
A lo largo de la historia, la humanidad ha construido espacios cuyo propósito principal es la escucha. Imagen: Unsplash/Rodrigo Ruiz
El proceso de comunicación está relacionado con lo que vemos, lo que escuchamos y nuestras experiencias táctiles. Sin embargo, es innegable que en la actualidad, el sentido de la vista está por encima de los demás. La hegemonía de la imagen se manifiesta a través de los dispositivos electrónicos, las redes sociales, el cine, la televisión, los anuncios en la calle e infinidad de elementos visuales en nuestro entorno. La arquitectura también podría observarse de esta manera, pero pocas veces nos detenemos a pensar en el origen de ella como parte de las bellas artes.
Algunos estudiosos la mencionan como la primera de las bellas artes en aparecer en la vida humana como respuesta a la necesidad de guarecerse del clima o de otros animales. Sin embargo, es sabido que la arquitectura es también la búsqueda de la belleza, de permanecer en el tiempo creando objetos que se encuentran en un espacio determinado y que resuelven cuestiones vitales —comer, dormir, protegerse, estar—, pero también necesidades de conexión espiritual —demostrar en la esfera humana la esencia de lo divino, como afirmaba Hegel—.
Ese “estar” en un espacio indudablemente implica tiempo. Pallasmaa afirma que a través de la fe, el arte y la belleza desafiamos la entropía, el deterioro y el olvido. La arquitectura lo hace por medio de sus materiales, colores, disposiciones, geometrías. Es una terminal perceptiva que cuenta con dispositivos de los que se vale para comunicar y hacer sentir.
VÍNCULO ENTRE LO TANGIBLE Y LO INTANGIBLE
La arquitectura es un objeto tangible, porque requiere de la experiencia corpórea para su funcionamiento o para su realización, y permanente, porque su existencia se prolonga en el tiempo.
Seamos o no artistas o arquitectos, los seres humanos tenemos una tendencia a buscar o imaginar. Nos reconocemos en la memoria, pero también en lo que proyectamos hacia el porvenir. Somos seres en un mundo, pero el mundo también se nos muestra; está ahí.
Decía Sartre que “imaginar (…) es un acto mágico. Es un encantamiento destinado a hacer que el objeto del pensamiento, aquello que uno desea, aparezca en un modo que permita que uno se apodere de ello”. Tal como las tablas nierikas, que son objetos artísticos de la cultura wixárika (también conocida como huichol) que plasman símbolos representativos del mundo de los dioses y cuyo nombre significa “don de ver” o “instrumento para ver”, convirtiéndose en un medio para un fin trascendente.
Las bellas artes se relacionan entre sí por medio de la imaginación y la creatividad humana, esta necesidad de expresar y comunicar nuestra interpretación del mundo. No es raro que entre la música y la arquitectura existan tantas coincidencias conceptuales que las unen. Desde su estudio teórico, práctico, metafísico y filosófico, se encuentran unidas más allá de la apariencia o la coincidencia. Además, están vinculadas por las matemáticas. Comparten también el uso de símbolos y signos muy particulares para cada una de ellas, que conforman un lenguaje musical o arquitectónico. Sin embargo, para disfrutarlas, no es necesario conocer estos símbolos, sólo se requiere contar con el dispositivo corporal con que estamos dotados y disponernos a “sentir”.
Ambas comparten armonía y proporción, ritmo y repetición, equilibrio y orden; juegan con el tiempo y el espacio. Sin embargo, la arquitectura permanece, mientras que la música es efímera y ocupa un espacio abstracto y un tiempo determinado, aunque las dos vibran y nos hacen vibrar.
Se dice que en algunas pinturas de los aborígenes australianos se plasma la creencia de que al mundo lo recorren sendas invisibles, es decir, líneas imaginarias que se tuercen y se organizan en diseños geométricos, cuya verdadera materia son las notas, las melodías y los cantos.
EL SONIDO EN EL ESPACIO
Arquitectura y música se encuentran ligadas al menos en sus fundamentos compositivos más elementales y entrelazados por la aritmética, ya que es la base de toda armonía y equilibrio. Entonces, el arquitecto se enfrenta con la necesidad de contener y materializar de alguna manera estos símbolos que reconocemos por medio del timbre, el ritmo, la melodía y la armonía: este orden de conceptos en movimiento, que percibimos no por la mirada, sino por la vibración, captados por medio de nuestro cuerpo y nuestros oídos, pero también con todos nuestros sentidos… ¿quién no ha sentido el retumbar que provocan las percusiones en el cuerpo? ¿La melancolía o la nostalgia que nos evoca? “pasmos, latidos, visiones, momentos”. El espacio afecta de manera directa la calidad del sonido y cómo este permanece en nuestra memoria.
Según la Real Academia Española, el sonido es la sensación que se produce en el oído por el movimiento vibratorio de los cuerpos, transmitido por un medio elástico, como el aire. La música está presente en todas las acciones de nuestra vida, dice Casiodoro Los elementos arquitectónicos modifican las cualidades del sonido. —político, historiador, musicólogo, escritor, teórico de la música y filósofo en los tiempos gloriosos de la Roma Antigua—. Porque no importa si estamos en el Wilton’s Music Hall, en el teatro del pueblo o en el sótano de un restaurante lavando platos, la música se siente y si conectamos con ella y ella con nosotros, se quedará en nuestra memoria y tendrá significado.
En tiempos de Andrea Palladio, teórico importante de la arquitectura del siglo XVI, se pensaba que existía una relación entre el cuerpo, la naturaleza y la arquitectura, de manera tal que los edificios eran considerados organismos vivos. Entonces, la naturaleza se convertía en el marco interpretativo de la cultura.
Este marco nos permite citar elementos arquitectónicos que a lo largo de la historia han funcionado exclusivamente para que los seres humanos disfrutemos la música. Muchos de ellos están inspirados en la forma del oído humano; por ejemplo, la concha acústica, la cual es una estructura parabólica que suele tener una base semicircular. Una parábola es una curva cuyos puntos son equidistantes de una recta y un punto fijos. Al convertirse en un paraboloide, es decir, una figura en tres dimensiones, se logra que las vibraciones (ya sea de luz o de sonido) tengan una dirección definida, tal como en el oído. Por eso, las bocinas y las linternas tienen esta forma.
Así como arquitectura, música y geometría se unen, es común encontrar edificios con grandes arcadas o columnatas que reúnen ritmo y repetición. La armonía y la proporción pueden darse no solamente en la música, sino también en los elementos tridimensionales. Los vanos y los macizos, así como los acordes y los silencios, son elementos que nos proporcionan un goce estético que no se limita al sentido de la vista.
Lacan explica que la primera estética es el arte como organización del vacío, y ¿qué es la música, sino la organización de nuestros silencios? De la arquitectura también se dice que es una de las bellas artes más sublimes, porque es posible introducirse en ella y sentir el espacio con todo nuestro cuerpo. Tal vez la música no pueda definirse como un objeto tangible, porque no la podemos tocar. Sin embargo, se siente en cada poro y en toda nuestra caja torácica cuando resuena y nos evoca memorias o nos provoca emociones, desde estremecimientos hasta latidos en los dientes.
La música es una forma de conocimiento trascendente. La arquitectura tiende a lo sublime del conocimiento. Unidas por la geometría, estas dos disciplinas nos permiten aspirar, soñar, recordar, sentir. Un binomio que se antoja perfecto y absoluto.
argelia.davila@uadec.edu.mx