus cimientos el Poder Judicial. Cuando todo lo demás se borre, este acto extremo será el que quede como emblema de este 2025 aciago y cruel.

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